02 julio 2006

Pensar por propia cuenta


En estos tiempos estridentes y de ruido ensordecedor, es una tarea de titanes pensar por propia cuenta. Y cuando digo ruido -se adivina- no me estoy refiriendo al acústico, que también, sino al que quedamente se introduce en el ce­rebro desde los centros mediáticos y publicitarios princi­pal­mente, para blo­quear al ciudadano la tentación de pensar por propia cuenta e introducirle las ideas, tendencias, mo­das y prefe­rencias... de otros. Y cuando digo de ti­tanes, no me refiero a inte­ligencias extraordinarias o a férreas vo­lunta­des, sino a per­sonas corrien­tes dispuestas a no dejarse arras­trar por la molicie intelec­tiva sabedoras de que no pen­sar por pro­pia cuenta equivale sencilla­mente a no pensar.

Lo que preten­den los que nos dirigen desde aquellos cen­tros es justamente eso: que no nos “preocupemos”; que, te­niendo a nuestro alcance un móvil pegado a nuestras vi­das fuera de casa y un televisor dentro de ella; que integrando nues­tro cuerpo con un co­che o haciéndonos devotos del fútbol o los vi­deojue­gos, seremos sus esclavos sin tener ellos que esfor­zarse. Y así, los que for­man parte de los po­deres, es­pecialmente los poderes anó­nimos, es como pue­den gozar ellos de plena li­bertad y de tra­jines a los que no tenemos acceso los demás pues no cabe la misma cuota de libertad para todos en el mismo saco...

Es sabido que en cada sociedad siempre hubo, y hay, re­pre­sión y represores. Unas veces la represión se descarga más o menos brutalmente (la historia de la repre­sión en forma religioso-li­beral de buena parte de los países occi­denta­les); otras se enalbarda en una sola religión, como en las naciones teocráti­cas; otras se introduce de raíz, ins­titu­cionalmente, en la constitu­ción formal del país (Estados Unidos, que extirpó la op­ción colecti­vista); y otras, en fin, se inocula a través de me­canismos conductistas. Ésta es la que vivimos en la ac­tuali­dad, y de manera muy especial en España cuando en el resto de la vieja Eu­ropa ya están muy de vuelta de las fa­ses en que nosotros nos hallamos.

De la represión se ocupan siempre unos pocos a través de unas cuantas cosas: leyes, reforzadas por policías y jue­ces; normas morales, impresas en el inconsciente colectivo que cada día acepta más sumisamente la opresión; pautas mentales, puestas en cir­culación principal pero no exclusi­vamente por aquellos círculos mediáticos y publi­citarios. En unas cuestio­nes serán pau­tas asocia­das a criterios socio-organizativos de los par­tidos principales; en otras, pautas asociadas a crite­rios de la religión ma­yoritaria; y en otras, pautas ligadas a mo­das co­merciales pro­pulsadas por cicló­peos intereses mer­can­ti­les y financie­ros. Gustos, estética, ética y tenden­cias, son todo prepara­dos a la carta confec­cionada y servida por aquellos focos de pensamiento, obse­quioso para que el ciu­dadano no tenga que “pre­ocuparse” de pensar ni de opi­nar por cuenta propia. En cada plano de la reali­dad y social están di­ciendo al oído al ciudadano: no pienses, ya lo hacen otros por ti. Tú, lo único que debes hacer es redundar, regur­gitar lo escuchado precipitada­mente en la radio o en telediarios y lo leído en las porta­das...

De aquí viene también que lo que importa, aparte de aten­der a tambores de guerra, es el diagnóstico y los pronun­ciamientos oficiales del médico, del abogado, del partido, del grupo mediático y del funcionario. Todos ellos encarga­dos, unos de interpretar las leyes inextricables para sus­traerlas al común sentido de las gentes, otros de decir si nuestra sa­lud es buena o mala y no según la percibimos, otros de si es o no “políticamente correcto” nuestro sentido común, otros de meternos en la cabeza subliminalmente que es al perio­dismo y a los periodistas de turno a quienes, al final, debemos princi­palmente escuchar y no a nuestro seso, otros, que lo que ellos dictaminan es ley y no nuestro parecer...

Y el caso es que si nos atrevemos a pensar por cuenta propia, todo son ventajas. Aun sin especiales estudios, po­dremos ser abogado, médico, maestro y sacerdote de no­sotros mis­mos. Pensar por cuenta propia significa que quizá tengamos coartada o incluso anulada la libertad formal y material, pero siempre seremos independientes; podrán en­gañarnos los demás, pero nunca estaremos equivocados.

Hoy circula una frase que unos atribuyen a Orwell y otros a Lasalle: "decir la verdad es un acto re­volucionario". Aparte de que no hay nada nuevo y las ideas-madre fueron alumbradas desde que el pen­samiento se abrió camino en Grecia al se­pa­rarse el sujeto pensante del objeto pensado, y aparte de que en cada época al­guien se encarga de darles forma al espí­ritu de ésta, hay otra "ver­dad" que reluce como un sol. Y es que "en tiem­pos de injusticia es grave tener ra­zón". Porque resulta que cuando una persona piensa por su cuenta, es difícil que no tenga "ra­zón" y que no haya verdad en lo que dice al desvelar lo oculto o lo solapado; es difícil que no diga ver­dad aunque vaya co­ntra la co­rriente o precisamente por eso, porque se ajustan al sentido co­mún: ése escaso sentido que está pre­sente cuando lo hemos despojado de cos­méticos culturales e ideológi­cos y ahor­mado a base de naturali­dad.

Y al no ir en la di­rección de las corrientes de opinión con­fec­cionadas por los depredadores mayores que tiene toda co­lectividad, esto es, sólo por decir “verdad”, al decir de Or­well o Lasalle o de cualquier clásico realizamos un acto re­voluciona­rio. Por eso los que administran las corrientes te­men a quienes pensamos por cuenta propia, pues sólo con una módica inte­ligencia y un poco de au­dacia podemos hacerles frente...

Rebelarse es la consigna. Esforzarnos en pensar desde nuestros adentros apartando la ilusión de que somos capaces de pensar sólo porque nos abrimos de par en par a ideas ajenas generalmente incompletas y a menudo miserables cuando no falsedades y verdades a medias, forja una per­so­nalidad ro­busta. Cuando el despertar sea generalizado, desde ese mo­mento es cuando el tinglado de estas socie­da­des injustas, de­pravadas y corruptas se vendrá abajo como un azucarillo se diluye en agua tibia. El milagro se habrá hecho, y no habrá sido necesaria la revolución cruenta. La gran revolución pendiente está primero en pensar, y luego en pensar por cuenta propia. Al final del re­corrido se produ­cirá el gran encuentro de todos con la misma Idea: “todos” somos Uno en la Naturaleza.

Y como la masa humana de este cuarto de humanidad en que nos ha to­cado vivir está cimen­tado sobre una ge­ne­ra­li­zada estoli­dez, los astutos manipuladores no podrán co­ntra ejércitos de pensantes por cuenta propia que confluyen en la idea común del común sentido. Ahí, en ese terreno, no son nadie y serán derrotados. Pues hay algo más fuerte que la pie­dra, y es el agua persistente...

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