28 julio 2006

La cuenta atrás



No creo que a la vista de lo que estaba sucediendo prácti­camente en el mundo entero, y ahora ya también en la Eu­ropa tradicionalmente húmeda: altísimas temperaturas ge­ne­ralizadas, sequía persis­tente sin atisbos de regresión, ríos que fueron navegables que ya no lo son, etc, alguien se atreva a burlarse de los milenaristas.

Es ya una evidencia que estamos en el principio del fin. Cualquier proyecto que no tenga que ver con algún esfuerzo para contener un poco lo irremediable, resultará ya una in­sensatez; insensatez, insensateces sin fin, propias, por otra parte, de esta civilización falsamente democrática causante del desaguisado. En todo caso la democracia, falsa o no falsa, está basada en una libertad recortadísima para las ma­yorías que lo único que pueden hacer es quejarse, pero sal­vaje para de unos cuantos. Para unos cuantos que, ellos sí, pueden hacer cuanto se les antoje sin calcular los efectos de sus actos, y quienes, cuando algún juez intrépido se de­cide a empapelarlos, ya habrán realizado irreversibles salva­jadas, sabiendo además que pronto saldrán de la cárcel mientras otros, por robar la caja de una gasolinera, se pudren en la cárcel...

No el azar, no un ciclo climático, no el vengativo Dios de los cristianos... Es el propio hombre y además el hombre occi­dental a quien hay que culpar del desastre. Ese "hom­bre" que cree saberlo todo, que todo lo calcula con precisión de agri­mensor, excepto lo esencial: la continuidad de la especie humana que depende de él sólo, y el mantenimiento de un bienestar del que tanto se vanagloria pero que empieza a agrietarse a ojos vista. La demo­cracia, y esa libertad sin freno asociada a ella, van a ser la tumba de la actual civilización. No es, no era, posi­ble producir artefactos y generadores de calor con­sumiendo energía ili­mitadamente sin actuar sobre la bios­fera. Y esto es lo que ha hecho el hombre blanco. Tenía que haber hecho un cálculo que no ha hecho, pero que cual­quier lerdo hubiera realizado antes de destruir su propia casa; antes de fabricar y poner en el mercado gene­radores de calor sin tasa. Debía haber calculado la pro­porción debida en la expulsión de gases para no causar una descompensación graví­sima en la atmósfera. Y, sobre todo, considerado las transgue­siones en tal sentido como un crimen equivalente al homicidio tumultuario. Pero no lo ha hecho. Ha jugado, y se pavonea de él, al “desarrollo”, al progreso sin límites, aunque no sabía, no sabe, o no quiso saber a dónde le conducía...

Cualquier pueblo no occidental es capaz de sobrevivir con unas gotas de agua o unas gotas de rocío. Pero los países occidentales están abo­cados a desplomarse muy pronto, porque siendo funda­mental el agua para la vida, ellos han hecho del agua, mejor dicho de su carencia provocada, el factor de la des­trucción total. Ningún país levantado sobre el "pro­greso" entendido a lo occidental, puede sobrevivir si no es con­sumiendo agua a man­salva.

Por cierto ahora, puesto que sabemos la can­tidad de agua que se consume para las necesidades comu­nes y en agri­cultura ¿cuánta agua necesi­tan las obras y construcciones a lo bestia que en este país re­seco español están tan de moda? ¿Tampoco calculan que a ellos, que a su activi­dad, también les queda poco?

Si no ayuda el ser humano a la Naturaleza, al final ella, que es mucho más generoso con él de lo que merece, se venga.

Ahora comprendo aquella profecía que oí de niño cuya pa­ternidad no recuerdo, de que así como la civilización pre­ce­dente sucumbió por el Diluvio Universal, ésta, la que vivi­mos ahora, se destruirá por el fuego. Pero antes vendrían tribula­ciones. Y ¿qué son tribulaciones?, pues el sobreco­gimiento, el temor, la desesperación, la sed, la ansiedad y la depre­sión atroz, el horror que deben sentir quienes están en guerra y no la desean; todo eso que sólo los inconscientes y los lo­cos no experimentan por tener el cerebro dormido y los senti­dos anestesiados por el alcohol, por la cocaína o por lo que sea.

Ya, desde hace diez años vengo dando la voz de alarma en foros y simposiums científicos, invitándoles a reflexionar en firme sobre el asunto. Pero desde el principio vi que era una voz que clamaba en el desierto. Lo único que conseguí es que me tomaran por lo contrario de lo que soy: simplemente una persona corriente que ha mi­rado al cielo a menudo y que está desde la infancia al tanto de la Naturaleza... Ellos miraban con un ojo a sus pro­pias complacencias, orgullosos de su “saber”, y con el otro a los beneficiarios de sus dictámenes...

Lo cierto es que con agua dosificada o sin agua, una parte de la civilización sucumbirá. La otra, por la guerra también. Creo que ha empezado la cuenta atrás. Si soy o no milena­rista que lo digan otros. Yo no, pues no milito en nada ni sigo doctrinas de otros. No tengo las claves del pensamiento, pero sí las del mío.

1 comentario:

Daniel Garrido dijo...

Cada día me identifico mas con usted Jaime.
Es sólo cuestión de dejarse "sentir", de "oler" el aire, para entender lo que viene.
Y verlo con optimismo.
Es la única salida para que la "humanidad" entienda lo maravillosa que es la vida.
Y la importancia de rendirle culto.