07 julio 2006

Genocidio a la vista


En el neoliberalismo subyace un diabólico propósito geno­cida aunque en los principios “fundacionales” de los ensa­yistas mediáticos norteamericanos (economistas y socioló­goso principalmente) no figure re­gistrado. En principio pa­rece defensivo (y en cierto modo lo es), pues no aparece como fin último la eliminación de etnias de segunda y secto­res sociales. Pero la eliminación es una consecuencia nece­saria del mismo; está implicita en el cálculo perverso, como el que no quiere la cosa, de la sucesiva desaparición de los incautos, de los que aún tienen escrúpulos sociales, de los confiados y de los cabales.

Esta sociedad occidental, competitiva hasta la ferocidad, no puede sino generar un todos contra todos en el que el ingenuo no tiene cabida. El ingenuo es la víctima primera, cuando se supone que el grueso de cada pueblo y de cada sociedad está compuesto de confiados y de bondadosos más o menos entusiastas de la prosperidad nominal que se les vende, pese a que a ella sólo tiene acceso una pequeña parte en comparación con la que queda al margen a lo largo y ancho del planeta. Y digo que ingenua es la mayoría, pues si la ingenuidad estuviera sólo en la minoría absoluta, una nueva revolución cruenta estaría ya en marcha hace mucho tiempo. Si todos fuéramos tan bestiales como ellos, tuviéramos la moral de los "señores" nieztscheana, es decir careciéramos en absoluto de moral, pese a guardias y prisiones, pronto el mundo saltaría por los aires... con ellos.

Es la “honradez” de la inmensa mayoría lo que a ésta le hace preferir sucumbir a la presión de los "fuertes"; es la “honradez” generalizada lo que hace posible a estas socie­dades neocapitalistas. Si “todos” estuviéramos en pie de guerra y con disposición de transgredir con las mismas ar­mas que sus enemigos, no habría códigos penales, siste­mas penitenciarios y dispositivos de control social que hicie­ran posible la estabilidad externa en que se desenvuelven. La principal contención radica en la "hon­radez". Y no me re­fiero a la honradez forzosa, a la mante­nida con pelotas de goma, gases lacrimógenos y cárcel, sino a la “honradez” que deviene del retraimiento general y del "no atreverse" de los más, por motivos varios. Por eso el sistema neoliberal viene funcionando con arreglo a una fórmula que refuerza la selección natural en la sociedad posindustrial robótica, en cuyo tramo final el resultado es una auténtica selección so­cial dirigida en que los patricios se alcen sobre el resto.

Lo que propicia el sistema único de iniciativa privada -ver­dadero eje del mal norteamericano- es restringir el disfrute del estado de bienestar sólo a elegidos. Como según ese sistema al repartir la tarta no hay para todos, diezmar a la población activa excluyendo a los que les conviene conside­rar “incapaces” porque no ac­ceden al mundo del trabajo pero tampoco asegurándoles un mínimo, es un modo crimi­nal de sembrar no ya la infelicidad sino la destruc­ción de quienes fuere menester, la audestrucción, es decir el sui­ci­dio que aumenta en progresión exponencial según la OMS.

Sin trabajo, sin salario y sin subsidio hay un suicida o un criminal en potencia cuando a la carencia se suma la falta de esperanza. El neoliberalismo yanqui ha pren­dido en otros países, entre ellos España, y está fundado en esa tesis de la aniquilación gradual. No atender a la parte de la población deshere­dada, perseguirla con una intención cierta de elimi­nación es un método nazi que no sólo contribuye a la selec­ción natu­ral, sino que la potencia hasta convertirla en selec­ción artifi­cial. Por eso talan bosques, destruyen ecosiste­mas, extin­guen etnias, persiguen al árabe y a grupos socia­les y a indi­viduos que califican de terroristas en unos casos y en otros de incapaces porque no se les someten. El débil es o terro­rista o incapaz dentro de la idea de la “selección” artificial a que me re­fiero...

Se les reconoce bien a los padres de la monstruosidad porque no es que les baste, es que aspiran a la vida artifi­cial, sin poesía, sin remansos que no sean campos de golf; porque refuerzan al teóricamente fuerte, fuerte que lo es porque carece de es­crúpulos con el débil; porque ponen en manos del fuerte las ar­mas de fuego, financieras y mediáti­cas que niegan a otros que les harían frente.

Herbert Spencer es su principal mentor. Se lo han sacado de la chistera. Por eso Aznar propuso un día al Chávez ve­nezolano que se uniera al famoso trío de satanes, argu­mentando que "los pueblos pobres (la sociedad pobre de­ntro de la opulenta incluida) están llama­dos a desaparecer”. Claro que están llamados a desapare­cer. Pero no están lla­mados a desaparecer por la selección implacable natural, sino por la selección previa que los an­glosajones aliados a los hispanos herederos de los con­quistadores se han pro­puesto hacer en el mundo para diezmarlo y para que a la larga, o más bien a la corta, quede en él la quintaesencia de la raza y del grupo dominante.

Herbert Spencer formuló el principio sobre la “su­perviven­cia de los más aptos” seis años antes que Darwin. En su obra La estática social (1851) y en otros estudios, Spencer defendió que a través de la competencia la socie­dad evolu­cionaría hacia la prosperidad y libertad individua­les. Una teoría que ofrecía la posibilidad de clasificar a los grupos sociales según su capacidad para dominar la natu­raleza. Desde este punto de vista, las personas que alcan­zaban ri­queza y poder eran consideradas las más aptas, mientras que las clases socioeconómicas más bajas, las menos ca­pacitadas.

Lo malo es que todo el proceso selec­tivo no se produce gracias a aptitudes naturales, sino a ventajas adjudicadas o logradas por vía de una moral que se caracteriza por la falta de moral, por el despojo del es­crúpulo, por la determinación de doblegar al competidor por el método y las habilidades que fueren menester sin límites, sin miramientos, sin con­ciencia. En la teoría del darwinismo social el ne­oliberalismo rechaza la intervención de los gobiernos en los asuntos re­lacionados con la competencia entre las personas y está a favor del laissez-faire como doctrina política y eco­nómica única. Esta teoría fue utilizada por algunos como base filo­sófica del imperialismo, el racismo y el capita­lismo a ul­tranza. Esta es la semilla del nazismo ul­traindivi­dualista que impera ahora en el mundo más fuerte arma­mentísticamente, que se erige también en el más fuerte en todo lo demás. Esto está en línea con la antigua “moral”. Aquélla que atri­buía la enfermedad al castigo di­vino, por la perversidad del individuo que la padecía o por la maldad de sus antepasa­dos.

El darwinismo social, Herbert Spencer y los que sociológi­camente han abrazado el tipo convencional de economía que se ajusta al darwinismo social, son los actuales nazis norteamericanos, británicos, italianos e hispanos que domi­nan al mundo. Téngase presente todo esto a la hora de pre­parar la posible defensa frente a esta reata de canallas. Ca­nallas émulos de Hitler que a diferencia de éste y de los ne­cios que le rodeaban, tienen buen cuidado de no poner las cartas boca arriba haciendo proclamas a lo Mein Kampf que pudieran poner en guardia decididamente a las partes de la sociedad y del mundo sa­nas que todavía quedan. Ellos van a lo seguro. Y para lograr lo seguro no hay mayor desatino que desvelar los auténticos propósitos y la estrategia.

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