06 agosto 2006

Discrepar y coincidir


Desde luego no soy de esos que buscan el unamuniano: "que hablen de mí aunque sea bien". Pero tampoco busco se­guidores, ni provoco desencuentros por placer. Cuando cada cual habla, piensa y se manifiesta ni qué decir tiene que es desde su pensamiento, su experiencia, sus an­helos, sus debi­lidades y sus malos recuerdos. Aunque he de reco­nocer que a menudo me cuestiono toda corriente de opinión sólo por el mero hecho de serlo. Desde el femi­nismo a ul­tranza pasando por la democracia hasta terminar en la de­voción hacia cual­quier icono humano, me pre­gunto la razón de cada “corriente de opinión”, moda, tendencia y preferen­cia. Todo me lo pre­gunto, porque na­die puede res­pon­derme. Como el niño que no se cansa de indagar el por qué de cada cosa, pero en mi caso sabiendo que jamás en­con­traré la respuesta... que en el fondo ya ni la deseo.

Por otro lado estos sitios, estas webs, estos foros, cuando se frecuentan para escribir sobre ellos como si fue­ran tabli­llas de cera o papel de oficio, acaban siendo una prolonga­ción del dormitorio. Se vive en ellos. Y yo es­cribo práctica­mente a dia­rio. Aunque entre los calores vera­nie­gos, la dolce farniente, la reiteración trágica unas veces, dramá­tica otras, de los aconte­cimientos, y el agotamiento neuronal que se produce inevita­blemente a lo largo de la vida tra­tando de pensarlo todo desde el principio y por sus raíces, noto una creciente desgana.

Además la edad no perdona, y a veces se sorprende uno a sí mismo con un pie en esta vida y con el otro en la otra pese a tener una salud de hierro. La muerte espiritual -es un parecer personal- se produce mucho antes que la física. Uno acaba siendo un espíritu que tira del cuerpo, cuando hasta un mo­mento dado, sin poder precisar cuándo, había sido un cuerpo tirando de su espíritu.

Por eso y porque aun el pensamiento de los grandes pen­sa­dores, filósofos y profetas se puede reducir a un par de cosas, no pretendo nunca ni coleccionar epígonos ni aplau­sos. Ni contabilizar el número de los que están de acuerdo con mis planteamientos y conclusiones para luego compa­rarlos con los que discrepan. Esos son los libreros, los es­critores de novelas y de piezas para la galería. Em­pezamos por que, como digo por ahí, hay dos cosas sus­tanciales en esto de exhibir ideas. Una es plantearse an­tes de ponerse a escribir si va a ser para pocos, para mu­chos o para todos. Otra, que siem­pre hay lecto­res que no van a co­laborar en descifrar lo obvio, unas veces, y lo recóndito que subyace al texto o a la tesis otras, que es lo que a uno le gustaria, y no presumir de ori­ginal o inteligente. Pues no hay reflexión “se­ria” que no contenga una tesis. Aun­que reconozco que hay infi­nidad de artículos y de escritos de pensamiento en cierto modo vano, que no contienen nin­guna. Se limitan a ser un juego de combina­ciones de con­ceptos o de palabras. Que no está mal, y es de agradecer. Pero que, en cuanto se de­tectan hay que abandonar (los abandonamos los que esta­mos hartos de florilegios que tanto prodigan los artí­culos pe­riodísticos y los que van a favor de las corrientes de opinión que yo cues­tiono), por muy bien escritos que estén. Ense­guida se da uno cuenta de que preci­samente el envoltorio prima sobre lo envuelto.

Antes decía que hasta las grandes obras de los ciclópeos pensadores se pueden reducir a un par de ideas. Todas de­penden de tres cosas. De que afirmen desde el princi­pio, implí­cita o explícita­mente, que hay un principio gene­rador o que no lo hay; que el ser humano tiene libertad to­tal, libertad extraordi­naria­mente reducida (pues si decimos que la tene­mos es por­que no conocemos las causas que nos impelen a obrar: de­terminismo); o que no tenemos en absoluto libertad más que para apartarnos de la cara, como la vaca con el rabo un tábano, una mosca.

Esto por un lado. Y por otro, que la sociedad y cada in­di­vi­duo deben guiarse por los princi­pios de depredación que rige a la Naturaleza; o que el ser humano está por encima de eso y sólo la inteli­gencia creativa debe gobernarnos y go­bernar. O bien, por úl­timo, que el ser humano es un gran ego­ísta que se re­dime, generoso, arrojando las mi­gajas que le sobran, o bien, que el ser humano debe compor­tarse con el prójimo como si fuera él mismo en una sociedad donde este principio rija igual para todos: una sociedad sin prínci­pes ni privilegiados ni privilegios. Todo, a mi juicio, se re­duce a esto. Que no es poco cierta­mente. Pues sobre eso se han le­vantado miriadas de bi­bliotecas y trata­dos ente­ros, y sobre eso ha germinado la vida espiritual y la muerte tanto moral y mate­rial de millo­nes de generacio­nes.

En política no hay mas que dos extremos: o libertad co­rre­gida con religiones (cada vez más débiles) y la cárcel, o li­bertad restringida al máximo deján­dola sólo para el ám­bito privado. En ciencia, otros dos: o investigar sin trabas, o in­vestigar con trabas. En economía, mercado libre o in­terven­cionismo a tope.

Lo único que me queda por decir es que no coincidi­mos, porque el cór­cel de mala raza no lo controla el co­chero del mito plato­niano del au­riga.

La modulación de todas estas alternativas es lo que nos trae de cabeza cada día. Pero convenzámonos: si quere­mos liber­tad, el mundo se irá a pique. Y si queremos segu­ri­dad para que todo el mundo tenga una vida digna, debe­re­mos atarnos los machos y renunciar a la que no se refu­gie en nuestro corazón. Ahí siempre la tene­mos plena...

En todo caso y para dar sentido al título de este escrito veraniego, discrepemos, por favor, pero con ideas propias y no presta­das o de partido. Sobre todo con ideas que no pue­dan en­con­trarse en goo­gles o en wikipedias, pues de ambos ya disponemos to­dos...

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