26 agosto 2006

¿Sobrevivirá la especie humana?


La paradoja matemática de Poincaré, convertida en teo­rema por Gregori Perelman, tiene su correspondencia con la para­doja de la supervivencia de la especie humana que pre­ocupa a Stephen Hawking y ahora a tantos. Y la llamo para­doja, porque yo creo que esa preocupación es ficticia y real al mismo tiempo.

Es real, porque la sociedad mundial, mejor dicho quienes tie­nen las claves del asunto, no han hecho lo correcto para evitar el peligro que se cierne sobre ella. No lo han hecho, y en cambio aparentan preocuparse y nos preocupan ahora, inútilmente. Y es ficticia, en tanto que insensatez impropia de quienes han sido capaces de llegar a las estre­llas y de in­ventar los motores de explosión y combustión, por no haber dis­puesto profilaxis como toda persona juiciosa la dispone para sus relaciones sexuales inseguras...

Porque quienes tienen o fingen esas preocupaciones ya sabemos quienes son: en lo político, los líderes que se van sucediendo al frente de las principales potencias; y en lo eco­nómico (la otra superestructura fundamental), un pu­ñado de individuos dueños del mundo financiero que al contrario que aquéllos perduran en su dominio y con el paso del tiempo refuerzan cada vez más y más su poder que se van legando de padres a hijos. Este es el marco. En eso con­siste el peligro y de esa circunstancia pro­cede. No hay más. Bastaría que los po­líticos que se dan en­tre sí el relevo y los magnates que se suceden a sí mismos dieran un golpe de timón a su so­ber­bia y su codi­cia, para que la consternación por el tenebroso hori­zonte a la vista se tro­case sim­plemente en el desen­canto que ori­gi­naría la su­pre­sión brusca del co­che de uso individual, con su cortejo de faraónicas cons­trucciones y de­vastaciones al servicio de maravilloso y al mismo tiempo terri­ble ingenio.

La preocupación propiamente no está, ya, en el dilema super­vi­vencia-extinción de la especie humana, sino en “mi” su­pervi­vencia y en la de los míos. En la pena que puede cau­sar la desapa­rición de la flora y la fauna y en la de los pai­sajes que aunque no los visitemos disfrutamos sólo por sa­ber que existen. Pre­senciar la realidad en el pretérito pro­duce des­consuelo. ¡Que tristeza la vida sin elefantes, ni go­rilas, ni ríos cristali­nos, ni bosques perfumados, ni selvas in­trin­cadas, ni glacia­res, ni nieves, ni lluvia... con mares muertos! He aquí el drama. No que la huma­nidad se ex­tinga. ¡Que bien –además- si se extin­guiese antes que los demás seres vivos!

En realidad, repre­sentada por quien la di­rige sin saber a dónde va, no merece por su necedad sobrevivirse en las condiciones que opera. Está claro, además, que no le in­ter­esa. Lo te­rrible para el vulgo es saber que todo depende de unos pocos que arras­tran al re­sto con su estú­pido proceder sin poder hacer ab­soluta­mente nada para esquivar la com­placencia que se adivina en su mismísima impotencia per­sonal. Aquí esta la clave.

¿A Hawking le pre­ocupa realmente la supervi­vencia, o la ve ya, como yo, con espe­cial regusto aunque no tanto si pienso en que los autores pueden huir, los muy cobardes, a otro planeta? ¿señala esa pre­ocupa­ción, como la para­doja de Poincaré, una diver­sión del cono­cimiento, o la siente con consternación? La desaparición de la especie será pro­gre­siva, brusca por deflagraciones nucleares y por hambru­nas, pero lenta en cuanto los retales de ella que irán de pena en pena. No muy diferente al fin del mundo que lo es para quienes mueren a cada segundo por causas naturales y ac­cidentes, o trágicamente en guerras infames...

Perdida ya la esperanza de la pervivencia de la Naturaleza más o menos virginal, ya sólo “a mí” me preocupa poder be­ber y comer, yo; que puedan beber y comer, también o prin­cipal­mente, mis seres queridos; y que to­dos po­damos co­muni­carnos por el móvil. Y muy perso­nalmente, conservar mi so­berbio piano fabri­cado en la desaparecida Alemania Orien­tal. Lo demás ya no me interesa sencillamente porque si no puedo hacer nada y tanto he su­frido por la visión de ese fu­turo inmediato que ahora empieza a preocupar a mu­chos que recurren a los vaticinios tranquilizadores de Haw­king, ya no estoy dis­puesto a sufrir más. Todo tiene un límite y la pena también.

El seco otoño (y ojalá sea la pesimista predicción del ago­rero) que hay que prever simplemente por la tendencia de los diez últimos años en materia pluviométrica en España y aun en el mundo, me aconsejan ir haciendo provisión de agua mi­neral. Aquí se acaba “mi” preocupación cuando acaba de darse la noticia de que Hawking responde con sus opti­mistas predicciones a 25.000 personas que le han con­sultado por In­ternet. Aunque es­toy se­guro de que, por este fu­turo que ya está aquí, Hawking, por lo menos desde hace una década, ha venido viviendo secretamente este asunto tan despavo­rido como yo lo he estado.

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