13 julio 2006

Amaos los unos a los otros

Es asombroso cómo cumplen los cristianos este precepto. Es maravilloso cómo ha calado entre sus fieles esta exhor­tación de Je­sucristo, fundamento de lo que luego los trafi­cantes de doc­trinas han hecho religión...

Y efectivamente, los “unos”, que son ellos, son los que profesan más amor "a los otros", que somos nosotros. Ellos están principalmente en los dos países donde millones de cristianos no permiten que se les caiga de la boca las pala­bras Cristo, Dios y el Pa­dre. Esos dos países son España y Estados Unidos. De ahí ese otrora glorioso enten­dimiento entre los dos brazos armados del cris­tianismo y jerárquica­mente por encima de pontífices y apóstoles: Bush el deca­dente, y el ya lejano Aznar que ha optado por servir a su Dios a través de Mur­dock por un pu­ñado de billetes.

En España es portentoso el amor que emana de los obis­pos y de sus Conferencias, de sus ra­dios y de sus locutores. En Estados Unidos no es menor el que fluye de la Casa Blanca, de sus Conferencias de Dallas y de sus predicado­res televisivos. Y mágico es el amor que dispensan a sus semejantes los que, aun laicos, son defensores de una polí­tica militarizada y re­presiva en defensa numantina de los valores cristianos. Valo­res que sobran, pues basta el expre­sivo "amaos los unos a los otros" que aglutina a los demás. Pero también valo­res que en­carnan grandio­samente y por encima del resto de los ciuda­danos del mundo: Bush, Con­doleezza, Berlusconi, Aznar, Botella, Rouco, Cañizares, el vocero episcopalista Jiménez y el televisivo predicador Pat Robertson. Ellos, los valedo­res, los cruzados modernos que dejan en pañales al amor de los que fueron en otros siglos a sem­brarlo a Tierra Santa con flores a Ma­ría...

Dejemos a un lado las naderías recientes de las invasio­nes por amor y apenas sin derramamiento de sangre, de Af­ganistán e Irak. Dejémoslas aparte: en enero de 2005 el principal amigo de Bush, Grover Nosquist, destapa sus pla­nes de gobierno: "Enterraremos a los europeos y mo­vere­mos el Estado de Bienestar hacia un sistema privado (por amor)"; en el 2002 el Pentágono cristiano crea una agencia para 'in­toxicar' a la prensa mundial. En 2006 ese santo pre­dicador televisivo, Pat Robertson, sugiere matar al venezo­lano Chávez... por amor. ¡Qué grande la glosa del “amaos”, en España y en Estados Unidos!
Tanta importancia dan los “unos” a Jesu­cristo, a sus sa­bios, consoladores y esperanzadores consejos; tanto fervor despierta en ellos el sermón de la montaña y las bienaven­turanzas; tanto es su amor a los demás, “los otros”, noso­tros; tanta es su consagración al "amaos"... que son capa­ces de reventar a un país entero, de arrojar al Aqueronte a los que no aman como ellos, de matar y de torturar a los que no comparten su sentido del amor porque son ellos los que han de interpretar el “amaos” que el Maestro predicó hace dos mil años con éxito igual a un billón de best sellers.

Con éxito apabullante, porque desde entonces, desde que Jesucristo dijo "amaos los unos a los otros", jamás hubo tanto amor, tanto respeto, tanta vida, tanta luz, tanto gozo, tanto regocijo, tanta felicidad en el mundo creado por el Pa­dre. Y todo gracias al pundonoroso cumplimiento de ese consejo, que para ellos es una orden, que con tanto entu­siasmo siembran por el mundo sus vectores. En España, Aznar y compañía, Rouco y compañía, Jiménez y compa­ñía; y en Esta­dos Unidos, Bush y compa­ñía, Condoleeza y compañía, Pat Robertson y compa­ñía...

Y es que piensan -tan ilusionantes son- que Dios les ha conferido una mi­sión re­dentora en un mundo abatido. Los católicos, los orto­doxos, los judíos, to­dos pertenecen a una iglesia única, na­cional calvinista y cainita. Militarizar la política es la primera medida para en­tronizar el amor. “Ellos” se me­recen la gracia boba del cielo, y nosotros lo único que debe­mos hacer es dejarnos guiar por los senderos beatíficos tra­zados por “ellos”.

Nos aman como nosotros les amamos a “ellos”. Pero hay una diferencia muy a su favor. Y es que ellos inoculan el amor en el mundo a bombazos, y eso es infi­nitamente más efi­caz que nuestro blandengue y sensiblero sentido del amor. Seguramente Cristo pensó que no había necesidad de acla­rar cómo debe ser el amor y cómo debemos practicarlo, sen­cillamente porque eso está grabado en nuestra miserable condición. Desde luego “ellos” lo tienen claro: a lo bes­tia.
Seamos complacientes y comprensivos con los “unos”, ellos, por amor. Todo sea por hacer caso a la consigna. Porque “los unos”, ellos, están en po­sesión de toda la ver­dad. Y si no les seguimos, si no somos sus epígonos, “los otros”, nosotros, los legos en amor, sere­mos los traidores.

Sea como fuere, no lo olvidemos: “Amaos los unos a los otros”.

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