05 agosto 2006

Sin solución

Algo huele a podrido en el planeta. La atmósfera reseca por ya meses y meses de sequía en la mayor parte del globo, barrunta lo peor. En realidad lo peor, el apocalipsis, ya ha llegado personalmente para cientos de miles de iraquíes, afga­nos y ahora libaneses que están muriendo a manos de los bárbaros occidentales en condiciones trágicas y en cierto modo estúpidas.

En realidad todas las muertes por la guerra son estúpidas como lo es ella misma. Nin­guna guerra tiene fundamento ni explicación... Sólo la desean y la buscan los carroñeros y los ociosos. Principalmente los ociosos del alma: esos que mueven su cuerpo de confe­rencia en conferencia, que par­lotean y parlotean pero sin escuchar jamás; que holgaza­nean en casas blancas, en ministerios, en embajadas, que van de avión en avión... Pero no se conmueven ni airean su mente. Los ociosos: esos incapaces de idear, de crear, de amar. Esos son quienes promueven las guerras. Fijaos bien: no hay ser humano mínimamente creador y capaz de un mínimo de amor que busque la guerra y la pendencia. Sólo los ociosos. Parece mentira, pero lo puedo constatar por la edad y la experiencia: son mil veces más nocivos un perezoso, un im­potente y un charlatán, que un malvado. No hay creativo o simplemente laborioso que no abo­rrezca la pelea en sí misma, la guerra y la muerte. Todos los que la hacen -perdón, la mandan hacer- son de la misma ralea. Sólo la legí­tima defensa puede poner en pie de guerra legí­timo a un amante de la paz. La guerra sin cuartel en Oriente Medio no ha empe­zado ayer con una nueva inva­sión del Lí­bano. Em­pezó en el año 48 con el ataque a los árabes que supuso la componenda del Estado israelí.

Todos los esfuerzos de paz serán inútiles. El cáncer no tiene solución. Sólo se puede demorar con algún sinapismo el desen­lace. Pero la metástasis termina ineluctablemente con la vida. Sólo, alguna vez, lo evita un milagro, y habría que examinar si lo que hubo era realmente cáncer...

Por más vueltas que le demos al asunto en Oriente Medio, nada se conseguirá. Esto no es cuestión de optimismo o pesimismo. Esto nada tiene que ver con la ilusión, ni con la esperanza. El destino de la Humanidad no sé si estará o no escrito, pero está ante nuestros propios ojos...

Israel no quiere la paz sencillamente porque su razón de existir, desde su misma fun­dación, es ser un Estado para la guerra, no un Estado para la paz. Ya sabían las gentes que acudie­ron allí cuando se inauguró que eran punta de lanza de los intereses sionistas y de Estados Unidos.

Por su parte, Palestina y los pueblos árabes no quieren la paz a costa de la existencia prefabricada de Israel; un Es­tado postizo de las potencias, de car­tón piedra, artificial al­zado para robarles sus tierras y su agua.

Su reconocimiento en 1948 por unas Naciones Unidas re­cién creadas al gusto de las potencias triunfales, fue una minuciosa operación geopolítica en toda regla que nada tuvo que ver con reparaciones ni con holo­caustos ni con la justicia. Todo lo contrario. Tuvo que ver -una vez más en la Historia- con un golpe de fuerza, con la injusta ex­pro­piación forzosa desde una legalidad ama­ñada.

Los autóctonos, sometidos antes por los ingleses y antes por los otomanos, no tenían por qué pagar las consecuen­cias de las matanzas de judíos en la Europa cristiana. Para la instalación de los poco más de setecientos mil nuevos in­qui­linos en el territorio acotado para ellos por los mandama­ses, éstos hubieron de prescindir de la voluntad de los luga­reños. Como nadie consultó en el siglo XIX a las poblacio­nes coloni­zadas o reduci­das a Pro­tectorado.

Así pues, la fundación del Estado de Israel fue un acto de fuerza, respondía a un acto de fuerza y sigue siendo un acto de fuerza: una prolongación del colonialismo tardío, hoy re­sidual, que dura hasta nuestros días.

En estas condiciones, ¿quién que no se empeñe en retor­cer las cosas y la historia? ¿quién que no dé prevalencia a los puntos de vista occidentales porque él lo es? ¿quién que no apoye los puntos de vista cristianos porque él no lo es pero le interesa serlo en esto? ¿quién que no se sume co­bardemente a los puntos de vista del que posee más fuerza bruta? ¿Quién de entre todos éstos, en suma, puede res­ponder con el raciocinio a secas que Israel no es un cuerpo extraño repleto de sionistas metido en un territorio que ya no es si­quiera el delimitado por las Naciones Unidas de 1947, puesto que desde 1967 ese Estado de plástico lo amplió por las ar­mas?

Quienes se posicionan al lado de Israel y de los Estados Unidos y del sionismo es simplemente porque se saben más poderosos en armamento. Sólo ese argu­mento, el eterno argumento, es lo que sostiene su sinrazón.

Por eso la cuestión no está en si esta guerra proseguirá o no, o si unos u otros se rendirán o no. La cuestión se reduce a una sola cosa: a adivinar cuándo estallará la conflagración total que Israel y Estados Unidos están poniendo en marcha para borrar del mapa (dejando a salvo los pozos de petró­leo, eso sí) a unos centenares de millones que pasaban por allí, quienes, eventualmente, podrán responder con misiles de largo alcance y cabeza nuclear que alcanzarán no sólo a Is­rael sino también a territorio yanqui. ¿Quién disparará pri­mero? Lo que queda de Historia lo dirá.

Me gustaría ser optimista como esos que, inconscientes, lo son a toda costa. Pero no es posible cuando a la Humani­dad le han diagnosticado dos tumores malignos: éste en Oriente Medio y el otro en la biosfera herida de muerte...

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