01 agosto 2006

Israel a la luz del mundo


Cuando alguien nos recordaba el Holocausto, a cualquier bien nacido le producía horror, escalofríos, angustia y rabia. Pero, como no tenía motivos ni vi­tales ni especulativos para hur­gar en la cuestión, le bastaba la infinita conmiseración y se que­daba en la su­perficie del hecho histórico en sí.

No pensaba entonces que fueron mu­chos más mi­llones los que perecieron a costa de la misma causa. La Segunda Guerra Mundial costó la vida de alrededor del 2% de la po­blación mundial de la época (unos 60 millones de personas), para quienes su raza o su cultura era irrelevante a diferencia de la importancia que había adquirido las de los judíos. Pero sea como fuere, una infinita repul­sión hacia semejante abe­rración contra un grupo humano selectivo identifi­cado por su sangre o por su tra­dición, se apode­raba de cualquiera que tu­viera una mí­nima sensibili­dad. Los cincuenta y cinco mi­llones restantes, la mayoría civiles, apenas contaban en el cómputo emocio­nal de los oyentes. Sólo las cámaras de gas, sólo los judíos...

Luego vino lo de la fundación en 1947 del Estado de Is­rael que, por esos mismos trágicos antecedentes parecía una ló­gica consecuencia, una indemnización que nadie de­bía ni se atrevió a cuestionar. Nadie, salvo los habitantes de aquellos lugares afecta­dos por la de­cisión de las potencias que habían ga­nado la II Guerra Mun­dial de asentar a sete­cientas mil personas de repente en su territorio. Porque para el mundo occidental aquella operación funda­cional se veía como un no­ble propó­sito: compensar de alguna manera a quienes pertenecientes a la misma raza judía habían sobre­vivido a tamaña catástrofe antropológica. Para nada se te­nía en cuenta a la población árabe violada y violentada. Lo que importaba entonces al occidental era que la raza que había padecido aquellos horribles hechos, adquiría el bien me­re­cido dere­cho a poseer "su" propio territo­rio y el Estado correspondiente que la ahor­mase.

Bien, la fuerza de los relatos y de los acontecimientos que parecían irrefutables, llevaron al mundo no árabe a dar por buenas cada una de las premisas del silogismo sobre el que se levantó aquel hito histórico del nuevo Estado. Las premi­sas estaban ahí. Pero luego se ha ido viendo que la conclu­sión era falsa. La ver­dadera con­clusión del silogismo se manifiesta ahora, a partir de 2001; lo que nos obliga a la re­visión de la premisa mayor...

Pues con la terminación de la segunda gran guerra y el paso de los años, la construcción artifi­cial del Estado de Is­rael, el examen de la zona, la re­sistencia de los invadidos frente a los inquilinos, las luchas posterio­res entre ambos... y luego los acontecimien­tos posteriores re­cientes: 11 de se­tiembre de 2001 en Man­hattan, sospechas sobre la autoría de la destrucción del WTC, urgente permiso de la ONU para invadir Afganistán como escondite imagina­rio del inductor imaginario, ocupa­ción inmediata de Irak ba­sada en falseda­des manifiestas... y todo cuanto se relaciona con ambas ocupaciones, obligan a medi­tar y a meditar a fondo.

Relacionemos Holocausto, fundación artificiosa de un Es­tado, evolución diplomática, estratégica y ar­mada de Esta­dos Unidos en Oriente Medio, escasez de crudo, escasez de agua, incursiones, acciones infames, tortu­ras, razzias de las tropas norteamericanas; incursiones, ac­ciones infames, razzias de las tropas israelíes, bombar­deos y ocupaciones de unos y otros... Aplique­mos luego en la meditación sobre todo ello para un cabal "conocimiento" sensorial y extrasensorial, el método de­ductivo por un lado y el induc­tivo por otro. Los re­sultados que arroja la ecuación -resul­tados que nos daría cual­quier programa in­formático en el que hubiéramos introducido esos datos- son absolutamente conclu­yen­tes por la fuerza ex­presiva aclara­toria de la Historia que va desde 1947 hasta nuestros días y nada tienen que ver con los razonamientos de partida en aquella época...

Los setecientos mil nuevos ciudadanos del creado Estado de Israel en 1947 pudieron ser judíos o no judíos. Bastaba que tuviesen la misma tradición para ser admitidos. Ningún otro protocolo fue necesario para asentar allí a aquellos cen­tenares de miles de gentes nuevas en el Es­tado recién creado. Las potencias que lo crearon ya sabían lo que hacían. Introducían una avanzadi­lla de los occidentales triunfadores bajo la capa de un Es­tado militar. ¿Fines?: ya estaban per­fila­dos. Para todo y para estas co­sas, los anglo­sajones son es­pecialmente previsores. Los estrechos, las colonias, los do­minios... todo son manufactu­ras de natura­leza eminente­mente militar que aseguran su prosperidad. El Estados Unidos emergente, triunfante y salvador, era el artí­fice de una operación de largo alcance en el espacio y en el tiempo, una vez que los británicos habían dejado el asunto en sus manos...

Los millones y millones de judíos que no fueron a habitar al desierto en que está emplazado el Estado de Israel hace har­tamente sospechosa el brindis a la nacionalidad israelita a los cinco millones que –sólo- viven allí. Permanecen fuera mu­chos más millones de costumbres semitas. Estos no tie­nen que so­portar la vida castrense a que obliga las condi­ciones del Es­tado judío. La mayoría de judíos, pese a tener ya un fla­mante Estado para ellos solos, vive principalmente en Esta­dos Unidos y en todos los lugares del mundo donde in­duda­blemente se vive mejor que en un Estado todo él mi­litar so­metido a una ten­sión insoportable; "obli­gado" a ex­pansio­narse constantemente como método se­guro de de­fensa. Si a mí me entregan una parcela de terreno que está en la finca del vecino, la mejor manera de protegerme del vecino es saliendo fuera de la parcela para ir ganando te­rreno. La ocupa­ción del Líbano y el control del río Litani aseguran el abaste­cimiento del líquido elemento. Esta­dos Unidos por el nordeste y ellos por el su­roeste hacen una pinza que asegura por su parte el control de la zona y, por decirlo así, la abro­cha...

Nadie tenía derecho a matar -más por signos culturales que étnicos- a seis millones de individuos, pero tampoco tie­nen de­recho los cinco millones que han ido agregándose en el Es­tado de Israel durante 60 años, a vengarse ahora sobre quie­nes no tuvieron nada que ver con el Holocausto, a hacerles la vida imposible y a practicar una política de “es­pacio vital” como el que Hitler proclamó para una expansión que fue abortada. Las anexiones is­realitas no son más que una réplica al Anschluss alemán. La historia en espejo, las víctimas convertidas en verdugos, pero no contra los hijos de sus verdugos sino contra quienes nada tuvieron que ver con el Holocausto pero tienen el petróleo que necesitan y necesitan sus progenitores norteamericanos.

Si hemos sentido consterna­ción por esa cruel peripecia histórica del Holocausto, ahora el mundo se vuelve no co­ntra quienes lo sufrieron, sino contra sus descendientes. Ahora no hay hitlers ni goebbels. Ahora los verdugos del mundo son ellos y los Estados Unidos. La Ley del Talión en­cubre la satisfacción de necesidades materiales. Han dado la vuelta a la tortilla. Ahora sólo queda que la tortilla, tostada por el otro lado, la devoremos entre todos. Ahora está ce­rrado el cír­culo y se comprende todo lo que antes estuvo más o menos velado para el gran público du­rante casi un si­glo. La Historia, rara y contradictoria pero repetitiva en el fondo, con tomas y dacas permanentes, siempre se escribe así, de manera en el fondo predecible. Porque lo que no va­ría es el talante dominador de unos pueblos sobre otros. Los que quieren vivir en paz no pueden. No se lo permiten, y lo único que pueden hacer es lo que hacen: practicar la resis­tencia frente a ellos...

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