07 marzo 2006

Breve estudio de la hipocresía

ANTECEDENTES

No hay moralista, filósofo o predicador que no haya dedi­cado alguna vez a la hipocresía alguna de sus más acres invecti­vas.

Ya el griego Esquilo dice: A mi entender, el más vergon­zoso de todos los vicios es el poner afeites a los propios pensamientos”. El empirista Bacon: Es la sabiduría del co­codrilo, que llora cuando de­vora a sus víc­timas. Vic­tor Hugo no es menos lapi­da­rio: El hipó­crita es un titán enano; un es­pan­toso hermafro­dita del mal. Y así sucesiva­mente se mani­fiestan más o me­nos todos los gi­gantes conocedores del alma racional.

Pero no todos los grandes pensadores caen en la tenta­ción de conde­nar a la hipo­cresía sin ate­nuan­tes y sin ver en ella fuente de ven­tajas para la so­ciedad.

Aunque acuñada su noción por el pensa­miento griego, en su origen no es sino tea­tralidad, capaci­dad para representar en el teatro bajo dis­fraz o máscara. Luego, más tarde, disi­mulo y fingimiento por anto­noma­sia; y por fin, asumida y adaptada para su doctrina y su moral por el pensamiento cris­tiano y por ende occidental, hipocresía es, en esen­cia, afectar virtud y, por exten­sión, toda ver­baliza­ción o acti­tud que de manera más o menos hábil encubre o desdibuja la verdad. Se opone a since­ri­dad, veracidad o franqueza.

Quizá por eso, porque originariamente el solapa­miento de la verdad se te­nía más como habilidad de la inteligen­cia que como un recurso repren­si­ble, ni una sola palabra sobre el usual modo de enten­der la hipocre­sía se en­cuentra sin em­bargo en los tratados acerca del vicio, de la vir­tud y del tér­mino medio en la gran obra de Aristóte­les so­bre moral: Etica a Nicómaco, Etica a Eudemo y Magna Moralia. Porque cuando Aristóte­les habla de simu­lación y si­mulador, se li­mita a decir que éste es el que comete el exceso de atri­buirse más bienes de los que posee, y tam­bién el que no es veraz. Sólo matiza al refe­rirse a la virtud de la ve­racidad, que si el veraz se separa de la estricta verdad, será más bien para de­bilitar las cosas... La literatura universal le asigna un protagonismo casi permanente, pero con el mismo equívoco sentido que va adquiriendo con el paso del tiempo el otro asunto principal: la fidelidad amorosa...

RASGOS

Convengamos pues en que, primero, hipo­cresía, en el mismo sentido en que hoy día la usamos se­ría una afec­ta­ción de cualida­des personales que el sen­tir co­mún tiene por virtudes; en se­gundo lugar, que por virtud entende­mos tér­mino medio, según el or­den del pensamiento de Aris­tóteles; y, por úl­timo, que cuando alguien afecta una virtud ha te­nido que haber preparado previamente una manio­bra en el fin­gir. Es pues, una suerte de arte menor. Una clase de artificio o habi­lidad cuya categoría su­perior estaría en el arte de las ar­tes de simulación: la diplo­macia.

Pero así ocurre que en tanto la hipocresía supon­dría un encubrimiento torpe, gratuito, de lo que en­ten­demos por verdad, la diplo­macia cons­titui­ría nada menos que un ideal de educa­ción.

No obstante la hipocresía, asociada tanto al disi­mulo como a la afec­tación de virtud, no es recurso ni del talante ele­mental, primario, ni tampoco del genio supe­rior. Es entre in­di­viduos medios donde en­cuentra su caldo de cultivo. Y es en este con­texto estético, ético y moral donde la hipocre­sía preci­samente se prodiga y se le asigna el ca­rácter de con­trava­lor, de de­fecto social grave y de­tes­ta­ble que hay que evitar y del que hay que pre­ca­verse.

Lo que desde luego es claro es que la no­ción de hipocre­sía sólo cobra su sentido grave y grandilo­cuente en socie­dad. Por consi­guiente, no estamos propia­mente ante una pasión o defecto que sufra en sí mismo el individuo, sino ante un vicio que él pone secretamente en escena. Pero tampoco un círculo estre­cho, de or­den fami­liar, por ejemplo, propicia el arte de fingir. Porque la escenifica­ción de la hipo­cresía exige de­terminadas condicio­nes, y so­bre to­das, que no exista un conoci­miento recí­proco bastante entre el hipó­crita y el o los pun­tuales destinatarios de la si­mulación. Pues in­ten­tada ésta en medios avisados, queda fá­cilmente al des­cubierto, pierde efectividad y se convierte en simple amago grotesco e irri­sorio.

Para que exista hipocresía no son precisos pro­pósitos con­cre­tos dirigidos más allá del ejercicio del puro fingimiento en sí. Es más, si el di­simulo se hace acom­pañar de otra in­tención, ya no es­ta­mos pro­piamente ante una manifesta­ción de hipo­cresía. Pues si me­diante fingi­miento el individuo busca pro­ve­cho o fin legítimos, diría­mos de él que tiene habilidad, tacto o diploma­cia. Mientras que si el fin perse­guido lo con­si­de­ra­mos ilegítimo, dire­mos entonces de él que es un im­postor, un em­bauca­dor, un fal­sario o un de­frau­da­dor. Así pues, la hipo­cresía se dis­tingue de la diplomacia por el rango: la primera persigue un fin in­noble, mediato o inme­diato, mientras que en la di­plomacia la causa es indife­rente y si el fingimiento de por sí no con­duce a un fin no­ble, todo queda reducido a un sa­voir faire.

Pero para que la hipocresía adquiera pro­piedad de tal, el artifi­cio del hipócrita no debe em­boscar de tal modo la ver­dad que logre efec­tiva­mente el engaño. Pues si se logra, ya hemos visto que la condición con­dena­ble de em­bauca­dor des­plaza en importancia al de en­gañador. Por eso podría­mos de­cir que el hipócrita, al exponer su ver­dad o la verdad a medias, deja siem­pre entreve­rada otra tam­bién posi­ble. Y por eso en gene­ral, quien ante sí tiene al hipócrita suele sa­ber, o al me­nos sospe­char, que aquél lo es. Y con mayor ra­zón, si ese otro es otro hipócrita. Este es el mo­tivo por el que el hipó­crita evita instinti­vamente al hipócrita, y que siempre sea un hipócrita quien me­jor per­ciba, defina e inter­prete a otro hipó­crita.

El hipócrita busca y encuentra su satisfac­ción en el sólo encubrir, sola­par y deformar con artificios la verdad objetiva. Por eso, en el mero ejercicio de la argu­cia se agota su defini­ción conceptual. Porque la hipocresía no tiene por sí sola signifi­ca­ción moral. Su repulsa obedece a razones es­téti­cas de coyun­tura o de costumbres, y su pa­riente, la mentira, se distingue de ella por su simplicidad. La hipocre­sía se desarrolla de manera complicada.

No obstante resulta cuando menos sor­pren­dente que siendo como se la tiene, por condición vergon­zosa y vil, seamos capaces de confesarnos de cual­quier otra pasión aún más abyecta, y sin embargo nunca lo sea­mos de de­cla­rarnos ni re­co­nocernos como hipócritas. Lo que sin duda debe probar, por otra parte, que cuando hablamos de hipo­cresía es­tamos ante una delec­tación ín­tima pero sobre todo inconsciente, sustantivada por la observación y la acu­sación ajenas. Es, por de­cirlo así, no un pecado solitario sino un pecado ma­nu­fac­tu­rado por el alma de los otros...

En cuanto al motivo intrínseco que impulsa al hipó­crita a recurrir a la pa­traña, puede ser la des­con­fianza hacia sí mismo; una descon­fianza nacida para pro­tegerse de su ca­rác­ter débil, probable­mente debilitado por graves desen­ga­ños extravia­dos en el subconsciente.Tam­bién quizá origi­narse en un secreto temor hacia las conse­cuen­cias que pu­edan deri­varse de su sin­ce­ridad imposible. Por eso el hipó­crita usa de su habilidad en el fingir más como juego y como escudo que como instru­mento para otros fines que no sean el de ser te­nida por per­sona recta, correcta, cabal o vir­tuosa. Es más, si el hipócrita oculta su intención es por­que es posible tema manifestarse a sí mismo su alma pe­queña. Podría decirse que engaña a otros porque así evita enga­ñarse.

UTILIDAD

Examinada detenidamente, podemos ad­vertir que tam­bién la hipo­cresía, enten­dida en cual­quier de sus múlti­ples sig­ni­fica­dos, presenta as­pectos y efec­tos positivos en el ámbito que le es propia, es decir, en so­ciedad. Pues si la hipocresía es el opuesto a sin­ceridad y a veracidad, ello pre­supone al propio tiempo, por más que esté al servi­cio del engaño, una destreza mental. Y esta aptitud sólo puede darse en una inteli­gen­cia probablemente su­perior a la ordina­ria. Por otra parte hemos de reconocer que tampoco la reali­dad es uní­voca, es decir, no es vista de igual modo por todos. Y donde unos ven, por ejemplo, zalema, otros aprecian cortesía...

Debemos reconocer en fin que a la hipo­cresía se lo de­be­mos casi todo. A la sinceri­dad, a la fran­queza, a la vera­ci­dad, la his­toria le adeuda ges­tos y proezas, pero a fin de cuentas bien poco. Casi todo lo que ha trans­formado el mundo pro­cede de las oscuridades de la mani­pu­la­ción y del manejo que la hipo­cresía urdió.

Y bien, dado que la hipocresía no responde a una actitud vi­ciada del in­divi­duo en sí y para sí, como hemos visto, sino del indivi­duo puesto en sociedad, es preciso recono­cerle los servi­cios que a ésta le presta, y ad­mitir que gra­cias a ella se ha hecho posi­ble en gran medida la relación social. De la hipo­cre­sía dependen los tiempos de paz. En la hipocre­sía se basa mucho solaz y mu­cho sueño repara­dor. To­dos somos de diver­sos mo­dos gran­des mentirosos e hipó­critas. Pues todos recu­rrimos a menudo al disi­mulo y afec­tamos cua­lidades que inspi­ren en el otro confianza cuando no recurrimos a menti­ras, exa­ge­raciones y artifi­cios.

...Y es que hay que tener en cuenta que la suavi­za­ción de las costum­bres entre los hombres es un lo­gro de ayer; que el hom­bre, tal como se le sitúa en su medio cul­tural, aban­donó el es­tado de bar­ba­rie a tra­vés de un colosal es­fuerzo colec­tivo e in­di­vi­dual para el que fueron necesarias altas do­sis de fin­gi­miento y disimulo —El salvaje nunca miente.

El proceso de domesticación del mundo ha con­sis­tido en gran medida en el ímprobo esfuerzo de intro­ducir en la so­cie­dad el arte de fingir, re­pro­bando más ade­lante moral­mente el artificio y la es­cenifica­ción del di­simulo en que la hipocresía con­siste, y con­de­nando por fin los códi­gos pe­nales la simula­ción cuando va unida al despojo; pero exal­tando la pro­pia so­ciedad al mismo tiempo el fingi­miento refinado lla­mándolo diplo­macia.

Al fin y al cabo, el arte discursivo y la retó­rica ex­clu­yen toda vio­lencia. Y habida cuenta la deplora­ble, in­esta­ble y destruc­tora condi­ción humana; habida cuenta la inteli­gencia frá­gil y la escasa propensión a la bondad del hom­bre, ¿debe­mos conde­nar la do­blez por teatral, y sin remisión al falaz sólo por serlo?...

Quedémonos con la más reciente y usual de las acep­cio­nes de la hipocre­sía: afectar vir­tud, fingir amor o piedad o amistad o genero­si­dad... Pues bien, también en cierta axiolo­gía la hipo­cresía en­cierra justamente un re­cóndito prove­cho. Pues si de­sear una cosa es una manera de po­seerla, fingir be­ne­volencia, compasión y amis­tad... es un modo de atri­buirles un valor. Un va­lor que cierta­mente el hipócrita atisba pero no puede po­seer ni hacerlo suyo, pero al que rinde su áspero home­naje de im­po­tencia convirtiendo el oro de la franqueza en oro­pel del artifi­cio. Pero también es así, a tra­vés de esta íntima y se­creta ca­ren­cia, cómo ad­quiere utili­dad. Un prove­cho que hace decir a La Ro­chefou­cauld: La hipocre­sía es un homenaje que el vi­cio rinde a la virtud. A Leo­pardi: La impos­tura es, por decirlo así, el alma de la vida social; un arte sin el cual nin­gún arte ni facul­tad son perfec­tos, si se con­si­deran los efectos que pro­duce sobre los espíritus huma­nos”. Y a Pa­nanti: No te fíes de la más­cara de quien te mues­tra el rostro demasiado descu­bierto”. Y al clásico Helve­tius: So­mos imposto­res desde que lo somos a me­dias...

Concluyamos que es de nobles y honestos decir siem­pre la verdad. Seamos pues en todo caso fran­cos, veraces, sinceros. Pero si nuestra verdad puede causar innecesariamente grave daño a otro, silen­ciémosla. Y si no somos capaces de callarla, sola­pémosla entre los pliegues de nuestra mejor hipo­cresía. ¡Cuánta hipocresía, aunque haya planeado y a ella debamos tantas guerras, no habrá evitado muchas otras!


FUENTES ETIMOLOGICAS

HIPOCRESÍA:
Úποκρίνομαι (Hypocrínomai) —responder, repli­car, con­tes­tar; interpre­tar, representar [un papel en el tea­tro]; fingir, di­simu­lar.

Úπόκρισις εως ή (hypókrisis) —respuesta; re­pre­senta­ción [de un papel en el teatro]; fingimiento, hipocre­sía.

HIPÓCRITA:
Úπokρiτής ou ό —adivino, profeta; intér­prete, ac­tor, come­diante;hipó­crita.

Madrid 1994

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