28 agosto 2006

Pequeños caudillos, grandes estragos

En España no sólo no han desaparecido los retazos de cau­dillismo en estos treinta años de democracia de poca monta. Han arre­ciado. Y han arreciado en forma de fas­cismo em­pa­ren­tado con el nazismo yanqui...

No remite la teoría ni la praxis general de que unos man­dan y los demás obedecen. No hay ni transición ni apenas tran­sac­ción por parte, primero de los albaceas testamenta­rios del Caudillo que impusieron su Constitución y el mo­delo monárquico de Estado decidido por éste, ni tampoco por parte de los demás herederos de su talante.

Los guardianes encargados de que el espíritu caudillista no cam­biase y de que el país siga siendo un predio propie­dad de unos cuantos, en realidad los de siempre, son los que, ade­más de regir férrea­mente a su partido, despa­rra­man la misma actitud y la misma idea-fuerza por la red em­presa­rial y eje­cu­tiva. Al ejercicio práctico de su poder de hecho e institucional, se suma el personal. Como en la pa­sada dic­tadura cada pa­dre de familia era una reproducción a es­cala del dicta­dor, hoy cada español de la in­fame ideolo­gía conserva­dora es un le­gatario de la misma laya. Se les reconoce enseguida.

Podría­mos decir que tras cada uno de esos nueve mi­llo­nes de vo­tantes de las pasadas elecciones generales en España (aunque ahora seguro que se han reducido a la mi­tad), hay un cau­dillo en pequeño. No son tantos los benefi­cia­rios ma­te­riales de los ul­traconserva­dores de este país, ni tantos los encandilados por las sofla­mas patrióticas y pseu­domorales que preco­niza ese partido, como para reconocer esa cifra de votantes por “interés” material. El caudillo que es­conde cada elector -y cada electora que adora al caudi­llismo- de seme­jante horda política, es más fuerte que el esperar ven­tajas, comisiones y favores de dicha horda. El servi­lismo es la otra cara de la mo­neda del caudi­llismo. No hay na­die más rastrero que un fas­cista: impla­cable con los débiles, servil con los fuertes. Así es y así fun­ciona el fas­cismo. Todo junto es lo que deter­mina el re­sultado final de los re­cuentos electora­les. Los reductos de caudi­llismo pues, es­tán en ese par­tido polí­tico; mucho más cer­cano de las fórmulas y pos­tulados fas­cistas, que de los de talante pac­tista que ca­racte­rizaría a una sociedad demo­crática y libre.

Esto, lo de mandar -que no dirigir- de unos pocos energú­menos sobre el resto, no sólo se da en la so­ciedad militar donde en principio sería su terreno, sino en la sociedad civil. Pero también en la sociedad católica mayo­rita­ria. Cual­quiera que observe cómo se comportan no ya los ar­zobis­pos, obis­pos y cardenales sino los párracos de cada pa­rro­quia, adver­tirá que los más va­lorados en el rankig de los ar­zobispa­dos son los párrocos-empresario.

Mandar, ordenar y disponer de las vidas aje­nas, tanto mate­rial como moralmente, es algo que perte­nece al es­pí­ritu no sólo de los entrometidos sino también de los dañinos, de los devastadores, de los de­predado­res y de los canallas que se refugian en el patrio­te­ris­mo. De ellos pro­vienen miles de de­satinos y abusos de todas clases. De ellos... de los peque­ños caudillos.

Hay infinidad de ejemplos que definen la condenable es­tul­ticia y daño que a sí misma se hace esta sociedad postin­dus­trial que está aca­bando con el equilibrio frágil del planeta a velocidad de vértigo, por culpa de pequeños y no tan pe­que­ños caudillos de paisano. Unos, en paí­ses como España e Ita­lia, son hijos del caudillismo sin soporte institu­cional a que me refiero, y otros, son hijos ilegítimos del sis­tema capi­talista en general, proxeneta del neonazismo.

Veamos unos ejemplos, aplicables en ciertos casos sobre todo a España:

Un arquitecto necio y excéntrico presenta un proyecto de edi­ficación para unos grandes almacenes sin ventanas ni luz na­tural, obligando a la climatización insistente y al con­sumo de energía irrenun­ciable. Y los mandamases, legos y lerdos, lo eje­cutan entu­siasma­dos. Habría que ver quién es ese ejem­plar licenciado en ar­quitec­tura y qué ra­zones es­grimió para llevar adelante se­mejante engendro. Hasta qué punto los corteingleses gastan energía por un tubo arras­trando al re­sto de los centros comer­ciales a lo mismo, es una consta­tación que veja a la sociedad mo­derna, la pone en evidencia, aborta la creatividad y la inteli­gencia y exalta el despilfarro.

Y luego también en España, con más de quinientos mil ki­lómetros cuadrados y un pasado urbanísticamente hablando ruin, mezquino y asombrosamente estrecho de mi­ras siem­pre; con ciudades exiguas sobrando el terreno, se han ido apiñando las edificaciones y dando un valor al suelo absolu­tamente ficticio a través del juego “calificación /recalificación”, que está causando los mayores estragos al medio ambiente.

Lo mismo que los estragos de la construcción de auto­vías que se están ocasionando a los ecosistemas del mundo en­tero; la tala indiscriminada sin reposición de ejemplares; el agota­miento de los océanos y mares porque los patrones tie­nen que pagar el salario a sus marineros y no pueden hacer tampoco con­ce­siones a los bancos de pesca... Todo, mues­tras de que la di­námica postmo­derna de las so­cieda­des ca­pitalistas está pro­vocando la depre­sión psíquica en las pobla­ciones antes de que irrumpa la de­presión eco­nó­mica mundial pro­pia­mente di­cha o la guerra total.

Pero por encima de todo está la au­tomoción. Se fabrica un número de coches que quizá esté próximo ya al de la pobla­ción mundial. Pero como todo depende de un poder adqui­si­tivo que no alcanza aquélla en su conjunto, además de in­yectar en la at­mósfera CO² en cantidades sufi­cientes como para enve­ne­narla y luego a toda la bios­fera, genera stocks de coches cuya sa­lida fuerza in­cluso cada plan de cada “nueva gue­rra” para cuando se produzca la re­construcción y se haga la hipotética pa­cificación. De aquí que oyéramos tan a me­nudo hablar de reconstrucción e in­cluso se organi­zase en Madrid una especie de mesa petito­ria donde los re­presen­tantes de los países fue­ron poniendo cifras al efecto en la bandeja para reconstruir el pobre Irak, que sonó a au­téntica subasta de esclavos. Luego nunca más se supo del asunto. Pero hay que fabricar a todo trance con­su­mido­res, y ello no admite ré­plicas, ni conce­siones, ni blan­denguerías...

Sin embargo, está visto que pese a tanto desmán, pese a tanta infamia, tanto abuso y tanta injusticia, no sólo sus can­cerberos no quieren sis­te­mas totalitarios, tan necesarios ya para la supervivencia de la humanidad, sino que los siguen persiguiendo con saña. Pero los sistemas to­ta­litarios de corte comunista son los únicos que podrían sacarnos del marasmo. Aten­der al con­sumo en función de las necesi­da­des, tener al des­pilfarro por crimen social, res­petar a la Naturaleza por la cuenta que nos trae y cui­dar de las despen­sas sin entregarse prostituidamente al mer­cado li­bre, es lo exige ya de una vez por todas la Huma­nidad.

Esta es la razón, además del igualitarismo racional que pro­pugnan y practican los sistemas totalitarios que pide a gritos la inte­ligencia del milenio, por la que unos muy cons­ciente­mente y otros instinti­vamente apostamos por los marxismo revisado, por el colecti­vismo o por el socialismo radical no democrático. Desde el coo­perativismo hasta el comunita­rismo más acen­drado que es comprendido mejor que el co­munismo en una sociedad que sólo respira malas imitacio­nes de liber­tad, son actualmente más valiosos para la supervivencia que este nau­seabundo sistema falsamente libre de falso mer­cado libre.

Pero ya sabemos que aun siendo ello deseable, tanto en España el caudillismo de guardarropía, el fas­cismo, y en el resto del mundo occidental el neonazismo, la codicia y el afán de dominio niets­cheano vuelven a gol­pear con fuerza inusi­tada y no va a ser fácil quitárnoslos de en­cima...


26 agosto 2006

Virilidad y feminidad

Este es un asunto -como quizá todos- que lo mismo se puede tratar con toda la complejidad del análisis en profundi­dad, que con absoluta simplicidad. Por eso mismo, al lado de despropósitos y procacidad a espuertas hay tratados, volúme­nes, bibliotecas enteras para desme­nuzar la psicolo­gía, el com­portamiento y la entidad u ontolo­gía de hombres y muje­res en los aspectos que impli­can a toda la personali­dad, in­cluido, claro está, el sexual. Por eso no voy a me­terme a intér­prete ante ese muro que repre­senta el magma del super­en­ten­dido. Me aniquila­ría si me atre­viera a debatir el tema con él. Pensa­ría inme­diatamente que yo pretendía llevarle la contra­ria o que mis ideas esta­ban trasnochadas. Mejor di­cho, supera­das, como se dice ahora al hablar de un medi­camento aunque la natura­leza humana no ha cam­biado; pues sigue siendo cierto que el más pacífico puede con­ver­tirse al pronto en pre­dador...

Me limito aquí a dar una exi­gua pin­ce­lada, que para más de una o de uno podrá ser even­tual­mente un mal brochazo, so­bre qué es en mi consi­deración virilidad y feminidad, cua­lida­des que resultan de la escisión andrógina...

Pero no se me negará que, en España al menos, hay una tendencia muy mar­cada a considerar la índole sexual solo desde el punto de vista funcional. No se negará que “todo” co­mentario, explícito o de pasada, tiende a suprimir los ras­gos específicos biológicos de los sexos ori­llando el efecto in­elucta­ble que causan la tes­tosterona y los estrógenos en el macho y en la hembra. El axioma es claro: “sólo hay per­so­nas”. Según esta tesis, el efecto que causen en la psi­co­logía individual am­bas hormonas es mucho menor que el flujo y re­flujo cultural heredados y ampliamente con­testa­dos por la li­bertad política y moral “ganadas” por las de­mocra­cias en las que hay tanto ex­plotador de la una y de la otra. Sea como fuere en esto, la an­drogi­nia es la “te­sis” ofi­cial. Y la tesis es: unos es­tán para con­cebir, otros para inse­minar y otros, en ese sen­tido, para simple­mente existir y dis­frutar. Todo fun­cio­nalidad pura. No hay matices indi­viduales más que en lo for­mal, en el ma­yor o menor ta­maño del pene y en la mayor o menor recep­tivi­dad de la va­gina. En todo lo de­más hay un afán irresistible en suprimir la diferencia de tacto y sensibili­dad entre la mujer y el hom­bre. ¡Qué lástima...!

No interesan mucho los matices, ni el estilo, reducido éste a un estereotipo más de los varios asociados a la “mo­da mental” y a la presión del feminismo en este país. Y ello pese a que los mati­ces son in­dis­pensables para reco­nocerse cada cual a sí mismo y para no perder la no­ción de la identi­dad propia y de paso no per­der el sentido de la reali­dad en su máxima ampli­tud. Y los mati­ces tienen mu­cho que ver con vi­ri­lidad y femini­dad: no es­toy dis­puesto a tran­sigir.

Sin embargo, siendo “real” e incontestable que las dosis en la combi­nación de estróge­nos y testoste­rona en cada cual deter­mina­ría el grado de mayor o menor potencia re­produc­tora del macho y de mayor o menor fer­tilidad de la hembra, por un lado; siendo iguales en de­re­chos hombre y mujer, y estando, por otro, establecidas las diferen­cias so­ciales sólo por la capa­cidad para servir en y a la socie­dad... capitalista (so­ciedad, por cierto, tan ávida en España de se­mejante equi­paración hasta el punto de arrollar toda ori­ginali­dad, toda ex­celencia), todo lo demás está supedi­tado al axioma y al inte­rés de ese “sólo hay perso­nas”...

Sí, hay sólo personas, pero invito a superar entre todos las diferencias y distancias ima­ginarias o reales, a limar aspere­zas y a iniciar una tre­gua en la gue­rra de los sexos conclu­yendo que tanto la mujer -la hembra- como el hom­bre -el ma­cho- no alcanzan su ab­soluta pleni­tud hasta que, ante lo su­blime, no han sido capaces de llorar. Aquí, en ese punto y mo­mento emocional es cuando sólo co­bra rea­lismo y auten­ti­ci­dad la an­droginia por la que esta sociedad tanto trabaja...

¿Sobrevivirá la especie humana?


La paradoja matemática de Poincaré, convertida en teo­rema por Gregori Perelman, tiene su correspondencia con la para­doja de la supervivencia de la especie humana que pre­ocupa a Stephen Hawking y ahora a tantos. Y la llamo para­doja, porque yo creo que esa preocupación es ficticia y real al mismo tiempo.

Es real, porque la sociedad mundial, mejor dicho quienes tie­nen las claves del asunto, no han hecho lo correcto para evitar el peligro que se cierne sobre ella. No lo han hecho, y en cambio aparentan preocuparse y nos preocupan ahora, inútilmente. Y es ficticia, en tanto que insensatez impropia de quienes han sido capaces de llegar a las estre­llas y de in­ventar los motores de explosión y combustión, por no haber dis­puesto profilaxis como toda persona juiciosa la dispone para sus relaciones sexuales inseguras...

Porque quienes tienen o fingen esas preocupaciones ya sabemos quienes son: en lo político, los líderes que se van sucediendo al frente de las principales potencias; y en lo eco­nómico (la otra superestructura fundamental), un pu­ñado de individuos dueños del mundo financiero que al contrario que aquéllos perduran en su dominio y con el paso del tiempo refuerzan cada vez más y más su poder que se van legando de padres a hijos. Este es el marco. En eso con­siste el peligro y de esa circunstancia pro­cede. No hay más. Bastaría que los po­líticos que se dan en­tre sí el relevo y los magnates que se suceden a sí mismos dieran un golpe de timón a su so­ber­bia y su codi­cia, para que la consternación por el tenebroso hori­zonte a la vista se tro­case sim­plemente en el desen­canto que ori­gi­naría la su­pre­sión brusca del co­che de uso individual, con su cortejo de faraónicas cons­trucciones y de­vastaciones al servicio de maravilloso y al mismo tiempo terri­ble ingenio.

La preocupación propiamente no está, ya, en el dilema super­vi­vencia-extinción de la especie humana, sino en “mi” su­pervi­vencia y en la de los míos. En la pena que puede cau­sar la desapa­rición de la flora y la fauna y en la de los pai­sajes que aunque no los visitemos disfrutamos sólo por sa­ber que existen. Pre­senciar la realidad en el pretérito pro­duce des­consuelo. ¡Que tristeza la vida sin elefantes, ni go­rilas, ni ríos cristali­nos, ni bosques perfumados, ni selvas in­trin­cadas, ni glacia­res, ni nieves, ni lluvia... con mares muertos! He aquí el drama. No que la huma­nidad se ex­tinga. ¡Que bien –además- si se extin­guiese antes que los demás seres vivos!

En realidad, repre­sentada por quien la di­rige sin saber a dónde va, no merece por su necedad sobrevivirse en las condiciones que opera. Está claro, además, que no le in­ter­esa. Lo te­rrible para el vulgo es saber que todo depende de unos pocos que arras­tran al re­sto con su estú­pido proceder sin poder hacer ab­soluta­mente nada para esquivar la com­placencia que se adivina en su mismísima impotencia per­sonal. Aquí esta la clave.

¿A Hawking le pre­ocupa realmente la supervi­vencia, o la ve ya, como yo, con espe­cial regusto aunque no tanto si pienso en que los autores pueden huir, los muy cobardes, a otro planeta? ¿señala esa pre­ocupa­ción, como la para­doja de Poincaré, una diver­sión del cono­cimiento, o la siente con consternación? La desaparición de la especie será pro­gre­siva, brusca por deflagraciones nucleares y por hambru­nas, pero lenta en cuanto los retales de ella que irán de pena en pena. No muy diferente al fin del mundo que lo es para quienes mueren a cada segundo por causas naturales y ac­cidentes, o trágicamente en guerras infames...

Perdida ya la esperanza de la pervivencia de la Naturaleza más o menos virginal, ya sólo “a mí” me preocupa poder be­ber y comer, yo; que puedan beber y comer, también o prin­cipal­mente, mis seres queridos; y que to­dos po­damos co­muni­carnos por el móvil. Y muy perso­nalmente, conservar mi so­berbio piano fabri­cado en la desaparecida Alemania Orien­tal. Lo demás ya no me interesa sencillamente porque si no puedo hacer nada y tanto he su­frido por la visión de ese fu­turo inmediato que ahora empieza a preocupar a mu­chos que recurren a los vaticinios tranquilizadores de Haw­king, ya no estoy dis­puesto a sufrir más. Todo tiene un límite y la pena también.

El seco otoño (y ojalá sea la pesimista predicción del ago­rero) que hay que prever simplemente por la tendencia de los diez últimos años en materia pluviométrica en España y aun en el mundo, me aconsejan ir haciendo provisión de agua mi­neral. Aquí se acaba “mi” preocupación cuando acaba de darse la noticia de que Hawking responde con sus opti­mistas predicciones a 25.000 personas que le han con­sultado por In­ternet. Aunque es­toy se­guro de que, por este fu­turo que ya está aquí, Hawking, por lo menos desde hace una década, ha venido viviendo secretamente este asunto tan despavo­rido como yo lo he estado.

23 agosto 2006

Academicismo y heterodoxia


A propósito de mi artículo de ayer “Pensar es un placer” y también del rechazo del ruso Gregori Perelman del galardón Fields voy a hacer unas reflexiones.

Desde luego Perelman esconde en tiempos revueltos pero supuestamente democráticos en su país, la formación, ins­truc­ción y educación eminentemente marxista. Ni el culto a la per­sonalidad, ni el acicate de los premios ni el del aplauso ni el de los reconocimientos son estímulos para una persona in­depen­diente que se estime más a sí misma y estime el pen­samiento ajeno a la personalidad, que a las vanidades y exaltaciones constantes que caracterizan al modelo capita­lista.

"Mientras no era conocido tenía la posibilidad de decir co­sas feas [sobre la profesión] o ser tratado como una mas­cota. Al pasar a ser conocido, no puedo ser una mascota y no decir nada. Por eso me he tenido que ir", dijo Perelman. En su opi­nión la mayoría de los matemáticos son confor­mistas: "Son más o menos honrados, pero toleran a los que no son honra­dos".

Mira por dónde y sin haber leído yo esta noticia que un amable comentarista de mi artículo introdujo en él, me en­cuentro en Perelman con el prototipo de persona que no sólo encaja en el de la verdadera inteligencia y honestidad que adoro, sino con la voz acusatoria de todo un tinglado socioe­conómico que lleva camino de destruirse por la so­berbia an­tes que por las guerras y el medioambiente...

Nadie es “alguien” por ser juez, escritor, novelista, filósofo, catedrático, notario o licenciado por cien universidades. Pre­cisamente sabemos, quienes nos desenvolvemos en este tipo de sociedad, que la mayoría de las veces quienes son más distinguidos y celebrados son los que mejor se adaptan –y se han adaptado- al “modelo”; quienes lo ceban al tiempo que el modelo se ceba de él; quienes lo abrochan, lo apunta­lan y no se permiten la más mínima crítica, si no se dedican a alabarlo. Todo ello pese a que la mayoría de las veces con­fundimos ataques a los efectos con los ataques a las causas. Estos son los que no son permitidos. Esto es lo que se vigila desde el Poder y principalmente el mediático.

Lo que dice Perelman es un axioma. “Mientras no era co­no­cido tenía la posibilidad de decir cosas feas [sobre la profe­sión] o ser tratado como una mascota”. En cuanto re­cogiese su premio y su dinero, como en cuanto alguien es­cribe un li­bro y una editorial pone sus condiciones, sus en­trevistas, sus pre­sentaciones del mismo o hace podas al texto que com­prome­ten severamente al sistema capitalista, el galardonado ha sido fagocitado por la “causa” y anulado como opositor a ella.

Pudiéramos decir que Saramago es otra excepción de los que manteniendo un pensamiento crítico radical de izquier­das es respetado por el pensamiento “oficial”, y ahí sigue expo­niéndolo sin problemas por oposición al otro lerdo ofi­cial del neoliberalismo, Vargas Llosa. Pero Saramago es muy mayor para hacer actos de profesión de fe anticapita­lista y está, creo yo, por encima de toda liturgia capitalista. No obstante tam­bién he echado yo de menos en él (aunque no le sigo como para saber todo de él) si ha tenido algún gesto parecido al de Perelman en alguna ocasión.

Sea como fuere los títulos académicos, los galardones, los premios y los diplomas que muchos patanes tienen colga­dos a docenas de sus paredes y despachos no hacen más que acreditar que son fieles siervos del “modelo”; que no hay heterodoxia alguna en sus enfoques y planteamientos y sirve perfectamente a la complacencia general en la que destacan sus más significados aduladores: los periodistas que han reempazado a los clérigos de antaño en los púlpi­tos con su precepto más repulsivo pero que mueve, motiva y da sentido a toda una corporación como la religión movía -y mueve- a los clérigos cuando asumían su deber de predi­car urbi et orbe el evangelio: el funesto “deber de informa­ción”. Y digo funesto porque tan pronto “informan” con pelos y señales, como si­lencian en la línea que interesa a los grandes intereses finan­cieros y políticos de todo tipo que se sitúan en el centro neu­rálgico del poder mediático asociado a aquéllos...

Todo el empeño de los que llevan las riendas de la socie­dad demoliberal es exaltar al individuo aislado mientras el re­sto es despreciado de muchas maneras por “descono­cido”. Eso cuando no es acosado o perseguido como ene­migo del sistema. Aquí se encierra también la persecución a que son sometidos muchos vascos no ricos por serlo, y por no some­terse dócilmente al mismo aparte sus afanes.

Nosotros somos aquí teóricamente todos heterodoxos, to­dos enemigos de una fórmula de sociedad propicia para la injustica y el abuso institucionalizado por más que respon­dan enseguida sus turiferarios que hay instituciones a las que po­demos reclamar...

Yo soy licenciado en Antropología por la UPV y doctor en Derecho por la U. Complutense. Pero se verá que nunca he hecho protesto de ello. Me parece que cuantos más títulos, como dije antes, más probabilidades hay de emporquecer el pensamiento que debe fluir libre de todo prejuicio y de toda preocupación por el qué dirán... En el caso de encontrarme en una situación imposible como la de Gregori Perelman -porque una cosa es la ciencia y otra la labia-, jamás hubiera aceptado ninguna distinción. Me basta sintonizar con alguno o alguna de los que hablamos aquí y en otras webs, a dis­tan­cia y preferiblemente sin conocimiento personal.

Es muy importante tener en cuenta que ni Cristo ni Sócrates ni Buda fueron Licenciados...

Jaime Richart
Ensayista Licenciado en Antropología por la UPV
Doctor en Derecho por la U.Complutense

Pensar es un placer


Pensar es un placer y, como todo placer, no se puede evitar que lleve aparejada la tristeza post coitum.

Pero pese lo que puedan decir los especialistas (quien me haya leído saben de mi antipatía hacia ellos como tales) el pensamiento, que no esa razón que genera monstruos, como pensaba Francisco de Goya y Lucientes, es una fá­brica de ideas que no se extingue hasta que no muere el ce­rebro. Y como cualquier fábrica, produce mucho o pro­duce poco o no produce nada.

Yo, a lo largo de mi vida no he perseguido en la lectura más que una cosa: pensar. La diversión me la procuraba, más allá de leer la novela -una vez pasada la época en que el pensamiento propiamente dicho no existe y la mente ne­cesita fantasía-, en otra clase de entretenimientos. Por ejemplo el teatro en vivo o el cine que irrumpía en la socie­dad con fuerza inusitada para entronizarnos las bastas, simplonas y pervertidas ideas norteamericanas, bastaban para complacerlos. Pero a partir de entonces la fábrica em­pezó a funcionar por ella sola y sólo necesitaba de estímu­los en forma de ideas fértiles, como cualquier motor de combustión, para funcionar, el com­bustible.

Y esto, buscar las ideas que a su vez provoquen las mías es a lo que me he dedicado casi de por vida. Paso rápida­mente desde hace mu­chos años por encima de todo aquello y todo aquél que no me haga pensar. Y por esa razón, inde­pendientemente de lo que llamamos información y noticia, todos mis escritos surgen de "mi pensamiento", libre ya, que a su vez intenta o presume de poder punzar el ajeno huido de los tópi­cos.

El pensamiento del lector y del autor forman un racimo al que se van entrelazando el lector que a su vez se con­vierte en autor aunque no escriba. Las ideas entonces fluyen a borbotones y se distancian del numen general. Nace así una sociedad libre, robusta e independiente que no existe y pro­bablemente no existirá jamás en esta civiliza­ción decadente y próxima a estallar...

No se trata ya de ser extravagante o a toda costa original. Más bien lo contrario. Se trata de que si pensamos despo­jándonos de los pre-juios, es decir de las ideas previas al fi­nal concebidas por otros y más al final todavía pre-concebi­das por otros más, nos encontraremos con ideas que, pese a que sabemos no hay nada nuevo bajo el sol ni pensa­miento que no hubiere sido alumbrado antes, tendremos la sublime sensación de haberlas concebido por nosotros mismos gracias a nues­tro pro­pio "espíritu" y nuestro es­fuerzo intelectivo, que es tanto como decir "inteligente". Se trata de pensar sin el cosmético, sin los innumerables cos­méticos que la sociedad dominante aplica a todo para em­pañar la realidad y hacerse dueña de ella. Antes la religión y ahora porciones conocidas y localizadas de so­ciedad civil son, fueron, las encargadas de velar u oscurecer la sencilla realidad mientras ellos, ojo avizor, sa­can provecho de nues­tro aletargamiento intelectivo.

Una sociedad compuesta por mujeres y hombres de per­sonalidad y pensamiento robusto e independiente es una sociedad libre. Aquí está la paradoja de la modernidad. Eso de que vivimos en libertad es lo que el centro neurálgico del Poder nos imbuye a cada momento: que somos libres, y que él y sus administradores (políticos, periodistas, jueces, fun­cionarios...) lu­charían volterianamente por defen­der nuestra libertad Pero es falso. Cada día dan un paso de tuerca más para atenazarla. La falsedad, la manipulación, el conduc­tismo y toda clase de prácticas que oscilan entre las mayo­res tontunas (la oferta comercial) hasta el sobrecogi­miento (el terrorismo que explotan hasta el paroxismo) son las herramientas idóneas para que nos creamos libres cuando no somos ya libres ni en nuestro propio yo, ni para nuestros adentros; sino piezas de matrix, de un mecano general con el que juegan otros. Otros que a su vez tampoco son li­bres o lo son mucho menos, pero degustan ese juego per­verso que consiste en fingir y fomentar la invención de que lo so­mos para que entre todos juguemos al juego de los dispa­rates en el que siempre ganan “ellos”.

Una sociedad compuesta por personalidades robustas y pensamiento recto es mucho más fácil de existir y de existir felizmente que la ma­nipulada. Todo aquél que piensa por su cuenta y comprueba que los demás también lo hacen así, está infinitamente en mejores con­diciones de llegar a un acuerdo con los otros de quienes se fía, que una sociedad compuesta por seres que parten en su trato con el resto, con la más absoluta desconfianza porque saben que la in­mensa mayo­ría no piensa por su cuenta sino que piensa, y lo que es peor actúa, por cuenta de otros que do­minan gra­cias a esa triquiñuela de cantar que somos libres.

Antes los clérigos y los fascistas acuñaron entre ambos la expresión "la funesta manía de pensar" para disuadirnos de tal menester. Nos hacían creer que era perjudicial para la mente y la salud. Lo que en realidad buscaban y buscan sus deudos ahora es adueñarse de nuestras conciencias, de dueños de nuestra conciencia se hacen también dueños de nuestra hacienda por ínfima que sea. Ahora nos dicen que “la gente no es tonta” para halagar a la gente: demagogia. Y la gente no es tonta, en efecto. Pero la gente de la calle vive en general enton­tecida, alucinada, pasmada, entregada...

Pensemos, estrujemos la sustancia gris cada vez que al­guien repite una consigna: descubrire­mos un nuevo uni­verso de ideas aunque luego no tengamos ni potencia ni presencia para cambiarlas. Pero si lo hace­mos así, al me­nos tendremos la satisfacción de haber vivido “nuestra” vida y no como producto de la manipulación: nos habremos con­ver­tido en “intelectuales” sin buscarlo ni presumir de serlo.

21 agosto 2006

Pobres afganos...


¿Qué pinta la OTAN, qué pretenden las fuerzas com­puestas por 35.000 soldados extranjeros -700 de ellos es­pañoles- ocupando el Afganistán?

Se habla lógicamente mucho de Irak, pero también ¡po­bres afganos! que no han querido nunca más que su in­de­pendencia total, como cualquier país quiere la suya, pero que jamás consiguen y no hacen más que sufrir por ello.

Después de la masacre gratuita -gratuita por motivos in­ventados, prefabricados- decidida por Bush y su camarilla imputando a Bin Laden la autoría del 11-S y situando estú­pidamente su refugio en aquel desgraciado país, la OTAN, Europa y esa "comunidad internacional" de risa, palanga­nera del imperio, colabora a la prosecución de la domina­ción oc­cidental de aquel trozo de tierra.

Han pasado cinco años desde la invasión infame con la muerte de decenas de miles de seres humanos -de pobla­ción civil en su mayoría-, en el país de los talibanes. Sin em­bargo la leyenda de Bin Laden sigue viva para mantener el fuego sagrado de la ocupación opresora; el omar Mulá, su supuesto lugarteniente, huyó en motocicleta por la cadena montañosa Hindu-Kush y sigue en paradero desconocido; y los talibanes -gentes, estudiantes que interpretan estricta­mente el Corán- siguen predominando y combatiendo al ex­tranjero empeñado en poner allí su bota.

Siguen combatiendo, como los vietnamitas lucharon hasta sufrir genocidio, los españoles rechaza­ban al francés en la invasión napoleónica, los europeos re­chazaron la invasión hitleriana, y como ahora, del otro lado, los fascistas yanquis y europeos siguen asu­miendo el papel de salvadores del mundo o de no sabemos qué y quién y nadie se lo ha pe­dido. Todo ello acompañado además de la destrucción me­tódica humana y material de países –uno de ellos cuna de la civilización-, de la convulsión revuelta de buenos y “malos”, y de tener metido en un puño a la mayoría de las socieda­des con excusas y mentiras per­manentes a las que no les dan fin.

¿Cómo puede un gobierno socialista, por más que se haya desvestido de los principios colectivistas -que ya es decir- co­laborar indecentemente con esta legión de sinvergüen­zas? ¿Como puede enviar tropas el gobierno de Zapatero para participar en las masacres creyendo las patrañas del impe­rio y practicando la injerencia por sistema. ¿Cómo puede granjearse además su propio descrédito ante las ma­sas populares, posi­cionadas mucho más cerca de la línea que acabo de exponer que con la tesis innoble de que hay que matar a los talibanes como si fueran conejos, que es lo que dijo el general Myers nada más invadir el yanqui aquel pobre país?

Por favor, señores del gobierno, apártense como buena y diplomáticamente puedan, de estas pésimas compañías, del Solana ingenuo o necio que creyó ver instalaciones de ar­mas masivas en la fotografía que le presentó en 2004 Co­lin Powell como “prueba” de lo que luego ha resultado una im­postura descomunal -una compo­nenda fotográfica-, y de esta comunidad internacional tan vapuleada como una débil mujer a manos de su alcohólico marido en un matrimonio de aquellos para toda la vida...

Métanselo en la cabeza. Los fascistas, el fascismo, se está apoderando del mundo si no se ha apoderado ya de él. Lo que no consiguió el nazismo y el fascismo por las bravas en la segunda gran guerra, lo está consiguiendo este otro fascismo cana­lla revisado, por la puerta de atrás y con una combinación astuta de hipocresía y cínismo que pasará a la historia de la truculen­cia y de la estrategia político-militar.

20 agosto 2006

Las flaquezas del escritor (Sobre "Arte y crimen" de Rafael Argullol)


Este caso de hoy es particular pero susceptible de ser ele­vado a categoría "universal" en sentido aristotélico.

Un escritor solvente no debe faltar al rigor intelectivo. El espíritu cultivado lo es porque mira en todas direcciones. Un pensador no debe hacer concesiones a lo que las filosofías orientales y casi el común de los mortales entiende por "pensa­miento recto".

Las flaquezas del intelectual oficialista tienen que ver me­tódicamente con todo esto, porque está pen­diente de no apartarse del pensamiento dominante cuando el intelectual verdadero tiene la obligación de pensar incluso de manera "diferente".

Rafael Argullol, nacido en Barcelona en 1949, acusa sus doce años menos que yo. Quizá por eso y porque le falta un hervor también, lamentablemente en relación al objeto de mi introducción hace aguas hoy en su artículo “Arte y cri­men” publicado en El País...

Que se están cometiendo abusos de todas clases contra los más desfavorecidos en la sociedad española y en gene­ral en los países que a sí mismos se llaman liberales; que pese a esta convención de libertad a raudales en los hechos pun­tuales: en la justicia distributiva, concreta, aplicada a cada caso, todos los que no tenemos prejuicios favorables al sis­tema sabemos quién tiene siempre las de perder aun­que tenga toda la razón moral que quepa imaginar, y en ocasio­nes muy gravemente, frente a un poderoso, frente a las acu­saciones de la policía, frente a los intereses grupa­les, finan­cieros, comerciales etc; que los que participan del poder, principalmente de ideología llamada eufemística­mente con­servadora, encarnan el mayor desprecio por la colectividad, por la propiedad colectiva, por la sensibilidad colectiva, por las necesidades colectivas y de minorías y por supuesto de mayorías más o menos silenciosas; que la gente de cultura musulmana está sufriendo en el mundo persecuciones inso­portables, como en tiempo de Nerón los cristianos, y a lo largo de la Historia los cátaros, los jesuitas, los templarios, los masones, los judíos... Todos estos son datos a tener en cuenta para saber hasta qué punto una realidad, una óptica y una "verdad" principalmente social y política dependen de quién ostente (o detente) el poder, de quién y cómo se cuen­tan los hechos, de la propaganda, de la reiteración en las perspectivas y enfoques, del interés en mantener un determi­nado statu quo, una jerarquía de valo­res o un sis­tema socio­político cerrado o abierto en toda re­gla... El pensador, salvo en evidencias monstruosas o ideologías políticas basadas en la indecencia ostensible, en la manipulación, en la mentira y en el cinismo flagrantes de actualidad, debe ser prudente para no convertirse ale­gremente en juez de personas con­cretas y con mayor mo­tivo de personas que por su espíritu, creatividad y mentali­dad están muy alejadas de aquella "rea­lidad".

Que, siendo “la realidad” un desfile de sucesivos consen­sos de minorías, lo que el juez o notario de la misma, de la actua­lidad y del pasado, periodistas e historiadores escriben está en función de que estén más o menos a gusto con el sistema en que les ha tocado vivir y con la acogida que el sistema les dis­pense por su complicidad con él, yo al me­nos “lo sé”. Por eso ahora resulta que hoy, con su artículo, este admirado hasta ahora escritor catalán, Rafael Argullol, me ha quitado la venda de los ojos sobre su personalidad como filósofo que yo veía objetiva, distante de los hechos analiza­dos y suma­mente riguroso. Se me ha caído la venda, como a un amigo mío de mediana edad que iba para jesuita, un día de estos se le ha caído también la venda en unos ejerci­cios espiri­tuales del patrón de la compañía de Jesús, San Igna­cio de Loyola, a quien, según me dice él mismo, se le ha re­velado en estos ejercicios como un "perfecto mani­pu­lador".

Argullol, con ese dominio de los datos y de la retórica que tienen los escritores oficialistas y aprovechando los remor­dimientos confesos de Günther Grass aunque su caso es completamente distinto, nos presenta en su artículo “Arte y crimen” a tres artistas notables y de Hitler como criminales o cómplices del crimen.

Veamos: Arno Breker, escultor de Hitler, Leni Riefenstahl, cineasta de Hitler, y Albert Speer, arquitecto de Hitler. Se centra sobre todo en Breker de quien dice que es un buen escultor, el cómplice de un crimen y un traidor del arte. Y todo porque los tres, y especialmente Breker, ponen su obra al servicio del régimen nazi y de Hitler.

Este, el del análisis histórico de hechos y especialmente de hechos monstruosos siempre me ha traído de cabeza pues es un tema que me toca de cerca al haber pasado media vida metido más o menos en los entresijos de una dictadura caudillista y asesina hasta que se consolidó, con la complacencia de la "Comunidad internacional", que en­tonces se reducía al inevitable Estados Unidos...

Estos tres artistas, que Argullol considera esbirros de Hitler, son en cuanto a responsabilidad política y penal y categoría artística lo que probablemente sería él, Rafel Ar­gullol, si mañana ganara la “guerra de civilizaciones” el orbe musulmán o una revolución de izquierda radical en toda re­gla. Y quien dice él, dice tantos y tantos que empujan a este deplorable, asimétrico, injusto y torpe modelo, el neoliberal, que se va imponiendo para consternación de quienes lo su­fren directamente y para quienes además vemos los efectos desastrosos que está causando sobre la vida y la suerte de la biosfera. Y lo que me extraña y me contrista es que gen­tes que pasan por notables por ese dominio de la retórica y del rigor -que ya no es tanto en este caso- a que hacía al principio referencia, no tengan más remedio que opinar y analizar sin hacer constantemente guiños al poder para transmitirle que ellos están con el poder, siguen orientados por las consignas distribuidas por el Poder, y todo sin qui­tarse de encima los prejuicios en análisis tan delicados como debieran ser estos aunque los personajes hayan des­aparecidoy no puedan defenderse.

Argullol para nada tiene en cuenta que tres artistas -un ar­tista- no ve en un líder político elegido democráticamente en Weimar lo que ve Argullol casi cien años después. Un artista está a lo suyo, ajeno a las barbaridades que, mientras él hace una talla, filma una secuencia o levanta un edificio se están cometiendo secretamente y salen a la luz cuando el líder criminal ha perdido la guerra y la vida.

Argullol, en este contencioso de la actualidad, ha tomado partido. Pero no es justo enjuiciar así a nadie. Como me de­cepcionó Gregorio Marañón cuando enjuició al emperador Tiberio como un resentido, desde la óptica sosegada de su vida y de toda la so­ciedad en que el médico escritor vivía. Pues ese planteamiento nos haría culpables de cómplices de un crimen y traidores a nuestras ideas a todos cuantos ni pu­dimos emigrar ni zafarnos de una vida a la que fuimos lan­zados desde el vientre de nuestra madre y de una socie­dad que en el fondo y para colmo vivía en paz cuando no­sotros alcanzamos el uso de razón. O como si ahora, por­que vivi­mos bajo una monarquía detestable y un régimen nausea­bundo, por falsamente democrático, nos hiciesen dentro de cien años culpa­bles de los crímenes de Roquetas, de Lasa y Zabala y de tantos y tantos que en nombre de la libertad y del sistema se cometen con frecuencia en prisio­nes y en cuartelillos y dependencias policiales envueltos en falsos suicidios y ajustes de cuentas...

La gente, incluída Argullol, está -estamos- atrapada en su tiempo y en su circunstancia. Sobre todo está atrapado in­conscien­temente quien ora et labora, quien atiende, bien a su super­vivencia bien al rol social que le ha tocado en suerte. Ni un abogado, ni un policía, ni un juez, ni un escritor de los tiempos de Franco tienen culpa alguna ni merecen ser de­gollados por haber hecho lo que hacían salvo que demostremos lo contrario: una participación directa en el crimen. El dharma es eso. Pues ni podían evitarlo ni podían irse al monte con el maquis sin tirar por la borda su vida fí­sica y su vida creativa y para siempre. Menos un artista.

Argullol trata muy injustamente a estos tres artistas de Hitler, y, lo que es peor, no les hace la más mínima conce­sión ni aplica atenuante alguna calificándoles a los tres de­tan criminales como Hitler. Si aceptamos su tesis nos con­duciría, sin ir tan lejos, a que los artistas coétaneos de ese otro criminal doblemente elegido democráticamente pese a pruebas fehacientes de sus crí­menes y genocidios: Bush, son tan criminales como lo es él.

En suma la contemplación y análisis de los hechos y los avatares humanos deben ser cuidadosamente tratados por quienes se tienen a sí mismos por pulcros escritores y pen­sadores o por quienes escriben en rotativos que se postulan “independientes”, que son todos. Relativizar las responsabi­lidades de quien sea, salvo de quienes promueven directa­mente guerras asimétri­cas y de botín o golpes de Estado criminales es el primer precepto del pensamiento recto. Porque si no lo hace así el escritor o pensador, se hace cómplice de los criminales que lo son ofi­cialmente, como el citado Bush o el itinerante a sus ochenta años Pinochet, quienes, cada uno en su papel, el uno de justiciero y el otro de reo simulado, han hecho de la justicia mundial un autén­tico juguete en sus manos.

El afán de escribir públicamente y hacerlo bien no debe ser excusa para adulterar el juicio ético. Pues lo dicho. Si yo ganara la guerra que tengo declarada al sistema, a Argullol, no tendría más remedio que acusarle de traición a la "com­prensión" desde un punto de vista ético y dialéctico, y cóm­plice de los crímenes del emperador porque hasta ahora no leído ni una sola línea suya que me haga pensar que no lo es.

17 agosto 2006

Evidencias y presunciones

La modernidad trae estas cosas...

Antes la evidencia con­sistía en ver con los glóbulos ocula­res el hecho, y la presunción, en determinar que el que afirma un hecho, pero no el que lo niega, es el que tiene que probar y sobre él re­cae la carga de la prueba. Ahora ocurre todo lo contrario. Las evidencias, lo que se ve con los dos ojos, son negadas con cinismo y sin pudor por gente muy en­copetada, y la presunción corre de cuenta de quien niega. Esto parece un rompecabe­zas, pero no lo es.

Todo, o parte, del asunto empieza con la lógica socrática. Y a ella se añade la teoría más extendida de la culpa, que en el ámbito penal y por extensión el civil establece que el individuo, por ejemplo, siempre es inocente a menos que al­guien demues­tre lo con­trario. Claro que esto es así, pero en el modelo anterior de so­ciedad. Pues ahora vuelven los re­siduos de una concepción teológica de la que se han apro­vechado las teo­rías preventi­vas a su vez sostenidas por fal­sos mesías. Digo esto, porque ahora el individuo vuelve a ser calderodianamente culpable por el simple hecho de haber nacido. Pero también por ser inmigrante o por ser simple­mente un don nadie. Y de aquí, naturalmente, a la presunción inver­tida, no hay más que un paso. Ahora no tiene sentido la teo­ría defensiva para hacer frente al ene­migo: hay que ade­lantarse a él aunque el fe­lón tenga que inventar­se los motivos. Ahora todos somos culpables en cuanto un guardia o un vecino nos dela­ten como terrorista, o como in­mi­grante o como men­digo a quien la estética visual oficial dicta que hay que retirarle inmediatamente de la es­cena callejera. Si so­mos inca­paces de de­mos­trar en ese trance que no somos nada de esas tres co­sas, se nos habrá caído el pelo...

Y en cuanto a las evidencias, ocurre tres cuartos de lo mismo. Ciento cincuenta incendios simultáneos en Galicia, son efecto del azar sumado a ciento cincuenta negligencias simultá­neas, se sentencia “oficialmente”. Y todos respira­mos sa­tisfechos porque entre dos colectivos –al final dos personas: quien preside las asociaciones de ecologistas ga­llegos, ADEGA, y la ministra- lo han pactado así. Unas To­rres se desploman un 11 de setiembre con la mis­mísima plasticidad de la demoli­ción controlada evidente, que ex­cluye por de­fi­nición ele­mental visual­mente que sea conse­cuencia de un im­pacto en sus cúspides. Pues bien, la “ofi­cialidad” decide que, pese a la evidencia de que fueron aba­tidas desde abajo, fue efecto del impacto por arriba. Y desde en­tonces, todo el mundo sa­tisfecho como los que se tra­gan el ma­rrón del azar y de las ciento cincuenta negli­gen­cias sinco­padas. Y todo esta dis­paratada conducta, la ofi­cial, ¿por qué?. Pues por­que quienes nos mantenemos lúci­dos, con una capacidad visual intacta y los cinco senti­dos sin atrofia tendríamos que derrocar el régimen político, eco­nómico y social de un golpe para que prospe­rasen nuestras cetezas basadas en la per­cepción natural, directa y senci­lla de la realidad. Realidad -ya lo sabe todo el mundo- contro­lada férrea­mente por los que de hecho, los patricios, man­dan en las so­ciedades plutocráticas.

Nos desvelan lo que no vemos ni querríamos saber si nos preguntasen, y nos ocultan o desfiguran lo que cualquiera que no esté ciego de los ojos y del alma palpa.

Vivimos un mundo imaginario dentro de un mundo irreal, un sueño dentro de otro sueño. Y esto no sucede esporádi­ca­mente. Esto sucede a cada minuto. No vivimos siquiera una realidad virtual y menos una realidad virtual grata. Vivi­mos una realidad irreal, torticera, contrahecha y extraordina­riamente dramática. Para llegar a des­entrañar cada felonía, cada información que no vemos con los ojos del cuerpo, y aun viéndola, tenemos que empezar a presu­mir siempre todo lo contrario. Las posibilidades de probabilidad y la con­fiabili­dad (para no olvidar la terminología infor­mática) que presenta cada noticia y cada información son ya práctica­mente nulas. Y es por eso, por­que la pre­sunción la han in­vertido los medios, los políticos, los juristas y los falsos in­telectuales. Y también, porque nuestras evidencias, gentes sencillas y naturales, no lo son para quienes miden y pesan: todo lo prefabrican a conciencia. De manera que, pese a todo, pese a su sencillez y naturalidad, el occidental em­pieza a creer que es más nutri­tiva una pastilla de soylent green que un solomillo, un com­pri­mido de vaya vd. a saber qué para nuestro conejo mas­cota, que una com­pota de ver­duras, o mucho mejor millones de adefesios de la­drillo que las brisas del mar o el susurro del viento en los montes.

De todo esto viene la realidad invertida en cuya virtud gen­tes de sensibilidad presunta natural -las asociaciones ecolo­gistas (ADEGA)-, y otras de sensibili­dad artificial –la mi­nis­tra de Medio Ambiente- acuerden sin empacho que las eviden­cias de la in­tencio­nali­dad so­bre los incendios de Galicia, son mero pro­ducto del azar. Vuelve el Renacimiento. Era cuando, para resolver un trance sin salida favorable para el protagonista que lo mere­cía, la Iglesia y la dramaturgia se sacaron de la manga la martingala del "deus ex machina", dios sacado de la má­quina. Los in­cendios de Gali­cia, ahora resulta que son tan infortunio como el Prestige obli­gado a hundirse en alta­mar. Así es cómo tanto a este infausto caso del barco hundido a mala idea como a los in­cendios in­ten­cionados, se los ha llevado el viento... Así, con la teoría de que todo ha sido fruto del contratiempo y del descuido, que­dan tan con­tentos los gallegos y la inefable España de la FAES y Com­pañía. A esto, señores, se le llama diplomacia, política, in­terpretación y “realidad” de las buenas...

Hay una serie de fenómenos concatenados entre sí que quizá "justificen" o atenuen tanta infamia y mentecatez de los que mandan. Las sociedades están extraviadas y los que las dirigen se extra­vían con ellas. Incluso los magnates que amasan dinero fi­nanciero y negro para decorar cutre­mente sus cha­lets, no saben bien por qué lo hacen ni para qué... Pero hay otra evi­dencia descompuesta en tres moti­vos que la consa­gran como tal: uno es la ex­plosión demo­gráfica en el globo, otro los incontrolados mali­ciosa­mente -para que sirvan a un doble juego- fenómenos mi­grato­rios que asuelan al orbe oc­cidental; y últimamente, una se­quía a escala pla­netaria que no sólo causa estragos a la Tie­rra que pierde cada año una su­perficie forestal simi­lar a Cas­tilla y estran­gula a la Ama­zonia, sino que extirpa la conciencia de los diri­gentes del mundo y les atrofia el ins­tinto de conser­vación de la espe­cie aparentemente humana.

¡Ah!, se me olvidaba, otra evidencia, más que una presun­ción: el planeta se desertiza por momentos, la lluvia se con­vierte en partículas minúsculas de agua tamizada o cae to­rrencialmente destrozando todo conato de cosecha... Pues bien, los idiotas oficiales creen que los somos también y si­guen ne­gando la evidencia y haciendo un negocio de la pre­sunción de que nos hallamos simplemente en un ciclo. Y ¿por qué?, ¿para qué?: pues para no renunciar a ese coche que mañana hay que vender a toda costa al caprichoso para que la marca de turno y la Bolsa no se ven­gan estrepitosa­mente abajo, para no renunciar a la madera noble que de­cora los palacios de los ricos, para no renunciar a construir febrilmente aunque el pueblo no habite las viviendas...

¿Queréis que os diga un secreto (presunto), que lo es para unos pero para otros es una evidencia colosal?: esta­mos atra­pados. Estamos atenazados por una verdadera trampa: por un lado el coche, y por otro, las mentiras y au­toen­gaños de los que se van sucediendo en la dirección del mundo, to­dos siervos fatalmente de aquél.

11 agosto 2006

Vaticanismo y Periodismo, socios de honor

Aunque Vaticanismo y Periodismo finjan los contrario –la simulación es lo común- son socios macomuna­dos desde que el Periodismo se erigió en cuarto poder para muchos hoy ya el primero...

¿Nos va decir a nosotros Benedicto XVI, mirándonos a los ojos, que la libertad que ha de­fen­dido su Iglesia a través del tiempo y del con­cepto de “libre albedrío” aplicado a la polí­tica, justifica una sociedad donde al lado de un santo even­tual (que puede serlo también en una socie­dad colecti­vista) hay miles de mal­vados en distintos gra­dos que bas­tan para adue­ñarse de esa sociedad entera; una sociedad o socie­dades donde es imposible encontrar a diez justos; donde los efec­tos bene­factores de la posible santidad son risibles al lado de los efec­tos de la mal­dad real?

Después de mu­cho tiempo de­mos­trándolo, un santo podrá estimular la bondad de unos cuan­tos, pero, aparte de que un santo es tan raro como el di­amante, un solo malvado puede destruir un conti­nente en­tero. Y además, un santo también cabe en la so­ciedad co­munal. Todos somos nece­sarios para exten­der el bien, nunca bas­tante, aun cuando el Estado ase­gure lo bá­sico. Lo paté­tico es ver que cada ciuda­dano ais­lado en las llama­das sociedades li­bres no puede auspiciar la vida digna de un solo individuo y menos de una fami­lia. Ape­nas prestar auxilio de circunstancias. Y ese “soco­rro” es el ins­tru­mento en que el Vaticano se basa para seguir manteniendo una doctrina social so­bre la que el Fundador de su religión nada opinó. Porque el Bien, al com­pleto, es decir, la justicia so­cial, el máximo igualitarismo so­cial y racional in­cumbe al Estado. El individuo, para re­di­mirse de su miserable condi­ción, ya tiene bastante con po­der ejercer la generosidad mo­ral, mil veces más cara que la material.

La Iglesia Vaticana y el Periodismo; aquélla, sus papas y su doctrina, y éste, cuyo paradigma es el abominable yan­qui, estos últimos cien años no hacen otra cosa que comba­tir al colectivismo. Y lo vienen combatiendo villanamente, cada uno a su manera, aliados a los libertarios políticos que a su vez vienen dome­ñando al mundo a través del cap­cioso pretexto de la liber­tad desde que empezó la era in­dustrial.

Ya nos dirá Benedicto XVI si ahora, tras las pruebas con­tun­dentes de que el desfile de necios y malvados dentro de la política al uso en Occidente no es lo que, a falta de la ra­cio­nalidad y administración de los recursos naturales que la vida comunitaria exige para considerarnos efectivamente inteli­gentes, no están conduciendo su­ce­sivamente a países y al fi­nal al planeta entero al abismo. Porque todo lo nefasto que sale de la mano del ser humano, después de haber te­mido estúpi­damente a los países orga­niza­dos por el co­mu­nismo, no es por la maldad de muchos, sino por la crimi­nali­dad y brutalidad de unos pocos que se bañan a diario en la libertad que el Vaticano y el Periodismo jalean y defienden.

¿Acaso Vaticanismo y Periodismo –cuando aquél es el primero en practicar en su propio seno el comunismo- piensan que vamos a creer, a estas alturas de la Historia, que Marx, Engels, Mao y todos los pensadores del socialismo que concibieron una so­ciedad científica y racionalmente más equilibrada eran tontos o perversos? ¿que su propósito, tras larga medita­ción, era des­truir al individuo y hacerle desgraciado? ¿Pien­san que nos va­mos a creer que el “argumento” del “fracaso” del co­munismo en las sociedades europeas -al que por cierto Pe­riodismo y Vaticanismo contribuyeron cru­damente-, lo es? ¿qué la demo­lición controlada desde Occidente no es la ver­dadera razón de su fin? ¿que China es un Es­tado donde sus miserias, sus exce­sos y restricciones no son baga­telas al lado de la in­gente cantidad de injus­ticias, des­igualda­des, abusos, egoís­mos y mi­serias de un mo­delo, el occi­den­tal, donde unos cuantos expri­men el sis­tema y el resto lo pa­dece?

Se jactan, una y otro -Iglesia y Periodismo-, de que la inteli­gencia y la prudencia están en los cálices vaticanos y en el oráculo de sus Escuelas. Y efectivamente, ellos son los úni­cos ejércitos sin armas que hubieran po­dido desarmar cien veces a los que han arrui­nado al mundo en los últimos tiem­pos. Y sin embargo no lo han hecho ni lo hacen. No sólo eso, se co­aligan a ellos, se re­vuelcan en la misma po­cilga que ellos y se prestan a ser el escudo del Mal y a sola­par a los diri­gentes; unos voluntariosos, otros débiles y otros de­monios que lo en­carnan. Y todo, bajo la canti­nela de que el hombre es libre y que quie­re libertad. Cuando ellos saben bien que no lo es, sino que "debe" creerlo; y que hay miles y miles de ilu­sio­nistas encargados de insuflarnos que existe libertad. Ade­más, estén seguros de que somos millones y millones los que estaríamos dispues­tos a renunciar a esa li­bertad tan sospe­chosa que se concreta a duras penas en ir de cuando en cuando a una urna, con tal de que todo el mundo tuviese una vida digna. Ya nos encargaría­mos des­pués de recobrarla. Sí, porque más allá del voto y de la queja que jamás prospera, ya nos dirán en qué consisten las libertades formales y qué eficacia tiene la defensa de la justicia personal...

No quiere el Vaticano a los regímenes colectivistas porque tendría que someterse en ellos al Estado. Ni tampoco el Pe­riodismo porque, siendo la retó­rica de la libertad su caldo de cultivo y desenvoltura, go­bierna sin res­ponsa­bi­lidad y se re­crea en ella; otra erótica. Pero es que además es dueño del “pensa­miento pú­blico” entre tanto indeciso y despreocu­pado, y tendría muy poco que de­cir y que hacer en aquel régimen.

Ya sé que no nos van a hacer caso. Pero sepan que cada segundo que pasa, la Iglesia Vaticana pierde a un adorador de Dios, y el Periodismo, grandes dosis de cre­dibi­lidad. El Vaticano por su lado y el Periodismo por el suyo son los Su­premos Hacedores del Mal por omisión. Influyen y domi­nan sosteniendo a quienes gobiernan, pero, como dicen por ahí las Sagradas Escrituras: al final de los tiempos los per­segui­dos vencerán a sus per­seguidores.

La carcoma

Dicen que cuando estás de vacaciones el cerebro funciona sólo al 15%. Es de suponer que el 85% res­tante duerme. Pues bien, ese 15% me provoca la siguiente reflexión...

Ya podemos ir preparándonos para vivir con gobiernos de emergencia y en estado de excepción. El ser humano –lo estamos comprobado- vino a este planeta para destruirlo periódicamente al final de un ciclo. La carcoma necesita cientos de años para co­rroer una viga de madera. Al hom­bre le bastan cinco mil para acabar con su propio hogar... A estos efectos es indife­rente que sea por negligencia, por perversidad o por estulticia por más que se pavonee de in­teligen­cia y alentado por estúpidos descu­brimientos de las universidades norteamericanas que al final servirán de bien poco para la supervivencia de la Humanidad...

Toda la filosofía, razonamientos, reflexiones, teorías etc. sobre la organización social y política de la historia del pen­samiento no sirven actualmente para nada si se tienen en cuenta las coordenadas biológicas que asoman o en las que nos encontramos ya. De la misma manera que de nada sir­ven para tiempos de guerra. Están aquéllas pensadas para la paz o para iniciarla; para unas condiciones vitales favora­bles, o en último término para crearlas habiendo escasez de elementos no esen­ciales para la vida. Como es el caso, a mi juicio de Adam Smith, que ideó su teoría económica para hacer prósperas a las Is­las que carecían de mucho... Gra­cias a ellas los telares de Man­chester dieron salida a stocks de paños para cubrir pu­doro­sa y cristianamente las partes vírgenes de los aboríge­nes africa­nos. Por ejemplo.

El futuro in­mediato que tenemos a la vista es el de una guerra muy especial, una guerra contra nosotros mismos, pues la hemos generado nosotros desde que comenzó la era industrial: contra la desertización, no tan repentina aun­que lo parezca. Una guerra sin cuartel pero sin esperanza pues la tenemos perdida.

De nada sirven las teorías ni las previsiones, pues la si­tuación climática, la degradación galopante de ríos, montes, mares; la deseca­ción exponencial del planeta sitúa al pla­neta y a quienes so­bre todo viven en países acostumbrados al despilfarro del agua, al borde del abismo.

Hasta ayer, en general y prescindiendo de lugares pun­tuales del globo, cuando un teórico de la política o de la fi­lo­sofía organizativa social razonaba, lo hacía obviando la dis­ponibilidad de un elemento vital: el agua. No meditaba en el desierto a 50º de temperatura ambiente ideando la organi­zación política de una sociedad a 25º. El pensamiento no fluye por encima de esta temperatura. Por consiguiente ori­llaba que “la sociedad” se encontrase en emergencia, extra­ordinaria, o, como actualmente, sin vuelta atrás. No imagi­namos ni a Aristóteles, ni a Weber, ni a Marx, ni a Moro, ni a Platón, ni a Rous­seau... proponiendo modelos sociales en luga­res con agua escasa o sin oxígeno cuando se devana­ban los sesos aportando su solución.

Cuando la teoría económica, sobre la que gravita prácti­camente todo el pensamiento político, desarrolla tesis y le­yes jamás tiene en cuenta -salvo coyunturalmente- que en la sociedad no haya agua más que apenas para beber. Se parte de la base de que la sociedad dispone de ella como de guijarros. Y el "descubrimiento" de que no es así, que hay que racionarla, es ya un cataclismo en sí mismo en so­ciedades como la posindutrial donde el líquido elemento forma parte del engranaje general hasta extremos paroxísti­cos. Cuando la sociedad estudiada se ha pasado la vida de­rra­mándola, se hacen absolutamente inservibles bibliotecas enteras sobre la gobernación de un país si pensamos que el agua en él es escasa o no la tiene. Por lo menos hasta que el “nuevo or­den”, de acuerdo al fatum, al fatalismo, se esta­blezca y se asiente.

El estado de excepción, como se denomina or­dinaria­mente en los textos constitucionales, exige concen­tración de poder para manejar las bridas de un coche de caballos des­bocados. Es mucho más difícil imaginar una fórmula organi­zativa para quienes han vivido a expensas de la cultura del agua y de repente carecen de ella, que gobernar allá donde siempre fue desierto.

Las sociedades mundiales están amenazadas, unas más rápidamente que otras, pero todas, por la escasez de agua potable. Y en tales condiciones de ningún modo puede un país guiarse por patrones más o menos tradicionales y pre­visibles de gobernación. De aquí que últimamente venga yo haciendo tanta alusión a la libertad y a la restricción de la li­bertad como única salida al dramatismo que se gesta por mo­men­tos. A priori no tiene sentido que un alto porcentaje del mundo carezca de agua potable y el otro la derroche. Me­támoslo en la cabeza: nos toca, ya, también, a "noso­tros", a los occidentales que vi­vimos entre los 35º y los 65º de lati­tud norte, vivir con el agua racionada. La pregunta es ¿se­rá capaz este país de resolver la situación sin despe­da­zarnos?

No lloverá en otoño “bastante”, y el país se va a en­con­trar bruscamente sin agua suficiente para abastecer a las pobla­ciones; menos para atender a sectores económicos basa­dos en el uso del agua. Entre ellos la construcción. En estas condiciones no podemos seguir tratando ni aplicando la po­lítica, ni la economía, ni la filosofía política como si aquí no pasase nada. Hemos de asumir nuestro destino: se acabó el agua para el con­sumo masivo y sin mi­ramientos. Empieza una nueva etapa sobre el planeta. Me temo que ter­minal. Más vale que nos vayamos preparando para afrontar el ca­taclismo bajo el que sucumbiremos si no nos adaptamos, y además rápidamente, a convivir con él.

Confieso que he vivido

En las zonas rurales y pequeñas ciudades esto es lo nor­mal... todavía. Pero en las grandes capitales no. Cuando estoy a punto de llegar a los setenta, defeco sin laxantes y duermo seis horas al día sin pastillas. Salvo al dentista, prácticamente no he visitado nunca al médico excepto para temas de pura enfermería y de consulta. Ni me enorgullezco ni aconsejo, porque la salud es cuestión en una altísima medida de naturaleza. Como para eludir en lo posible los accidentes de tráfico, a la prudencia y a la peri­cia al volante hay que añadir buena dosis de suerte. Sim­plemente lo constato en tiempos en que las drogas de todas clases son una plaga que va ganando terreno cada día más y alcan­zando cada vez a edades más tempranas, y haciendo más penosa la existencia por problemas de de­presión y de an­gustia vital. A veces pienso que ahora, a mi edad, es cuando me vendría bien la droga para resistir a los tiempos que se avecinan y a mi progresivo deterioro inexorable. Y no me niego a recurrir a ella aunque no padezca enferme­dad que no sea la vejez. Voltaire, por ejemplo, que murió a los 87, pasó sus ultimos años envuelto en volutas de opio. A eso le llamo inteligencia...

Sin hacer alardes, ni traspasar límites que hubieran signifi­cado un camino sin retorno, o un giro traumático a mi vida, me he mantenido sobrio toda ella en todos los sentidos. He cumplido con el deber que todo ser humano consciente se pone a sí mismo cuando empieza a vivir desprendido del claustro familiar. Y, sobre todo, he vivido, consciente, de los sesenta segundos de que se compone cada minuto de una vida. He luchado a brazo partido en plena dictadura, desde dentro de ella y sin meterme en algaradas que a nada con­ducían. Además, con las mismas armas y argumentos que esgrimo hoy. Me he enfrentado a la injusticia inmediata, cer­cana que por mi trabajo y ocupaciones me era manifiesta. La justicia social y la otra se hacen, se procuran y se de­fienden ante todo entre la familia y saliendo al paso de ellas en la ocasiones en que en nuestra presencia se cometen imposturas y abusos. Pasa uno a veces por loco o por ro­mántico, pero al final he oído más de una vez que mis lu­chas de mosquetero solitario han sido una brisa de aire fresco en la enrarecida atmósfera que reinaba en muchos ambientes laborales y comunes de aquellos tiempos; opri­mentes en unos aspectos, sosegantes en otros.

Han de existir inevitables y enormes diferencias entre quienes han tenido unas experiencias vitales traumáticas y quienes no las han tenido: entre mis padres, por ejemplo, que pasaron una guerra civil u otros una guerra mundial, y yo, nosotros, que no la pasamos. Diferencias también, entre los que no la pasamos pero vivimos la estela, los efectos de asfixia que quedaban de ambas heridas mortales, y mis hijas y nietos bien distantes de toda tribulación que tenga que ver con ellas. Eso marca, esas diferencias no son fungi­bles, y marcan a su vez las distintas percepciones de la vida por mucho que se medite y mucha inteligencia que se tenga entre unos y otros cuando hablamos o escribimos. Sólo la voluntad y la intuición por ambas partes per­miten aproximar mental, intelectiva y emocionalmente a las distintas genera­ciones entre sí.

Con el bagaje existencial que acabo de comentar y que, como digo, no me sirve más que a mí mismo y a mi satis­facción por el "deber cumplido", puedo decir sin envane­cerme por ello, sin aditamentos ni prótesis en materia de salud, ni ayudas en cuestiones profesionales o económi­cas, con mucha suerte, sin experi­mentos vivenciales arries­gados e inútiles pero teniendo siempre muy en cuenta qué ponía en un platillo cuando se trataba de pla­cer y qué había de esperar en el otro platillo como con­secuencia ineluctable del placer disfrutado... sólo puedo exclamar, como dijo Pablo Neruda: "confieso que he vivido".

08 agosto 2006

El espíritu del capitalismo


El espíritu del capitalismo está presente en todos los desastres. El espíritu del capitalismo está llevando al globo a la ruina total. No extraña, hoy menos que nunca, la pregunta de Lenin: ¿li­bertad ¿para qué?

El caso es que el capitalismo como sistema sociopolítico y la li­bertad filosófica o sociológi­ca­mente asociada a él, es lo que están conduciendo a la Humanidad al abismo.

En efecto. En nombre de la libertad se cometen, impu­ne­mente además, las ma­yores atrocidades. Y cuando digo atro­cidades no me refiero sólo a las comu­nes, es decir, a los comportamientos visiblemente crimina­les de los hombres y de los Estados que conocemos bien. Tampoco a las masa­cres, a las torturas masivas, al terro­rismo cuya paternidad se adju­dica a voleo para reforzar el sentimiento de alarma, o al terro­rismo del Estado capitalista, mil veces peor. Me re­fiero ahora a las atrocida­des contra la Natura­leza que co­mete el capita­lismo por codicia y mentalidad, y que están cavando nuestra tumba.

Me refiero a esas atrocidades que son virtualmente "lega­les". Derivadas de dos conceptos que se retroalimentan en­tre sí: liber­tad para el sistema, sistema para la libertad; las que es­tán ínsitamente ligadas a los regímenes de libertad en que vi­vimos; donde la libertad es sacro­santa, donde la li­bertad justi­fica por sí misma la existencia del régi­men polí­tico y con ello los excesos de todas clases; donde no hay control capaz de con­tener el exceso de los excesos. Las so­ciedades capi­talistas tienen leyes, sí. Pero esas leyes son deliberadamente inope­rantes, ineficaces, decorativas. Y digo deliberadamente porque si piensa el legislador en lo que es la condición humana, sobre todo en determinadas sociedades, se daría cuenta de que en el fondo son leyes sólo pensadas para proteger la propiedad pri­vada. Tan pro­tegida está, que ya ha acabado siendo más valiosa que la vida misma. Y así, sólo sirven a ese concepto; son escudo, para­peto, tapadera que legitiman el desprecio por todo lo que no sea “lo propio”.

Estas leyes virtualmente inoperantes en lo grave, produ­cen tres efectos inexorables: primero, sirven sólo al mante­nimiento del sistema por en­cima de todo porque al­guien in­ventó esa barbaridad de que "éste es el menos malo de los sistemas"; segundo, sacrali­zan la pro­piedad privada y con ello el de­recho a hacer con “su” libertad lo que plazca al po­deroso; tercero, ellas mismas contienen la intención de apli­car la máxima be­nevolencia a todo lo que no tenga que ver con la pro­piedad pri­vada.

Los tres efectos producen a menudo paradojas in­so­por­ta­bles. Una persona, por cinco hurtos de bagatela, puede pa­sarse como reincidente varios años en la cárcel. Mientras que una industria papelera o química pue­den acabar con un río o con un humedal por unas cuantas mul­tas, siempre además pendientes de recurso procesal; diez personas pueden que­mar cien montes sin el menor temor a ser deteni­das, y si lo son, sin temor a que alguien pueda aportar pruebas en la práctica imposibles. Pero es que aun en el caso de que sean cientos de criminales contra el orden de las pobla­cio­nes, co­ntra ecosis­temas, contraviniendo re­glas de edifica­ción, recali­ficando y todas esas maniobras que dan origen a desastres acumulati­vos en costas, montes y medioambien­tes en gene­ral, las pe­nas carce­larias resul­tan ri­dículas, pues además los be­neficios peniten­ciarios permi­ten que ni siquiera se cumplan más que de una manera risi­ble. Y por encima de todo, la su­per­diosa: la industria auto­movilística, la causante moral y ma­terial al copo del efecto invernadero, que hace fác­ticamente irreversi­ble el deterioro y muerte de la biosfera. Libertad, li­bertad, libertad...

Los códigos penales capitalistas, como no puede ser de otro modo sin negarse a sí mismo el capitalismo, están al servicio del capitalismo y de sus estragos. Por mucho que se inflamen los carrillos a los dueños del capita­lismo, es de­cir a las clases que lo administran, lo juzgan y tratan o fin­gen que tratan de co­rregir sus abusos, nada se puede espe­rar a la hora de exigir res­ponsabilidades. Pues el mimo tanto de la Naturaleza como de la sociedad es una cues­tión de concien­cia colectiva que no existe. Desapareció hace mu­cho tiempo la noción de bien común.

Libertad, libertad, libertad sin sensibilidad en gentes con ca­rreras, con dinero, ilustrada; gober­nan­tes, jueces, regido­res y dignatarios burgueses o abur­guesa­dos... dirigentes, di­recti­vos... todos auto­res o cómplices de guerras y de estra­gos en la Naturaleza que es­tán conduciendo a la Humani­dad a un -este sí- in­equívoco holocausto.

Libertad, libertad, libertad... para un grupo en cada país, en cada Estado, en cada comunidad, en cada comarca que cumple el cometido de destruir Naturaleza. Todos se van su­cediendo al compás de las ternas elec­torales. Pero to­dos los gobernantes, generales o locales, se suceden con el mismo espíritu: el ultracapitalista. La resisten­cia que pue­dan ofrecer los que es­tán en la "oposi­ción", cede casi por com­pleto en cuanto pa­san a la goberna­ción. Y una riada de humanos se van pasando el testigo del re­levo en esta ca­rrera hacia la meta, que es el fin de una vida perra pero que hasta ayer fue soportable si se disponía de un mínimo para subsis­tir pues siempre había una montaña donde re­fugiarse de la míseria y de la mísera condi­ción humana. Pero ahora ya no quedan si­quiera monta­ñas ni veras de ríos donde conso­larse. Nos las quitan, nos lo están robando todo... en nombre de la (su) li­ber­tad.

La libertad, como concepto político y social, tiene un im­pacto abrumadoramente asimétrico. Pues mientras para la inmensa mayoría la libertad es un elemento decorativo que no tiene oportunidad de ejercitar más que como anécdota, son minorías las que la transmutan en oro sólo para ellas y con cargo a los intereses de las grandes mayorías.

Perra libertad, abominable capitalismo que no queremos abso­lutamente para nada, pues empezamos a no poder ni respirar por culpa de ellos. ¿Quién creerá de buena fe que la sociedad cubana pueda desear para su tránsito un sistema infernal y abominable como éste?

06 agosto 2006

Discrepar y coincidir


Desde luego no soy de esos que buscan el unamuniano: "que hablen de mí aunque sea bien". Pero tampoco busco se­guidores, ni provoco desencuentros por placer. Cuando cada cual habla, piensa y se manifiesta ni qué decir tiene que es desde su pensamiento, su experiencia, sus an­helos, sus debi­lidades y sus malos recuerdos. Aunque he de reco­nocer que a menudo me cuestiono toda corriente de opinión sólo por el mero hecho de serlo. Desde el femi­nismo a ul­tranza pasando por la democracia hasta terminar en la de­voción hacia cual­quier icono humano, me pre­gunto la razón de cada “corriente de opinión”, moda, tendencia y preferen­cia. Todo me lo pre­gunto, porque na­die puede res­pon­derme. Como el niño que no se cansa de indagar el por qué de cada cosa, pero en mi caso sabiendo que jamás en­con­traré la respuesta... que en el fondo ya ni la deseo.

Por otro lado estos sitios, estas webs, estos foros, cuando se frecuentan para escribir sobre ellos como si fue­ran tabli­llas de cera o papel de oficio, acaban siendo una prolonga­ción del dormitorio. Se vive en ellos. Y yo es­cribo práctica­mente a dia­rio. Aunque entre los calores vera­nie­gos, la dolce farniente, la reiteración trágica unas veces, dramá­tica otras, de los aconte­cimientos, y el agotamiento neuronal que se produce inevita­blemente a lo largo de la vida tra­tando de pensarlo todo desde el principio y por sus raíces, noto una creciente desgana.

Además la edad no perdona, y a veces se sorprende uno a sí mismo con un pie en esta vida y con el otro en la otra pese a tener una salud de hierro. La muerte espiritual -es un parecer personal- se produce mucho antes que la física. Uno acaba siendo un espíritu que tira del cuerpo, cuando hasta un mo­mento dado, sin poder precisar cuándo, había sido un cuerpo tirando de su espíritu.

Por eso y porque aun el pensamiento de los grandes pen­sa­dores, filósofos y profetas se puede reducir a un par de cosas, no pretendo nunca ni coleccionar epígonos ni aplau­sos. Ni contabilizar el número de los que están de acuerdo con mis planteamientos y conclusiones para luego compa­rarlos con los que discrepan. Esos son los libreros, los es­critores de novelas y de piezas para la galería. Em­pezamos por que, como digo por ahí, hay dos cosas sus­tanciales en esto de exhibir ideas. Una es plantearse an­tes de ponerse a escribir si va a ser para pocos, para mu­chos o para todos. Otra, que siem­pre hay lecto­res que no van a co­laborar en descifrar lo obvio, unas veces, y lo recóndito que subyace al texto o a la tesis otras, que es lo que a uno le gustaria, y no presumir de ori­ginal o inteligente. Pues no hay reflexión “se­ria” que no contenga una tesis. Aun­que reconozco que hay infi­nidad de artículos y de escritos de pensamiento en cierto modo vano, que no contienen nin­guna. Se limitan a ser un juego de combina­ciones de con­ceptos o de palabras. Que no está mal, y es de agradecer. Pero que, en cuanto se de­tectan hay que abandonar (los abandonamos los que esta­mos hartos de florilegios que tanto prodigan los artí­culos pe­riodísticos y los que van a favor de las corrientes de opinión que yo cues­tiono), por muy bien escritos que estén. Ense­guida se da uno cuenta de que preci­samente el envoltorio prima sobre lo envuelto.

Antes decía que hasta las grandes obras de los ciclópeos pensadores se pueden reducir a un par de ideas. Todas de­penden de tres cosas. De que afirmen desde el princi­pio, implí­cita o explícita­mente, que hay un principio gene­rador o que no lo hay; que el ser humano tiene libertad to­tal, libertad extraordi­naria­mente reducida (pues si decimos que la tene­mos es por­que no conocemos las causas que nos impelen a obrar: de­terminismo); o que no tenemos en absoluto libertad más que para apartarnos de la cara, como la vaca con el rabo un tábano, una mosca.

Esto por un lado. Y por otro, que la sociedad y cada in­di­vi­duo deben guiarse por los princi­pios de depredación que rige a la Naturaleza; o que el ser humano está por encima de eso y sólo la inteli­gencia creativa debe gobernarnos y go­bernar. O bien, por úl­timo, que el ser humano es un gran ego­ísta que se re­dime, generoso, arrojando las mi­gajas que le sobran, o bien, que el ser humano debe compor­tarse con el prójimo como si fuera él mismo en una sociedad donde este principio rija igual para todos: una sociedad sin prínci­pes ni privilegiados ni privilegios. Todo, a mi juicio, se re­duce a esto. Que no es poco cierta­mente. Pues sobre eso se han le­vantado miriadas de bi­bliotecas y trata­dos ente­ros, y sobre eso ha germinado la vida espiritual y la muerte tanto moral y mate­rial de millo­nes de generacio­nes.

En política no hay mas que dos extremos: o libertad co­rre­gida con religiones (cada vez más débiles) y la cárcel, o li­bertad restringida al máximo deján­dola sólo para el ám­bito privado. En ciencia, otros dos: o investigar sin trabas, o in­vestigar con trabas. En economía, mercado libre o in­terven­cionismo a tope.

Lo único que me queda por decir es que no coincidi­mos, porque el cór­cel de mala raza no lo controla el co­chero del mito plato­niano del au­riga.

La modulación de todas estas alternativas es lo que nos trae de cabeza cada día. Pero convenzámonos: si quere­mos liber­tad, el mundo se irá a pique. Y si queremos segu­ri­dad para que todo el mundo tenga una vida digna, debe­re­mos atarnos los machos y renunciar a la que no se refu­gie en nuestro corazón. Ahí siempre la tene­mos plena...

En todo caso y para dar sentido al título de este escrito veraniego, discrepemos, por favor, pero con ideas propias y no presta­das o de partido. Sobre todo con ideas que no pue­dan en­con­trarse en goo­gles o en wikipedias, pues de ambos ya disponemos to­dos...

05 agosto 2006

Sin solución

Algo huele a podrido en el planeta. La atmósfera reseca por ya meses y meses de sequía en la mayor parte del globo, barrunta lo peor. En realidad lo peor, el apocalipsis, ya ha llegado personalmente para cientos de miles de iraquíes, afga­nos y ahora libaneses que están muriendo a manos de los bárbaros occidentales en condiciones trágicas y en cierto modo estúpidas.

En realidad todas las muertes por la guerra son estúpidas como lo es ella misma. Nin­guna guerra tiene fundamento ni explicación... Sólo la desean y la buscan los carroñeros y los ociosos. Principalmente los ociosos del alma: esos que mueven su cuerpo de confe­rencia en conferencia, que par­lotean y parlotean pero sin escuchar jamás; que holgaza­nean en casas blancas, en ministerios, en embajadas, que van de avión en avión... Pero no se conmueven ni airean su mente. Los ociosos: esos incapaces de idear, de crear, de amar. Esos son quienes promueven las guerras. Fijaos bien: no hay ser humano mínimamente creador y capaz de un mínimo de amor que busque la guerra y la pendencia. Sólo los ociosos. Parece mentira, pero lo puedo constatar por la edad y la experiencia: son mil veces más nocivos un perezoso, un im­potente y un charlatán, que un malvado. No hay creativo o simplemente laborioso que no abo­rrezca la pelea en sí misma, la guerra y la muerte. Todos los que la hacen -perdón, la mandan hacer- son de la misma ralea. Sólo la legí­tima defensa puede poner en pie de guerra legí­timo a un amante de la paz. La guerra sin cuartel en Oriente Medio no ha empe­zado ayer con una nueva inva­sión del Lí­bano. Em­pezó en el año 48 con el ataque a los árabes que supuso la componenda del Estado israelí.

Todos los esfuerzos de paz serán inútiles. El cáncer no tiene solución. Sólo se puede demorar con algún sinapismo el desen­lace. Pero la metástasis termina ineluctablemente con la vida. Sólo, alguna vez, lo evita un milagro, y habría que examinar si lo que hubo era realmente cáncer...

Por más vueltas que le demos al asunto en Oriente Medio, nada se conseguirá. Esto no es cuestión de optimismo o pesimismo. Esto nada tiene que ver con la ilusión, ni con la esperanza. El destino de la Humanidad no sé si estará o no escrito, pero está ante nuestros propios ojos...

Israel no quiere la paz sencillamente porque su razón de existir, desde su misma fun­dación, es ser un Estado para la guerra, no un Estado para la paz. Ya sabían las gentes que acudie­ron allí cuando se inauguró que eran punta de lanza de los intereses sionistas y de Estados Unidos.

Por su parte, Palestina y los pueblos árabes no quieren la paz a costa de la existencia prefabricada de Israel; un Es­tado postizo de las potencias, de car­tón piedra, artificial al­zado para robarles sus tierras y su agua.

Su reconocimiento en 1948 por unas Naciones Unidas re­cién creadas al gusto de las potencias triunfales, fue una minuciosa operación geopolítica en toda regla que nada tuvo que ver con reparaciones ni con holo­caustos ni con la justicia. Todo lo contrario. Tuvo que ver -una vez más en la Historia- con un golpe de fuerza, con la injusta ex­pro­piación forzosa desde una legalidad ama­ñada.

Los autóctonos, sometidos antes por los ingleses y antes por los otomanos, no tenían por qué pagar las consecuen­cias de las matanzas de judíos en la Europa cristiana. Para la instalación de los poco más de setecientos mil nuevos in­qui­linos en el territorio acotado para ellos por los mandama­ses, éstos hubieron de prescindir de la voluntad de los luga­reños. Como nadie consultó en el siglo XIX a las poblacio­nes coloni­zadas o reduci­das a Pro­tectorado.

Así pues, la fundación del Estado de Israel fue un acto de fuerza, respondía a un acto de fuerza y sigue siendo un acto de fuerza: una prolongación del colonialismo tardío, hoy re­sidual, que dura hasta nuestros días.

En estas condiciones, ¿quién que no se empeñe en retor­cer las cosas y la historia? ¿quién que no dé prevalencia a los puntos de vista occidentales porque él lo es? ¿quién que no apoye los puntos de vista cristianos porque él no lo es pero le interesa serlo en esto? ¿quién que no se sume co­bardemente a los puntos de vista del que posee más fuerza bruta? ¿Quién de entre todos éstos, en suma, puede res­ponder con el raciocinio a secas que Israel no es un cuerpo extraño repleto de sionistas metido en un territorio que ya no es si­quiera el delimitado por las Naciones Unidas de 1947, puesto que desde 1967 ese Estado de plástico lo amplió por las ar­mas?

Quienes se posicionan al lado de Israel y de los Estados Unidos y del sionismo es simplemente porque se saben más poderosos en armamento. Sólo ese argu­mento, el eterno argumento, es lo que sostiene su sinrazón.

Por eso la cuestión no está en si esta guerra proseguirá o no, o si unos u otros se rendirán o no. La cuestión se reduce a una sola cosa: a adivinar cuándo estallará la conflagración total que Israel y Estados Unidos están poniendo en marcha para borrar del mapa (dejando a salvo los pozos de petró­leo, eso sí) a unos centenares de millones que pasaban por allí, quienes, eventualmente, podrán responder con misiles de largo alcance y cabeza nuclear que alcanzarán no sólo a Is­rael sino también a territorio yanqui. ¿Quién disparará pri­mero? Lo que queda de Historia lo dirá.

Me gustaría ser optimista como esos que, inconscientes, lo son a toda costa. Pero no es posible cuando a la Humani­dad le han diagnosticado dos tumores malignos: éste en Oriente Medio y el otro en la biosfera herida de muerte...

03 agosto 2006

Israel, una patada a la lógica


Subamos o descendamos un peldaño en el nivel de análi­sis y comprensión de la cuestión. El pensamiento es muy puñetero. No es lineal, no es rectilíneo, no es homogéneo, no es uniforme. Fluctúa, depende de cada cual y de cada época y de cada interés. Para reflexionar sobre que lo sea, hay que tomar esfuerzo. A menudo grandes esfuerzos.

El pensamiento colectivo de cada época es uno y global, y nadie "puede" salirse de las claves que rigen en ella para usarlo y desentrañarlo. Y quien lo hace, quien se sale, suele pagar un alto precio de muchas maneras. En arte, en cien­cia o en religión. El poder político, el institucional y el secto­rial, por su parte, tienen otra clase de pensamiento que nada tiene que ver con el del resto de los pobres mortales. Sea en el propósito, antes de la Alquimia y luego de la Me­dicina, en ambos casos generalmente con sus cálculos se­cretos, sea en el de un gobernante o varios con sus planes de alcance también secretos, las miras de los que forman parte de las minorías que de un modo u otro rigen los desti­nos de par­celas del globo y actualmente las del mundo van mucho más allá de las que ve el común de las gentes.

Alguien puede estar ideando el descubrimiento de Amé­rica, y ¿cuántos están en el propósito y en la lógica o ilógica de la idea? Otros, sabiéndose infinitamente más fuertes que los lugareños, diseñan un amplísimo trozo de globo terrá­queo entre los 31º 22’ y 34º 13’ latitud norte y 34º 58’ y 43º 40’ de longitud este, por ejemplo. ¿Quiénes se atreverán a juzgarles, a comprender qué se proponen, cuando ni si­quiera saben qué piensan hacer y para qué? ¿Cuántos se tomarán la molestia de indagar el futuro que nos espera cuando cualquier mañana siempre será peor que el ayer?

Ya en los años cuarenta el mundo entero estaba muy acostumbrado a ver en las masacres de indios arapajoes, navajos o cheyenes a cargo del general Custer, gestas in­creíbles. Todos los espectadores de los infinitos cines re­partidos por el mundo las aplaudían y celebraban las masa­cres de los indígenas a manos de ejércitos y aventureros en las Montañas Rocosas, en Dakota o en Idaho. El cine ma­sivo e incipiente fue el vector de las ideas que se sembra­ban entonces y han ido fructificando a lo largo de sesenta años. Las gestas de los “americanos” eran las mismas ges­tas que no mucho antes habían logrado los Conquistadores en América del Sur a cargo de los españoles. Y aquellas le­gendarias gestas las repetían unos y otros (Es­paña se que­daba en esa ocasión al margen) en la Segunda Guerra Mundial. Fulminado el enemigo nazi, los dioses re­creadores del mundo, diseñadores de sus espacios fueron las poten­cias ganadoras. Y especialmente Gran Bretaña y Estados Unidos. Así, de sus disposiciones parapetadas en la recién creada Organización de las Naciones Unidas, nace Israel.

Y al igual que la destrucción de las Torres Gemelas, que dejó mudo al globo y no reaccionó sino en el sentido que fa­vorecía los planes del Pentágono y Cía. conquistando Afga­nistán como lógico castigo a su perversidad de ser supuesto nido de terroristas, todo el mundo, fuera judío o gentil, vio como lo más natural y lógico que al pueblo judío, diezmado por el enemigo en la guerra, se le hiciese un sitio donde se supone estuvieron sus ancestros. ¿Quién se preguntó por qué? ¿Quién se cuestionó que si se hacía aquello, que si se ad­mitía aquella "lógica" en aquellos momentos habría que constituir con arreglo a ella misma miles de Estados nuevos dentro de Estados ya conformados? ¿Quién se cuestionó que, con los restos de pueblos a punto de extinción por las masacres causadas principalmente por anglosajones y es­pañoles si­glos atrás o incluso por aquel entonces, se hubie­ran podido crear Estados ad hoc para reparar las terribles injusticias cometidos con ellos? Nadie...

Pero han pasado 60 años. Todo evoluciona, las oscurida­des se iluminan, el pensamiento se va abriendo camino, los despropósitos de antaño salen a la luz cegadora. La Inquisi­ción, una aberración del pensamiento, es vista como tal, odiada y odiados sus albaceas y sus legatarios. Y las dispo­siciones de gobernantes avispados o sagaces, patriotas e imaginativos para crear muerte y riqueza para los suyos acaban siendo juzgadas deshinibidamente, sin tapujos, sin trampas, sin ya la atadura o las bridas que tuvieron en su mente las gentes de los tiempos en que fue­ron tomadas. Y se revelan como infamias.

Así nació Israel. Como fruto de un proyecto de largo al­cance de los anglosajones. Raza, etnia o pueblo tan hábil para el saqueo, la planificación y la organización tanto sobre lo propio como sobre lo ajeno. Así es cómo fueron adue­ñándose estratégicamente de muchos sitios del mundo, pero especialmente de los estrechos. No sólo ha sido y es así en cuanto a esa etnia, la anglosajona, haciendo y des­haciendo. Los portugueses, en los años 1450, fueron con zalemas mercantiles a las zonas de donde partían las espe­cias (tan valiosas como lo es ahora el pe­tróleo) para apro­piarse de la ruta de las mismas, desde las islas Célebes hasta Egipto cuyos señores controlaban la ruta. De aquí partió el embrión del Descubrimiento que, como todo el mundo sabe, fue producto de un error pues la intención era llegar a la cornisa asiática por la parte de atrás, por el Oeste. Quiero decir que si el pueblo judío tenía derecho a reco­brar su vieja patria y sus viejos lugares y un Estado solo para ellos, ¿quién, se pregunta ahora cualquiera que no esté loco, puede negar ese mismo derecho a los zíngaros, a los gauchos, a los indios navajos... y a tantas y tantas razas de las que apenas quedan unas cuantas centenas de indivi­duos por el crimen incesante cometido por otros pueblos?

Que nos lo expliquen. Que nos expliquen sus abogados, por qué ellos sí y los demás pueblos exiguos no.

01 agosto 2006

Mis ideas envasadas


MIS IDEAS ENVASADAS

1. Unos pocos hacen la historia, algunos la escriben y el resto la padece.

2. La mentalidad separa más que el idioma, pero la dis­tancia puede ser tanta y tan poca como la que hay entre el humano y la bestia.

3. Tan terrible como carecer de libertad, puede ser sen­tirla grave y persistentemente amenazada.

4. Lo que llamamos realidad no es más que la suma de consensos de sucesivas minorías.

5. La vida es corta o larga según se mida en alegría o sufrimiento. De ahí lo irrelevante de la prórroga que nos procura la Ciencia.

6. La libertad incluye la elección de lo pésimo.

7. No sé por qué algunos desprecian tanto la utopía, si lo que fue utopía ayer es lo que les permite ufanarse hoy de sus derechos y exigirlos además con desmesura.

8. Se puede llegar a las mismas conclusiones a que lle­garon los grandes pensadores de la historia sin haber leído una sola línea de su obra: basta apartar de uno los prejui­cios y renunciar a las sobras de egoísmo. 9. No existen leyes naturales: es la jactanciosa cultura antropocéntrica quien las urde y se atreve a prescribirlas.

10. La institución del matrimonio hizo estragos: desvirtuó el apareamiento natural.

11. Es preferible que los necios digan de ti que estás loco, a que los inteligentes piensen que eres vulgar.

12. Resalta en el ingrato ser especialmente olvidadizo.

13. No hay nada más elocuente que el silencio.

14. Es de necios compararse públicamente con los gran­des pensadores de la Historia, pero debemos hacerlo a so­las.

15. Siento una especie de arrobamiento ante los humanos que derrumbaron las barreras del pensamiento dominante mientras los otros, los petulantes, los miopes y los que sienten espanto ante el vacío se afanaban en reforzarlas con sofismas y charlatanería.

16. No descuidemos al propenso al tedio: rara vez la peor perversidad y su efectos no nacen de él.

17. Las personas que nos insisten guardemos secreto so­bre cosas triviales, suelen ser las mismas que se apresuran a propalar las más denigrantes...

18. La propensión al sarcasmo y a la mordacidad suele ser una proyección del fracaso personal y de la confusión de conciencia.

19. Lo único que se debe agradecer a la Política es que nos evita la guerra... Claro es que, con frecuencia, ella misma es causa directa de la guerra.

20. Dudo que sea más placentero realizar un ideal que perseguirlo...

21. Desde la nada del pensamiento a secas, he alcanzado las más altas cotas de la miseria intelectual.

22. A un sentimiento se le puede pedir cualquier cosa, menos que rinda cuentas.

23. Cuando en cuestiones sociales alguien me quita la ra­zón pienso que merece arruinarse o ir a la cárcel, y cuando me la da con insistencia empiezo a sospechar que acabo de perderla.

24. En las grandes ciudades es donde se aloja la ignoran­cia más funesta: la ilustrada.

25. ¿Se puede llamar fracaso al buscado de propósito?

26. La prudencia y el recato públicos hoy son un signo de invalidez social.

27. Si nos dan a menudo la razón, es porque nos es­ta­mos distanciando de la delicadeza.

28. No hay necesidad de creer en un Dios para vivir como Dios manda.

29. Sin tener por ello que renunciar a la nuestra, siempre es posible dar la razón a otro: hasta el loco tiene motivos. Este es uno de los secretos de la vida colectiva en paz.

30. He observado que las gentes no tienen término medio: o aman desmedidamente las costumbres del lugar que habitan o las detestan.

31. El Protocolo de Kioto entrará en vigor cuando la Herida esté completa y felizmente desangrada.

32. Tenemos ideas que, al igual que los sentimientos se­cretos, mueven impetuosamente nuestro espíritu con una condición: que no las expresemos.

33. La concupiscencia del sexual y la dulzura de la ven­ganza se concitan en el infrecuente placer de reír a carcaja­das.

34. La religión ha sido el principal propulsor de la cul­tura; la antirreligión, también.

35. El verdadero intelectual desdeña la fama, pues sabe que para adquirir renombre le basta granjearse unos po­cos enemigos.

36. Espera a que vea cómo te comportas al volante y te diré quién eres.

37. Entre la Naturaleza y el ser humano no hay una rela­ción equitativa: la Naturaleza es infinitamente más generosa de lo que el humano merece.

38. Es tan absurdo como extenuante tener razón según la lógica que suponíamos compartía el interlocutor, e ir com­probando hasta qué punto éste está dispuesto a negarla para obtener beneficio de la circunstancia.

39. Hoy día sabemos a menudo mucho más por lo que se calla y se oculta que por lo que se dice y se publica.

40. Lo grandioso o excitante de una idea que parece nueva no está en su novedad imposible, sino en la sensa­ción de haberla concebido uno mismo.

41. La categoría del ser humano no se mide por su ri­queza, por su rango social y menos por el número de mas­ters, sino por su sentido del humor.

42. A finales del milenio los civilizados suponíamos que la única guerra justificada que quedaba era de razón ecoló­gica: en defensa de un río, de un bosque, de un mar, de un ecosistema o de una colonia de buitres. Y sin embargo...

43. Los delirios del coche están llegando muy le­jos... Conductores, olvidamos que también somos peatones; y cuando no hemos dado las gracias a la máquina por no habernos arrollado, lo tenemos por descortesía...

44. El Arte es la vida. Fuera del Arte, simplemente existi­mos.

45. Estamos en el fin de la historia, y está naciendo un universo nuevo... lleno de vacíos.

46. La inmensa mayoría de los humanos carece de inteli­gencia creativa propiamente dicha: parasita de la ajena o charlatanea.

47. Decía un amigo que sólo estaba dispuesto a dis­cutir si le daban la razón. No soy tan ambi­cioso: me basta con que no me la quiten.

48 El modo más rápido y seguro de librarnos de un vicio insano es adquirir cuanto antes una manía saludable.

49. Para remediar las enfermedades curables debiera bastarnos el instinto (si no lo tenemos ya atrofiado por la "cultura"). En todo caso, al médico sólo deberíamos ir en ambulancia.

50. El trato social no tiene término medio: o segrega en­dorfinas o provoca bilis.

51. Al conocimiento cabal de la sociedad humana se llega muy pronto: las variantes del comportamiento son irrisorias. Al de la Naturaleza, nunca: la sorpresa es la norma.

52. Buscar en la sexualidad más de lo razonable, es mal­versar la vida interior.

53. La Ciencia, la religión, la vida... son un mosaico de errores convertidos hábilmente por las sociedades domi­nantes en verdades útiles.

54. No será una conflagración: serán sus inmundicias, y sobre todo el coche, lo que sepultará a esta civilización; y no las actuales trajeadas, sino las legítimas ratas de cloaca quienes gobernarán la Tierra.

55. Para abarcar mejor todo el asunto, tratemos de ver con telescopio las cosas de la sociedad y con lupa las de la Na­turaleza.

56. Hemos de tener paciencia: hay que esperar a morir para comprenderlo todo...

57. Casi siempre, mucho más ultrajante que la injuria es el intento baldío de engañarnos.

58. Antes de hacer pública "nuestra razón" debemos saber que sólo la tendremos en la medida que la comparta quien la juzga, y que si no la exhibimos nunca no será difícil que la perdamos por completo.

59. La oratoria política se ha reducido a competi­ción de bajezas dirigidas a descubrir oligofrenias.

60. La riqueza moderna de países, empresas y personas se mide por el endeudamiento. Y la capacidad de endeu­damiento, por el amiguismo, que no es más que amistad sin amigos.

61. La atención y la expectación son inversamente proporcionales al rigor intelectivo: a más rigor, menos lectores, a menos rigor, más espectadores.

62. Mucho más importante que conocer las leyes, es meditar las nuestras... Pero en todo caso, que nuestro pensamiento y conducta sirvan de modelo universal.

63. No hallar atisbo alguno de racionalidad a la invasión de otro país por un pueblo que no era tenido por salvaje es, para todo ser civilizado y por la influencia decisiva de ese pueblo en el mundo, una tortura moral a la que sólo puede escapar pensando en otra cosa.

64. No existe droga, medicina, veneno, ideología o re­ligión sino en función del hábito y la dosis.

65. Más ilusionante que exhibir el ingenio propio, es des­cubrir el que sobrepasa al nuestro.

66. Sin embargo... no creo que aquel terrible maremoto arrancase más lágrimas a los ojos de las estrellas, que la rotura de la pata de una hormiga.

67. Es de necios empeñarse en que nuestra felicidad, im­posible, dependa, además, de otra persona: bastante tene­mos con precavernos de las hienas.

68. La muerte es la peripecia humana más irrelevante tras la banalidad del nacimiento que no estuvo en nuestra mano decidir.

69. Lo tenía en la punta de la lengua, pero Cioran se adelantó: "Todo el mundo me exaspera, pero me gusta reír y no puedo reír solo". Confío en no acabar como él...

70. Ni el amor ni la amistad generan obligaciones.

71. La Medicina preventiva es para los que rebuscan ventajas y derechos sociales en todo: en este caso, el dere­cho a la inmortalidad.

72. Con ortodoxias religiosas y políticas felizmente aboli­das, nos educaron en sumisión. Pero la sociedad está im­portando otras para la educación moderna: globalización, anglosajonización, neoliberalismo, doctrina anticipatoria, guerra preventiva y terrorismo islámico: tan falsas y mani­puladas éstas como aquéllas que nos oprimieron.

73. Aferrarse a la vida es intento de arrebatar un soplo a la eternidad. Pero si nos ronda la idea del suicidio, pense­mos cuánto tiempo tendremos de estar muertos...

74. A partir de cierta edad ya no se toman prevenciones, pero tampoco más riesgos.

75. En la Naturaleza no hay crueldad, ni fealdad: senci­llamente porque en ella nada hay superfluo.

76. Para empezar a meditar acerca de la felicidad, he de encontrarme en un ambiente natural entre 22 y 24 grados.

77. La tristeza nace de un vago deseo de felicidad, cuando se carece de experiencia. Luego brota del conoci­miento de las cosas.

78. Desde el primer amor, nunca he buscado que alguien me diese felicidad; me he pasado la vida vigilando, inútil­mente, que nadie perturbase la poca que tenemos.

79. Hoy día, vivir con la impresión de ser más inteligente que la mayoría no es motivo de contento y menos de pre­sunción: es sencillamente una desgracia.

80. Fiel servidor y mecánico inconsciente de la industria médica, el primer pensamiento del médico especialista de hoy, haciendo caso omiso de lo que prescribe Hipócrates, pasa por el quirófano...

81. Un espíritu cultivado es aquel que examina las cosas desde varios puntos de vista.

82. Como no podemos abarcar todo el "saber" y cuanto más saber más confusión y más aflicción, una de dos, o re­gresamos a la ignorancia absoluta o, reteniendo en la me­moria sólo lo digno de ser aprovechado por y para todos, más nos valdría no dejarnos succionar por el agujero negro de las ansias de un saber caótico y sin límites que se dis­pone a destruirnos a través del galopante "agotamiento" del planeta.

83. Está muy bien educado, pero sigue siendo un mal na­cido...

84. Nunca preocupó tanto la propia privacidad, pero nunca se ha hecho tanto impúdico alarde de ella.

85. Cuanto más nos dan la razón, más sospechamos que no la tenemos y más nos hace sentirnos cerca de la masa.

86. Somos señores de lo indispensable y esclavos de los excesos.

87. La ecología es una mística.

88. A menudo se nos comprende mejor por lo que ca­lla­mos que por lo que decimos.

89. Estamos en este mundo para morir. Nuestra meta es el morir. De manera que nos pasamos la vida esperando la muerte: entretenidos o aturdidos, inconscientes o conscien­tes, pero nos pasamos la vida en espera de la muerte...

90. El verdadero intelectual no se deja penetrar por las co­rrientes de opinión más que para cambiarlas.

91. La idea sale del cerebro, como el niño de la partu­rienta. Luego se separa la placenta y se le lava. A partir de ese momento, tiene vida propia e interactúa con el mundo exterior.

92. Estoy dispuesto a dar la razón a todo el mundo sin re­nunciar a la mía. Pero no estoy dispuesto a dar la razón a quien la exhibe según consignas de alguien concreto o de minorías.

93. Para aplacar la angustia, hay que olvidar por qué se asignó a las cosas un valor, para luego dárselo nosotros.

94. Quienes reclaman justicia social no pueden limitarse a exigírsela al Estado: deben empezar por su familia.

95. En las grandes ciudades es donde más se aloja la ig­norancia ilustrada que se abre paso a base de mentiras y verdades a medias.

96. En materia de Arte y de raciocinio, aun estando al al­cance de todos lo excelente es despreciado por la mayoría.

97. Conservar los lazos de amistad a lo largo de la vida es muy hermoso. Pero tanto o más gratificante es una buena amistad tardía.

98. La cultura individual es el resultado de combinar estos tres ingredientes: el poso que queda de la erudición, el fer­mento de la reflexión y la impresión que nos deja el Arte.

99. Es una eminencia pensante, pero ni las minorías le comprenden ni cuenta con el respaldo popular.