01 julio 2006

Políticos-niño

Un adulto, es decir, una persona, como vulgarmente se dice, hecha y derecha, no ansía el poder por el poder, de la “polis”. Es demasiada carga. Lo entiende como deber y ser­vicio a la comunidad. Por eso mismo, llegado el caso, se alegra de que otro ciudadano con tanta o más capacidad que él pueda ocupar su puesto y asumir su misma respon­sabilidad. No lucha en modo alguno para retener el poder si lo asumió, y menos con fiereza...

Esto, esta excelsa descripción del político ideal que debi­era ser común, es incompatible con las democracias libera­les, occidentales, tipo americano en las que los políticos se despedazan entre sí para apropiarse del timón y del vela­men. Y efectivamente lo es. Es in­compatible. Pero eso es porque las democracias no lo son, están falseadas; son ra­meras al servicio del proxeneta poder económico. En ellas los profesionales de la política no toman su oficio como un deber. Lo que ven en él o a través de él es la oportunidad de enriquecerse y en úl­timo término de enriquecer al grupo que les arropa. En el caso más benévolo y de mayor gene­rosidad, la ocasión de lucir el ego y de solazarse voluptuo­samente con la concu­piscencia que lleva aparejada el po­der. Esto, a mi juicio, es así tanto en política civil como reli­giosa.

Pero aun dentro de la clase política hay dos tipos antro­pológicos: el que pese a su edad sigue siendo un niño mal­criado y consentido y así se comporta, y el adulto. Diríase que un político que sólo mira por sí mismo y por los de su entorno sin extender la mirada más allá, no lo es o es un pésimo ciudadano que conturba a la comunidad en lugar de servirla. De esa clase es el político-niño. Más que político al servicio del bien común es un cooptador, un estafador, un arribista, un oportunista y a menudo un ladrón de guante blanco.

Entre niños metidos a político más recientes en la historia podemos destacar, sobre todo por las resonancias que tie­nen para nosotros: Franco, Pinochet, Aznar y George W. Bush. Son, o fueron, adultos sin hacer. Niños envejecidos...

“El poder” se entiende mejor en el plano psicológico, so­ciológico y médico, que en el antropológico y estrictamente político. Este último además sería redundante.

Lo que tienen en común estos infantes que alcanzaron una alta representatividad social a través de malas artes: de la guerra, de la mentira compulsiva o del disimulo como método, y eventualmente del crimen legalizado es su inma­durez, sus estrechez de miras, su vanidad y su egoísmo (considero a este respecto a Hitler como una excepción, mucho menos niño que el resto de la lista). Todos, rasgos inequívocos de niños, como decía al principio, malcriados y consentidos de una familia paleta y superficial que se asombra de las banalidades y verborrea del niño engreído, quien a su vez observa malévolamente cómo le miran exta­siados de sus tontunas sus padres y el resto de parien­tes.

En el caso de los Bush, por tratarse de cosas de la Amé­rica profunda, aun siendo así, es decir que George W. Bush es otro de aquellos "menores", también le encaja el dicho "de casta le viene al galgo". Quiero decir que todo parece indicar que "dady", el papi (George Herbert Walker Bush, presidente nº 41), preparó el terreno al más tonto de la saga (George Walker Bush, presidente nº 43) después de él mismo, para que el segundo Acto de la comedia de fin de curso tuviera lugar. Pero allí, en América, llueve sobre mo­jado. Aquella es una sociedad plagada de mentes infantiloi­des que no distinguen ordinariamente lo serio de lo trivial, lo principal de lo accesorio como discierne fácilmente el resto del mundo. En todo caso lo que para ellos es serio para no­sotros es horrible, y lo trivial, para nosotros la mayor san­dez. Aquella es una sociedad que presume de laboriosa cuando, como ese niño malcriado y consentido, se ha apro­piado históricamente de la tierra en que vive excluyendo a los autóctonos, y ha abusado de sí misma convertida un día, casi de la noche a la mañana, en opulenta o rica gracias a la feracidad de las tierras inexplotadas cuando empezó a vivir en ellas, hasta ayer... Por eso no extraña en absoluto a los miembros de aquella sociedad que un seso infantil llegue al poder. Ya el padre de la criatura, el "adulto" de la saga, es el que dispuso las cosas para no aparecer él como el más ca­nalla de la misma. Le dejó ese honor al hijo deficiente.

Sea como fuere, que un ex alcohólico hipotético (no está probado que haya dejado el alcohol en privado sino todo lo contrario) sea el rey del mambo, no deja de ser una señal inequívoca de la decadencia de un imperio ya en subasta, como estuvo el Romano cuando éforos de circunstancias ofrecían el cargo de emperador al mejor postor, acabando en manos del bárbaro Odoacro...

Por aquí, en España, como decía, el poder se pasa gran parte de su corta historia “libre” en manos de niños vanido­sos y jodidos ya crecidos, o de niños que con la palma de la mano alzada y extendida lo reclaman exclusivamente para sí. Por ejemplo y al igual que Franco y los demás, Aznar tiene marcados rasgos puerperales en el peor aspecto del espíritu y mente infantiles. Empe­zamos por su enanez mental corres­pondiente a la estatura. Luego viene su capa­cidad para au­tosugestionarse fácil­mente despreciando las consecuencias de sus actos y de sus pronósticos. Su falta de escrúpulos y su exagerada vanidad son ya notables. Aquellos vaticinios sobre armas de destrucción masiva hechos ante los medios de comunicación para la causa de su jefe, los hizo Aznar con ex­presión grave, adusta y pre­tendidamente convincente propia de un inglés, pero en un rostro marcadamente ibero y bigotudamente aniñado. En cambio para su jefe, George W. Bush, no había, ni hay, pro­blema en la expresión a adoptar. Puede decir, con la de un per­fecto payaso, una re­tahíla de simplezas sobre cosas graví­simas dirigiéndose a un auditorio repleto de memos con ga­nas de reír sin ton ni son. Como cuando bromeó ante el mundo fingiendo buscar debajo de una mesa las famosas armas que él mismo -y su ayudante de campo hispano- dos años antes habían anunciado orbi et orbe sin comprobación ni empa­cho. Hasta el mismo Solana, el de la OTAN, otro político niño o aniñado, se tragó confianzudamente la píl­dora y vio y confirmó comple­jas instalaciones de armas químicas en la fotografía pre­sentada a la prensa por Powell, que a cualquier cuitado le sugería mucho más la instantá­nea de un tejido de lana hecha con macro que el horror químico que ellos veían en las instalaciones imaginarias...

Vuelvo al asunto del niño y del adulto asociados al político. Aznar es un niño, Bush jr. es un niño, Pinochet es un niño, Franco era un niño. Todos los cabro­nes enormes son niños cobardicas que se apoderan de la situación y del entorno no por la inteligencia que no tienen -y menos de la creatividad de la que carecen y por eso rompen los juguetes-, sino por la blandenguería de las sociedades en las que se encara­man, o encaramaron, que cumplen la función de las familias cortas de mollera. Y además y sobre todo, por la tramposa manera de llamar, “democracias liberales”, a estos modelos de corrupción y de nepotismo hasta extremos siderales.

Obsérvese que tipos de esta clase, esto es, niños-político abundan en la sociedad italiana, en la hispana, y también en las sociedades donde imperan descendientes directos de británicos e hispanos. El caso es que estoy descubriendo que los jefe-presidente-emperador-niño son los más abyec­tos y sanguinarios seres que ha parido madre a lo largo de la historia. Y ahí están sobresalientes dos: uno jugando a político con la vida de los demás y con la suerte del planeta, y otro en la sombra más siniestra hinchando el ego, pródigo en majaderías...

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