Es asombroso cómo cumplen los cristianos este precepto. Es maravilloso cómo ha calado entre sus fieles esta exhortación de Jesucristo, fundamento de lo que luego los traficantes de doctrinas han hecho religión...
Y efectivamente, los “unos”, que son ellos, son los que profesan más amor "a los otros", que somos nosotros. Ellos están principalmente en los dos países donde millones de cristianos no permiten que se les caiga de la boca las palabras Cristo, Dios y el Padre. Esos dos países son España y Estados Unidos. De ahí ese otrora glorioso entendimiento entre los dos brazos armados del cristianismo y jerárquicamente por encima de pontífices y apóstoles: Bush el decadente, y el ya lejano Aznar que ha optado por servir a su Dios a través de Murdock por un puñado de billetes.
En España es portentoso el amor que emana de los obispos y de sus Conferencias, de sus radios y de sus locutores. En Estados Unidos no es menor el que fluye de la Casa Blanca, de sus Conferencias de Dallas y de sus predicadores televisivos. Y mágico es el amor que dispensan a sus semejantes los que, aun laicos, son defensores de una política militarizada y represiva en defensa numantina de los valores cristianos. Valores que sobran, pues basta el expresivo "amaos los unos a los otros" que aglutina a los demás. Pero también valores que encarnan grandiosamente y por encima del resto de los ciudadanos del mundo: Bush, Condoleezza, Berlusconi, Aznar, Botella, Rouco, Cañizares, el vocero episcopalista Jiménez y el televisivo predicador Pat Robertson. Ellos, los valedores, los cruzados modernos que dejan en pañales al amor de los que fueron en otros siglos a sembrarlo a Tierra Santa con flores a María...
Dejemos a un lado las naderías recientes de las invasiones por amor y apenas sin derramamiento de sangre, de Afganistán e Irak. Dejémoslas aparte: en enero de 2005 el principal amigo de Bush, Grover Nosquist, destapa sus planes de gobierno: "Enterraremos a los europeos y moveremos el Estado de Bienestar hacia un sistema privado (por amor)"; en el 2002 el Pentágono cristiano crea una agencia para 'intoxicar' a la prensa mundial. En 2006 ese santo predicador televisivo, Pat Robertson, sugiere matar al venezolano Chávez... por amor. ¡Qué grande la glosa del “amaos”, en España y en Estados Unidos!
Tanta importancia dan los “unos” a Jesucristo, a sus sabios, consoladores y esperanzadores consejos; tanto fervor despierta en ellos el sermón de la montaña y las bienaventuranzas; tanto es su amor a los demás, “los otros”, nosotros; tanta es su consagración al "amaos"... que son capaces de reventar a un país entero, de arrojar al Aqueronte a los que no aman como ellos, de matar y de torturar a los que no comparten su sentido del amor porque son ellos los que han de interpretar el “amaos” que el Maestro predicó hace dos mil años con éxito igual a un billón de best sellers.
Con éxito apabullante, porque desde entonces, desde que Jesucristo dijo "amaos los unos a los otros", jamás hubo tanto amor, tanto respeto, tanta vida, tanta luz, tanto gozo, tanto regocijo, tanta felicidad en el mundo creado por el Padre. Y todo gracias al pundonoroso cumplimiento de ese consejo, que para ellos es una orden, que con tanto entusiasmo siembran por el mundo sus vectores. En España, Aznar y compañía, Rouco y compañía, Jiménez y compañía; y en Estados Unidos, Bush y compañía, Condoleeza y compañía, Pat Robertson y compañía...
Y es que piensan -tan ilusionantes son- que Dios les ha conferido una misión redentora en un mundo abatido. Los católicos, los ortodoxos, los judíos, todos pertenecen a una iglesia única, nacional calvinista y cainita. Militarizar la política es la primera medida para entronizar el amor. “Ellos” se merecen la gracia boba del cielo, y nosotros lo único que debemos hacer es dejarnos guiar por los senderos beatíficos trazados por “ellos”.
Nos aman como nosotros les amamos a “ellos”. Pero hay una diferencia muy a su favor. Y es que ellos inoculan el amor en el mundo a bombazos, y eso es infinitamente más eficaz que nuestro blandengue y sensiblero sentido del amor. Seguramente Cristo pensó que no había necesidad de aclarar cómo debe ser el amor y cómo debemos practicarlo, sencillamente porque eso está grabado en nuestra miserable condición. Desde luego “ellos” lo tienen claro: a lo bestia.
Seamos complacientes y comprensivos con los “unos”, ellos, por amor. Todo sea por hacer caso a la consigna. Porque “los unos”, ellos, están en posesión de toda la verdad. Y si no les seguimos, si no somos sus epígonos, “los otros”, nosotros, los legos en amor, seremos los traidores.
Sea como fuere, no lo olvidemos: “Amaos los unos a los otros”.
Y efectivamente, los “unos”, que son ellos, son los que profesan más amor "a los otros", que somos nosotros. Ellos están principalmente en los dos países donde millones de cristianos no permiten que se les caiga de la boca las palabras Cristo, Dios y el Padre. Esos dos países son España y Estados Unidos. De ahí ese otrora glorioso entendimiento entre los dos brazos armados del cristianismo y jerárquicamente por encima de pontífices y apóstoles: Bush el decadente, y el ya lejano Aznar que ha optado por servir a su Dios a través de Murdock por un puñado de billetes.
En España es portentoso el amor que emana de los obispos y de sus Conferencias, de sus radios y de sus locutores. En Estados Unidos no es menor el que fluye de la Casa Blanca, de sus Conferencias de Dallas y de sus predicadores televisivos. Y mágico es el amor que dispensan a sus semejantes los que, aun laicos, son defensores de una política militarizada y represiva en defensa numantina de los valores cristianos. Valores que sobran, pues basta el expresivo "amaos los unos a los otros" que aglutina a los demás. Pero también valores que encarnan grandiosamente y por encima del resto de los ciudadanos del mundo: Bush, Condoleezza, Berlusconi, Aznar, Botella, Rouco, Cañizares, el vocero episcopalista Jiménez y el televisivo predicador Pat Robertson. Ellos, los valedores, los cruzados modernos que dejan en pañales al amor de los que fueron en otros siglos a sembrarlo a Tierra Santa con flores a María...
Dejemos a un lado las naderías recientes de las invasiones por amor y apenas sin derramamiento de sangre, de Afganistán e Irak. Dejémoslas aparte: en enero de 2005 el principal amigo de Bush, Grover Nosquist, destapa sus planes de gobierno: "Enterraremos a los europeos y moveremos el Estado de Bienestar hacia un sistema privado (por amor)"; en el 2002 el Pentágono cristiano crea una agencia para 'intoxicar' a la prensa mundial. En 2006 ese santo predicador televisivo, Pat Robertson, sugiere matar al venezolano Chávez... por amor. ¡Qué grande la glosa del “amaos”, en España y en Estados Unidos!
Tanta importancia dan los “unos” a Jesucristo, a sus sabios, consoladores y esperanzadores consejos; tanto fervor despierta en ellos el sermón de la montaña y las bienaventuranzas; tanto es su amor a los demás, “los otros”, nosotros; tanta es su consagración al "amaos"... que son capaces de reventar a un país entero, de arrojar al Aqueronte a los que no aman como ellos, de matar y de torturar a los que no comparten su sentido del amor porque son ellos los que han de interpretar el “amaos” que el Maestro predicó hace dos mil años con éxito igual a un billón de best sellers.
Con éxito apabullante, porque desde entonces, desde que Jesucristo dijo "amaos los unos a los otros", jamás hubo tanto amor, tanto respeto, tanta vida, tanta luz, tanto gozo, tanto regocijo, tanta felicidad en el mundo creado por el Padre. Y todo gracias al pundonoroso cumplimiento de ese consejo, que para ellos es una orden, que con tanto entusiasmo siembran por el mundo sus vectores. En España, Aznar y compañía, Rouco y compañía, Jiménez y compañía; y en Estados Unidos, Bush y compañía, Condoleeza y compañía, Pat Robertson y compañía...
Y es que piensan -tan ilusionantes son- que Dios les ha conferido una misión redentora en un mundo abatido. Los católicos, los ortodoxos, los judíos, todos pertenecen a una iglesia única, nacional calvinista y cainita. Militarizar la política es la primera medida para entronizar el amor. “Ellos” se merecen la gracia boba del cielo, y nosotros lo único que debemos hacer es dejarnos guiar por los senderos beatíficos trazados por “ellos”.
Nos aman como nosotros les amamos a “ellos”. Pero hay una diferencia muy a su favor. Y es que ellos inoculan el amor en el mundo a bombazos, y eso es infinitamente más eficaz que nuestro blandengue y sensiblero sentido del amor. Seguramente Cristo pensó que no había necesidad de aclarar cómo debe ser el amor y cómo debemos practicarlo, sencillamente porque eso está grabado en nuestra miserable condición. Desde luego “ellos” lo tienen claro: a lo bestia.
Seamos complacientes y comprensivos con los “unos”, ellos, por amor. Todo sea por hacer caso a la consigna. Porque “los unos”, ellos, están en posesión de toda la verdad. Y si no les seguimos, si no somos sus epígonos, “los otros”, nosotros, los legos en amor, seremos los traidores.
Sea como fuere, no lo olvidemos: “Amaos los unos a los otros”.
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