03 julio 2006

Democracias para golfos


Esta es una democracia de golfos para golfos. En todos los estamen­tos, en todas las actividades, en todas las pro­fesiones hay corrupción abundante aunque no se denuncie o los cole­gios profesionales la solapen; y aunque en otros sec­tores la fis­calía, quizá por disponer de recursos escasos, no inter­venga. Es la corrup­ción de nunca acabar... A los numerosos casos que vienen de atrás en los que están in­criminados políticos empresarios y empresarios políticos, se unen los recientes y descomunales casos de corrupción de Marbella y de la Costa Mediterránea, y hace unos días la de directivos y faculta­tivos de ciclistas españoles que ha dado lugar a una nueva y drás­tica purga en el Tour de Francia...

Claro que hay profesionales honestos, sufridos y entrega­dos que por poco se dejan la piel en su oficio, faltaría más. Pero cuando digo que la española es una democracia para golfos, es por­que empezamos a temernos que son cada vez más los co­rrom­pidos que los sanos. Decía días atrás que las cosas que im­primen carácter a una sociedad son debidas sólo a unos cuantos. Pero la corrupción en España ya es casi un modo de ser, un estilo, una filosofía, una idiosin­crasia. Des­pués de cua­renta años de inhibi­ciones y de re­presión, pa­rece que con la entrada del país en la democracia, uno tras otro, fue­ron di­cién­dose en voz baja entre sí: “ésta es la nues­tra”. Y dieron el pisto­letazo de salida para una frenética ca­rrera de corrupción de la que lentamente va saliendo el pus.

El caso es que cuando predominan las prácticas frau­du­lentas y el fraude fiscal puede ser hasta un modo de vida de asesores titulados; cuando la perver­sión prevalece so­bre la nobleza de espíritu y el aprecio por los talantes respetuosos y sa­luda­bles; sobre todo, cuando lo peor de la basura humana no está en las cárceles sino en libertad -bajo o sin fianza- mezclado con la honorabili­dad, la colectivi­dad entera ter­mina salpicada, infec­tada y gravemente enferma. Los efectos no se harán es­perar...

Ya la cuestión no está tanto, que también, en la alternativa justicia/injusticia. Está en que una sociedad como la nuestra lleva camino, si no está ya en él, de ser como una de esas ca­rreras ciclistas donde sospechamos que ningún corredor ha con­seguido un triunfo con limpieza, sin miserable ventaja res­pecto a otros co­rredores cuitados que no se dopan. Y si en las carreras re­ales fueran todos actores y víctimas a un tiempo del dopaje pero sólo han aflo­rado algunos "culpa­bles", peor. En­tre­co­millo lo de culpa­bles porque los que ver­daderamente lo son, son los docto­res que asisten y se "pre­ocupan" por la salud y el rendi­miento del deportista. Nadie puede enca­rarse con un mé­dico en materia de su compe­tencia. El mé­dico, en nuestro país al menos, es un dios me­nor aun­que sea un patán. ¡Cómo va a pedir cuentas un ci­clista al matasanos encargado, nada me­nos, de cuidar de su salud!

Lo que más consterna es eso, que no son los gañanes, los primarios, los marginales, el lumpen... los corruptos. Son los letrados, los doctores, los notarios, los arzobispos, los locu­to­res, los forenses, los políti­cos, los empresarios, los perio­dis­tas... los universitarios los que apestan. Véase a esos ga­lenos decidiendo las posiciones en la tabla de cla­si­fica­ción de tours, giros y vueltas. Véase a todos esos pája­ros de cuenta de Mar­bella, de la “clase” relacionada, convir­tiendo a la costa me­dite­rránea -luego a la cantábrica- en un montón amorfo de ce­mento. Este tipo de gente es la que, éstos sí, entra en prisión por una puerta y, por un pu­ñado de billetes, sale por otra mientras a un desgra­ciado sin empleo le des­trozan la vida por haber sustraído una radio de coche que vale 100 euros...

Ya el tristemente famoso “crimen de Alcàsser”, hace mu­chos años pero ya en democracia, atufaba a que fueron "honora­bles" los autores del crimen espantoso de dos ado­lescentes sometidas a una or­gía de sexo y sangre, y el pa­dre de las criaturas vilmente asesinadas lo "sa­bía" aunque no pudo o quizá, amenazado, no se atrevió a demostrarlo.

Lo que sabemos por el peso y naturaleza de las cosas es que, siendo refrescante que salga a la luz la podredumbre gra­cias al celo y a la honestidad de unos cuantos pe­riodis­tas, de algún juez perdido y de honrados policías, la que permanece oculta es de temer que sea cien ve­ces más que la que emerge. Esto pasa siempre.

Pero si a una competición deportiva cualquier audaz, aun su­dando sangre, la puede sanear, ¿quién corrije, quién en­mienda, quién cura a un país entero? Si los países de la vieja Europa no llegan a estos extremos no es porque haya poli­cías y jueces indomables. Es porque allí no late “ya” el espíritu de la depredación sal­vaje. Y un país como el nuestro cu­yas gene­ra­cio­nes dirigentes próximas son virtualmente las del botellón y del “éxtasis” está destinado, si Dios no lo re­me­dia, a ser una es­combrera, a ser un país social y genera­liza­da­mente per­ver­tido y muerto culturalmente en vida. Algo de esto atis­ba­mos en la sociedad nor­teamericana con alco­hóli­cos ex alco­hólicos al frente, que escin­den a su propia so­cie­dad y acribi­llan al mundo. Algo de eso nos espera aquí, pero sin base de riqueza y sin poder. El ve­cino, las barbas y el re­mojo, de la descompo­sición: tres no­ciones clave para ese futuro que está ahí...

Las democracias golfas son por definición hispanas. Son so­ciedades que se caracterizan porque a la prudencia, a la labo­riosidad, a la valía, a la honestidad y a la creatividad las per­si­guen con tanta saña los necios, los holgazanes y los envidio­sos que suelen estar apltronados en el vértice de la pirámide so­cial, que la gente honrada ape­nas cuenta y per­ma­nece siem­pre al fondo del saco. Siempre Nietzsche: moral de (fal­sos) señores y moral de es­clavos...

A este paso -ya lo he dicho otras veces- media España aca­bará en el manicomio y la otra media -un poco hacinada eso sí- en el Penal del Dueso.

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