01 julio 2006

La sociedad de intermediarios

Hablamos éste o aquél idioma. Pero en reali­dad ese idioma sólo nos sirve para la comunicación bá­sica. Nos sirve para pedir un café en la cafetería, el pan en la mesa, pre­guntar por una ca­lle o hacer una gestión muy simple. En cuanto nos sa­limos del bue­nos días o el cómo está vd. no es fácil que la misma frase sea enten­dida por igual entre dos perso­nas, so­bre todo si no se co­no­cen. Unas veces se debe a sen­sibili­da­des diferentes, otras a la educación diferente, otras a la po­si­ción económica dife­rente, y otras porque interviene el mal­vado metalen­guaje. Más o menos es­pe­cializado el me­talen­guaje viene a ser un con­junto de con­ceptos que funcio­nan como códi­gos semi­cifra­dos o ci­frados de ma­terias con­cretas sobre las que sólo se co­mu­nican con rela­tiva flui­dez entre sí los es­pe­cialistas, los ex­per­tos, los “inicia­dos” en de­finitiva.

Esto su­cede en el ámbito científico, mé­dico, jurí­dico, polí­tico, artís­tico, religioso, diplomático, periodístico pero tam­bién en in­for­mática, en fontanería y en el hampa. Total, que nos pa­samos la vida no entendiendo casi nada pero discu­tiendo sobre todo bajo la supervisión del experto de turno que al fi­nal será quien nos lo tra­duzca y nos saque de nuestra ig­no­rancia. Claro que luego lo más pro­ba­ble es que otro experto no opi­ne lo mismo sobre lo mismo. Pero a su vez ese ex­perto (y cuanto más afamado peor): un eminente cirujano, un abo­gado prestigioso, un polí­tico de banda an­cha..., en cuanto se sale de su especialidad, difícilmente no será un au­tén­tico disminuído ridículo, in­ca­paz de escribir bien a mano una nota, de saber por qué punto cardi­nal sa­len cada orto los astros o de distin­guir un grano de trigo de otro de avena...

Por otro lado y aparte el metalenguaje, por si fuera poco y aun dentro del lenguaje ordinario, nos pa­samos la vida em­pleando infinidad de pala­bras polisémicas, es decir, pala­bras que tienen va­rias acep­ciones sobre las que los interlo­cuto­res deberían previamente ponerse de acuerdo sobre la acepción a elegir, pues cada uno le aplica una distinta. Y sin embargo raras ve­ces lo hacen. En política menos que en di­plomacia, y en de­recho o medicina menos que en sociología o psicolo­gía...

De la polisemia viene en parte que no es el particula­r quie­n pleitea, sino su abogado que le induce a plei­tear; que los mé­dicos discrepen entre sí en dia­gnosis, tra­tamientos y ciru­gías, y que con el mismo paciente médicos distintos em­pleen te­ra­pias dife­rentes.

De política se supone que, como de fútbol el aficionado, todo el mundo entiende. Los medios emplean un lenguaje que está a caballo entre el común, ese de pedir un vaso de agua, y el meta­len­guaje en cuya virtud una sola palabra por sí sola explica al mismo tiempo el ta­maño exacto del vaso y la can­tidad exacta de agua: una “pinta”, por ejemplo.

Total, nos comunicamos como gansos por lo que inter­pre­tan y traducen los medios y lo que nos dicen los especialis­tas. La "realidad" es, en definitiva, o vir­tualmente sólo me­diá­tica o sólo un fragmento de lo inteligi­ble explicada por exper­tos. Ahí vemos a los periodistas dedicados más a opi­nar per­so­nal­mente sobre lo que su­cede que a informar, que es para lo que ellos mismos nos dicen se inventó el perio­dismo. Y es por­que se resisten a ser sólo notarios de la rea­lidad. Quieren además inter­pre­tarla y mo­delarla a su gusto. Al pueblo sólo lo conside­ran en tanto que consumidor, como destinatario úl­timo de la publicidad, que es a la postre quien paga y manda. Y even­tualmente, como votante de la ideolo­gía que apoya el medio...

No podemos abarcarlo todo. Pero para ser verdadera­mente “per­sonas” de este siglo, debiéramos ser “renacen­tistas”, que lo mismo cogían la pluma que la espada. Debi­éramos re­montarnos por encima de las limitaciones que tu­vimos, es decir tener una preparación “integral”. Sin em­bargo hemos de contentar­nos con conocer una porción infi­nitesimal de reali­dad, y fuera de la cotidianei­dad rampante, realmente no tene­mos ni pu­ñe­tera idea de nada. Son siem­pre “los otros” los que lo sa­ben todo o creen sa­berlo todo y nos lo traducen a su medida.

El tratamiento de la información en base a la categoría psi­cosocial de la manipulación, tan en uso hace 30 años, ha sido sustituido por el estudio de la producción de la reali­dad me­diática. El poder crea y difunde los contenidos que con­vienen a sus intereses. Pero la realidad mediática ocupa el lugar de la rea­lidad acontecida. La realidad material fuera de nuestro hogar y trabajo es la que configuran los medios de acuerdo con lo transmitido por los gabinetes de prensa de cada par­tido, de cada institución y de cada agencia de noti­cias.

Pero no hay nada qué hacer. Seguimos siendo unos miserables súbditos. Antes lo éramos de un dicta­do­r, y an­tes de reyes absolutistas. Hoy estamos en manos de los dueños y directo­res de los medios y también de los especia­listas: abo­gados, médicos, notarios, políticos. Pocos tie­nen ideas propias, po­cos piensan por sí mismos. Y los que creemos tenerlas y creemos pensar por nuestra cuenta, hemos de hacer un es­fuerzo inusitado. Sobre todo para contestar a los que están pegados al televisor o a la radio... Desaparece poco a poco la indi­vidualidad. Ante todo somos juguete de los periodistas que han expulsado a los anti­guos predicado­res de sus púlpi­tos para ponerse ellos en su lugar. Noso­tros no tenemos nada qué decir ni nada que opinar que no haya sido antes apro­bado o autorizado por ellos. Nos li­mitamos a votar (quien vote) y a responder a las gilipoyes­cas pregun­tas que los pe­riódi­cos y medios nos hacen como si fuéra­mos gilipoyas. Para decir lo que ellos no dicen ni permiten decir, hemos de venir a los medios alternativos donde, pese a todo, te­nemos la impresión de estar en la cuerda floja. Pero aquí esta­mos.

No hay comentarios: