03 agosto 2006

Israel, una patada a la lógica


Subamos o descendamos un peldaño en el nivel de análi­sis y comprensión de la cuestión. El pensamiento es muy puñetero. No es lineal, no es rectilíneo, no es homogéneo, no es uniforme. Fluctúa, depende de cada cual y de cada época y de cada interés. Para reflexionar sobre que lo sea, hay que tomar esfuerzo. A menudo grandes esfuerzos.

El pensamiento colectivo de cada época es uno y global, y nadie "puede" salirse de las claves que rigen en ella para usarlo y desentrañarlo. Y quien lo hace, quien se sale, suele pagar un alto precio de muchas maneras. En arte, en cien­cia o en religión. El poder político, el institucional y el secto­rial, por su parte, tienen otra clase de pensamiento que nada tiene que ver con el del resto de los pobres mortales. Sea en el propósito, antes de la Alquimia y luego de la Me­dicina, en ambos casos generalmente con sus cálculos se­cretos, sea en el de un gobernante o varios con sus planes de alcance también secretos, las miras de los que forman parte de las minorías que de un modo u otro rigen los desti­nos de par­celas del globo y actualmente las del mundo van mucho más allá de las que ve el común de las gentes.

Alguien puede estar ideando el descubrimiento de Amé­rica, y ¿cuántos están en el propósito y en la lógica o ilógica de la idea? Otros, sabiéndose infinitamente más fuertes que los lugareños, diseñan un amplísimo trozo de globo terrá­queo entre los 31º 22’ y 34º 13’ latitud norte y 34º 58’ y 43º 40’ de longitud este, por ejemplo. ¿Quiénes se atreverán a juzgarles, a comprender qué se proponen, cuando ni si­quiera saben qué piensan hacer y para qué? ¿Cuántos se tomarán la molestia de indagar el futuro que nos espera cuando cualquier mañana siempre será peor que el ayer?

Ya en los años cuarenta el mundo entero estaba muy acostumbrado a ver en las masacres de indios arapajoes, navajos o cheyenes a cargo del general Custer, gestas in­creíbles. Todos los espectadores de los infinitos cines re­partidos por el mundo las aplaudían y celebraban las masa­cres de los indígenas a manos de ejércitos y aventureros en las Montañas Rocosas, en Dakota o en Idaho. El cine ma­sivo e incipiente fue el vector de las ideas que se sembra­ban entonces y han ido fructificando a lo largo de sesenta años. Las gestas de los “americanos” eran las mismas ges­tas que no mucho antes habían logrado los Conquistadores en América del Sur a cargo de los españoles. Y aquellas le­gendarias gestas las repetían unos y otros (Es­paña se que­daba en esa ocasión al margen) en la Segunda Guerra Mundial. Fulminado el enemigo nazi, los dioses re­creadores del mundo, diseñadores de sus espacios fueron las poten­cias ganadoras. Y especialmente Gran Bretaña y Estados Unidos. Así, de sus disposiciones parapetadas en la recién creada Organización de las Naciones Unidas, nace Israel.

Y al igual que la destrucción de las Torres Gemelas, que dejó mudo al globo y no reaccionó sino en el sentido que fa­vorecía los planes del Pentágono y Cía. conquistando Afga­nistán como lógico castigo a su perversidad de ser supuesto nido de terroristas, todo el mundo, fuera judío o gentil, vio como lo más natural y lógico que al pueblo judío, diezmado por el enemigo en la guerra, se le hiciese un sitio donde se supone estuvieron sus ancestros. ¿Quién se preguntó por qué? ¿Quién se cuestionó que si se hacía aquello, que si se ad­mitía aquella "lógica" en aquellos momentos habría que constituir con arreglo a ella misma miles de Estados nuevos dentro de Estados ya conformados? ¿Quién se cuestionó que, con los restos de pueblos a punto de extinción por las masacres causadas principalmente por anglosajones y es­pañoles si­glos atrás o incluso por aquel entonces, se hubie­ran podido crear Estados ad hoc para reparar las terribles injusticias cometidos con ellos? Nadie...

Pero han pasado 60 años. Todo evoluciona, las oscurida­des se iluminan, el pensamiento se va abriendo camino, los despropósitos de antaño salen a la luz cegadora. La Inquisi­ción, una aberración del pensamiento, es vista como tal, odiada y odiados sus albaceas y sus legatarios. Y las dispo­siciones de gobernantes avispados o sagaces, patriotas e imaginativos para crear muerte y riqueza para los suyos acaban siendo juzgadas deshinibidamente, sin tapujos, sin trampas, sin ya la atadura o las bridas que tuvieron en su mente las gentes de los tiempos en que fue­ron tomadas. Y se revelan como infamias.

Así nació Israel. Como fruto de un proyecto de largo al­cance de los anglosajones. Raza, etnia o pueblo tan hábil para el saqueo, la planificación y la organización tanto sobre lo propio como sobre lo ajeno. Así es cómo fueron adue­ñándose estratégicamente de muchos sitios del mundo, pero especialmente de los estrechos. No sólo ha sido y es así en cuanto a esa etnia, la anglosajona, haciendo y des­haciendo. Los portugueses, en los años 1450, fueron con zalemas mercantiles a las zonas de donde partían las espe­cias (tan valiosas como lo es ahora el pe­tróleo) para apro­piarse de la ruta de las mismas, desde las islas Célebes hasta Egipto cuyos señores controlaban la ruta. De aquí partió el embrión del Descubrimiento que, como todo el mundo sabe, fue producto de un error pues la intención era llegar a la cornisa asiática por la parte de atrás, por el Oeste. Quiero decir que si el pueblo judío tenía derecho a reco­brar su vieja patria y sus viejos lugares y un Estado solo para ellos, ¿quién, se pregunta ahora cualquiera que no esté loco, puede negar ese mismo derecho a los zíngaros, a los gauchos, a los indios navajos... y a tantas y tantas razas de las que apenas quedan unas cuantas centenas de indivi­duos por el crimen incesante cometido por otros pueblos?

Que nos lo expliquen. Que nos expliquen sus abogados, por qué ellos sí y los demás pueblos exiguos no.

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