10 julio 2006

La responsabilidad es del periodismo


Que los medios son decisivos en las sociedades actuales es una obviedad tratada a fondo ya por demasiados autores como para yo redundar en ello. Lo único que trato aquí es de dar un leve sesgo a tan manido asunto.

Son decisivamente decisivos. En efecto. Una campaña electoral, por ejemplo, sin medios resonantes que la cubrie­sen haría del candidato un candidato muerto. Pero también una guerra trágicamente injusta (como fue la de Irak), me­dios decididos a evitarla también hubieran podido hacer del propósito un plan disparatado.

No obstante, una cosa son los medios como recurso téc­nico y caja de resonancia, y otra el periodismo y los perio­distas que están a su frente. Empezamos por que rara vez los dueños de un medio o de una red mediática más allá del sistema de accionariado que encubre voluntades únicas, son periodistas y tienen el espíritu que se supone anima a esta clase de profesionales. Después del Ciudadano Kane mitificado por el cine para mitificar la iniciativa personal y el periodismo, no ha habido magnate dueño de emporios me­diáticos que sea periodista o que en última instancia ejerza de tal. Todos son prohombres ficticios que con dudosas ar­tes, como todo el que se adueña del poder en estas dudo­sas democracias, han logrado cooptar poder mediático.

En principio el periodismo no sólo asume el papel de un notario con la misión de informar a la ciudadanía de lo que sucede en su país y en el mundo. No sólo esa función la ejerce desplegando informadores, veedores y corresponsa­les; asume también la responsabilidad de orientar paralela­mente a la opinión pública sobre los hechos de la manera más correcta de acuerdo con un sistema de valores, una axiología que se suponen nada distante de la más pura esencia humanista. Es más, en el periodismo y en los peri­distas hay en cierto modo un componente reli­gioso en los aspectos referidos a la glosa de los hechos. El "pensar co­rrecto" forma parte de cualquier religión pero también de cualquier cultura superior. Son, pese a que su laicidad irre­denta excluye toda connotación confesional, sacerdotes de la verdad que deben interpretar “la verdad” de acuerdo al sentido común, a la sensibilidad más desarrollada sobre el comporta­miento y el pensamiento humanos. Y aquí está la madre del cordero...

Informa el periodismo, pero le importa más conducir y conformar la opinión que orientarla o sugerirla. Por eso mismo tienen el periodismo y los periodistas una responsa­bilidad muy por encima de la que tienen políticos y gober­nantes. ¿Qué sería de éstos hoy día sin micrófonos o sin una recua de periodistas hacién­doles preguntas, o sin cá­maras de fotos y de televisión cu­briendo sus atinadas o dis­paratadas respuestas? Por eso está muy claro que los me­dios de los que el periodismo y los periodistas se valen pue­den ser también un recurso al servicio directo de una causa concreta, política, financiera o mercantil de gran calado. Y de hecho a menudo eso es lo que son y al servicio de al­guna de ellas están. Pueden hacer de una gota un trance tormentoso en un vaso de agua, o de un diluviar un muy pa­sajero cha­parrón. De un indeseable pueden hacer un san­tón, y de una persona íntegra un tipo carcelario.

Como no puede distinguirse fácilmente quién está detrás de los manejos de cada medio y no sabemos si es un perio­dista, un grupo de periodistas o un magnate que opera a gran distancia (ésto es siempre lo probable), no hay más remedio que centrar la crítica feroz contra el periodismo como profesión y contra los periodistas como miembros de la misma que colaboran a efectos importantes aunque no sean la causa de la causa. No nos dejan otra elección. Y ello a pesar de que sabemos bien también que a menudo ellos mismos son las principales víctimas del "poder mediá­tico" en la sombra que intuimos pero no vemos. Sea como fuere, sean responsa­bles directos o sean responsables de­legados, son autores o inductores de infinidad de cosas clamorosas que no hubieran debido suceder si hubiesen defendido lo que defiende el ciudadano sencillo y de bien en lugar de defender a menudo la moral inmoral de los “seño­res” nietzscheanos, políticos y dirigentes de toda clase in­dignantemente inmorales a la postre.

En principio, mudas las fuerzas armadas, prudentes los chamanes (hasta donde lo son), toda la responsabilidad en so­ciedades en que absolutamente todo depende de los me­dios, del periodismo y de los periodistas, recae sobre ellos. Ellos, que se ufanan y defienden con uñas y dientes este sistema en "libertad"; ellos, que tanto alaban la democracia liberal se erigen en responsables del disfrute de éstas en los paí­ses en que la libertad de expresión a raduales todo lo justi­fica plenamente, pero luego no aceptan los reproches que por eso mismo les hacemos, y nos responden con una pirueta diciendo que ellos no hacen más que “informar”. ¡Mentira! Ellos lo saben muy bien.

Porque reclamando y promo­viendo los periodistas libertad y el modelo liberal, no pueden luego excusarse de no haber intervenido decisiva y mediática­mente en hechos universal­mente lamentables cuyos pronunciamientos hubieran sido incluso paralizantes. Si, por ejem­plo, el New York Times y/o el Washington Post se hubie­ran propuesto atender al clamor de la inmensa mayoría humana contra la ocupación de Irak, desproporcionada reacción a los hechos del 11-S, hubieran dete­nido una invasión basada en mentiras obvias y temo­res care­ntres de todo funda­mento incluso para el sentido más elemental del ciudadano de la calle. De haber sido esa su intención, no hubiera habido pentágonos ni bushes que se hubieran atre­vido a enfren­tarse a la opinión pública plas­mada en los me­dios y difundida a lo largo y ancho del país nortea­mericano y del mundo. Pero todo sucedió... porque los ensayistas "me­diáticos", periodistas o no, habían venido preparando el te­rreno y abonándolo para justificar repulsi­vamente la guerra repugnantemente preventiva que al final se produjo. Parte de esos ensayistas eran periodistas. Y así la puso en marcha el pentágono y su fan­toche conductor. Así, con una guerra que da náusea, em­boscada en el pre­texto dio la canalla salida a los stocks de armamento en una economía morte­cina e inflacionista que auguraba desplo­mes precurso­res de otro crack como el del año 29.

Los medios no son un ente deísta que no interviene en los asuntos de los hombres. Pero son providentes. De ellos de­pende la suerte de la historia de la postmodernidad. Que se atrevan o no a asumir su imperativo categórico moral a falta otros predicadores éticos influyentes, es otra cuestión. Es la cuestión primordial que nos trae de cabeza a quienes les tenemos en grave prevención...

Sea como fuere la mejor labor de un periodista es la in­vestigación frente al poder y frente a los poderes. Véase en Italia: "El espionaje italiano (al servi­cio del régimen fascista de Berlusconi) vigilaba a periodistas que investigaban los secuestros de la CIA". Pero a esa clase de investigación los dueños de los medios, quizá porque forman parte del poder esotérico que subyace a toda sociedad, dedican a muy po­cos profesionales. La mayoría de los periodistas afrontan la labor audazmente por su cuenta o al servicio de los pocos medios alternativos absolutamente indepen­dientes que existen.

Soy ferozmente crítico con el periodismo y con los pe­riodistas que ya están aposentados en un medio y han blin­dado su contrato de trabajo. Pero no dejo de reconocer que ellos, como nosotros, están también en manos del medio por más que se resistan al dictakt del magnate de turno y de los “fuertes” próximos a él. Son, como todos lo somos, ju­guete del medio, del sistema y de las fuerzas ocultas que nos manejan a distancia. Pero hay que animarles a ello. Hay que decirles que el periodismo de verdadera in­vestigación, ése que no hace concesiones a nadie ni a nada, es el único positivo para la sociedad y el único que la sociedad agra­dece. El meramente informativo no deja de ser una simple contribu­ción al cotilleo; hay en él mucho más del espíritu de la co­madre que del pundonor. El periodismo que lleva sus investigaciones a sus útimas consecuencias y no se queda a mitad de camino, en materia política, en materia de co­rrupción y de escándalo de tanto notable bien trajeado es el que puede dar golpes de timón y giros importantes en cada sociedad.

De entrada, hay muy pocos periodistas investigadores, porque si al sistema no le interesan intelectuales, críticos, escritores y periodistas que esgriman el florete sin la punta embolada tirando a dar; es decir, que no practiquen la es­grima de salón, mucho menos le interesan periodistas que penetren en la médula ósea del esqueleto del sistema. Si llegan a ella y hacen públicos los hallazgos de asuntos gra­vísimos generalmente relacionados con la corrupción en sus varias formas, pueden hacer tambalear al sistema nervioso entero o a partes sustanciales en que se sustenta el poder. Por eso es tan peligroso pero tan valiosa al mismo tiempo la aportación del periodismo al saneamiento de la sociedad. La justicia a secas no hace más que rematar lo que emprende el periodismo de investigación. Los fiscales no cuentan con medios humanos suficientes y están más expuestos a la contaminación y al mirar a otra parte. Gracias al periodismo más que a la judi­catura o en colaboración con ella, última­mente están en­trando en prisión en España muchos inde­seables de apa­riencia respetable: los peores miembros de toda sociedad.

La mayoría de las veces “el sistema” podrido, de coyun­tura o enquistado, se cuida de no dar acceso a correspon­sales testigos de excepción de atrocidades. Sólo da audien­cia a aquéllos adictos a la causa del criminal de guerra. Pero si inicialmente y por descuido fueron "tolerados" otros que no lo son, en cuanto el poder advierte que pueden constituir un peligro para su causa aberrante, los eliminan; con coartada o sin ella. El caso de José Couso, español, es el más elocuente ejemplo de periodista eliminado por la cri­minal causa neoliberal.

En Italia se libra una lucha entre investigadores italianos, investigadores yanquis y periodistas italianos. Espías contra espías. Esperemos que en España se vayan animando los periodistas heterodoxos, los periodistas intrépidos y los pe­riodistas valientes, y que todos ellos cuenten con el necesa­rio apoyo de los "magnates" de los medios y de las agencias para los que trabajan. Sólo así tendremos esperanzas de vi­vir algún día en un país que valore por encima de todo la salud política, mercantil e institucional. Esto es, la salud en la más noble acepción de la palabra.

En otros tiempos remilgados nos decían que había que odiar al pecado y compadecer al pecador. Hoy lo que cua­dra es condescender con los periodistas pero odiar al perio­dismo tendencioso, amarillista, prevaricador: el verdadero responsable y a menudo culpable de la mayor parte de tan­tas cosas que nos conturban y no nos dejan vivir en paz.

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