La modernidad trae estas cosas...
Antes la evidencia consistía en ver con los glóbulos oculares el hecho, y la presunción, en determinar que el que afirma un hecho, pero no el que lo niega, es el que tiene que probar y sobre él recae la carga de la prueba. Ahora ocurre todo lo contrario. Las evidencias, lo que se ve con los dos ojos, son negadas con cinismo y sin pudor por gente muy encopetada, y la presunción corre de cuenta de quien niega. Esto parece un rompecabezas, pero no lo es.
Todo, o parte, del asunto empieza con la lógica socrática. Y a ella se añade la teoría más extendida de la culpa, que en el ámbito penal y por extensión el civil establece que el individuo, por ejemplo, siempre es inocente a menos que alguien demuestre lo contrario. Claro que esto es así, pero en el modelo anterior de sociedad. Pues ahora vuelven los residuos de una concepción teológica de la que se han aprovechado las teorías preventivas a su vez sostenidas por falsos mesías. Digo esto, porque ahora el individuo vuelve a ser calderodianamente culpable por el simple hecho de haber nacido. Pero también por ser inmigrante o por ser simplemente un don nadie. Y de aquí, naturalmente, a la presunción invertida, no hay más que un paso. Ahora no tiene sentido la teoría defensiva para hacer frente al enemigo: hay que adelantarse a él aunque el felón tenga que inventarse los motivos. Ahora todos somos culpables en cuanto un guardia o un vecino nos delaten como terrorista, o como inmigrante o como mendigo a quien la estética visual oficial dicta que hay que retirarle inmediatamente de la escena callejera. Si somos incapaces de demostrar en ese trance que no somos nada de esas tres cosas, se nos habrá caído el pelo...
Y en cuanto a las evidencias, ocurre tres cuartos de lo mismo. Ciento cincuenta incendios simultáneos en Galicia, son efecto del azar sumado a ciento cincuenta negligencias simultáneas, se sentencia “oficialmente”. Y todos respiramos satisfechos porque entre dos colectivos –al final dos personas: quien preside las asociaciones de ecologistas gallegos, ADEGA, y la ministra- lo han pactado así. Unas Torres se desploman un 11 de setiembre con la mismísima plasticidad de la demolición controlada evidente, que excluye por definición elemental visualmente que sea consecuencia de un impacto en sus cúspides. Pues bien, la “oficialidad” decide que, pese a la evidencia de que fueron abatidas desde abajo, fue efecto del impacto por arriba. Y desde entonces, todo el mundo satisfecho como los que se tragan el marrón del azar y de las ciento cincuenta negligencias sincopadas. Y todo esta disparatada conducta, la oficial, ¿por qué?. Pues porque quienes nos mantenemos lúcidos, con una capacidad visual intacta y los cinco sentidos sin atrofia tendríamos que derrocar el régimen político, económico y social de un golpe para que prosperasen nuestras cetezas basadas en la percepción natural, directa y sencilla de la realidad. Realidad -ya lo sabe todo el mundo- controlada férreamente por los que de hecho, los patricios, mandan en las sociedades plutocráticas.
Nos desvelan lo que no vemos ni querríamos saber si nos preguntasen, y nos ocultan o desfiguran lo que cualquiera que no esté ciego de los ojos y del alma palpa.
Vivimos un mundo imaginario dentro de un mundo irreal, un sueño dentro de otro sueño. Y esto no sucede esporádicamente. Esto sucede a cada minuto. No vivimos siquiera una realidad virtual y menos una realidad virtual grata. Vivimos una realidad irreal, torticera, contrahecha y extraordinariamente dramática. Para llegar a desentrañar cada felonía, cada información que no vemos con los ojos del cuerpo, y aun viéndola, tenemos que empezar a presumir siempre todo lo contrario. Las posibilidades de probabilidad y la confiabilidad (para no olvidar la terminología informática) que presenta cada noticia y cada información son ya prácticamente nulas. Y es por eso, porque la presunción la han invertido los medios, los políticos, los juristas y los falsos intelectuales. Y también, porque nuestras evidencias, gentes sencillas y naturales, no lo son para quienes miden y pesan: todo lo prefabrican a conciencia. De manera que, pese a todo, pese a su sencillez y naturalidad, el occidental empieza a creer que es más nutritiva una pastilla de soylent green que un solomillo, un comprimido de vaya vd. a saber qué para nuestro conejo mascota, que una compota de verduras, o mucho mejor millones de adefesios de ladrillo que las brisas del mar o el susurro del viento en los montes.
De todo esto viene la realidad invertida en cuya virtud gentes de sensibilidad presunta natural -las asociaciones ecologistas (ADEGA)-, y otras de sensibilidad artificial –la ministra de Medio Ambiente- acuerden sin empacho que las evidencias de la intencionalidad sobre los incendios de Galicia, son mero producto del azar. Vuelve el Renacimiento. Era cuando, para resolver un trance sin salida favorable para el protagonista que lo merecía, la Iglesia y la dramaturgia se sacaron de la manga la martingala del "deus ex machina", dios sacado de la máquina. Los incendios de Galicia, ahora resulta que son tan infortunio como el Prestige obligado a hundirse en altamar. Así es cómo tanto a este infausto caso del barco hundido a mala idea como a los incendios intencionados, se los ha llevado el viento... Así, con la teoría de que todo ha sido fruto del contratiempo y del descuido, quedan tan contentos los gallegos y la inefable España de la FAES y Compañía. A esto, señores, se le llama diplomacia, política, interpretación y “realidad” de las buenas...
Hay una serie de fenómenos concatenados entre sí que quizá "justificen" o atenuen tanta infamia y mentecatez de los que mandan. Las sociedades están extraviadas y los que las dirigen se extravían con ellas. Incluso los magnates que amasan dinero financiero y negro para decorar cutremente sus chalets, no saben bien por qué lo hacen ni para qué... Pero hay otra evidencia descompuesta en tres motivos que la consagran como tal: uno es la explosión demográfica en el globo, otro los incontrolados maliciosamente -para que sirvan a un doble juego- fenómenos migratorios que asuelan al orbe occidental; y últimamente, una sequía a escala planetaria que no sólo causa estragos a la Tierra que pierde cada año una superficie forestal similar a Castilla y estrangula a la Amazonia, sino que extirpa la conciencia de los dirigentes del mundo y les atrofia el instinto de conservación de la especie aparentemente humana.
¡Ah!, se me olvidaba, otra evidencia, más que una presunción: el planeta se desertiza por momentos, la lluvia se convierte en partículas minúsculas de agua tamizada o cae torrencialmente destrozando todo conato de cosecha... Pues bien, los idiotas oficiales creen que los somos también y siguen negando la evidencia y haciendo un negocio de la presunción de que nos hallamos simplemente en un ciclo. Y ¿por qué?, ¿para qué?: pues para no renunciar a ese coche que mañana hay que vender a toda costa al caprichoso para que la marca de turno y la Bolsa no se vengan estrepitosamente abajo, para no renunciar a la madera noble que decora los palacios de los ricos, para no renunciar a construir febrilmente aunque el pueblo no habite las viviendas...
¿Queréis que os diga un secreto (presunto), que lo es para unos pero para otros es una evidencia colosal?: estamos atrapados. Estamos atenazados por una verdadera trampa: por un lado el coche, y por otro, las mentiras y autoengaños de los que se van sucediendo en la dirección del mundo, todos siervos fatalmente de aquél.
Antes la evidencia consistía en ver con los glóbulos oculares el hecho, y la presunción, en determinar que el que afirma un hecho, pero no el que lo niega, es el que tiene que probar y sobre él recae la carga de la prueba. Ahora ocurre todo lo contrario. Las evidencias, lo que se ve con los dos ojos, son negadas con cinismo y sin pudor por gente muy encopetada, y la presunción corre de cuenta de quien niega. Esto parece un rompecabezas, pero no lo es.
Todo, o parte, del asunto empieza con la lógica socrática. Y a ella se añade la teoría más extendida de la culpa, que en el ámbito penal y por extensión el civil establece que el individuo, por ejemplo, siempre es inocente a menos que alguien demuestre lo contrario. Claro que esto es así, pero en el modelo anterior de sociedad. Pues ahora vuelven los residuos de una concepción teológica de la que se han aprovechado las teorías preventivas a su vez sostenidas por falsos mesías. Digo esto, porque ahora el individuo vuelve a ser calderodianamente culpable por el simple hecho de haber nacido. Pero también por ser inmigrante o por ser simplemente un don nadie. Y de aquí, naturalmente, a la presunción invertida, no hay más que un paso. Ahora no tiene sentido la teoría defensiva para hacer frente al enemigo: hay que adelantarse a él aunque el felón tenga que inventarse los motivos. Ahora todos somos culpables en cuanto un guardia o un vecino nos delaten como terrorista, o como inmigrante o como mendigo a quien la estética visual oficial dicta que hay que retirarle inmediatamente de la escena callejera. Si somos incapaces de demostrar en ese trance que no somos nada de esas tres cosas, se nos habrá caído el pelo...
Y en cuanto a las evidencias, ocurre tres cuartos de lo mismo. Ciento cincuenta incendios simultáneos en Galicia, son efecto del azar sumado a ciento cincuenta negligencias simultáneas, se sentencia “oficialmente”. Y todos respiramos satisfechos porque entre dos colectivos –al final dos personas: quien preside las asociaciones de ecologistas gallegos, ADEGA, y la ministra- lo han pactado así. Unas Torres se desploman un 11 de setiembre con la mismísima plasticidad de la demolición controlada evidente, que excluye por definición elemental visualmente que sea consecuencia de un impacto en sus cúspides. Pues bien, la “oficialidad” decide que, pese a la evidencia de que fueron abatidas desde abajo, fue efecto del impacto por arriba. Y desde entonces, todo el mundo satisfecho como los que se tragan el marrón del azar y de las ciento cincuenta negligencias sincopadas. Y todo esta disparatada conducta, la oficial, ¿por qué?. Pues porque quienes nos mantenemos lúcidos, con una capacidad visual intacta y los cinco sentidos sin atrofia tendríamos que derrocar el régimen político, económico y social de un golpe para que prosperasen nuestras cetezas basadas en la percepción natural, directa y sencilla de la realidad. Realidad -ya lo sabe todo el mundo- controlada férreamente por los que de hecho, los patricios, mandan en las sociedades plutocráticas.
Nos desvelan lo que no vemos ni querríamos saber si nos preguntasen, y nos ocultan o desfiguran lo que cualquiera que no esté ciego de los ojos y del alma palpa.
Vivimos un mundo imaginario dentro de un mundo irreal, un sueño dentro de otro sueño. Y esto no sucede esporádicamente. Esto sucede a cada minuto. No vivimos siquiera una realidad virtual y menos una realidad virtual grata. Vivimos una realidad irreal, torticera, contrahecha y extraordinariamente dramática. Para llegar a desentrañar cada felonía, cada información que no vemos con los ojos del cuerpo, y aun viéndola, tenemos que empezar a presumir siempre todo lo contrario. Las posibilidades de probabilidad y la confiabilidad (para no olvidar la terminología informática) que presenta cada noticia y cada información son ya prácticamente nulas. Y es por eso, porque la presunción la han invertido los medios, los políticos, los juristas y los falsos intelectuales. Y también, porque nuestras evidencias, gentes sencillas y naturales, no lo son para quienes miden y pesan: todo lo prefabrican a conciencia. De manera que, pese a todo, pese a su sencillez y naturalidad, el occidental empieza a creer que es más nutritiva una pastilla de soylent green que un solomillo, un comprimido de vaya vd. a saber qué para nuestro conejo mascota, que una compota de verduras, o mucho mejor millones de adefesios de ladrillo que las brisas del mar o el susurro del viento en los montes.
De todo esto viene la realidad invertida en cuya virtud gentes de sensibilidad presunta natural -las asociaciones ecologistas (ADEGA)-, y otras de sensibilidad artificial –la ministra de Medio Ambiente- acuerden sin empacho que las evidencias de la intencionalidad sobre los incendios de Galicia, son mero producto del azar. Vuelve el Renacimiento. Era cuando, para resolver un trance sin salida favorable para el protagonista que lo merecía, la Iglesia y la dramaturgia se sacaron de la manga la martingala del "deus ex machina", dios sacado de la máquina. Los incendios de Galicia, ahora resulta que son tan infortunio como el Prestige obligado a hundirse en altamar. Así es cómo tanto a este infausto caso del barco hundido a mala idea como a los incendios intencionados, se los ha llevado el viento... Así, con la teoría de que todo ha sido fruto del contratiempo y del descuido, quedan tan contentos los gallegos y la inefable España de la FAES y Compañía. A esto, señores, se le llama diplomacia, política, interpretación y “realidad” de las buenas...
Hay una serie de fenómenos concatenados entre sí que quizá "justificen" o atenuen tanta infamia y mentecatez de los que mandan. Las sociedades están extraviadas y los que las dirigen se extravían con ellas. Incluso los magnates que amasan dinero financiero y negro para decorar cutremente sus chalets, no saben bien por qué lo hacen ni para qué... Pero hay otra evidencia descompuesta en tres motivos que la consagran como tal: uno es la explosión demográfica en el globo, otro los incontrolados maliciosamente -para que sirvan a un doble juego- fenómenos migratorios que asuelan al orbe occidental; y últimamente, una sequía a escala planetaria que no sólo causa estragos a la Tierra que pierde cada año una superficie forestal similar a Castilla y estrangula a la Amazonia, sino que extirpa la conciencia de los dirigentes del mundo y les atrofia el instinto de conservación de la especie aparentemente humana.
¡Ah!, se me olvidaba, otra evidencia, más que una presunción: el planeta se desertiza por momentos, la lluvia se convierte en partículas minúsculas de agua tamizada o cae torrencialmente destrozando todo conato de cosecha... Pues bien, los idiotas oficiales creen que los somos también y siguen negando la evidencia y haciendo un negocio de la presunción de que nos hallamos simplemente en un ciclo. Y ¿por qué?, ¿para qué?: pues para no renunciar a ese coche que mañana hay que vender a toda costa al caprichoso para que la marca de turno y la Bolsa no se vengan estrepitosamente abajo, para no renunciar a la madera noble que decora los palacios de los ricos, para no renunciar a construir febrilmente aunque el pueblo no habite las viviendas...
¿Queréis que os diga un secreto (presunto), que lo es para unos pero para otros es una evidencia colosal?: estamos atrapados. Estamos atenazados por una verdadera trampa: por un lado el coche, y por otro, las mentiras y autoengaños de los que se van sucediendo en la dirección del mundo, todos siervos fatalmente de aquél.
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