En España no sólo no han desaparecido los retazos de caudillismo en estos treinta años de democracia de poca monta. Han arreciado. Y han arreciado en forma de fascismo emparentado con el nazismo yanqui...
No remite la teoría ni la praxis general de que unos mandan y los demás obedecen. No hay ni transición ni apenas transacción por parte, primero de los albaceas testamentarios del Caudillo que impusieron su Constitución y el modelo monárquico de Estado decidido por éste, ni tampoco por parte de los demás herederos de su talante.
Los guardianes encargados de que el espíritu caudillista no cambiase y de que el país siga siendo un predio propiedad de unos cuantos, en realidad los de siempre, son los que, además de regir férreamente a su partido, desparraman la misma actitud y la misma idea-fuerza por la red empresarial y ejecutiva. Al ejercicio práctico de su poder de hecho e institucional, se suma el personal. Como en la pasada dictadura cada padre de familia era una reproducción a escala del dictador, hoy cada español de la infame ideología conservadora es un legatario de la misma laya. Se les reconoce enseguida.
Podríamos decir que tras cada uno de esos nueve millones de votantes de las pasadas elecciones generales en España (aunque ahora seguro que se han reducido a la mitad), hay un caudillo en pequeño. No son tantos los beneficiarios materiales de los ultraconservadores de este país, ni tantos los encandilados por las soflamas patrióticas y pseudomorales que preconiza ese partido, como para reconocer esa cifra de votantes por “interés” material. El caudillo que esconde cada elector -y cada electora que adora al caudillismo- de semejante horda política, es más fuerte que el esperar ventajas, comisiones y favores de dicha horda. El servilismo es la otra cara de la moneda del caudillismo. No hay nadie más rastrero que un fascista: implacable con los débiles, servil con los fuertes. Así es y así funciona el fascismo. Todo junto es lo que determina el resultado final de los recuentos electorales. Los reductos de caudillismo pues, están en ese partido político; mucho más cercano de las fórmulas y postulados fascistas, que de los de talante pactista que caracterizaría a una sociedad democrática y libre.
Esto, lo de mandar -que no dirigir- de unos pocos energúmenos sobre el resto, no sólo se da en la sociedad militar donde en principio sería su terreno, sino en la sociedad civil. Pero también en la sociedad católica mayoritaria. Cualquiera que observe cómo se comportan no ya los arzobispos, obispos y cardenales sino los párracos de cada parroquia, advertirá que los más valorados en el rankig de los arzobispados son los párrocos-empresario.
Mandar, ordenar y disponer de las vidas ajenas, tanto material como moralmente, es algo que pertenece al espíritu no sólo de los entrometidos sino también de los dañinos, de los devastadores, de los depredadores y de los canallas que se refugian en el patrioterismo. De ellos provienen miles de desatinos y abusos de todas clases. De ellos... de los pequeños caudillos.
Hay infinidad de ejemplos que definen la condenable estulticia y daño que a sí misma se hace esta sociedad postindustrial que está acabando con el equilibrio frágil del planeta a velocidad de vértigo, por culpa de pequeños y no tan pequeños caudillos de paisano. Unos, en países como España e Italia, son hijos del caudillismo sin soporte institucional a que me refiero, y otros, son hijos ilegítimos del sistema capitalista en general, proxeneta del neonazismo.
Veamos unos ejemplos, aplicables en ciertos casos sobre todo a España:
Un arquitecto necio y excéntrico presenta un proyecto de edificación para unos grandes almacenes sin ventanas ni luz natural, obligando a la climatización insistente y al consumo de energía irrenunciable. Y los mandamases, legos y lerdos, lo ejecutan entusiasmados. Habría que ver quién es ese ejemplar licenciado en arquitectura y qué razones esgrimió para llevar adelante semejante engendro. Hasta qué punto los corteingleses gastan energía por un tubo arrastrando al resto de los centros comerciales a lo mismo, es una constatación que veja a la sociedad moderna, la pone en evidencia, aborta la creatividad y la inteligencia y exalta el despilfarro.
Y luego también en España, con más de quinientos mil kilómetros cuadrados y un pasado urbanísticamente hablando ruin, mezquino y asombrosamente estrecho de miras siempre; con ciudades exiguas sobrando el terreno, se han ido apiñando las edificaciones y dando un valor al suelo absolutamente ficticio a través del juego “calificación /recalificación”, que está causando los mayores estragos al medio ambiente.
Lo mismo que los estragos de la construcción de autovías que se están ocasionando a los ecosistemas del mundo entero; la tala indiscriminada sin reposición de ejemplares; el agotamiento de los océanos y mares porque los patrones tienen que pagar el salario a sus marineros y no pueden hacer tampoco concesiones a los bancos de pesca... Todo, muestras de que la dinámica postmoderna de las sociedades capitalistas está provocando la depresión psíquica en las poblaciones antes de que irrumpa la depresión económica mundial propiamente dicha o la guerra total.
Pero por encima de todo está la automoción. Se fabrica un número de coches que quizá esté próximo ya al de la población mundial. Pero como todo depende de un poder adquisitivo que no alcanza aquélla en su conjunto, además de inyectar en la atmósfera CO² en cantidades suficientes como para envenenarla y luego a toda la biosfera, genera stocks de coches cuya salida fuerza incluso cada plan de cada “nueva guerra” para cuando se produzca la reconstrucción y se haga la hipotética pacificación. De aquí que oyéramos tan a menudo hablar de reconstrucción e incluso se organizase en Madrid una especie de mesa petitoria donde los representantes de los países fueron poniendo cifras al efecto en la bandeja para reconstruir el pobre Irak, que sonó a auténtica subasta de esclavos. Luego nunca más se supo del asunto. Pero hay que fabricar a todo trance consumidores, y ello no admite réplicas, ni concesiones, ni blandenguerías...
Sin embargo, está visto que pese a tanto desmán, pese a tanta infamia, tanto abuso y tanta injusticia, no sólo sus cancerberos no quieren sistemas totalitarios, tan necesarios ya para la supervivencia de la humanidad, sino que los siguen persiguiendo con saña. Pero los sistemas totalitarios de corte comunista son los únicos que podrían sacarnos del marasmo. Atender al consumo en función de las necesidades, tener al despilfarro por crimen social, respetar a la Naturaleza por la cuenta que nos trae y cuidar de las despensas sin entregarse prostituidamente al mercado libre, es lo exige ya de una vez por todas la Humanidad.
Esta es la razón, además del igualitarismo racional que propugnan y practican los sistemas totalitarios que pide a gritos la inteligencia del milenio, por la que unos muy conscientemente y otros instintivamente apostamos por los marxismo revisado, por el colectivismo o por el socialismo radical no democrático. Desde el cooperativismo hasta el comunitarismo más acendrado que es comprendido mejor que el comunismo en una sociedad que sólo respira malas imitaciones de libertad, son actualmente más valiosos para la supervivencia que este nauseabundo sistema falsamente libre de falso mercado libre.
Pero ya sabemos que aun siendo ello deseable, tanto en España el caudillismo de guardarropía, el fascismo, y en el resto del mundo occidental el neonazismo, la codicia y el afán de dominio nietscheano vuelven a golpear con fuerza inusitada y no va a ser fácil quitárnoslos de encima...
No remite la teoría ni la praxis general de que unos mandan y los demás obedecen. No hay ni transición ni apenas transacción por parte, primero de los albaceas testamentarios del Caudillo que impusieron su Constitución y el modelo monárquico de Estado decidido por éste, ni tampoco por parte de los demás herederos de su talante.
Los guardianes encargados de que el espíritu caudillista no cambiase y de que el país siga siendo un predio propiedad de unos cuantos, en realidad los de siempre, son los que, además de regir férreamente a su partido, desparraman la misma actitud y la misma idea-fuerza por la red empresarial y ejecutiva. Al ejercicio práctico de su poder de hecho e institucional, se suma el personal. Como en la pasada dictadura cada padre de familia era una reproducción a escala del dictador, hoy cada español de la infame ideología conservadora es un legatario de la misma laya. Se les reconoce enseguida.
Podríamos decir que tras cada uno de esos nueve millones de votantes de las pasadas elecciones generales en España (aunque ahora seguro que se han reducido a la mitad), hay un caudillo en pequeño. No son tantos los beneficiarios materiales de los ultraconservadores de este país, ni tantos los encandilados por las soflamas patrióticas y pseudomorales que preconiza ese partido, como para reconocer esa cifra de votantes por “interés” material. El caudillo que esconde cada elector -y cada electora que adora al caudillismo- de semejante horda política, es más fuerte que el esperar ventajas, comisiones y favores de dicha horda. El servilismo es la otra cara de la moneda del caudillismo. No hay nadie más rastrero que un fascista: implacable con los débiles, servil con los fuertes. Así es y así funciona el fascismo. Todo junto es lo que determina el resultado final de los recuentos electorales. Los reductos de caudillismo pues, están en ese partido político; mucho más cercano de las fórmulas y postulados fascistas, que de los de talante pactista que caracterizaría a una sociedad democrática y libre.
Esto, lo de mandar -que no dirigir- de unos pocos energúmenos sobre el resto, no sólo se da en la sociedad militar donde en principio sería su terreno, sino en la sociedad civil. Pero también en la sociedad católica mayoritaria. Cualquiera que observe cómo se comportan no ya los arzobispos, obispos y cardenales sino los párracos de cada parroquia, advertirá que los más valorados en el rankig de los arzobispados son los párrocos-empresario.
Mandar, ordenar y disponer de las vidas ajenas, tanto material como moralmente, es algo que pertenece al espíritu no sólo de los entrometidos sino también de los dañinos, de los devastadores, de los depredadores y de los canallas que se refugian en el patrioterismo. De ellos provienen miles de desatinos y abusos de todas clases. De ellos... de los pequeños caudillos.
Hay infinidad de ejemplos que definen la condenable estulticia y daño que a sí misma se hace esta sociedad postindustrial que está acabando con el equilibrio frágil del planeta a velocidad de vértigo, por culpa de pequeños y no tan pequeños caudillos de paisano. Unos, en países como España e Italia, son hijos del caudillismo sin soporte institucional a que me refiero, y otros, son hijos ilegítimos del sistema capitalista en general, proxeneta del neonazismo.
Veamos unos ejemplos, aplicables en ciertos casos sobre todo a España:
Un arquitecto necio y excéntrico presenta un proyecto de edificación para unos grandes almacenes sin ventanas ni luz natural, obligando a la climatización insistente y al consumo de energía irrenunciable. Y los mandamases, legos y lerdos, lo ejecutan entusiasmados. Habría que ver quién es ese ejemplar licenciado en arquitectura y qué razones esgrimió para llevar adelante semejante engendro. Hasta qué punto los corteingleses gastan energía por un tubo arrastrando al resto de los centros comerciales a lo mismo, es una constatación que veja a la sociedad moderna, la pone en evidencia, aborta la creatividad y la inteligencia y exalta el despilfarro.
Y luego también en España, con más de quinientos mil kilómetros cuadrados y un pasado urbanísticamente hablando ruin, mezquino y asombrosamente estrecho de miras siempre; con ciudades exiguas sobrando el terreno, se han ido apiñando las edificaciones y dando un valor al suelo absolutamente ficticio a través del juego “calificación /recalificación”, que está causando los mayores estragos al medio ambiente.
Lo mismo que los estragos de la construcción de autovías que se están ocasionando a los ecosistemas del mundo entero; la tala indiscriminada sin reposición de ejemplares; el agotamiento de los océanos y mares porque los patrones tienen que pagar el salario a sus marineros y no pueden hacer tampoco concesiones a los bancos de pesca... Todo, muestras de que la dinámica postmoderna de las sociedades capitalistas está provocando la depresión psíquica en las poblaciones antes de que irrumpa la depresión económica mundial propiamente dicha o la guerra total.
Pero por encima de todo está la automoción. Se fabrica un número de coches que quizá esté próximo ya al de la población mundial. Pero como todo depende de un poder adquisitivo que no alcanza aquélla en su conjunto, además de inyectar en la atmósfera CO² en cantidades suficientes como para envenenarla y luego a toda la biosfera, genera stocks de coches cuya salida fuerza incluso cada plan de cada “nueva guerra” para cuando se produzca la reconstrucción y se haga la hipotética pacificación. De aquí que oyéramos tan a menudo hablar de reconstrucción e incluso se organizase en Madrid una especie de mesa petitoria donde los representantes de los países fueron poniendo cifras al efecto en la bandeja para reconstruir el pobre Irak, que sonó a auténtica subasta de esclavos. Luego nunca más se supo del asunto. Pero hay que fabricar a todo trance consumidores, y ello no admite réplicas, ni concesiones, ni blandenguerías...
Sin embargo, está visto que pese a tanto desmán, pese a tanta infamia, tanto abuso y tanta injusticia, no sólo sus cancerberos no quieren sistemas totalitarios, tan necesarios ya para la supervivencia de la humanidad, sino que los siguen persiguiendo con saña. Pero los sistemas totalitarios de corte comunista son los únicos que podrían sacarnos del marasmo. Atender al consumo en función de las necesidades, tener al despilfarro por crimen social, respetar a la Naturaleza por la cuenta que nos trae y cuidar de las despensas sin entregarse prostituidamente al mercado libre, es lo exige ya de una vez por todas la Humanidad.
Esta es la razón, además del igualitarismo racional que propugnan y practican los sistemas totalitarios que pide a gritos la inteligencia del milenio, por la que unos muy conscientemente y otros instintivamente apostamos por los marxismo revisado, por el colectivismo o por el socialismo radical no democrático. Desde el cooperativismo hasta el comunitarismo más acendrado que es comprendido mejor que el comunismo en una sociedad que sólo respira malas imitaciones de libertad, son actualmente más valiosos para la supervivencia que este nauseabundo sistema falsamente libre de falso mercado libre.
Pero ya sabemos que aun siendo ello deseable, tanto en España el caudillismo de guardarropía, el fascismo, y en el resto del mundo occidental el neonazismo, la codicia y el afán de dominio nietscheano vuelven a golpear con fuerza inusitada y no va a ser fácil quitárnoslos de encima...