08 agosto 2006

El espíritu del capitalismo


El espíritu del capitalismo está presente en todos los desastres. El espíritu del capitalismo está llevando al globo a la ruina total. No extraña, hoy menos que nunca, la pregunta de Lenin: ¿li­bertad ¿para qué?

El caso es que el capitalismo como sistema sociopolítico y la li­bertad filosófica o sociológi­ca­mente asociada a él, es lo que están conduciendo a la Humanidad al abismo.

En efecto. En nombre de la libertad se cometen, impu­ne­mente además, las ma­yores atrocidades. Y cuando digo atro­cidades no me refiero sólo a las comu­nes, es decir, a los comportamientos visiblemente crimina­les de los hombres y de los Estados que conocemos bien. Tampoco a las masa­cres, a las torturas masivas, al terro­rismo cuya paternidad se adju­dica a voleo para reforzar el sentimiento de alarma, o al terro­rismo del Estado capitalista, mil veces peor. Me re­fiero ahora a las atrocida­des contra la Natura­leza que co­mete el capita­lismo por codicia y mentalidad, y que están cavando nuestra tumba.

Me refiero a esas atrocidades que son virtualmente "lega­les". Derivadas de dos conceptos que se retroalimentan en­tre sí: liber­tad para el sistema, sistema para la libertad; las que es­tán ínsitamente ligadas a los regímenes de libertad en que vi­vimos; donde la libertad es sacro­santa, donde la li­bertad justi­fica por sí misma la existencia del régi­men polí­tico y con ello los excesos de todas clases; donde no hay control capaz de con­tener el exceso de los excesos. Las so­ciedades capi­talistas tienen leyes, sí. Pero esas leyes son deliberadamente inope­rantes, ineficaces, decorativas. Y digo deliberadamente porque si piensa el legislador en lo que es la condición humana, sobre todo en determinadas sociedades, se daría cuenta de que en el fondo son leyes sólo pensadas para proteger la propiedad pri­vada. Tan pro­tegida está, que ya ha acabado siendo más valiosa que la vida misma. Y así, sólo sirven a ese concepto; son escudo, para­peto, tapadera que legitiman el desprecio por todo lo que no sea “lo propio”.

Estas leyes virtualmente inoperantes en lo grave, produ­cen tres efectos inexorables: primero, sirven sólo al mante­nimiento del sistema por en­cima de todo porque al­guien in­ventó esa barbaridad de que "éste es el menos malo de los sistemas"; segundo, sacrali­zan la pro­piedad privada y con ello el de­recho a hacer con “su” libertad lo que plazca al po­deroso; tercero, ellas mismas contienen la intención de apli­car la máxima be­nevolencia a todo lo que no tenga que ver con la pro­piedad pri­vada.

Los tres efectos producen a menudo paradojas in­so­por­ta­bles. Una persona, por cinco hurtos de bagatela, puede pa­sarse como reincidente varios años en la cárcel. Mientras que una industria papelera o química pue­den acabar con un río o con un humedal por unas cuantas mul­tas, siempre además pendientes de recurso procesal; diez personas pueden que­mar cien montes sin el menor temor a ser deteni­das, y si lo son, sin temor a que alguien pueda aportar pruebas en la práctica imposibles. Pero es que aun en el caso de que sean cientos de criminales contra el orden de las pobla­cio­nes, co­ntra ecosis­temas, contraviniendo re­glas de edifica­ción, recali­ficando y todas esas maniobras que dan origen a desastres acumulati­vos en costas, montes y medioambien­tes en gene­ral, las pe­nas carce­larias resul­tan ri­dículas, pues además los be­neficios peniten­ciarios permi­ten que ni siquiera se cumplan más que de una manera risi­ble. Y por encima de todo, la su­per­diosa: la industria auto­movilística, la causante moral y ma­terial al copo del efecto invernadero, que hace fác­ticamente irreversi­ble el deterioro y muerte de la biosfera. Libertad, li­bertad, libertad...

Los códigos penales capitalistas, como no puede ser de otro modo sin negarse a sí mismo el capitalismo, están al servicio del capitalismo y de sus estragos. Por mucho que se inflamen los carrillos a los dueños del capita­lismo, es de­cir a las clases que lo administran, lo juzgan y tratan o fin­gen que tratan de co­rregir sus abusos, nada se puede espe­rar a la hora de exigir res­ponsabilidades. Pues el mimo tanto de la Naturaleza como de la sociedad es una cues­tión de concien­cia colectiva que no existe. Desapareció hace mu­cho tiempo la noción de bien común.

Libertad, libertad, libertad sin sensibilidad en gentes con ca­rreras, con dinero, ilustrada; gober­nan­tes, jueces, regido­res y dignatarios burgueses o abur­guesa­dos... dirigentes, di­recti­vos... todos auto­res o cómplices de guerras y de estra­gos en la Naturaleza que es­tán conduciendo a la Humani­dad a un -este sí- in­equívoco holocausto.

Libertad, libertad, libertad... para un grupo en cada país, en cada Estado, en cada comunidad, en cada comarca que cumple el cometido de destruir Naturaleza. Todos se van su­cediendo al compás de las ternas elec­torales. Pero to­dos los gobernantes, generales o locales, se suceden con el mismo espíritu: el ultracapitalista. La resisten­cia que pue­dan ofrecer los que es­tán en la "oposi­ción", cede casi por com­pleto en cuanto pa­san a la goberna­ción. Y una riada de humanos se van pasando el testigo del re­levo en esta ca­rrera hacia la meta, que es el fin de una vida perra pero que hasta ayer fue soportable si se disponía de un mínimo para subsis­tir pues siempre había una montaña donde re­fugiarse de la míseria y de la mísera condi­ción humana. Pero ahora ya no quedan si­quiera monta­ñas ni veras de ríos donde conso­larse. Nos las quitan, nos lo están robando todo... en nombre de la (su) li­ber­tad.

La libertad, como concepto político y social, tiene un im­pacto abrumadoramente asimétrico. Pues mientras para la inmensa mayoría la libertad es un elemento decorativo que no tiene oportunidad de ejercitar más que como anécdota, son minorías las que la transmutan en oro sólo para ellas y con cargo a los intereses de las grandes mayorías.

Perra libertad, abominable capitalismo que no queremos abso­lutamente para nada, pues empezamos a no poder ni respirar por culpa de ellos. ¿Quién creerá de buena fe que la sociedad cubana pueda desear para su tránsito un sistema infernal y abominable como éste?

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