18 julio 2006

La prostitución que no se olvida


Ahora, con motivo de no sé qué vuelven a sacar a relucir los periódicos un llamado “turismo de prostitución” en La Jonquera.

Este país no cambia. Sea en la manera de hacer oposición o política, sea en las cuestiones más banales de los aconte­cimientos deportivos de masas, sea en los comportamientos grupales, de lobbies o de grupos de presión, por la preten­ciosidad, por la prepotencia, por la altanería y por la arro­gancia de quienes menos las merecen todo va siempre en la misma di­rección. La parte de la socie­dad lúcida y pru­dente se pasa la vida tragando saliva y te­niendo que mirar a otra parte para tener la fiesta en paz. El paralelismo entre los ánimos que vivía España en el año 36 y los que una parte de la socie­dad española vive ahora es notable, pese a que parece no haber peligro de otra con­tienda civil porque en conjunto Es­paña "va bien"... por la gracia de Dios. Pa­rece que esto de resaltar el turismo de prostitución, la de poca monta en suma, tiene poca importancia. Pero al final enlaza con la caza de brujas de gentes en el fondo irrele­vantes, para solapar las trapacerías de gente de mucha im­portancia que está ahí, entre los pliegues de la estructura socioeconómica superca­pitalista...

La prostitución convencional, la "carnal" y su parafernalia es otra más de las productivas ser­pientes de verano. Como los ajilimójili de ETA o las efemérides de un solo crimen, como si no se hubieran cometido cientos en relación al mismo tema y todos mereciendo las mismas efemérides...

El caso es que al comercio más natural y antiguo del mundo, no le dejan nunca en paz. Ya podemos estar en el siglo XXI, ya pueden existir normas que no sólo lo permiten sino que lo protegen: siempre hay unas porciones de socie­dad que se dedican a huronear en torno a él.

Cuando escribo sobre estas cosas siento náuseas. Pero no por las personas que se relacionan para copular, ni por los que facilitan la cópula en su establecimiento para que no se tenga a pleno sol, en la calle, en un banco o en una bar. Tampoco por los proxenetas, otra forma de vida como otra cualquiera, como la de tanta gente que se paga a un guar­daespaldas con el producto de la rapiña a que somete a otros. No. Siento náuseas hasta por los periodistas que es­criben sobre estas cosas y mantienen la llama persecutoria aunque sea, como en este caso, a nivel de la comadre. Me dan náuseas los políticos y los po­lícías que mandan a sus inspectores de trabajo y a sus poli­cías mandados por otros políticos, a examinar con lupa los presuntos incumplimientos de la normativa, que cumplen escrupulosamente los impli­cados en esa actividad aunque sólo sea porque saben bien hasta qué punta están siempre en el punto de mira. Siento náuseas por quienes de palabra u obra persiguen a la pros­titución y a todo lo que tiene que ver con la relación "carnal", sexual o como quiera que lla­memos a una intimidad entre dos seres humanos dejando siempre fuera, a salvo y pro­mocionándola, a la de alto standing,

Resentidos, impotentes, desgraciados que sufren cuando las personas se expansionan, y periodistas que ven en este levantar acta notarial de lo que "ocurre" en relación al co­mercio sexual otra oportunidad para sacar adelante un re­portaje en el pe­riódico o la televisión... son los encargados de mantener el fuego. Siempre hay al­guien y “algo” que se encargan de que a la prostitución sexual de bajos vuelos no la olvidemos, para denigrarla, mientras se refocilan otros en la de lujo y, lo que es peor, en activida­des lícitas oficial­mente pero “innobles” en su ejercicio real perjudicando a tantos...

Nos obligan a contestar a esos lascivos “respetables”, a esos voyeurs, a esos miserables custodios de la respetabili­dad. ¿Les parece a los lascivos siempre al tanto de estas cosas y a los que las propician y a los que las persiguen poca prostitución, poca bajeza, poca dependencia y poco esclavismo el que hay en los contratos de trabajo, en las relaciones laborales, en los contratos basura de tanto em­pleado que ha de dar encima las gracias por haber sido dis­tinguido por la "generosidad" de un patrón? ¿Les parece proxenetas más dignos a esos empresarios que tienen bajo su bota a centenares o a miles de personas y a otros millo­nes de consumidores de los productos que venden a quie­nes manipulan o engañan? ¿Les parece más ilustres o más excelentes los banqueros y los bancos que, con usura o sin ella, tienen atados de pies y manos a millones de ciudada­nos que han de trabajar para ellos durante decenas de años sólo para pagar los intereses por la compra de una vivienda, y a los promotores que se la han vendido a precios inflados corruptamente porque en ellos hay plus valías correspon­dientes a corruptas comisiones? A qué seguir...

La sociedad capitalista, y más aún ya la neoliberal que están exportando los norteamericanos, es un muladar; el mayor prostíbulo institucionalizado de la historia que quepa imaginar. Y se van a fijar en hombres y mujeres que no hacen daño a nadie. Los proxenetas no están en La Jon­quera, ni en las casas de lenocinio de las carreteras y de las ciudades. Los mayores proxenetas están en las asociacio­nes de empresarios, en las organizaciones, redes y mafias mercantiles y políticas y profesionales de cuyos beneficios participan muchos "respetables" a las claras o bajo cuerda.

Este país ha padecido siempre una fobia por parte de per­seguidores que en el fondo dan lástima, pues reflejan una absoluta impotencia natural, no sólo sexual sino principal­mente intelectiva y cerebral. Los viejos chamanes han te­nido la culpa de este estado de cosas. Siempre asociados al poder civil, se las han arreglado para vender sólo una clase de decencia en nombre de Dios. Fuera para dar salida a los paños salidos a riada de los telares, para tapar las vergüen­zas de los africanos o a los bosquimanos, fuera para tener a una madre soltera disponible que haría cualquier cosa por un trozo de pan para su hijo, el foco infeccioso, el de la ver­dadera prostitución, siempre han estado en los centros neu­rálgicos de la sociedad que pasa por respetable.

¿No se fijan vds., señores respetables, en que no hay ma­yor prostitución que contraer matrimonio por cualquier causa menos por amor; que comprar y vender voluntades; que po­nerse al servicio rastrero de una causa política por interés personal y no comunitario; que someterse una con­ciencia a otra conciencia; que envilecerse los dirigentes de un país y envilecerlo vendiendo para su personal provecho sus rique­zas a otro país?

Sin embargo no hay recurso más cómodo y rentable que cargar todo el peso de la indignidad sobre las relaciones humanas más inocuas. Relaciones que si se me apura son las más dignas aunque sólo sea porque el compromiso dura poco y la figura del proxeneta convencional no tiene que ser necesaria­mente menos respetable que la de todos esos opulentos que dicen protegernos mercantil, bancaria, polí­tica, religiosa e institucionalmente cuando no hacen más que explotarnos miserablemente sin que, encima, sintamos en ello placer al­guno sino todo lo contrario.

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