05 julio 2006

A propósito de lectores y escritores

No el re­futar, y menos el menospreciar por­que no co­incida con nuestra opi­nión que, por cierto, tan a menudo al­gunos irri­tantemente improvisan. La verdad puede ser más o menos amplia, más o menos honda, más o menos relativa –todas al final lo son. Pero si tenemos dere­cho a la nuestra, no lo te­nemos para hurtár­sela a otro a me­nos que defienda de uno u otro modo el cri­men aunque esté emboscado arteramente en “le­galidad”. Y si es así, más val­drá no refu­tarle, pues su sen­sibi­lidad es la misma que hay en el es­parto para el tacto.

Stephan Zweig, a propósito de la conversación (y ello se­ría a mi juicio también aplicable a la publicación de ideas), dice que lo ideal es que entre los participantes se produzca un consenso tácito; de manera que cada vez que uno habla, al hacerlo los demás cada uno de los otros le acompañe. Como se interpreta, por ejemplo, un quinteto de música de cá­mara: el solista propone la melodía central y las demás cuerdas brindan su “versión” del mismo tema. En este caso de la con­versación, habría un solista en cada uno de los conversado­res y cada uno aporta eventualmente su melodía o acompaña a la del otro. Lo mismo sería aplicable a la propuesta del au­tor y a los comentarios del lector...

Otra cosa son los diálogos en par­lamentos y en platós pen­sados justamente para la refriega, para la contra­dicción y para el des­encuentro, pues si no hay tales, parece que no hay “vida”. Pero esto es triste con­se­cuencia del pen­samiento y del espíritu de la contradicción socráticos que tanto daño han hecho a la humanidad...

Voy al grano...

No necesariamente "el escritor", mejor dicho el que sim­ple­mente es­cribe, ha de escribir pensando en el tipo de lector y me­nos cal­culando el número. Sólo será así, si por "escritor" te­nemos sólo a quien publica para vender un libro o una idea: el objetivo final. Entonces sí, efectivamente su valor sólo po­dría medirse por el número de sus lecto­res, por lo que diga un jurado siempre sospechoso o por el influjo de la moda en el pensar, que también existe. Examinada así la cuestión, los mejores autores, en una sociedad competitiva hasta el des­piece y que todo lo concibe bajo ran­king y best sellers, no hay más remedio que admitir esta­rían entre los que “más venden” aun­que sean unos perfectos necios a juicio de otros, y sus escritos o sus libros sean basura vistos en perspectiva o desde la posteridad. Por eso, siendo intere­sante contabili­zarse lectu­ras, a algunos les puede in­ducir a error, tanto si son lecto­res como si son autores. Y puede ser hasta peli­groso a la hora de "crear" ideas, pues el in­fantil propósito de coleccionar lecturas es relativamente fácil. Basta rebus­car un título atractivo o sensacionalista. Pero este sería ya otro “arte”, el del librero y el del redactor de un periódico...

No. Es lógico escribir con la esperanza de conectar con el lector, pero no es preciso que exista sintonía (eso es bueno para la pe­dagogía nada más) ni que se busque, ni que se es­pe­re. Más bien al contrario, lo valioso está´escondido entre la hoja­rasca o, como el oro, entre la ganga. Y la complicidad entre autor y lector podrá ser excepcional, pero al escritor sincero suponer que existió aunque sea con uno sólo de sus lectores le bastará. Escribir en clave periodística es otra cosa. Pues a menudo, y esto lo sa­bemos quienes escribimos casi a diario toda la vida, la "cali­dad" y la hondura son inversamente proporcionales a la aten­ción que merece­mos. La conexión espiritual, mental y cultural previa entre el autor y el escritor (a menos que hablemos de literatura, al fi­nal de entretenimiento aun­que no sólo haya tal), no puede ser, ni mucho menos, ge­ne­ral. Tam­bién todo lo contrario. La disposición a ahondar y a pensar o a no ahondar y a no pen­sar, y la preferencia por el pensa­miento hondo so­bre el li­gero y a la inversa por parte del lec­tor, son conclu­yentes. Lo "nor­mal", en estos tiempos, es optar por la molicie. No hay tiempo, nos espera otra cosa, estamos ávidos, impa­cientes por el plan siguiente en cuanto hayamos terminado de leer entre líneas este es­crito. ¡Qué lata! No se en­tiende. Lo dejo... Sin embargo algu­nos preferi­mos mil ve­ces topar con una idea seductora -tan difí­cil es- que nos punce el pensa­miento, a lu­cir las nuestras y nuestra presunta inte­ligencia.

No necesariamente "el escritor", mejor dicho, el que sim­plemente es­cribe, ha de escribir para lectores y menos cal­culando el número –decía-, porque hay “escritores sin obra”, que no se conocen por­que no publican y sólo los conocen como tales sus allegados, y otros porque para cono­cer su obra hay que esperar a que hayan muerto y luego a que al­guien de talla los “descubra”. Por eso, des­pués de todo ge­nio y de todo talento está el ta­lento que lo des­cu­bre. Si éste no surge o no aparece la oportunidad, se puede malo­grar un genio que existió pero es nonato. Eso mismo puede pasar también con compo­sito­res de música y pintores. Por eso ¡cuántos habrá a los que no conoceremos nunca que han es­crito (o compuesto o dibu­jado) "sólo" para sí y su ín­tima de­lecta­ción! Es más, seguro que los de esta clase, no someti­dos a crítica ni a persecu­ción, disfrutan más y dirán cosas más certeras sin la pre­sión de tener que evitar a todo trance la imagen del orate.
Reconozcamos que con ser muy humano y “lógico”, publi­car, editar, sea donde sea y como sea, es simple­mente una tonta vanidad. Pero mucho más si además bus­camos aplau­sos y aprobación. Y también puede ser una terapia perso­nal. En este sentido, ¡cuántos y cuántas no se atreven a pu­bli­car aquí sus reflexiones por miedo a que no encajen entre censo­res sin cara o sean toma­dos por extravagantes! ¡cuánta idea se pierde porque el sentido ge­neral y las co­rrientes de opi­nión “oficiales” o in­cluso hetero­doxas dentro de un determi­nado pensamiento, piensan que les aplas­taría!

Pero escribir como terapia para dar salida a los fantasmas que nos abruman, es la que parece más aconsejable. Ese es mi único propósito. Y así me lo parece, tanto para los que es­criben lindamente como para los que tie­nen ideas propias aunque las expongan con relativa tosque­dad. Lo importante, a mi juicio, no es tanto escribir pen­sando en dar una lección magistral o en atraer al mayor número de lecto­res. Eso son dictados, exigencias de editorial o de tribunal de magis­terio. Lo impor­tante es alumbrar ideas que nos salen desde "de­ntro" como una inspiración. Ideas sobre las que tenemos la sensación de que son nuestras, aunque “sabemos” positi­va­mente que no hay ninguna idea nueva bajo el sol.

"El que no espere tener un millón de lectores que no es­criba ni una línea", dice Goethe...

Cuando Goethe escribió esto, quizá confuso por la Revo­lu­ción Francesa, fue por un ataque de soberbia, de dispep­sia o de estupidez. A Goethe hay que interpretarle con cau­tela fuera de lo estético y lo poético. Fue Canciller de Wei­mar y tenía severas razones para ser, en ciertas cosas, pragmá­tico por en­cima de poeta. Por eso algunas no son de recibo. Como cuando dijo preferir la injusticia al desor­den. No se percató de que era un grave pleonasmo, o le dio igual; pues es fácil colegir que no hay mayor desor­den que el que en­cie­rra la injusticia, y que la injusticia desen­can­dena siempre el mayor desorden, se vea, no se vea o lo pu­diese reprimir con bayonetas...

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