11 agosto 2006

Vaticanismo y Periodismo, socios de honor

Aunque Vaticanismo y Periodismo finjan los contrario –la simulación es lo común- son socios macomuna­dos desde que el Periodismo se erigió en cuarto poder para muchos hoy ya el primero...

¿Nos va decir a nosotros Benedicto XVI, mirándonos a los ojos, que la libertad que ha de­fen­dido su Iglesia a través del tiempo y del con­cepto de “libre albedrío” aplicado a la polí­tica, justifica una sociedad donde al lado de un santo even­tual (que puede serlo también en una socie­dad colecti­vista) hay miles de mal­vados en distintos gra­dos que bas­tan para adue­ñarse de esa sociedad entera; una sociedad o socie­dades donde es imposible encontrar a diez justos; donde los efec­tos bene­factores de la posible santidad son risibles al lado de los efec­tos de la mal­dad real?

Después de mu­cho tiempo de­mos­trándolo, un santo podrá estimular la bondad de unos cuan­tos, pero, aparte de que un santo es tan raro como el di­amante, un solo malvado puede destruir un conti­nente en­tero. Y además, un santo también cabe en la so­ciedad co­munal. Todos somos nece­sarios para exten­der el bien, nunca bas­tante, aun cuando el Estado ase­gure lo bá­sico. Lo paté­tico es ver que cada ciuda­dano ais­lado en las llama­das sociedades li­bres no puede auspiciar la vida digna de un solo individuo y menos de una fami­lia. Ape­nas prestar auxilio de circunstancias. Y ese “soco­rro” es el ins­tru­mento en que el Vaticano se basa para seguir manteniendo una doctrina social so­bre la que el Fundador de su religión nada opinó. Porque el Bien, al com­pleto, es decir, la justicia so­cial, el máximo igualitarismo so­cial y racional in­cumbe al Estado. El individuo, para re­di­mirse de su miserable condi­ción, ya tiene bastante con po­der ejercer la generosidad mo­ral, mil veces más cara que la material.

La Iglesia Vaticana y el Periodismo; aquélla, sus papas y su doctrina, y éste, cuyo paradigma es el abominable yan­qui, estos últimos cien años no hacen otra cosa que comba­tir al colectivismo. Y lo vienen combatiendo villanamente, cada uno a su manera, aliados a los libertarios políticos que a su vez vienen dome­ñando al mundo a través del cap­cioso pretexto de la liber­tad desde que empezó la era in­dustrial.

Ya nos dirá Benedicto XVI si ahora, tras las pruebas con­tun­dentes de que el desfile de necios y malvados dentro de la política al uso en Occidente no es lo que, a falta de la ra­cio­nalidad y administración de los recursos naturales que la vida comunitaria exige para considerarnos efectivamente inteli­gentes, no están conduciendo su­ce­sivamente a países y al fi­nal al planeta entero al abismo. Porque todo lo nefasto que sale de la mano del ser humano, después de haber te­mido estúpi­damente a los países orga­niza­dos por el co­mu­nismo, no es por la maldad de muchos, sino por la crimi­nali­dad y brutalidad de unos pocos que se bañan a diario en la libertad que el Vaticano y el Periodismo jalean y defienden.

¿Acaso Vaticanismo y Periodismo –cuando aquél es el primero en practicar en su propio seno el comunismo- piensan que vamos a creer, a estas alturas de la Historia, que Marx, Engels, Mao y todos los pensadores del socialismo que concibieron una so­ciedad científica y racionalmente más equilibrada eran tontos o perversos? ¿que su propósito, tras larga medita­ción, era des­truir al individuo y hacerle desgraciado? ¿Pien­san que nos va­mos a creer que el “argumento” del “fracaso” del co­munismo en las sociedades europeas -al que por cierto Pe­riodismo y Vaticanismo contribuyeron cru­damente-, lo es? ¿qué la demo­lición controlada desde Occidente no es la ver­dadera razón de su fin? ¿que China es un Es­tado donde sus miserias, sus exce­sos y restricciones no son baga­telas al lado de la in­gente cantidad de injus­ticias, des­igualda­des, abusos, egoís­mos y mi­serias de un mo­delo, el occi­den­tal, donde unos cuantos expri­men el sis­tema y el resto lo pa­dece?

Se jactan, una y otro -Iglesia y Periodismo-, de que la inteli­gencia y la prudencia están en los cálices vaticanos y en el oráculo de sus Escuelas. Y efectivamente, ellos son los úni­cos ejércitos sin armas que hubieran po­dido desarmar cien veces a los que han arrui­nado al mundo en los últimos tiem­pos. Y sin embargo no lo han hecho ni lo hacen. No sólo eso, se co­aligan a ellos, se re­vuelcan en la misma po­cilga que ellos y se prestan a ser el escudo del Mal y a sola­par a los diri­gentes; unos voluntariosos, otros débiles y otros de­monios que lo en­carnan. Y todo, bajo la canti­nela de que el hombre es libre y que quie­re libertad. Cuando ellos saben bien que no lo es, sino que "debe" creerlo; y que hay miles y miles de ilu­sio­nistas encargados de insuflarnos que existe libertad. Ade­más, estén seguros de que somos millones y millones los que estaríamos dispues­tos a renunciar a esa li­bertad tan sospe­chosa que se concreta a duras penas en ir de cuando en cuando a una urna, con tal de que todo el mundo tuviese una vida digna. Ya nos encargaría­mos des­pués de recobrarla. Sí, porque más allá del voto y de la queja que jamás prospera, ya nos dirán en qué consisten las libertades formales y qué eficacia tiene la defensa de la justicia personal...

No quiere el Vaticano a los regímenes colectivistas porque tendría que someterse en ellos al Estado. Ni tampoco el Pe­riodismo porque, siendo la retó­rica de la libertad su caldo de cultivo y desenvoltura, go­bierna sin res­ponsa­bi­lidad y se re­crea en ella; otra erótica. Pero es que además es dueño del “pensa­miento pú­blico” entre tanto indeciso y despreocu­pado, y tendría muy poco que de­cir y que hacer en aquel régimen.

Ya sé que no nos van a hacer caso. Pero sepan que cada segundo que pasa, la Iglesia Vaticana pierde a un adorador de Dios, y el Periodismo, grandes dosis de cre­dibi­lidad. El Vaticano por su lado y el Periodismo por el suyo son los Su­premos Hacedores del Mal por omisión. Influyen y domi­nan sosteniendo a quienes gobiernan, pero, como dicen por ahí las Sagradas Escrituras: al final de los tiempos los per­segui­dos vencerán a sus per­seguidores.

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