Cuando alguien nos recordaba el Holocausto, a cualquier bien nacido le producía horror, escalofríos, angustia y rabia. Pero, como no tenía motivos ni vitales ni especulativos para hurgar en la cuestión, le bastaba la infinita conmiseración y se quedaba en la superficie del hecho histórico en sí.
No pensaba entonces que fueron muchos más millones los que perecieron a costa de la misma causa. La Segunda Guerra Mundial costó la vida de alrededor del 2% de la población mundial de la época (unos 60 millones de personas), para quienes su raza o su cultura era irrelevante a diferencia de la importancia que había adquirido las de los judíos. Pero sea como fuere, una infinita repulsión hacia semejante aberración contra un grupo humano selectivo identificado por su sangre o por su tradición, se apoderaba de cualquiera que tuviera una mínima sensibilidad. Los cincuenta y cinco millones restantes, la mayoría civiles, apenas contaban en el cómputo emocional de los oyentes. Sólo las cámaras de gas, sólo los judíos...
Luego vino lo de la fundación en 1947 del Estado de Israel que, por esos mismos trágicos antecedentes parecía una lógica consecuencia, una indemnización que nadie debía ni se atrevió a cuestionar. Nadie, salvo los habitantes de aquellos lugares afectados por la decisión de las potencias que habían ganado la II Guerra Mundial de asentar a setecientas mil personas de repente en su territorio. Porque para el mundo occidental aquella operación fundacional se veía como un noble propósito: compensar de alguna manera a quienes pertenecientes a la misma raza judía habían sobrevivido a tamaña catástrofe antropológica. Para nada se tenía en cuenta a la población árabe violada y violentada. Lo que importaba entonces al occidental era que la raza que había padecido aquellos horribles hechos, adquiría el bien merecido derecho a poseer "su" propio territorio y el Estado correspondiente que la ahormase.
Bien, la fuerza de los relatos y de los acontecimientos que parecían irrefutables, llevaron al mundo no árabe a dar por buenas cada una de las premisas del silogismo sobre el que se levantó aquel hito histórico del nuevo Estado. Las premisas estaban ahí. Pero luego se ha ido viendo que la conclusión era falsa. La verdadera conclusión del silogismo se manifiesta ahora, a partir de 2001; lo que nos obliga a la revisión de la premisa mayor...
Pues con la terminación de la segunda gran guerra y el paso de los años, la construcción artificial del Estado de Israel, el examen de la zona, la resistencia de los invadidos frente a los inquilinos, las luchas posteriores entre ambos... y luego los acontecimientos posteriores recientes: 11 de setiembre de 2001 en Manhattan, sospechas sobre la autoría de la destrucción del WTC, urgente permiso de la ONU para invadir Afganistán como escondite imaginario del inductor imaginario, ocupación inmediata de Irak basada en falsedades manifiestas... y todo cuanto se relaciona con ambas ocupaciones, obligan a meditar y a meditar a fondo.
Relacionemos Holocausto, fundación artificiosa de un Estado, evolución diplomática, estratégica y armada de Estados Unidos en Oriente Medio, escasez de crudo, escasez de agua, incursiones, acciones infames, torturas, razzias de las tropas norteamericanas; incursiones, acciones infames, razzias de las tropas israelíes, bombardeos y ocupaciones de unos y otros... Apliquemos luego en la meditación sobre todo ello para un cabal "conocimiento" sensorial y extrasensorial, el método deductivo por un lado y el inductivo por otro. Los resultados que arroja la ecuación -resultados que nos daría cualquier programa informático en el que hubiéramos introducido esos datos- son absolutamente concluyentes por la fuerza expresiva aclaratoria de la Historia que va desde 1947 hasta nuestros días y nada tienen que ver con los razonamientos de partida en aquella época...
Los setecientos mil nuevos ciudadanos del creado Estado de Israel en 1947 pudieron ser judíos o no judíos. Bastaba que tuviesen la misma tradición para ser admitidos. Ningún otro protocolo fue necesario para asentar allí a aquellos centenares de miles de gentes nuevas en el Estado recién creado. Las potencias que lo crearon ya sabían lo que hacían. Introducían una avanzadilla de los occidentales triunfadores bajo la capa de un Estado militar. ¿Fines?: ya estaban perfilados. Para todo y para estas cosas, los anglosajones son especialmente previsores. Los estrechos, las colonias, los dominios... todo son manufacturas de naturaleza eminentemente militar que aseguran su prosperidad. El Estados Unidos emergente, triunfante y salvador, era el artífice de una operación de largo alcance en el espacio y en el tiempo, una vez que los británicos habían dejado el asunto en sus manos...
Los millones y millones de judíos que no fueron a habitar al desierto en que está emplazado el Estado de Israel hace hartamente sospechosa el brindis a la nacionalidad israelita a los cinco millones que –sólo- viven allí. Permanecen fuera muchos más millones de costumbres semitas. Estos no tienen que soportar la vida castrense a que obliga las condiciones del Estado judío. La mayoría de judíos, pese a tener ya un flamante Estado para ellos solos, vive principalmente en Estados Unidos y en todos los lugares del mundo donde indudablemente se vive mejor que en un Estado todo él militar sometido a una tensión insoportable; "obligado" a expansionarse constantemente como método seguro de defensa. Si a mí me entregan una parcela de terreno que está en la finca del vecino, la mejor manera de protegerme del vecino es saliendo fuera de la parcela para ir ganando terreno. La ocupación del Líbano y el control del río Litani aseguran el abastecimiento del líquido elemento. Estados Unidos por el nordeste y ellos por el suroeste hacen una pinza que asegura por su parte el control de la zona y, por decirlo así, la abrocha...
Nadie tenía derecho a matar -más por signos culturales que étnicos- a seis millones de individuos, pero tampoco tienen derecho los cinco millones que han ido agregándose en el Estado de Israel durante 60 años, a vengarse ahora sobre quienes no tuvieron nada que ver con el Holocausto, a hacerles la vida imposible y a practicar una política de “espacio vital” como el que Hitler proclamó para una expansión que fue abortada. Las anexiones isrealitas no son más que una réplica al Anschluss alemán. La historia en espejo, las víctimas convertidas en verdugos, pero no contra los hijos de sus verdugos sino contra quienes nada tuvieron que ver con el Holocausto pero tienen el petróleo que necesitan y necesitan sus progenitores norteamericanos.
Si hemos sentido consternación por esa cruel peripecia histórica del Holocausto, ahora el mundo se vuelve no contra quienes lo sufrieron, sino contra sus descendientes. Ahora no hay hitlers ni goebbels. Ahora los verdugos del mundo son ellos y los Estados Unidos. La Ley del Talión encubre la satisfacción de necesidades materiales. Han dado la vuelta a la tortilla. Ahora sólo queda que la tortilla, tostada por el otro lado, la devoremos entre todos. Ahora está cerrado el círculo y se comprende todo lo que antes estuvo más o menos velado para el gran público durante casi un siglo. La Historia, rara y contradictoria pero repetitiva en el fondo, con tomas y dacas permanentes, siempre se escribe así, de manera en el fondo predecible. Porque lo que no varía es el talante dominador de unos pueblos sobre otros. Los que quieren vivir en paz no pueden. No se lo permiten, y lo único que pueden hacer es lo que hacen: practicar la resistencia frente a ellos...
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