23 agosto 2006

Pensar es un placer


Pensar es un placer y, como todo placer, no se puede evitar que lleve aparejada la tristeza post coitum.

Pero pese lo que puedan decir los especialistas (quien me haya leído saben de mi antipatía hacia ellos como tales) el pensamiento, que no esa razón que genera monstruos, como pensaba Francisco de Goya y Lucientes, es una fá­brica de ideas que no se extingue hasta que no muere el ce­rebro. Y como cualquier fábrica, produce mucho o pro­duce poco o no produce nada.

Yo, a lo largo de mi vida no he perseguido en la lectura más que una cosa: pensar. La diversión me la procuraba, más allá de leer la novela -una vez pasada la época en que el pensamiento propiamente dicho no existe y la mente ne­cesita fantasía-, en otra clase de entretenimientos. Por ejemplo el teatro en vivo o el cine que irrumpía en la socie­dad con fuerza inusitada para entronizarnos las bastas, simplonas y pervertidas ideas norteamericanas, bastaban para complacerlos. Pero a partir de entonces la fábrica em­pezó a funcionar por ella sola y sólo necesitaba de estímu­los en forma de ideas fértiles, como cualquier motor de combustión, para funcionar, el com­bustible.

Y esto, buscar las ideas que a su vez provoquen las mías es a lo que me he dedicado casi de por vida. Paso rápida­mente desde hace mu­chos años por encima de todo aquello y todo aquél que no me haga pensar. Y por esa razón, inde­pendientemente de lo que llamamos información y noticia, todos mis escritos surgen de "mi pensamiento", libre ya, que a su vez intenta o presume de poder punzar el ajeno huido de los tópi­cos.

El pensamiento del lector y del autor forman un racimo al que se van entrelazando el lector que a su vez se con­vierte en autor aunque no escriba. Las ideas entonces fluyen a borbotones y se distancian del numen general. Nace así una sociedad libre, robusta e independiente que no existe y pro­bablemente no existirá jamás en esta civiliza­ción decadente y próxima a estallar...

No se trata ya de ser extravagante o a toda costa original. Más bien lo contrario. Se trata de que si pensamos despo­jándonos de los pre-juios, es decir de las ideas previas al fi­nal concebidas por otros y más al final todavía pre-concebi­das por otros más, nos encontraremos con ideas que, pese a que sabemos no hay nada nuevo bajo el sol ni pensa­miento que no hubiere sido alumbrado antes, tendremos la sublime sensación de haberlas concebido por nosotros mismos gracias a nues­tro pro­pio "espíritu" y nuestro es­fuerzo intelectivo, que es tanto como decir "inteligente". Se trata de pensar sin el cosmético, sin los innumerables cos­méticos que la sociedad dominante aplica a todo para em­pañar la realidad y hacerse dueña de ella. Antes la religión y ahora porciones conocidas y localizadas de so­ciedad civil son, fueron, las encargadas de velar u oscurecer la sencilla realidad mientras ellos, ojo avizor, sa­can provecho de nues­tro aletargamiento intelectivo.

Una sociedad compuesta por mujeres y hombres de per­sonalidad y pensamiento robusto e independiente es una sociedad libre. Aquí está la paradoja de la modernidad. Eso de que vivimos en libertad es lo que el centro neurálgico del Poder nos imbuye a cada momento: que somos libres, y que él y sus administradores (políticos, periodistas, jueces, fun­cionarios...) lu­charían volterianamente por defen­der nuestra libertad Pero es falso. Cada día dan un paso de tuerca más para atenazarla. La falsedad, la manipulación, el conduc­tismo y toda clase de prácticas que oscilan entre las mayo­res tontunas (la oferta comercial) hasta el sobrecogi­miento (el terrorismo que explotan hasta el paroxismo) son las herramientas idóneas para que nos creamos libres cuando no somos ya libres ni en nuestro propio yo, ni para nuestros adentros; sino piezas de matrix, de un mecano general con el que juegan otros. Otros que a su vez tampoco son li­bres o lo son mucho menos, pero degustan ese juego per­verso que consiste en fingir y fomentar la invención de que lo so­mos para que entre todos juguemos al juego de los dispa­rates en el que siempre ganan “ellos”.

Una sociedad compuesta por personalidades robustas y pensamiento recto es mucho más fácil de existir y de existir felizmente que la ma­nipulada. Todo aquél que piensa por su cuenta y comprueba que los demás también lo hacen así, está infinitamente en mejores con­diciones de llegar a un acuerdo con los otros de quienes se fía, que una sociedad compuesta por seres que parten en su trato con el resto, con la más absoluta desconfianza porque saben que la in­mensa mayo­ría no piensa por su cuenta sino que piensa, y lo que es peor actúa, por cuenta de otros que do­minan gra­cias a esa triquiñuela de cantar que somos libres.

Antes los clérigos y los fascistas acuñaron entre ambos la expresión "la funesta manía de pensar" para disuadirnos de tal menester. Nos hacían creer que era perjudicial para la mente y la salud. Lo que en realidad buscaban y buscan sus deudos ahora es adueñarse de nuestras conciencias, de dueños de nuestra conciencia se hacen también dueños de nuestra hacienda por ínfima que sea. Ahora nos dicen que “la gente no es tonta” para halagar a la gente: demagogia. Y la gente no es tonta, en efecto. Pero la gente de la calle vive en general enton­tecida, alucinada, pasmada, entregada...

Pensemos, estrujemos la sustancia gris cada vez que al­guien repite una consigna: descubrire­mos un nuevo uni­verso de ideas aunque luego no tengamos ni potencia ni presencia para cambiarlas. Pero si lo hace­mos así, al me­nos tendremos la satisfacción de haber vivido “nuestra” vida y no como producto de la manipulación: nos habremos con­ver­tido en “intelectuales” sin buscarlo ni presumir de serlo.

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