¿Quién, en sus cabales, niega que el Holocausto a que Hitler y sus secuaces infligieron a la etnia judía es la peripecia de horror más grande en la historia conocida, al menos medida por el número de las víctimas?
Pero, como dicen los conformistas, los optimistas y los vitalistas: no hay mal que por bien no venga. El fruto viene de la corrupción de la semilla. Y como consecuencia de aquel horror, una etnia que había estado deambulando por la historia más de dos mil años (si hemos de creer a pie juntillas a biblias y a historiadores), se encuentra de la noche a la mañana con un territorio propio por arte de birlibirloque en un lugar de Oriente Medio de cuyo nombre no quiero acordarme. Gracias a la "generosidad" de las potencias triunfantes, primero en la I Gran Guerra y luego en la segunda, un millón de esa etnia se encontró con casa nueva cuando algunos la habían tenido por nómada o transhumante y no como pueblo huido según cuenta la historia -o la leyenda- de la diáspora en el siglo III a. C. Y digo que es posible que sea leyenda, pues si ponemos en tela de juicio la historia creacionista de la humanidad contada en “las Biblias”, no hay razón suficiente para admitir como posiblemente falsas unas partes y otras no.
Tras la I Guerra Mundial, los términos de la Declaración de Balfour se incluyeron en el Mandato de Palestina aprobado por la Sociedad de Naciones en 1922. El Mandato encargó a Gran Bretaña la gestión de Palestina y le confió la tarea de ayudar a los judíos para “reconstituir su patria en ese país”.
Durante el periodo del Mandato británico, que duró hasta 1948, comenzaron a realizarse asentamientos judíos de gran envergadura y a desarrollarse grandes empresas agrícolas e industriales sionistas. La comunidad judía, o Yishuv, se multiplicó por diez durante este periodo, especialmente en la década de 1930, en la que un gran número de judíos huyeron de las persecuciones nazis en Europa.
En Tel Aviv, el 14 de mayo de 1948, el Consejo Provisional del Estado, antiguo Consejo Nacional, en representación del pueblo judío de Palestina y del movimiento sionista mundial, proclamó el establecimiento del Estado judío de Palestina, que se llamaría Medinat Yisra’el (Estado de Israel) y estaría abierto a la inmigración de judíos dispersos por todo el mundo. Inicialmente fueron poco más de tres cuartos de millón. Hoy son más de cinco millones. En 1967 Israel conquistaría los territorios de Cisjordania con Jerusalén Este, entonces bajo administración de Jordania, así como los Altos del Golán, en territorio sirio. El caso es que los límites establecidos por la división de la ONU en 1947, que eran de unos 15.500 km2, llegaron a alcanzar los 21.976 km² que tiene hoy día por sucesivas anexiones o conquistas.
Aquellos individuos, que procedían de todas partes, se encontraron de repente en un lugar habitado por otros. Es, en cierto modo, como si en el delta del Ebro, por ejemplo, el imperio decidiese instalar a un millón de gitanos que jamás tuvieron, ni quisieron tener, casa propia.
Pero no voy a entrar en polémica sobre el derecho a "regresar" a sus orígenes territoriales, sobre el derecho de las potencias a decidirlo y sobre si fue una delicadeza de agrimensor el cálculo del espacio que habrían de ocupar los nuevos inquilinos. Démoslo todo por bueno pues, ya se sabe, la historia la escriben recta los hombres pero con renglones torcidos, y hemos de ser siempre comprensivos... con los ganadores.
Así pues, desde el fin de la I Guerra Mundial ya estaban las naciones triunfadoras por la idea de asentar a los judíos en aquella tierra. Después de 1922, todo ha sido una historia interminable de guerras entre los recién asentados y los autóctonos...
Es imposible resarcir a un pueblo de la muerte pavorosa de millones de sus miembros. (Tampoco es resarcible la de centenares de miles de iraquíes y afganos que se viene produciendo hoy día). Pero el “regreso” a casa de unos cuantos centenares de miles que salieron sanos y salvos por un lado, y la ampliación de la casa por otro en 1967, para aquellos que se asentaron allí por “mandato de las Naciones” no deja de ser un consuelo, aunque exiguo, a cambio de la barbarie que sufrieron sus hermanos.
No sólo eso. El desquite del horror del Holocausto por parte de Israel es ya un hecho en extensión y en profundidad. Las cañas se han vuelto lanzas, y ahora es el Estado de Israel el que, con la misma motivación o excusa de la misma defensa de su territorio que Estados Unidos arguye para cometer sus fechorías, el que está infligiendo otro holocausto a escala sobre palestinos y libaneses. El ojo por ojo pertenece a su religión y a su doctrina. Pero lo que no dice ni su religión ni su doctrina, es que el ojo que ha de sacar por venganza en virtud de su Ley del Talión sea, no el del que se lo sacó, sino del vecino cuya casa encima ocupó además sin su permiso.
Bien, para ser mínimamente objetivos digamos que, vistos los hechos, no echemos la culpa a los que ocuparon aquel territorio en 1948, y menos a sus hijos y nietos que echaron raíces allí. Tampoco culpemos a las potencias que ganaron la guerra al alemán por partida doble, de ser generosas regalando territorios que no les pertenecían. Tampoco culpemos -mucho menos- a los que vivían y viven desde siempre en aquellas tierras: unos bañados en petróleo y otros cercanos a ellos a quienes desde hace casi un siglo no les dejan en paz las potencias llamadas entonces "coloniales".
No culpemos a nadie, pero el caso es que, tal como están las cosas en Oriente Medio y en el planeta, todo lleva camino de que el ojo por ojo del Talión, que es lo que gobierna al mundo hoy día, está a punto de dejar al mundo completamente ciego, como vaticinó Mahatma Gandhi...
Pero, como dicen los conformistas, los optimistas y los vitalistas: no hay mal que por bien no venga. El fruto viene de la corrupción de la semilla. Y como consecuencia de aquel horror, una etnia que había estado deambulando por la historia más de dos mil años (si hemos de creer a pie juntillas a biblias y a historiadores), se encuentra de la noche a la mañana con un territorio propio por arte de birlibirloque en un lugar de Oriente Medio de cuyo nombre no quiero acordarme. Gracias a la "generosidad" de las potencias triunfantes, primero en la I Gran Guerra y luego en la segunda, un millón de esa etnia se encontró con casa nueva cuando algunos la habían tenido por nómada o transhumante y no como pueblo huido según cuenta la historia -o la leyenda- de la diáspora en el siglo III a. C. Y digo que es posible que sea leyenda, pues si ponemos en tela de juicio la historia creacionista de la humanidad contada en “las Biblias”, no hay razón suficiente para admitir como posiblemente falsas unas partes y otras no.
Tras la I Guerra Mundial, los términos de la Declaración de Balfour se incluyeron en el Mandato de Palestina aprobado por la Sociedad de Naciones en 1922. El Mandato encargó a Gran Bretaña la gestión de Palestina y le confió la tarea de ayudar a los judíos para “reconstituir su patria en ese país”.
Durante el periodo del Mandato británico, que duró hasta 1948, comenzaron a realizarse asentamientos judíos de gran envergadura y a desarrollarse grandes empresas agrícolas e industriales sionistas. La comunidad judía, o Yishuv, se multiplicó por diez durante este periodo, especialmente en la década de 1930, en la que un gran número de judíos huyeron de las persecuciones nazis en Europa.
En Tel Aviv, el 14 de mayo de 1948, el Consejo Provisional del Estado, antiguo Consejo Nacional, en representación del pueblo judío de Palestina y del movimiento sionista mundial, proclamó el establecimiento del Estado judío de Palestina, que se llamaría Medinat Yisra’el (Estado de Israel) y estaría abierto a la inmigración de judíos dispersos por todo el mundo. Inicialmente fueron poco más de tres cuartos de millón. Hoy son más de cinco millones. En 1967 Israel conquistaría los territorios de Cisjordania con Jerusalén Este, entonces bajo administración de Jordania, así como los Altos del Golán, en territorio sirio. El caso es que los límites establecidos por la división de la ONU en 1947, que eran de unos 15.500 km2, llegaron a alcanzar los 21.976 km² que tiene hoy día por sucesivas anexiones o conquistas.
Aquellos individuos, que procedían de todas partes, se encontraron de repente en un lugar habitado por otros. Es, en cierto modo, como si en el delta del Ebro, por ejemplo, el imperio decidiese instalar a un millón de gitanos que jamás tuvieron, ni quisieron tener, casa propia.
Pero no voy a entrar en polémica sobre el derecho a "regresar" a sus orígenes territoriales, sobre el derecho de las potencias a decidirlo y sobre si fue una delicadeza de agrimensor el cálculo del espacio que habrían de ocupar los nuevos inquilinos. Démoslo todo por bueno pues, ya se sabe, la historia la escriben recta los hombres pero con renglones torcidos, y hemos de ser siempre comprensivos... con los ganadores.
Así pues, desde el fin de la I Guerra Mundial ya estaban las naciones triunfadoras por la idea de asentar a los judíos en aquella tierra. Después de 1922, todo ha sido una historia interminable de guerras entre los recién asentados y los autóctonos...
Es imposible resarcir a un pueblo de la muerte pavorosa de millones de sus miembros. (Tampoco es resarcible la de centenares de miles de iraquíes y afganos que se viene produciendo hoy día). Pero el “regreso” a casa de unos cuantos centenares de miles que salieron sanos y salvos por un lado, y la ampliación de la casa por otro en 1967, para aquellos que se asentaron allí por “mandato de las Naciones” no deja de ser un consuelo, aunque exiguo, a cambio de la barbarie que sufrieron sus hermanos.
No sólo eso. El desquite del horror del Holocausto por parte de Israel es ya un hecho en extensión y en profundidad. Las cañas se han vuelto lanzas, y ahora es el Estado de Israel el que, con la misma motivación o excusa de la misma defensa de su territorio que Estados Unidos arguye para cometer sus fechorías, el que está infligiendo otro holocausto a escala sobre palestinos y libaneses. El ojo por ojo pertenece a su religión y a su doctrina. Pero lo que no dice ni su religión ni su doctrina, es que el ojo que ha de sacar por venganza en virtud de su Ley del Talión sea, no el del que se lo sacó, sino del vecino cuya casa encima ocupó además sin su permiso.
Bien, para ser mínimamente objetivos digamos que, vistos los hechos, no echemos la culpa a los que ocuparon aquel territorio en 1948, y menos a sus hijos y nietos que echaron raíces allí. Tampoco culpemos a las potencias que ganaron la guerra al alemán por partida doble, de ser generosas regalando territorios que no les pertenecían. Tampoco culpemos -mucho menos- a los que vivían y viven desde siempre en aquellas tierras: unos bañados en petróleo y otros cercanos a ellos a quienes desde hace casi un siglo no les dejan en paz las potencias llamadas entonces "coloniales".
No culpemos a nadie, pero el caso es que, tal como están las cosas en Oriente Medio y en el planeta, todo lleva camino de que el ojo por ojo del Talión, que es lo que gobierna al mundo hoy día, está a punto de dejar al mundo completamente ciego, como vaticinó Mahatma Gandhi...
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