Stephan Zweig, a propósito de la conversación (y ello sería a mi juicio también aplicable a la publicación de ideas), dice que lo ideal es que entre los participantes se produzca un consenso tácito; de manera que cada vez que uno habla, al hacerlo los demás cada uno de los otros le acompañe. Como se interpreta, por ejemplo, un quinteto de música de cámara: el solista propone la melodía central y las demás cuerdas brindan su “versión” del mismo tema. En este caso de la conversación, habría un solista en cada uno de los conversadores y cada uno aporta eventualmente su melodía o acompaña a la del otro. Lo mismo sería aplicable a la propuesta del autor y a los comentarios del lector...
Otra cosa son los diálogos en parlamentos y en platós pensados justamente para la refriega, para la contradicción y para el desencuentro, pues si no hay tales, parece que no hay “vida”. Pero esto es triste consecuencia del pensamiento y del espíritu de la contradicción socráticos que tanto daño han hecho a la humanidad...
Voy al grano...
No necesariamente "el escritor", mejor dicho el que simplemente escribe, ha de escribir pensando en el tipo de lector y menos calculando el número. Sólo será así, si por "escritor" tenemos sólo a quien publica para vender un libro o una idea: el objetivo final. Entonces sí, efectivamente su valor sólo podría medirse por el número de sus lectores, por lo que diga un jurado siempre sospechoso o por el influjo de la moda en el pensar, que también existe. Examinada así la cuestión, los mejores autores, en una sociedad competitiva hasta el despiece y que todo lo concibe bajo ranking y best sellers, no hay más remedio que admitir estarían entre los que “más venden” aunque sean unos perfectos necios a juicio de otros, y sus escritos o sus libros sean basura vistos en perspectiva o desde la posteridad. Por eso, siendo interesante contabilizarse lecturas, a algunos les puede inducir a error, tanto si son lectores como si son autores. Y puede ser hasta peligroso a la hora de "crear" ideas, pues el infantil propósito de coleccionar lecturas es relativamente fácil. Basta rebuscar un título atractivo o sensacionalista. Pero este sería ya otro “arte”, el del librero y el del redactor de un periódico...
No. Es lógico escribir con la esperanza de conectar con el lector, pero no es preciso que exista sintonía (eso es bueno para la pedagogía nada más) ni que se busque, ni que se espere. Más bien al contrario, lo valioso está´escondido entre la hojarasca o, como el oro, entre la ganga. Y la complicidad entre autor y lector podrá ser excepcional, pero al escritor sincero suponer que existió aunque sea con uno sólo de sus lectores le bastará. Escribir en clave periodística es otra cosa. Pues a menudo, y esto lo sabemos quienes escribimos casi a diario toda la vida, la "calidad" y la hondura son inversamente proporcionales a la atención que merecemos. La conexión espiritual, mental y cultural previa entre el autor y el escritor (a menos que hablemos de literatura, al final de entretenimiento aunque no sólo haya tal), no puede ser, ni mucho menos, general. También todo lo contrario. La disposición a ahondar y a pensar o a no ahondar y a no pensar, y la preferencia por el pensamiento hondo sobre el ligero y a la inversa por parte del lector, son concluyentes. Lo "normal", en estos tiempos, es optar por la molicie. No hay tiempo, nos espera otra cosa, estamos ávidos, impacientes por el plan siguiente en cuanto hayamos terminado de leer entre líneas este escrito. ¡Qué lata! No se entiende. Lo dejo... Sin embargo algunos preferimos mil veces topar con una idea seductora -tan difícil es- que nos punce el pensamiento, a lucir las nuestras y nuestra presunta inteligencia.
No necesariamente "el escritor", mejor dicho, el que simplemente escribe, ha de escribir para lectores y menos calculando el número –decía-, porque hay “escritores sin obra”, que no se conocen porque no publican y sólo los conocen como tales sus allegados, y otros porque para conocer su obra hay que esperar a que hayan muerto y luego a que alguien de talla los “descubra”. Por eso, después de todo genio y de todo talento está el talento que lo descubre. Si éste no surge o no aparece la oportunidad, se puede malograr un genio que existió pero es nonato. Eso mismo puede pasar también con compositores de música y pintores. Por eso ¡cuántos habrá a los que no conoceremos nunca que han escrito (o compuesto o dibujado) "sólo" para sí y su íntima delectación! Es más, seguro que los de esta clase, no sometidos a crítica ni a persecución, disfrutan más y dirán cosas más certeras sin la presión de tener que evitar a todo trance la imagen del orate.
Reconozcamos que con ser muy humano y “lógico”, publicar, editar, sea donde sea y como sea, es simplemente una tonta vanidad. Pero mucho más si además buscamos aplausos y aprobación. Y también puede ser una terapia personal. En este sentido, ¡cuántos y cuántas no se atreven a publicar aquí sus reflexiones por miedo a que no encajen entre censores sin cara o sean tomados por extravagantes! ¡cuánta idea se pierde porque el sentido general y las corrientes de opinión “oficiales” o incluso heterodoxas dentro de un determinado pensamiento, piensan que les aplastaría!
Pero escribir como terapia para dar salida a los fantasmas que nos abruman, es la que parece más aconsejable. Ese es mi único propósito. Y así me lo parece, tanto para los que escriben lindamente como para los que tienen ideas propias aunque las expongan con relativa tosquedad. Lo importante, a mi juicio, no es tanto escribir pensando en dar una lección magistral o en atraer al mayor número de lectores. Eso son dictados, exigencias de editorial o de tribunal de magisterio. Lo importante es alumbrar ideas que nos salen desde "dentro" como una inspiración. Ideas sobre las que tenemos la sensación de que son nuestras, aunque “sabemos” positivamente que no hay ninguna idea nueva bajo el sol.
"El que no espere tener un millón de lectores que no escriba ni una línea", dice Goethe...
Cuando Goethe escribió esto, quizá confuso por la Revolución Francesa, fue por un ataque de soberbia, de dispepsia o de estupidez. A Goethe hay que interpretarle con cautela fuera de lo estético y lo poético. Fue Canciller de Weimar y tenía severas razones para ser, en ciertas cosas, pragmático por encima de poeta. Por eso algunas no son de recibo. Como cuando dijo preferir la injusticia al desorden. No se percató de que era un grave pleonasmo, o le dio igual; pues es fácil colegir que no hay mayor desorden que el que encierra la injusticia, y que la injusticia desencandena siempre el mayor desorden, se vea, no se vea o lo pudiese reprimir con bayonetas...
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