17 julio 2006

Putin y Glucksmann

Hoy André Glucksman, filósofo francés, aunque no es de los peores pero por eso es peligroso, nos recuerda de paso, una vez más y como el que no quiere la cosa, las chekas, los gulags y las la­cras de la aventura soviética. Lo hace a propósito de los la­mentos que cun­den por el país ruso, em­pezando por Putin quien afirma que "La disolución de la Unión Soviética es la mayor catástrofe del siglo". Glucksman no está de acuerdo. Quizá porque no es ruso. Por eso se apre­sura a men­cio­nar los gulags y pone a la misma altura la peri­pecia de la Re­vo­lución de Octubre con la de Hitler. Pero si es o no la peor catástrofe para ellos, lo tendrán que decir ellos...

Para tener una con­cien­cia comparativa no se puede (salvo con una po­tente imagina­ción y poco apego por las delicias del mercado libre) ser liberal en sentido estricto poniendo la libertad de unos pocos por en­cima de las garantías subsis­ten­ciales de la mayoría y la estela de "beneficios" intangi­bles de que dis­fruta sólo el occidental acomodado; principal­mente la posibi­lidad de cultivarse, relajarse, dormir tranquilo, todo prebendas sólo al al­cance de quien tiene un se­guro de vida.

Tener conciencia de la “totalidad” de la sociedad es la pri­mera premisa para entender el gulag y las restricciones “científicas” de libertad. Como para enten­der la guillotina hay que haberse metido antes con la imagina­ción en la piel del pueblo francés vapuleado y despreciado por María Anto­nieta y la familia de Luis XVI, que ni eran conscientes de que sus privilegios y sus despilfarros estaban levantados so­bre el sufri­miento, el hambre, la opresión y la in­dignidad de aquél.

No extraña que en la Rusia actual se eche de menos el sistema soviético. Ahora se están dando cuenta de la trampa en que cayó el pueblo ruso y los países de su ór­bita desplomándolo. Han cambiado seguridades, tranquilidad y vida digna, por esta vo­rágine capitalista que se lleva todo por delante. Han cam­biado un modelo que era estable -aunque su auste­ridad fuese el motor, pues cuando se re­parte equitativa­mente la tarta los trozos han de ser necesa­riamente pe­queños- por el gobierno de hecho de millones de mafias, privadas natural­mente. Como en el Chi­cago de los años 30.

Nadie como los rusos en condiciones de comparar. Glucksmann es otro flilósofo paniaguado del occidentalismo, incapaz de desdoblarse lo suficiente en sus análisis sepa­rando su concepción endógena, autista, la siempre infec­tada por la noción de la libertad ilusoria con la concepción que incumbe a la mayoría. Con gulags se cer­cenó la liber­tad. Pero también se coarta institucional­mente la li­bertad en el modelo democrático liberal y nadie de cam­panillas –y de campanillas están los filósofos como él- se queja. Y no se queja, pese a que en este sistema es pura si­mulación. La li­bertad en él también es ilusoria. Todo aquél que dependa de una em­presa y de un empresario con sus directivos inter­medios; todo aquél que no sea empresario (el caso de la inmensa mayo­ría), esté sujeto a movilidad y a expensas de ser con­tratado y sin estabili­dad en el empleo, es un ser de­pendiente, una ser in­de­fenso, un ser... sin li­bertad, esclavo. Para gozar de una relativa li­bertad hay que tener antes un bienestar garantizado, aunque sea pequeño. Algo que la sociedad occidental no sólo no puede conseguir sino que se está preparando para recortar aún más esa posi­bilidad en el mundo anglosajón del que llegarán sus efectos. Esto su­cede en los países que vienen de atrás con el modelo hecho y cada vez más imperfeccionado. ¡Qué decir de los países asiáticos en donde tozudamente se está entronizando el “modelo” con centenares de miles de muertos y gulags yan­quis por todas las partes del globo...

Para contar con una garantía de bienestar material hay que restringir la libertad general de “todos”. Esas fueron las miras de los gulags, de los sacrificios, de las chekas de la Revolución. Y justa­mente hacia eso es hacia donde no mi­ran los que están bien instalados en los países occidentales.

Por eso Putin y la ciudada­nía rusa, que no tiene un pelo de tonta a diferencia de la ciu­dadanía norteamericana que los tiene todos, se ha dado cuenta de cualquier revolución pa­sada fue mejor...

Piénselo un poco más a fondo sr. Glucks­mann. Quizá no ha ahondado lo sufi­ciente en el tema, si es que no se ha hecho también vd. la lobotomía y conserva sólo un ló­bulo frontal: el que por definición se pone al servicio su­miso o in­consciente del capitalismo y de los intereses de los ricacho­nes occidentales. Por eso no en­tiende vd. que la caída ésa, la disolución de la Unión Soviética, pueda ser para muchos “la mayor catástrofe del siglo”. Esta clase de egoísmo y miopía, los suyos de vd, es lo que hace impo­sible pre­cisa­mente –por eso sólo con bombas se imponen- preferir por los más a los que se les deja hablar modelos como aquél a las de­mocracias envilecidas y manejadas entre unos cuan­tos. Por eso echan por aquellos pagos de menos el régimen soviético. No valía la pena el canje. Y ahora se están dando cuenta perfecta. Es lo mismo, la nostalgia, que si Dios, Castro y la Re­volución no lo remedian, experimen­tará de­ntro de un periodo de tiempo relativamente corto en Cuba el pueblo cubano, tras los ini­ciales entusiasmos una vez des­truido el régimen para meter en la isla a émulos de Baptista enviados allí desde Miami por Norteamérica. Revísese, ahonde un poco más, sr. Glucksmann

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