28 agosto 2006

Pequeños caudillos, grandes estragos

En España no sólo no han desaparecido los retazos de cau­dillismo en estos treinta años de democracia de poca monta. Han arre­ciado. Y han arreciado en forma de fas­cismo em­pa­ren­tado con el nazismo yanqui...

No remite la teoría ni la praxis general de que unos man­dan y los demás obedecen. No hay ni transición ni apenas tran­sac­ción por parte, primero de los albaceas testamenta­rios del Caudillo que impusieron su Constitución y el mo­delo monárquico de Estado decidido por éste, ni tampoco por parte de los demás herederos de su talante.

Los guardianes encargados de que el espíritu caudillista no cam­biase y de que el país siga siendo un predio propie­dad de unos cuantos, en realidad los de siempre, son los que, ade­más de regir férrea­mente a su partido, despa­rra­man la misma actitud y la misma idea-fuerza por la red em­presa­rial y eje­cu­tiva. Al ejercicio práctico de su poder de hecho e institucional, se suma el personal. Como en la pa­sada dic­tadura cada pa­dre de familia era una reproducción a es­cala del dicta­dor, hoy cada español de la in­fame ideolo­gía conserva­dora es un le­gatario de la misma laya. Se les reconoce enseguida.

Podría­mos decir que tras cada uno de esos nueve mi­llo­nes de vo­tantes de las pasadas elecciones generales en España (aunque ahora seguro que se han reducido a la mi­tad), hay un cau­dillo en pequeño. No son tantos los benefi­cia­rios ma­te­riales de los ul­traconserva­dores de este país, ni tantos los encandilados por las sofla­mas patrióticas y pseu­domorales que preco­niza ese partido, como para reconocer esa cifra de votantes por “interés” material. El caudillo que es­conde cada elector -y cada electora que adora al caudi­llismo- de seme­jante horda política, es más fuerte que el esperar ven­tajas, comisiones y favores de dicha horda. El servi­lismo es la otra cara de la mo­neda del caudi­llismo. No hay na­die más rastrero que un fas­cista: impla­cable con los débiles, servil con los fuertes. Así es y así fun­ciona el fas­cismo. Todo junto es lo que deter­mina el re­sultado final de los re­cuentos electora­les. Los reductos de caudi­llismo pues, es­tán en ese par­tido polí­tico; mucho más cer­cano de las fórmulas y pos­tulados fas­cistas, que de los de talante pac­tista que ca­racte­rizaría a una sociedad demo­crática y libre.

Esto, lo de mandar -que no dirigir- de unos pocos energú­menos sobre el resto, no sólo se da en la so­ciedad militar donde en principio sería su terreno, sino en la sociedad civil. Pero también en la sociedad católica mayo­rita­ria. Cual­quiera que observe cómo se comportan no ya los ar­zobis­pos, obis­pos y cardenales sino los párracos de cada pa­rro­quia, adver­tirá que los más va­lorados en el rankig de los ar­zobispa­dos son los párrocos-empresario.

Mandar, ordenar y disponer de las vidas aje­nas, tanto mate­rial como moralmente, es algo que perte­nece al es­pí­ritu no sólo de los entrometidos sino también de los dañinos, de los devastadores, de los de­predado­res y de los canallas que se refugian en el patrio­te­ris­mo. De ellos pro­vienen miles de de­satinos y abusos de todas clases. De ellos... de los peque­ños caudillos.

Hay infinidad de ejemplos que definen la condenable es­tul­ticia y daño que a sí misma se hace esta sociedad postin­dus­trial que está aca­bando con el equilibrio frágil del planeta a velocidad de vértigo, por culpa de pequeños y no tan pe­que­ños caudillos de paisano. Unos, en paí­ses como España e Ita­lia, son hijos del caudillismo sin soporte institu­cional a que me refiero, y otros, son hijos ilegítimos del sis­tema capi­talista en general, proxeneta del neonazismo.

Veamos unos ejemplos, aplicables en ciertos casos sobre todo a España:

Un arquitecto necio y excéntrico presenta un proyecto de edi­ficación para unos grandes almacenes sin ventanas ni luz na­tural, obligando a la climatización insistente y al con­sumo de energía irrenun­ciable. Y los mandamases, legos y lerdos, lo eje­cutan entu­siasma­dos. Habría que ver quién es ese ejem­plar licenciado en ar­quitec­tura y qué ra­zones es­grimió para llevar adelante se­mejante engendro. Hasta qué punto los corteingleses gastan energía por un tubo arras­trando al re­sto de los centros comer­ciales a lo mismo, es una consta­tación que veja a la sociedad mo­derna, la pone en evidencia, aborta la creatividad y la inteli­gencia y exalta el despilfarro.

Y luego también en España, con más de quinientos mil ki­lómetros cuadrados y un pasado urbanísticamente hablando ruin, mezquino y asombrosamente estrecho de mi­ras siem­pre; con ciudades exiguas sobrando el terreno, se han ido apiñando las edificaciones y dando un valor al suelo absolu­tamente ficticio a través del juego “calificación /recalificación”, que está causando los mayores estragos al medio ambiente.

Lo mismo que los estragos de la construcción de auto­vías que se están ocasionando a los ecosistemas del mundo en­tero; la tala indiscriminada sin reposición de ejemplares; el agota­miento de los océanos y mares porque los patrones tie­nen que pagar el salario a sus marineros y no pueden hacer tampoco con­ce­siones a los bancos de pesca... Todo, mues­tras de que la di­námica postmo­derna de las so­cieda­des ca­pitalistas está pro­vocando la depre­sión psíquica en las pobla­ciones antes de que irrumpa la de­presión eco­nó­mica mundial pro­pia­mente di­cha o la guerra total.

Pero por encima de todo está la au­tomoción. Se fabrica un número de coches que quizá esté próximo ya al de la pobla­ción mundial. Pero como todo depende de un poder adqui­si­tivo que no alcanza aquélla en su conjunto, además de in­yectar en la at­mósfera CO² en cantidades sufi­cientes como para enve­ne­narla y luego a toda la bios­fera, genera stocks de coches cuya sa­lida fuerza in­cluso cada plan de cada “nueva gue­rra” para cuando se produzca la re­construcción y se haga la hipotética pa­cificación. De aquí que oyéramos tan a me­nudo hablar de reconstrucción e in­cluso se organi­zase en Madrid una especie de mesa petito­ria donde los re­presen­tantes de los países fue­ron poniendo cifras al efecto en la bandeja para reconstruir el pobre Irak, que sonó a au­téntica subasta de esclavos. Luego nunca más se supo del asunto. Pero hay que fabricar a todo trance con­su­mido­res, y ello no admite ré­plicas, ni conce­siones, ni blan­denguerías...

Sin embargo, está visto que pese a tanto desmán, pese a tanta infamia, tanto abuso y tanta injusticia, no sólo sus can­cerberos no quieren sis­te­mas totalitarios, tan necesarios ya para la supervivencia de la humanidad, sino que los siguen persiguiendo con saña. Pero los sistemas to­ta­litarios de corte comunista son los únicos que podrían sacarnos del marasmo. Aten­der al con­sumo en función de las necesi­da­des, tener al des­pilfarro por crimen social, res­petar a la Naturaleza por la cuenta que nos trae y cui­dar de las despen­sas sin entregarse prostituidamente al mer­cado li­bre, es lo exige ya de una vez por todas la Huma­nidad.

Esta es la razón, además del igualitarismo racional que pro­pugnan y practican los sistemas totalitarios que pide a gritos la inte­ligencia del milenio, por la que unos muy cons­ciente­mente y otros instinti­vamente apostamos por los marxismo revisado, por el colecti­vismo o por el socialismo radical no democrático. Desde el coo­perativismo hasta el comunita­rismo más acen­drado que es comprendido mejor que el co­munismo en una sociedad que sólo respira malas imitacio­nes de liber­tad, son actualmente más valiosos para la supervivencia que este nau­seabundo sistema falsamente libre de falso mer­cado libre.

Pero ya sabemos que aun siendo ello deseable, tanto en España el caudillismo de guardarropía, el fas­cismo, y en el resto del mundo occidental el neonazismo, la codicia y el afán de dominio niets­cheano vuelven a gol­pear con fuerza inusi­tada y no va a ser fácil quitárnoslos de en­cima...


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