Hablamos éste o aquél idioma. Pero en realidad ese idioma sólo nos sirve para la comunicación básica. Nos sirve para pedir un café en la cafetería, el pan en la mesa, preguntar por una calle o hacer una gestión muy simple. En cuanto nos salimos del buenos días o el cómo está vd. no es fácil que la misma frase sea entendida por igual entre dos personas, sobre todo si no se conocen. Unas veces se debe a sensibilidades diferentes, otras a la educación diferente, otras a la posición económica diferente, y otras porque interviene el malvado metalenguaje. Más o menos especializado el metalenguaje viene a ser un conjunto de conceptos que funcionan como códigos semicifrados o cifrados de materias concretas sobre las que sólo se comunican con relativa fluidez entre sí los especialistas, los expertos, los “iniciados” en definitiva.
Esto sucede en el ámbito científico, médico, jurídico, político, artístico, religioso, diplomático, periodístico pero también en informática, en fontanería y en el hampa. Total, que nos pasamos la vida no entendiendo casi nada pero discutiendo sobre todo bajo la supervisión del experto de turno que al final será quien nos lo traduzca y nos saque de nuestra ignorancia. Claro que luego lo más probable es que otro experto no opine lo mismo sobre lo mismo. Pero a su vez ese experto (y cuanto más afamado peor): un eminente cirujano, un abogado prestigioso, un político de banda ancha..., en cuanto se sale de su especialidad, difícilmente no será un auténtico disminuído ridículo, incapaz de escribir bien a mano una nota, de saber por qué punto cardinal salen cada orto los astros o de distinguir un grano de trigo de otro de avena...
Por otro lado y aparte el metalenguaje, por si fuera poco y aun dentro del lenguaje ordinario, nos pasamos la vida empleando infinidad de palabras polisémicas, es decir, palabras que tienen varias acepciones sobre las que los interlocutores deberían previamente ponerse de acuerdo sobre la acepción a elegir, pues cada uno le aplica una distinta. Y sin embargo raras veces lo hacen. En política menos que en diplomacia, y en derecho o medicina menos que en sociología o psicología...
De la polisemia viene en parte que no es el particular quien pleitea, sino su abogado que le induce a pleitear; que los médicos discrepen entre sí en diagnosis, tratamientos y cirugías, y que con el mismo paciente médicos distintos empleen terapias diferentes.
De política se supone que, como de fútbol el aficionado, todo el mundo entiende. Los medios emplean un lenguaje que está a caballo entre el común, ese de pedir un vaso de agua, y el metalenguaje en cuya virtud una sola palabra por sí sola explica al mismo tiempo el tamaño exacto del vaso y la cantidad exacta de agua: una “pinta”, por ejemplo.
Total, nos comunicamos como gansos por lo que interpretan y traducen los medios y lo que nos dicen los especialistas. La "realidad" es, en definitiva, o virtualmente sólo mediática o sólo un fragmento de lo inteligible explicada por expertos. Ahí vemos a los periodistas dedicados más a opinar personalmente sobre lo que sucede que a informar, que es para lo que ellos mismos nos dicen se inventó el periodismo. Y es porque se resisten a ser sólo notarios de la realidad. Quieren además interpretarla y modelarla a su gusto. Al pueblo sólo lo consideran en tanto que consumidor, como destinatario último de la publicidad, que es a la postre quien paga y manda. Y eventualmente, como votante de la ideología que apoya el medio...
No podemos abarcarlo todo. Pero para ser verdaderamente “personas” de este siglo, debiéramos ser “renacentistas”, que lo mismo cogían la pluma que la espada. Debiéramos remontarnos por encima de las limitaciones que tuvimos, es decir tener una preparación “integral”. Sin embargo hemos de contentarnos con conocer una porción infinitesimal de realidad, y fuera de la cotidianeidad rampante, realmente no tenemos ni puñetera idea de nada. Son siempre “los otros” los que lo saben todo o creen saberlo todo y nos lo traducen a su medida.
El tratamiento de la información en base a la categoría psicosocial de la manipulación, tan en uso hace 30 años, ha sido sustituido por el estudio de la producción de la realidad mediática. El poder crea y difunde los contenidos que convienen a sus intereses. Pero la realidad mediática ocupa el lugar de la realidad acontecida. La realidad material fuera de nuestro hogar y trabajo es la que configuran los medios de acuerdo con lo transmitido por los gabinetes de prensa de cada partido, de cada institución y de cada agencia de noticias.
Pero no hay nada qué hacer. Seguimos siendo unos miserables súbditos. Antes lo éramos de un dictador, y antes de reyes absolutistas. Hoy estamos en manos de los dueños y directores de los medios y también de los especialistas: abogados, médicos, notarios, políticos. Pocos tienen ideas propias, pocos piensan por sí mismos. Y los que creemos tenerlas y creemos pensar por nuestra cuenta, hemos de hacer un esfuerzo inusitado. Sobre todo para contestar a los que están pegados al televisor o a la radio... Desaparece poco a poco la individualidad. Ante todo somos juguete de los periodistas que han expulsado a los antiguos predicadores de sus púlpitos para ponerse ellos en su lugar. Nosotros no tenemos nada qué decir ni nada que opinar que no haya sido antes aprobado o autorizado por ellos. Nos limitamos a votar (quien vote) y a responder a las gilipoyescas preguntas que los periódicos y medios nos hacen como si fuéramos gilipoyas. Para decir lo que ellos no dicen ni permiten decir, hemos de venir a los medios alternativos donde, pese a todo, tenemos la impresión de estar en la cuerda floja. Pero aquí estamos.
Esto sucede en el ámbito científico, médico, jurídico, político, artístico, religioso, diplomático, periodístico pero también en informática, en fontanería y en el hampa. Total, que nos pasamos la vida no entendiendo casi nada pero discutiendo sobre todo bajo la supervisión del experto de turno que al final será quien nos lo traduzca y nos saque de nuestra ignorancia. Claro que luego lo más probable es que otro experto no opine lo mismo sobre lo mismo. Pero a su vez ese experto (y cuanto más afamado peor): un eminente cirujano, un abogado prestigioso, un político de banda ancha..., en cuanto se sale de su especialidad, difícilmente no será un auténtico disminuído ridículo, incapaz de escribir bien a mano una nota, de saber por qué punto cardinal salen cada orto los astros o de distinguir un grano de trigo de otro de avena...
Por otro lado y aparte el metalenguaje, por si fuera poco y aun dentro del lenguaje ordinario, nos pasamos la vida empleando infinidad de palabras polisémicas, es decir, palabras que tienen varias acepciones sobre las que los interlocutores deberían previamente ponerse de acuerdo sobre la acepción a elegir, pues cada uno le aplica una distinta. Y sin embargo raras veces lo hacen. En política menos que en diplomacia, y en derecho o medicina menos que en sociología o psicología...
De la polisemia viene en parte que no es el particular quien pleitea, sino su abogado que le induce a pleitear; que los médicos discrepen entre sí en diagnosis, tratamientos y cirugías, y que con el mismo paciente médicos distintos empleen terapias diferentes.
De política se supone que, como de fútbol el aficionado, todo el mundo entiende. Los medios emplean un lenguaje que está a caballo entre el común, ese de pedir un vaso de agua, y el metalenguaje en cuya virtud una sola palabra por sí sola explica al mismo tiempo el tamaño exacto del vaso y la cantidad exacta de agua: una “pinta”, por ejemplo.
Total, nos comunicamos como gansos por lo que interpretan y traducen los medios y lo que nos dicen los especialistas. La "realidad" es, en definitiva, o virtualmente sólo mediática o sólo un fragmento de lo inteligible explicada por expertos. Ahí vemos a los periodistas dedicados más a opinar personalmente sobre lo que sucede que a informar, que es para lo que ellos mismos nos dicen se inventó el periodismo. Y es porque se resisten a ser sólo notarios de la realidad. Quieren además interpretarla y modelarla a su gusto. Al pueblo sólo lo consideran en tanto que consumidor, como destinatario último de la publicidad, que es a la postre quien paga y manda. Y eventualmente, como votante de la ideología que apoya el medio...
No podemos abarcarlo todo. Pero para ser verdaderamente “personas” de este siglo, debiéramos ser “renacentistas”, que lo mismo cogían la pluma que la espada. Debiéramos remontarnos por encima de las limitaciones que tuvimos, es decir tener una preparación “integral”. Sin embargo hemos de contentarnos con conocer una porción infinitesimal de realidad, y fuera de la cotidianeidad rampante, realmente no tenemos ni puñetera idea de nada. Son siempre “los otros” los que lo saben todo o creen saberlo todo y nos lo traducen a su medida.
El tratamiento de la información en base a la categoría psicosocial de la manipulación, tan en uso hace 30 años, ha sido sustituido por el estudio de la producción de la realidad mediática. El poder crea y difunde los contenidos que convienen a sus intereses. Pero la realidad mediática ocupa el lugar de la realidad acontecida. La realidad material fuera de nuestro hogar y trabajo es la que configuran los medios de acuerdo con lo transmitido por los gabinetes de prensa de cada partido, de cada institución y de cada agencia de noticias.
Pero no hay nada qué hacer. Seguimos siendo unos miserables súbditos. Antes lo éramos de un dictador, y antes de reyes absolutistas. Hoy estamos en manos de los dueños y directores de los medios y también de los especialistas: abogados, médicos, notarios, políticos. Pocos tienen ideas propias, pocos piensan por sí mismos. Y los que creemos tenerlas y creemos pensar por nuestra cuenta, hemos de hacer un esfuerzo inusitado. Sobre todo para contestar a los que están pegados al televisor o a la radio... Desaparece poco a poco la individualidad. Ante todo somos juguete de los periodistas que han expulsado a los antiguos predicadores de sus púlpitos para ponerse ellos en su lugar. Nosotros no tenemos nada qué decir ni nada que opinar que no haya sido antes aprobado o autorizado por ellos. Nos limitamos a votar (quien vote) y a responder a las gilipoyescas preguntas que los periódicos y medios nos hacen como si fuéramos gilipoyas. Para decir lo que ellos no dicen ni permiten decir, hemos de venir a los medios alternativos donde, pese a todo, tenemos la impresión de estar en la cuerda floja. Pero aquí estamos.
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