15 julio 2006

¡Abajo las armas!

Hay que cambiar las claves del lenguaje diplomático e in­ternacional. No valen ya las usuales. La diplomacia se con­vierte en hipocresía pura cuando quienes la emplean re­ba­jan el nivel de su fuerza persuasoria. No hay más diferen­cia entre diplomacia e hipocresía que esa de grado. En el siglo XXI ya no existe diplomacia. Y de ello hay que culpar a la adminis­tra­ción actual norteamericana. Ha tratado a la di­plomacia como a una de sus infinitas víctimas torturadas, porque se ha ser­vido de la diplomacia para potenciar aún más su poder. Y ahora el mundo verdaderamente libre, el espiritualmente libre, les pide cuenta...

En efecto, Estados Unidos es el responsable de la muta­ción. Puso patas arriba el Derecho de gentes, el Derecho Internacional, los Derechos Humanos, las Convenciones Internacionales, etc. Estados Unidos maltrató gravemente (y maltrata aunque parezca que intenta ahora dar marcha atrás en algún asunto) conceptos jurídicos que habían sido incorpora­dos al diálogo internacional con enorme esfuerzo después de la segunda gran guerra. Tras los grandes de­sastres arma­dos emergió siempre un propósito noble: ya que no es posible extirpar la guerra inevitable porque va grabada en los genes del ser humano, sí al menos elevar el humanismo po­sible antes, durante y tras una guerra. Por ejemplo, la Cruz Roja ya había en­trado en escena en 1859 fun­dada por Henri Du­nant testigo de los más de 40.000 muer­tos que dejó la bata­lla de Solferino (Italia) ese mismo año entre Napoleón III y Francisco José I de Austria. El Convenio de Ginebra sobre prisioneros en 1949 fue otro paso decisivo. La Declaración de los Derechos Humanos, otro.
Pues bien, tras esos dramáticos esfuerzos Estados Unidos dio un salto de gigante atrás en 2001 con sus “novedosas” teorías que les regresan a la brutalidad medieval. Teorías que han pasado a la praxis: guerra preventiva, inmunidad para sus tropas, oficinas de desinformación, torturas “lega­les”, reclu­sión de prisioneros sin derechos, pa­seo de éstos por cárce­les se­cretas... A qué seguir. Y todo con argumen­tos que no se tienen en pie más que por la razón, como no puede ser de otro modo, de la fuerza. Con ar­gumentos que se con­vierten de ese modo en el mayor ci­nismo en estado puro a nivel internacional que quepa ima­ginar, después de, como dije, de haber rebajado a la diplo­macia a la más mise­rable hipocresía.

Ahora no "puede" venir Estados Unidos con el cuento de que volvamos al lenguaje y conceptos del Derecho clásico. El "conflicto" con Irán es tan artificial como artificiales son las excusas que se sacaron de la chistera con la invasión de Afganistán e Irak Bush, el Pentágono y el general Myers. Ahora ya no puede pretender que cualquier otro país, para colmo incluido en el Eje del Mal, se pliegue, se amedrante, entre en razón. Eso es imposible. Sabiendo que tiene el petróleo que “necesita” Estados Unidos para sí, es de todo punto imposible que irán ceda ante la pretensión del desarme para facilitarle, encima, la invasión y ocupación ya decididas.

Intentar justificar lo injustificable es lo que tiene. Que ya nadie puede entenderles a todos ellos más que como como verdugos y como bestias; como eje­cutores, instigadores y propulsores de actos de fuerza pura y bruta. Ahora ya no pueden dar mar­cha atrás pretendiendo que el mundo en­tienda que los paí­ses deben desarmarse cuando, precisa­mente, por estar desarmados absolutamente Afganistán e Irak han sido la­minados. Ahora no pueden pretender que al­guien que esté en sus cabales comprenda que él, Bush, y los suyos, pueden tener arma­mento nuclear por la gracia del Dios de aquél, y los países (que tienen petróleo) que a él y a los ciudadanos que le votaron por segunda vez no les gusta deben desarmarse sin excusa ni pretexto como los que ellos emplearon y emplean.

Si quieren que les entiendan las porciones del planeta que no han perdido el juicio, déjense de eufemismos, de doble­ces y de diplomacia barata que esto­magan, y digan direc­tamente, sin ambages, que en el mundo, en Oriente Medio y espe­cialmente ahora en Pales­tina e Irán mandan y deciden Es­tados Unidos, Inglaterra e Israel. Alcénse directamente como dictadores universales. Ya los anuncia Spengler en 1921 para hoy día, y ahí se acabarán los des­encuentros de todas clases. Todo lo que no sea eso hiere a la sensi­bilidad intelec­tiva de cualquier observa­dor que no tenga in­tereses petrolí­feros ni ambición diábolica de poder.

El mundo está harto de la prepotencia del imperio, de Israel, del Sionismo y de la Gran Bretaña. Si quieren todos ellos otra cosa, bájense del pedestal y escribirán una página inédita de la historia. Pues inédita sería la inédita rendición del terriblemente fuerte frente al débil. Ríndanse por ser los fuertes. Replié­guese Israel a las fronteras de 1967, apliquen todos las so­luciones energéti­cas alternativas que ya están disponibles, salgan de Afga­nistán e Irak como trágicos erro­res que fue­ron y, en el nom­bre del Dios de Bush, depongan las armas. Harán grande a su Dios. Pero sobre todo harán grande de una vez al Hombre y a la humanidad, a quienes, después del episodio que escri­bió Hitler, Bush, Israel, In­glaterra (con la colaboración espe­cial ahora de Merkel) lle­van camino de volver a reducir a piltrafas y de hacer saltar al planeta por los aires...

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