ANTECEDENTES
No hay moralista, filósofo o predicador que no haya dedicado alguna vez a la hipocresía alguna de sus más acres invectivas.
Ya el griego Esquilo dice: A mi entender, el más vergonzoso de todos los vicios es el poner afeites a los propios pensamientos”. El empirista Bacon: Es la sabiduría del cocodrilo, que llora cuando devora a sus víctimas. Victor Hugo no es menos lapidario: El hipócrita es un titán enano; un espantoso hermafrodita del mal. Y así sucesivamente se manifiestan más o menos todos los gigantes conocedores del alma racional.
Pero no todos los grandes pensadores caen en la tentación de condenar a la hipocresía sin atenuantes y sin ver en ella fuente de ventajas para la sociedad.
Aunque acuñada su noción por el pensamiento griego, en su origen no es sino teatralidad, capacidad para representar en el teatro bajo disfraz o máscara. Luego, más tarde, disimulo y fingimiento por antonomasia; y por fin, asumida y adaptada para su doctrina y su moral por el pensamiento cristiano y por ende occidental, hipocresía es, en esencia, afectar virtud y, por extensión, toda verbalización o actitud que de manera más o menos hábil encubre o desdibuja la verdad. Se opone a sinceridad, veracidad o franqueza.
Quizá por eso, porque originariamente el solapamiento de la verdad se tenía más como habilidad de la inteligencia que como un recurso reprensible, ni una sola palabra sobre el usual modo de entender la hipocresía se encuentra sin embargo en los tratados acerca del vicio, de la virtud y del término medio en la gran obra de Aristóteles sobre moral: Etica a Nicómaco, Etica a Eudemo y Magna Moralia. Porque cuando Aristóteles habla de simulación y simulador, se limita a decir que éste es el que comete el exceso de atribuirse más bienes de los que posee, y también el que no es veraz. Sólo matiza al referirse a la virtud de la veracidad, que si el veraz se separa de la estricta verdad, será más bien para debilitar las cosas... La literatura universal le asigna un protagonismo casi permanente, pero con el mismo equívoco sentido que va adquiriendo con el paso del tiempo el otro asunto principal: la fidelidad amorosa...
RASGOS
Convengamos pues en que, primero, hipocresía, en el mismo sentido en que hoy día la usamos sería una afectación de cualidades personales que el sentir común tiene por virtudes; en segundo lugar, que por virtud entendemos término medio, según el orden del pensamiento de Aristóteles; y, por último, que cuando alguien afecta una virtud ha tenido que haber preparado previamente una maniobra en el fingir. Es pues, una suerte de arte menor. Una clase de artificio o habilidad cuya categoría superior estaría en el arte de las artes de simulación: la diplomacia.
Pero así ocurre que en tanto la hipocresía supondría un encubrimiento torpe, gratuito, de lo que entendemos por verdad, la diplomacia constituiría nada menos que un ideal de educación.
No obstante la hipocresía, asociada tanto al disimulo como a la afectación de virtud, no es recurso ni del talante elemental, primario, ni tampoco del genio superior. Es entre individuos medios donde encuentra su caldo de cultivo. Y es en este contexto estético, ético y moral donde la hipocresía precisamente se prodiga y se le asigna el carácter de contravalor, de defecto social grave y detestable que hay que evitar y del que hay que precaverse.
Lo que desde luego es claro es que la noción de hipocresía sólo cobra su sentido grave y grandilocuente en sociedad. Por consiguiente, no estamos propiamente ante una pasión o defecto que sufra en sí mismo el individuo, sino ante un vicio que él pone secretamente en escena. Pero tampoco un círculo estrecho, de orden familiar, por ejemplo, propicia el arte de fingir. Porque la escenificación de la hipocresía exige determinadas condiciones, y sobre todas, que no exista un conocimiento recíproco bastante entre el hipócrita y el o los puntuales destinatarios de la simulación. Pues intentada ésta en medios avisados, queda fácilmente al descubierto, pierde efectividad y se convierte en simple amago grotesco e irrisorio.
Para que exista hipocresía no son precisos propósitos concretos dirigidos más allá del ejercicio del puro fingimiento en sí. Es más, si el disimulo se hace acompañar de otra intención, ya no estamos propiamente ante una manifestación de hipocresía. Pues si mediante fingimiento el individuo busca provecho o fin legítimos, diríamos de él que tiene habilidad, tacto o diplomacia. Mientras que si el fin perseguido lo consideramos ilegítimo, diremos entonces de él que es un impostor, un embaucador, un falsario o un defraudador. Así pues, la hipocresía se distingue de la diplomacia por el rango: la primera persigue un fin innoble, mediato o inmediato, mientras que en la diplomacia la causa es indiferente y si el fingimiento de por sí no conduce a un fin noble, todo queda reducido a un savoir faire.
Pero para que la hipocresía adquiera propiedad de tal, el artificio del hipócrita no debe emboscar de tal modo la verdad que logre efectivamente el engaño. Pues si se logra, ya hemos visto que la condición condenable de embaucador desplaza en importancia al de engañador. Por eso podríamos decir que el hipócrita, al exponer su verdad o la verdad a medias, deja siempre entreverada otra también posible. Y por eso en general, quien ante sí tiene al hipócrita suele saber, o al menos sospechar, que aquél lo es. Y con mayor razón, si ese otro es otro hipócrita. Este es el motivo por el que el hipócrita evita instintivamente al hipócrita, y que siempre sea un hipócrita quien mejor perciba, defina e interprete a otro hipócrita.
El hipócrita busca y encuentra su satisfacción en el sólo encubrir, solapar y deformar con artificios la verdad objetiva. Por eso, en el mero ejercicio de la argucia se agota su definición conceptual. Porque la hipocresía no tiene por sí sola significación moral. Su repulsa obedece a razones estéticas de coyuntura o de costumbres, y su pariente, la mentira, se distingue de ella por su simplicidad. La hipocresía se desarrolla de manera complicada.
No obstante resulta cuando menos sorprendente que siendo como se la tiene, por condición vergonzosa y vil, seamos capaces de confesarnos de cualquier otra pasión aún más abyecta, y sin embargo nunca lo seamos de declararnos ni reconocernos como hipócritas. Lo que sin duda debe probar, por otra parte, que cuando hablamos de hipocresía estamos ante una delectación íntima pero sobre todo inconsciente, sustantivada por la observación y la acusación ajenas. Es, por decirlo así, no un pecado solitario sino un pecado manufacturado por el alma de los otros...
En cuanto al motivo intrínseco que impulsa al hipócrita a recurrir a la patraña, puede ser la desconfianza hacia sí mismo; una desconfianza nacida para protegerse de su carácter débil, probablemente debilitado por graves desengaños extraviados en el subconsciente.También quizá originarse en un secreto temor hacia las consecuencias que puedan derivarse de su sinceridad imposible. Por eso el hipócrita usa de su habilidad en el fingir más como juego y como escudo que como instrumento para otros fines que no sean el de ser tenida por persona recta, correcta, cabal o virtuosa. Es más, si el hipócrita oculta su intención es porque es posible tema manifestarse a sí mismo su alma pequeña. Podría decirse que engaña a otros porque así evita engañarse.
UTILIDAD
Examinada detenidamente, podemos advertir que también la hipocresía, entendida en cualquier de sus múltiples significados, presenta aspectos y efectos positivos en el ámbito que le es propia, es decir, en sociedad. Pues si la hipocresía es el opuesto a sinceridad y a veracidad, ello presupone al propio tiempo, por más que esté al servicio del engaño, una destreza mental. Y esta aptitud sólo puede darse en una inteligencia probablemente superior a la ordinaria. Por otra parte hemos de reconocer que tampoco la realidad es unívoca, es decir, no es vista de igual modo por todos. Y donde unos ven, por ejemplo, zalema, otros aprecian cortesía...
Debemos reconocer en fin que a la hipocresía se lo debemos casi todo. A la sinceridad, a la franqueza, a la veracidad, la historia le adeuda gestos y proezas, pero a fin de cuentas bien poco. Casi todo lo que ha transformado el mundo procede de las oscuridades de la manipulación y del manejo que la hipocresía urdió.
Y bien, dado que la hipocresía no responde a una actitud viciada del individuo en sí y para sí, como hemos visto, sino del individuo puesto en sociedad, es preciso reconocerle los servicios que a ésta le presta, y admitir que gracias a ella se ha hecho posible en gran medida la relación social. De la hipocresía dependen los tiempos de paz. En la hipocresía se basa mucho solaz y mucho sueño reparador. Todos somos de diversos modos grandes mentirosos e hipócritas. Pues todos recurrimos a menudo al disimulo y afectamos cualidades que inspiren en el otro confianza cuando no recurrimos a mentiras, exageraciones y artificios.
...Y es que hay que tener en cuenta que la suavización de las costumbres entre los hombres es un logro de ayer; que el hombre, tal como se le sitúa en su medio cultural, abandonó el estado de barbarie a través de un colosal esfuerzo colectivo e individual para el que fueron necesarias altas dosis de fingimiento y disimulo —El salvaje nunca miente.
El proceso de domesticación del mundo ha consistido en gran medida en el ímprobo esfuerzo de introducir en la sociedad el arte de fingir, reprobando más adelante moralmente el artificio y la escenificación del disimulo en que la hipocresía consiste, y condenando por fin los códigos penales la simulación cuando va unida al despojo; pero exaltando la propia sociedad al mismo tiempo el fingimiento refinado llamándolo diplomacia.
Al fin y al cabo, el arte discursivo y la retórica excluyen toda violencia. Y habida cuenta la deplorable, inestable y destructora condición humana; habida cuenta la inteligencia frágil y la escasa propensión a la bondad del hombre, ¿debemos condenar la doblez por teatral, y sin remisión al falaz sólo por serlo?...
Quedémonos con la más reciente y usual de las acepciones de la hipocresía: afectar virtud, fingir amor o piedad o amistad o generosidad... Pues bien, también en cierta axiología la hipocresía encierra justamente un recóndito provecho. Pues si desear una cosa es una manera de poseerla, fingir benevolencia, compasión y amistad... es un modo de atribuirles un valor. Un valor que ciertamente el hipócrita atisba pero no puede poseer ni hacerlo suyo, pero al que rinde su áspero homenaje de impotencia convirtiendo el oro de la franqueza en oropel del artificio. Pero también es así, a través de esta íntima y secreta carencia, cómo adquiere utilidad. Un provecho que hace decir a La Rochefoucauld: La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud. A Leopardi: La impostura es, por decirlo así, el alma de la vida social; un arte sin el cual ningún arte ni facultad son perfectos, si se consideran los efectos que produce sobre los espíritus humanos”. Y a Pananti: No te fíes de la máscara de quien te muestra el rostro demasiado descubierto”. Y al clásico Helvetius: Somos impostores desde que lo somos a medias...
Concluyamos que es de nobles y honestos decir siempre la verdad. Seamos pues en todo caso francos, veraces, sinceros. Pero si nuestra verdad puede causar innecesariamente grave daño a otro, silenciémosla. Y si no somos capaces de callarla, solapémosla entre los pliegues de nuestra mejor hipocresía. ¡Cuánta hipocresía, aunque haya planeado y a ella debamos tantas guerras, no habrá evitado muchas otras!
FUENTES ETIMOLOGICAS
HIPOCRESÍA:
Úποκρίνομαι (Hypocrínomai) —responder, replicar, contestar; interpretar, representar [un papel en el teatro]; fingir, disimular.
Úπόκρισις εως ή (hypókrisis) —respuesta; representación [de un papel en el teatro]; fingimiento, hipocresía.
HIPÓCRITA:
Úπokρiτής ou ό —adivino, profeta; intérprete, actor, comediante;hipócrita.
Madrid 1994
No hay moralista, filósofo o predicador que no haya dedicado alguna vez a la hipocresía alguna de sus más acres invectivas.
Ya el griego Esquilo dice: A mi entender, el más vergonzoso de todos los vicios es el poner afeites a los propios pensamientos”. El empirista Bacon: Es la sabiduría del cocodrilo, que llora cuando devora a sus víctimas. Victor Hugo no es menos lapidario: El hipócrita es un titán enano; un espantoso hermafrodita del mal. Y así sucesivamente se manifiestan más o menos todos los gigantes conocedores del alma racional.
Pero no todos los grandes pensadores caen en la tentación de condenar a la hipocresía sin atenuantes y sin ver en ella fuente de ventajas para la sociedad.
Aunque acuñada su noción por el pensamiento griego, en su origen no es sino teatralidad, capacidad para representar en el teatro bajo disfraz o máscara. Luego, más tarde, disimulo y fingimiento por antonomasia; y por fin, asumida y adaptada para su doctrina y su moral por el pensamiento cristiano y por ende occidental, hipocresía es, en esencia, afectar virtud y, por extensión, toda verbalización o actitud que de manera más o menos hábil encubre o desdibuja la verdad. Se opone a sinceridad, veracidad o franqueza.
Quizá por eso, porque originariamente el solapamiento de la verdad se tenía más como habilidad de la inteligencia que como un recurso reprensible, ni una sola palabra sobre el usual modo de entender la hipocresía se encuentra sin embargo en los tratados acerca del vicio, de la virtud y del término medio en la gran obra de Aristóteles sobre moral: Etica a Nicómaco, Etica a Eudemo y Magna Moralia. Porque cuando Aristóteles habla de simulación y simulador, se limita a decir que éste es el que comete el exceso de atribuirse más bienes de los que posee, y también el que no es veraz. Sólo matiza al referirse a la virtud de la veracidad, que si el veraz se separa de la estricta verdad, será más bien para debilitar las cosas... La literatura universal le asigna un protagonismo casi permanente, pero con el mismo equívoco sentido que va adquiriendo con el paso del tiempo el otro asunto principal: la fidelidad amorosa...
RASGOS
Convengamos pues en que, primero, hipocresía, en el mismo sentido en que hoy día la usamos sería una afectación de cualidades personales que el sentir común tiene por virtudes; en segundo lugar, que por virtud entendemos término medio, según el orden del pensamiento de Aristóteles; y, por último, que cuando alguien afecta una virtud ha tenido que haber preparado previamente una maniobra en el fingir. Es pues, una suerte de arte menor. Una clase de artificio o habilidad cuya categoría superior estaría en el arte de las artes de simulación: la diplomacia.
Pero así ocurre que en tanto la hipocresía supondría un encubrimiento torpe, gratuito, de lo que entendemos por verdad, la diplomacia constituiría nada menos que un ideal de educación.
No obstante la hipocresía, asociada tanto al disimulo como a la afectación de virtud, no es recurso ni del talante elemental, primario, ni tampoco del genio superior. Es entre individuos medios donde encuentra su caldo de cultivo. Y es en este contexto estético, ético y moral donde la hipocresía precisamente se prodiga y se le asigna el carácter de contravalor, de defecto social grave y detestable que hay que evitar y del que hay que precaverse.
Lo que desde luego es claro es que la noción de hipocresía sólo cobra su sentido grave y grandilocuente en sociedad. Por consiguiente, no estamos propiamente ante una pasión o defecto que sufra en sí mismo el individuo, sino ante un vicio que él pone secretamente en escena. Pero tampoco un círculo estrecho, de orden familiar, por ejemplo, propicia el arte de fingir. Porque la escenificación de la hipocresía exige determinadas condiciones, y sobre todas, que no exista un conocimiento recíproco bastante entre el hipócrita y el o los puntuales destinatarios de la simulación. Pues intentada ésta en medios avisados, queda fácilmente al descubierto, pierde efectividad y se convierte en simple amago grotesco e irrisorio.
Para que exista hipocresía no son precisos propósitos concretos dirigidos más allá del ejercicio del puro fingimiento en sí. Es más, si el disimulo se hace acompañar de otra intención, ya no estamos propiamente ante una manifestación de hipocresía. Pues si mediante fingimiento el individuo busca provecho o fin legítimos, diríamos de él que tiene habilidad, tacto o diplomacia. Mientras que si el fin perseguido lo consideramos ilegítimo, diremos entonces de él que es un impostor, un embaucador, un falsario o un defraudador. Así pues, la hipocresía se distingue de la diplomacia por el rango: la primera persigue un fin innoble, mediato o inmediato, mientras que en la diplomacia la causa es indiferente y si el fingimiento de por sí no conduce a un fin noble, todo queda reducido a un savoir faire.
Pero para que la hipocresía adquiera propiedad de tal, el artificio del hipócrita no debe emboscar de tal modo la verdad que logre efectivamente el engaño. Pues si se logra, ya hemos visto que la condición condenable de embaucador desplaza en importancia al de engañador. Por eso podríamos decir que el hipócrita, al exponer su verdad o la verdad a medias, deja siempre entreverada otra también posible. Y por eso en general, quien ante sí tiene al hipócrita suele saber, o al menos sospechar, que aquél lo es. Y con mayor razón, si ese otro es otro hipócrita. Este es el motivo por el que el hipócrita evita instintivamente al hipócrita, y que siempre sea un hipócrita quien mejor perciba, defina e interprete a otro hipócrita.
El hipócrita busca y encuentra su satisfacción en el sólo encubrir, solapar y deformar con artificios la verdad objetiva. Por eso, en el mero ejercicio de la argucia se agota su definición conceptual. Porque la hipocresía no tiene por sí sola significación moral. Su repulsa obedece a razones estéticas de coyuntura o de costumbres, y su pariente, la mentira, se distingue de ella por su simplicidad. La hipocresía se desarrolla de manera complicada.
No obstante resulta cuando menos sorprendente que siendo como se la tiene, por condición vergonzosa y vil, seamos capaces de confesarnos de cualquier otra pasión aún más abyecta, y sin embargo nunca lo seamos de declararnos ni reconocernos como hipócritas. Lo que sin duda debe probar, por otra parte, que cuando hablamos de hipocresía estamos ante una delectación íntima pero sobre todo inconsciente, sustantivada por la observación y la acusación ajenas. Es, por decirlo así, no un pecado solitario sino un pecado manufacturado por el alma de los otros...
En cuanto al motivo intrínseco que impulsa al hipócrita a recurrir a la patraña, puede ser la desconfianza hacia sí mismo; una desconfianza nacida para protegerse de su carácter débil, probablemente debilitado por graves desengaños extraviados en el subconsciente.También quizá originarse en un secreto temor hacia las consecuencias que puedan derivarse de su sinceridad imposible. Por eso el hipócrita usa de su habilidad en el fingir más como juego y como escudo que como instrumento para otros fines que no sean el de ser tenida por persona recta, correcta, cabal o virtuosa. Es más, si el hipócrita oculta su intención es porque es posible tema manifestarse a sí mismo su alma pequeña. Podría decirse que engaña a otros porque así evita engañarse.
UTILIDAD
Examinada detenidamente, podemos advertir que también la hipocresía, entendida en cualquier de sus múltiples significados, presenta aspectos y efectos positivos en el ámbito que le es propia, es decir, en sociedad. Pues si la hipocresía es el opuesto a sinceridad y a veracidad, ello presupone al propio tiempo, por más que esté al servicio del engaño, una destreza mental. Y esta aptitud sólo puede darse en una inteligencia probablemente superior a la ordinaria. Por otra parte hemos de reconocer que tampoco la realidad es unívoca, es decir, no es vista de igual modo por todos. Y donde unos ven, por ejemplo, zalema, otros aprecian cortesía...
Debemos reconocer en fin que a la hipocresía se lo debemos casi todo. A la sinceridad, a la franqueza, a la veracidad, la historia le adeuda gestos y proezas, pero a fin de cuentas bien poco. Casi todo lo que ha transformado el mundo procede de las oscuridades de la manipulación y del manejo que la hipocresía urdió.
Y bien, dado que la hipocresía no responde a una actitud viciada del individuo en sí y para sí, como hemos visto, sino del individuo puesto en sociedad, es preciso reconocerle los servicios que a ésta le presta, y admitir que gracias a ella se ha hecho posible en gran medida la relación social. De la hipocresía dependen los tiempos de paz. En la hipocresía se basa mucho solaz y mucho sueño reparador. Todos somos de diversos modos grandes mentirosos e hipócritas. Pues todos recurrimos a menudo al disimulo y afectamos cualidades que inspiren en el otro confianza cuando no recurrimos a mentiras, exageraciones y artificios.
...Y es que hay que tener en cuenta que la suavización de las costumbres entre los hombres es un logro de ayer; que el hombre, tal como se le sitúa en su medio cultural, abandonó el estado de barbarie a través de un colosal esfuerzo colectivo e individual para el que fueron necesarias altas dosis de fingimiento y disimulo —El salvaje nunca miente.
El proceso de domesticación del mundo ha consistido en gran medida en el ímprobo esfuerzo de introducir en la sociedad el arte de fingir, reprobando más adelante moralmente el artificio y la escenificación del disimulo en que la hipocresía consiste, y condenando por fin los códigos penales la simulación cuando va unida al despojo; pero exaltando la propia sociedad al mismo tiempo el fingimiento refinado llamándolo diplomacia.
Al fin y al cabo, el arte discursivo y la retórica excluyen toda violencia. Y habida cuenta la deplorable, inestable y destructora condición humana; habida cuenta la inteligencia frágil y la escasa propensión a la bondad del hombre, ¿debemos condenar la doblez por teatral, y sin remisión al falaz sólo por serlo?...
Quedémonos con la más reciente y usual de las acepciones de la hipocresía: afectar virtud, fingir amor o piedad o amistad o generosidad... Pues bien, también en cierta axiología la hipocresía encierra justamente un recóndito provecho. Pues si desear una cosa es una manera de poseerla, fingir benevolencia, compasión y amistad... es un modo de atribuirles un valor. Un valor que ciertamente el hipócrita atisba pero no puede poseer ni hacerlo suyo, pero al que rinde su áspero homenaje de impotencia convirtiendo el oro de la franqueza en oropel del artificio. Pero también es así, a través de esta íntima y secreta carencia, cómo adquiere utilidad. Un provecho que hace decir a La Rochefoucauld: La hipocresía es un homenaje que el vicio rinde a la virtud. A Leopardi: La impostura es, por decirlo así, el alma de la vida social; un arte sin el cual ningún arte ni facultad son perfectos, si se consideran los efectos que produce sobre los espíritus humanos”. Y a Pananti: No te fíes de la máscara de quien te muestra el rostro demasiado descubierto”. Y al clásico Helvetius: Somos impostores desde que lo somos a medias...
Concluyamos que es de nobles y honestos decir siempre la verdad. Seamos pues en todo caso francos, veraces, sinceros. Pero si nuestra verdad puede causar innecesariamente grave daño a otro, silenciémosla. Y si no somos capaces de callarla, solapémosla entre los pliegues de nuestra mejor hipocresía. ¡Cuánta hipocresía, aunque haya planeado y a ella debamos tantas guerras, no habrá evitado muchas otras!
FUENTES ETIMOLOGICAS
HIPOCRESÍA:
Úποκρίνομαι (Hypocrínomai) —responder, replicar, contestar; interpretar, representar [un papel en el teatro]; fingir, disimular.
Úπόκρισις εως ή (hypókrisis) —respuesta; representación [de un papel en el teatro]; fingimiento, hipocresía.
HIPÓCRITA:
Úπokρiτής ou ό —adivino, profeta; intérprete, actor, comediante;hipócrita.
Madrid 1994
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