Hoy André Glucksman, filósofo francés, aunque no es de los peores pero por eso es peligroso, nos recuerda de paso, una vez más y como el que no quiere la cosa, las chekas, los gulags y las lacras de la aventura soviética. Lo hace a propósito de los lamentos que cunden por el país ruso, empezando por Putin quien afirma que "La disolución de la Unión Soviética es la mayor catástrofe del siglo". Glucksman no está de acuerdo. Quizá porque no es ruso. Por eso se apresura a mencionar los gulags y pone a la misma altura la peripecia de la Revolución de Octubre con la de Hitler. Pero si es o no la peor catástrofe para ellos, lo tendrán que decir ellos...
Para tener una conciencia comparativa no se puede (salvo con una potente imaginación y poco apego por las delicias del mercado libre) ser liberal en sentido estricto poniendo la libertad de unos pocos por encima de las garantías subsistenciales de la mayoría y la estela de "beneficios" intangibles de que disfruta sólo el occidental acomodado; principalmente la posibilidad de cultivarse, relajarse, dormir tranquilo, todo prebendas sólo al alcance de quien tiene un seguro de vida.
Tener conciencia de la “totalidad” de la sociedad es la primera premisa para entender el gulag y las restricciones “científicas” de libertad. Como para entender la guillotina hay que haberse metido antes con la imaginación en la piel del pueblo francés vapuleado y despreciado por María Antonieta y la familia de Luis XVI, que ni eran conscientes de que sus privilegios y sus despilfarros estaban levantados sobre el sufrimiento, el hambre, la opresión y la indignidad de aquél.
No extraña que en la Rusia actual se eche de menos el sistema soviético. Ahora se están dando cuenta de la trampa en que cayó el pueblo ruso y los países de su órbita desplomándolo. Han cambiado seguridades, tranquilidad y vida digna, por esta vorágine capitalista que se lleva todo por delante. Han cambiado un modelo que era estable -aunque su austeridad fuese el motor, pues cuando se reparte equitativamente la tarta los trozos han de ser necesariamente pequeños- por el gobierno de hecho de millones de mafias, privadas naturalmente. Como en el Chicago de los años 30.
Nadie como los rusos en condiciones de comparar. Glucksmann es otro flilósofo paniaguado del occidentalismo, incapaz de desdoblarse lo suficiente en sus análisis separando su concepción endógena, autista, la siempre infectada por la noción de la libertad ilusoria con la concepción que incumbe a la mayoría. Con gulags se cercenó la libertad. Pero también se coarta institucionalmente la libertad en el modelo democrático liberal y nadie de campanillas –y de campanillas están los filósofos como él- se queja. Y no se queja, pese a que en este sistema es pura simulación. La libertad en él también es ilusoria. Todo aquél que dependa de una empresa y de un empresario con sus directivos intermedios; todo aquél que no sea empresario (el caso de la inmensa mayoría), esté sujeto a movilidad y a expensas de ser contratado y sin estabilidad en el empleo, es un ser dependiente, una ser indefenso, un ser... sin libertad, esclavo. Para gozar de una relativa libertad hay que tener antes un bienestar garantizado, aunque sea pequeño. Algo que la sociedad occidental no sólo no puede conseguir sino que se está preparando para recortar aún más esa posibilidad en el mundo anglosajón del que llegarán sus efectos. Esto sucede en los países que vienen de atrás con el modelo hecho y cada vez más imperfeccionado. ¡Qué decir de los países asiáticos en donde tozudamente se está entronizando el “modelo” con centenares de miles de muertos y gulags yanquis por todas las partes del globo...
Para contar con una garantía de bienestar material hay que restringir la libertad general de “todos”. Esas fueron las miras de los gulags, de los sacrificios, de las chekas de la Revolución. Y justamente hacia eso es hacia donde no miran los que están bien instalados en los países occidentales.
Por eso Putin y la ciudadanía rusa, que no tiene un pelo de tonta a diferencia de la ciudadanía norteamericana que los tiene todos, se ha dado cuenta de cualquier revolución pasada fue mejor...
Piénselo un poco más a fondo sr. Glucksmann. Quizá no ha ahondado lo suficiente en el tema, si es que no se ha hecho también vd. la lobotomía y conserva sólo un lóbulo frontal: el que por definición se pone al servicio sumiso o inconsciente del capitalismo y de los intereses de los ricachones occidentales. Por eso no entiende vd. que la caída ésa, la disolución de la Unión Soviética, pueda ser para muchos “la mayor catástrofe del siglo”. Esta clase de egoísmo y miopía, los suyos de vd, es lo que hace imposible precisamente –por eso sólo con bombas se imponen- preferir por los más a los que se les deja hablar modelos como aquél a las democracias envilecidas y manejadas entre unos cuantos. Por eso echan por aquellos pagos de menos el régimen soviético. No valía la pena el canje. Y ahora se están dando cuenta perfecta. Es lo mismo, la nostalgia, que si Dios, Castro y la Revolución no lo remedian, experimentará dentro de un periodo de tiempo relativamente corto en Cuba el pueblo cubano, tras los iniciales entusiasmos una vez destruido el régimen para meter en la isla a émulos de Baptista enviados allí desde Miami por Norteamérica. Revísese, ahonde un poco más, sr. Glucksmann
Para tener una conciencia comparativa no se puede (salvo con una potente imaginación y poco apego por las delicias del mercado libre) ser liberal en sentido estricto poniendo la libertad de unos pocos por encima de las garantías subsistenciales de la mayoría y la estela de "beneficios" intangibles de que disfruta sólo el occidental acomodado; principalmente la posibilidad de cultivarse, relajarse, dormir tranquilo, todo prebendas sólo al alcance de quien tiene un seguro de vida.
Tener conciencia de la “totalidad” de la sociedad es la primera premisa para entender el gulag y las restricciones “científicas” de libertad. Como para entender la guillotina hay que haberse metido antes con la imaginación en la piel del pueblo francés vapuleado y despreciado por María Antonieta y la familia de Luis XVI, que ni eran conscientes de que sus privilegios y sus despilfarros estaban levantados sobre el sufrimiento, el hambre, la opresión y la indignidad de aquél.
No extraña que en la Rusia actual se eche de menos el sistema soviético. Ahora se están dando cuenta de la trampa en que cayó el pueblo ruso y los países de su órbita desplomándolo. Han cambiado seguridades, tranquilidad y vida digna, por esta vorágine capitalista que se lleva todo por delante. Han cambiado un modelo que era estable -aunque su austeridad fuese el motor, pues cuando se reparte equitativamente la tarta los trozos han de ser necesariamente pequeños- por el gobierno de hecho de millones de mafias, privadas naturalmente. Como en el Chicago de los años 30.
Nadie como los rusos en condiciones de comparar. Glucksmann es otro flilósofo paniaguado del occidentalismo, incapaz de desdoblarse lo suficiente en sus análisis separando su concepción endógena, autista, la siempre infectada por la noción de la libertad ilusoria con la concepción que incumbe a la mayoría. Con gulags se cercenó la libertad. Pero también se coarta institucionalmente la libertad en el modelo democrático liberal y nadie de campanillas –y de campanillas están los filósofos como él- se queja. Y no se queja, pese a que en este sistema es pura simulación. La libertad en él también es ilusoria. Todo aquél que dependa de una empresa y de un empresario con sus directivos intermedios; todo aquél que no sea empresario (el caso de la inmensa mayoría), esté sujeto a movilidad y a expensas de ser contratado y sin estabilidad en el empleo, es un ser dependiente, una ser indefenso, un ser... sin libertad, esclavo. Para gozar de una relativa libertad hay que tener antes un bienestar garantizado, aunque sea pequeño. Algo que la sociedad occidental no sólo no puede conseguir sino que se está preparando para recortar aún más esa posibilidad en el mundo anglosajón del que llegarán sus efectos. Esto sucede en los países que vienen de atrás con el modelo hecho y cada vez más imperfeccionado. ¡Qué decir de los países asiáticos en donde tozudamente se está entronizando el “modelo” con centenares de miles de muertos y gulags yanquis por todas las partes del globo...
Para contar con una garantía de bienestar material hay que restringir la libertad general de “todos”. Esas fueron las miras de los gulags, de los sacrificios, de las chekas de la Revolución. Y justamente hacia eso es hacia donde no miran los que están bien instalados en los países occidentales.
Por eso Putin y la ciudadanía rusa, que no tiene un pelo de tonta a diferencia de la ciudadanía norteamericana que los tiene todos, se ha dado cuenta de cualquier revolución pasada fue mejor...
Piénselo un poco más a fondo sr. Glucksmann. Quizá no ha ahondado lo suficiente en el tema, si es que no se ha hecho también vd. la lobotomía y conserva sólo un lóbulo frontal: el que por definición se pone al servicio sumiso o inconsciente del capitalismo y de los intereses de los ricachones occidentales. Por eso no entiende vd. que la caída ésa, la disolución de la Unión Soviética, pueda ser para muchos “la mayor catástrofe del siglo”. Esta clase de egoísmo y miopía, los suyos de vd, es lo que hace imposible precisamente –por eso sólo con bombas se imponen- preferir por los más a los que se les deja hablar modelos como aquél a las democracias envilecidas y manejadas entre unos cuantos. Por eso echan por aquellos pagos de menos el régimen soviético. No valía la pena el canje. Y ahora se están dando cuenta perfecta. Es lo mismo, la nostalgia, que si Dios, Castro y la Revolución no lo remedian, experimentará dentro de un periodo de tiempo relativamente corto en Cuba el pueblo cubano, tras los iniciales entusiasmos una vez destruido el régimen para meter en la isla a émulos de Baptista enviados allí desde Miami por Norteamérica. Revísese, ahonde un poco más, sr. Glucksmann
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