Aunque Vaticanismo y Periodismo finjan los contrario –la simulación es lo común- son socios macomunados desde que el Periodismo se erigió en cuarto poder para muchos hoy ya el primero...
¿Nos va decir a nosotros Benedicto XVI, mirándonos a los ojos, que la libertad que ha defendido su Iglesia a través del tiempo y del concepto de “libre albedrío” aplicado a la política, justifica una sociedad donde al lado de un santo eventual (que puede serlo también en una sociedad colectivista) hay miles de malvados en distintos grados que bastan para adueñarse de esa sociedad entera; una sociedad o sociedades donde es imposible encontrar a diez justos; donde los efectos benefactores de la posible santidad son risibles al lado de los efectos de la maldad real?
Después de mucho tiempo demostrándolo, un santo podrá estimular la bondad de unos cuantos, pero, aparte de que un santo es tan raro como el diamante, un solo malvado puede destruir un continente entero. Y además, un santo también cabe en la sociedad comunal. Todos somos necesarios para extender el bien, nunca bastante, aun cuando el Estado asegure lo básico. Lo patético es ver que cada ciudadano aislado en las llamadas sociedades libres no puede auspiciar la vida digna de un solo individuo y menos de una familia. Apenas prestar auxilio de circunstancias. Y ese “socorro” es el instrumento en que el Vaticano se basa para seguir manteniendo una doctrina social sobre la que el Fundador de su religión nada opinó. Porque el Bien, al completo, es decir, la justicia social, el máximo igualitarismo social y racional incumbe al Estado. El individuo, para redimirse de su miserable condición, ya tiene bastante con poder ejercer la generosidad moral, mil veces más cara que la material.
La Iglesia Vaticana y el Periodismo; aquélla, sus papas y su doctrina, y éste, cuyo paradigma es el abominable yanqui, estos últimos cien años no hacen otra cosa que combatir al colectivismo. Y lo vienen combatiendo villanamente, cada uno a su manera, aliados a los libertarios políticos que a su vez vienen domeñando al mundo a través del capcioso pretexto de la libertad desde que empezó la era industrial.
Ya nos dirá Benedicto XVI si ahora, tras las pruebas contundentes de que el desfile de necios y malvados dentro de la política al uso en Occidente no es lo que, a falta de la racionalidad y administración de los recursos naturales que la vida comunitaria exige para considerarnos efectivamente inteligentes, no están conduciendo sucesivamente a países y al final al planeta entero al abismo. Porque todo lo nefasto que sale de la mano del ser humano, después de haber temido estúpidamente a los países organizados por el comunismo, no es por la maldad de muchos, sino por la criminalidad y brutalidad de unos pocos que se bañan a diario en la libertad que el Vaticano y el Periodismo jalean y defienden.
¿Acaso Vaticanismo y Periodismo –cuando aquél es el primero en practicar en su propio seno el comunismo- piensan que vamos a creer, a estas alturas de la Historia, que Marx, Engels, Mao y todos los pensadores del socialismo que concibieron una sociedad científica y racionalmente más equilibrada eran tontos o perversos? ¿que su propósito, tras larga meditación, era destruir al individuo y hacerle desgraciado? ¿Piensan que nos vamos a creer que el “argumento” del “fracaso” del comunismo en las sociedades europeas -al que por cierto Periodismo y Vaticanismo contribuyeron crudamente-, lo es? ¿qué la demolición controlada desde Occidente no es la verdadera razón de su fin? ¿que China es un Estado donde sus miserias, sus excesos y restricciones no son bagatelas al lado de la ingente cantidad de injusticias, desigualdades, abusos, egoísmos y miserias de un modelo, el occidental, donde unos cuantos exprimen el sistema y el resto lo padece?
Se jactan, una y otro -Iglesia y Periodismo-, de que la inteligencia y la prudencia están en los cálices vaticanos y en el oráculo de sus Escuelas. Y efectivamente, ellos son los únicos ejércitos sin armas que hubieran podido desarmar cien veces a los que han arruinado al mundo en los últimos tiempos. Y sin embargo no lo han hecho ni lo hacen. No sólo eso, se coaligan a ellos, se revuelcan en la misma pocilga que ellos y se prestan a ser el escudo del Mal y a solapar a los dirigentes; unos voluntariosos, otros débiles y otros demonios que lo encarnan. Y todo, bajo la cantinela de que el hombre es libre y que quiere libertad. Cuando ellos saben bien que no lo es, sino que "debe" creerlo; y que hay miles y miles de ilusionistas encargados de insuflarnos que existe libertad. Además, estén seguros de que somos millones y millones los que estaríamos dispuestos a renunciar a esa libertad tan sospechosa que se concreta a duras penas en ir de cuando en cuando a una urna, con tal de que todo el mundo tuviese una vida digna. Ya nos encargaríamos después de recobrarla. Sí, porque más allá del voto y de la queja que jamás prospera, ya nos dirán en qué consisten las libertades formales y qué eficacia tiene la defensa de la justicia personal...
No quiere el Vaticano a los regímenes colectivistas porque tendría que someterse en ellos al Estado. Ni tampoco el Periodismo porque, siendo la retórica de la libertad su caldo de cultivo y desenvoltura, gobierna sin responsabilidad y se recrea en ella; otra erótica. Pero es que además es dueño del “pensamiento público” entre tanto indeciso y despreocupado, y tendría muy poco que decir y que hacer en aquel régimen.
Ya sé que no nos van a hacer caso. Pero sepan que cada segundo que pasa, la Iglesia Vaticana pierde a un adorador de Dios, y el Periodismo, grandes dosis de credibilidad. El Vaticano por su lado y el Periodismo por el suyo son los Supremos Hacedores del Mal por omisión. Influyen y dominan sosteniendo a quienes gobiernan, pero, como dicen por ahí las Sagradas Escrituras: al final de los tiempos los perseguidos vencerán a sus perseguidores.
¿Nos va decir a nosotros Benedicto XVI, mirándonos a los ojos, que la libertad que ha defendido su Iglesia a través del tiempo y del concepto de “libre albedrío” aplicado a la política, justifica una sociedad donde al lado de un santo eventual (que puede serlo también en una sociedad colectivista) hay miles de malvados en distintos grados que bastan para adueñarse de esa sociedad entera; una sociedad o sociedades donde es imposible encontrar a diez justos; donde los efectos benefactores de la posible santidad son risibles al lado de los efectos de la maldad real?
Después de mucho tiempo demostrándolo, un santo podrá estimular la bondad de unos cuantos, pero, aparte de que un santo es tan raro como el diamante, un solo malvado puede destruir un continente entero. Y además, un santo también cabe en la sociedad comunal. Todos somos necesarios para extender el bien, nunca bastante, aun cuando el Estado asegure lo básico. Lo patético es ver que cada ciudadano aislado en las llamadas sociedades libres no puede auspiciar la vida digna de un solo individuo y menos de una familia. Apenas prestar auxilio de circunstancias. Y ese “socorro” es el instrumento en que el Vaticano se basa para seguir manteniendo una doctrina social sobre la que el Fundador de su religión nada opinó. Porque el Bien, al completo, es decir, la justicia social, el máximo igualitarismo social y racional incumbe al Estado. El individuo, para redimirse de su miserable condición, ya tiene bastante con poder ejercer la generosidad moral, mil veces más cara que la material.
La Iglesia Vaticana y el Periodismo; aquélla, sus papas y su doctrina, y éste, cuyo paradigma es el abominable yanqui, estos últimos cien años no hacen otra cosa que combatir al colectivismo. Y lo vienen combatiendo villanamente, cada uno a su manera, aliados a los libertarios políticos que a su vez vienen domeñando al mundo a través del capcioso pretexto de la libertad desde que empezó la era industrial.
Ya nos dirá Benedicto XVI si ahora, tras las pruebas contundentes de que el desfile de necios y malvados dentro de la política al uso en Occidente no es lo que, a falta de la racionalidad y administración de los recursos naturales que la vida comunitaria exige para considerarnos efectivamente inteligentes, no están conduciendo sucesivamente a países y al final al planeta entero al abismo. Porque todo lo nefasto que sale de la mano del ser humano, después de haber temido estúpidamente a los países organizados por el comunismo, no es por la maldad de muchos, sino por la criminalidad y brutalidad de unos pocos que se bañan a diario en la libertad que el Vaticano y el Periodismo jalean y defienden.
¿Acaso Vaticanismo y Periodismo –cuando aquél es el primero en practicar en su propio seno el comunismo- piensan que vamos a creer, a estas alturas de la Historia, que Marx, Engels, Mao y todos los pensadores del socialismo que concibieron una sociedad científica y racionalmente más equilibrada eran tontos o perversos? ¿que su propósito, tras larga meditación, era destruir al individuo y hacerle desgraciado? ¿Piensan que nos vamos a creer que el “argumento” del “fracaso” del comunismo en las sociedades europeas -al que por cierto Periodismo y Vaticanismo contribuyeron crudamente-, lo es? ¿qué la demolición controlada desde Occidente no es la verdadera razón de su fin? ¿que China es un Estado donde sus miserias, sus excesos y restricciones no son bagatelas al lado de la ingente cantidad de injusticias, desigualdades, abusos, egoísmos y miserias de un modelo, el occidental, donde unos cuantos exprimen el sistema y el resto lo padece?
Se jactan, una y otro -Iglesia y Periodismo-, de que la inteligencia y la prudencia están en los cálices vaticanos y en el oráculo de sus Escuelas. Y efectivamente, ellos son los únicos ejércitos sin armas que hubieran podido desarmar cien veces a los que han arruinado al mundo en los últimos tiempos. Y sin embargo no lo han hecho ni lo hacen. No sólo eso, se coaligan a ellos, se revuelcan en la misma pocilga que ellos y se prestan a ser el escudo del Mal y a solapar a los dirigentes; unos voluntariosos, otros débiles y otros demonios que lo encarnan. Y todo, bajo la cantinela de que el hombre es libre y que quiere libertad. Cuando ellos saben bien que no lo es, sino que "debe" creerlo; y que hay miles y miles de ilusionistas encargados de insuflarnos que existe libertad. Además, estén seguros de que somos millones y millones los que estaríamos dispuestos a renunciar a esa libertad tan sospechosa que se concreta a duras penas en ir de cuando en cuando a una urna, con tal de que todo el mundo tuviese una vida digna. Ya nos encargaríamos después de recobrarla. Sí, porque más allá del voto y de la queja que jamás prospera, ya nos dirán en qué consisten las libertades formales y qué eficacia tiene la defensa de la justicia personal...
No quiere el Vaticano a los regímenes colectivistas porque tendría que someterse en ellos al Estado. Ni tampoco el Periodismo porque, siendo la retórica de la libertad su caldo de cultivo y desenvoltura, gobierna sin responsabilidad y se recrea en ella; otra erótica. Pero es que además es dueño del “pensamiento público” entre tanto indeciso y despreocupado, y tendría muy poco que decir y que hacer en aquel régimen.
Ya sé que no nos van a hacer caso. Pero sepan que cada segundo que pasa, la Iglesia Vaticana pierde a un adorador de Dios, y el Periodismo, grandes dosis de credibilidad. El Vaticano por su lado y el Periodismo por el suyo son los Supremos Hacedores del Mal por omisión. Influyen y dominan sosteniendo a quienes gobiernan, pero, como dicen por ahí las Sagradas Escrituras: al final de los tiempos los perseguidos vencerán a sus perseguidores.
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