De si la entronización de las libertades formales en Occidente y el progreso han contribuído a depurar las costumbres.
INTRODUCCION
Sería muy difícil abordar este asunto metiendo en el mismo matraz a las sociedades de todos los países occidentales. Pues la velocidad con que se va abriendo camino el progreso, la intensidad y manera de ser asimilado por cada una, la diferente idiosincrasia de los pueblos que los integran y la huella de las guerras mundiales o de la dictadura en el particular caso de España... todo, impide una valoración homogénea de la sociedad global que componen las naciones que a sí mismas se consideran "libres"; al menos en relación a las abstracciones que intento extraer para el objeto de este breve estudio.
No obstante todos, ahora, tienen el mismo referente y el mismo sistema socioeconómico. Y llámese capitalismo, liberalismo, neoliberalismo, imperialismo económico o simplemente fisiocracia, plutocracia o individualismo social, el "sistema", como el socialismo real en los países que lo conservan, imprime un marcado carácter a sus habitantes, a sus hábitos, a sus actitudes y a su educación integral en suma. Actúa como reflejo condicionado de la psicología, comportamientos, deseos y valores individuales y sociales en todo aquel que habita en los países de la esfera occidental, con independencia del esfuerzo eventual del individuo para superarlos o rechazarlos en la medida de lo posible...
Países donde el motor principal de ese progreso no sólo permite sino que promueve y favorece que mientras una gran mayoría en el mundo vive en la pobreza con un mañana por delante cada vez más incierto, unas minorías amasen fortunas y disfruten de un desahogo que en buena medida es, en la cadena productiva, aquella mayoría quien sufraga y soporta. Pero al mismo tiempo esas marcadas diferencias, lejos de atemperar y corregir el egoísmo congénito del individuo, lo extienden, generalizan y potencian sobre todo en las sociedades más opulentas. A más opulencia, más egoísmo. Sociedades donde los medios audiovisuales, socios principales del sistema mismo, persiguen cualquier punto de vista sólido y eficaz que no se ajuste a lo deseado por ellos. Y no "quieren", ninguna circunstancia ni "cuerpo extraño" que pueda menoscabarlo o restringirlo a menos que sea bajo su aprobación, control y dosificación.
Así es cómo, huyendo de la dictadura y del totalitarismo —que no venden libertad— acaba la sociedad entera en las garras de otros dos poderes indirectos subrepticios e indisiosos: el dinero y los media.
Es más, podríamos decir sin hipérbole que en estas sociedades no queda espacio para el criterio: todo lo ocupan las "ideas" de diseño. Y en la medida en que esto es así en todos los países, en unos países más que en otros se concentra el desbarajuste y el atropello moral; todo bajo el manto de la libertad y a veces también de una engañosa ilustración. Desde el punto de vista que expongo aquí, las víctimas más sobresalientes de este estado de cosas se encuentran principalmente entre la población que ya ha cumplido los cuarenta; generación a la que siguen las anteriores, las cuales basculan entre la ética heredada del régimen sociopolítico anterior acompañada de un sentido, por así decir, clásico de la vida, y las que irrumpen con nuevos bríos apenas pertrechadas moralmente de un sentido y un norte que no sean, primero conseguir dinero a cualquier precio y luego, una libertad en la mayoría de los aspectos aparente pero en cualquier caso supeditada a la conquista del primero...
I ¿Cómo medir el progreso?
En términos generales parece que no hay otro modo de medir y calibrar el progreso (o estas sociedades de Occidente no están dispuestas a graduarlo de otro modo) sino por la capacidad para procurarnos el acortamiento de la distancia -velocidad-, el ahorro de esfuerzo -comodidad- y la prolongación de la vida –la vegetativa. El avance hacia una mayor solidaridad y respeto de los semejantes entre sí, o al encuentro de pautas de comportamiento que procuren la concordia más amplia posible hasta llegar a la paz universal, no constituye para el cuerpo social en esta dimensión socioeconómica en que vivimos una meta siquiera vicaria. Por consiguiente, aquello: solidaridad, respeto y concordia para nada se tienen en cuenta como objetivos prioritarios ni siquiera posibles, cuando se habla de progreso.
Las leyes y los discursos de todo orden proclaman, eso sí aparatosamente, propósitos en tal sentido (lo que indica que los legisladores tienen plena conciencia de la falta generalizada de equidad y de equilibrio en la progresión) pero es obvio que tanto los dirigentes políticos como los de facto que maniobran y medran a su amparo, no sólo no ponen los medios para evitar desequilibrios ominosos, sino que, con sus iniciativas y medidas económicas de hecho -que es al final lo que verdaderamente cuenta-, propician justamente el efecto diametralmente contrario.
Porque la política al uso asociada a la filosofía del mercado que condiciona tanto el pensamiento como el subconsciente colectivo de Occidente, en cuanto vislumbra actividades puntuales dirigidas a resolver radicalmente problemas crónicos de los sectores sociales menos afortunados, sea en sus respectivos países sea en los países más empobrecidos, se apresta enseguida a corregirlas o a problematizarlas de diversas maneras con independencia de la persecución tributaria a que las someten. Véase con qué desconfianza consideran los políticos conservadores y los empresarios en general a las ONG a las que tratan como auténticos competidores. Todo cuanto en producción y comercio no sea opaco y orientado a la ganancia es para ellos una desviación colectivista o reminiscencia de una ética prohibida. En todo verán un entorpecimiento para el progreso tal como ordinariamente lo entienden y tal como los núcleos de sociedad más representativos en su conjunto lo celebran...
II La condición humana
Y es que la índole, la naturaleza del ser humano, el yo interior, han evolucionado poco. La condición de la humanidad como especie viviente no varía. El progreso general se debe, en todo, sólo a la inteligencia y perseverancia de un puñado de seres humanos ajenos generalmente al destino final de sus desvelos. El resto parasita de ellos. Los siglos pasan pero las flaquezas son las mismas de siempre, y en muchos aspectos más repulsivas. La crueldad persiste; se ha tornado simplemente más refinada. La pereza mental y la insolidaridad son monedas de cambio. Y en los países en que por su vida regalada podrían sus gentes permitirse el lujo de pensar, es sabido hasta qué punto tratan de evitarlo. Es más, diríase que nadie tiene una sola idea "personal", y mucho menos una idea al margen del entramado socrático. La sociedad es esclava de la lógica formal en la medida que la necesita para el pensamiento práctico, es decir, la acción.
Las masas, por su parte y en cuanto a tales, siempre carecieron de voluntad propia y se entregan a la voluntad de los grupos, a veces minúsculos, dispuestos a todo. Pero las masas actuales se creen libres porque los políticos y los media, como el almuédano desde el alminar, tocan tres veces al día el clarín para decir que lo son. Ignoran la urdimbre del cómo son trajinadas con cálculo científico por unos dirigentes políticos, mediáticos, económicos y mercantiles cuya catadura no varía con el paso de los siglos: sólo el método del engaño, que es más complicado. Apenas se perciben de que son movidas como piezas de ajedrez. Y si las gentes creen tener opinión, es porque así llaman a los narcóticos sociomediáticos. No hay más que ver cómo razona y se comporta en el momento crítico el hombre de la calle, pero también el que por cualquier razón despunta, el nulo interés por la cultura superior y el menosprecio por la emoción estética. No hay más que observar cómo se manifiesta en los asuntos generales y con qué uniformidad y fidelidad a un patrón archiconocido responde a todo...
III Tolerancia e intolerancia
El avance de una sociedad o civilización debiera medirse por su capacidad no sólo para predicarla, sino también para practicar la tolerancia. Pues bien, en lugar de avanzar por caminos de magnanimidad, la intolerancia se extiende y se agrava la crueldad precisamente en el país donde los signos del progreso brillan y atraen más: un país donde las armas se ponen al alcance de cualquiera; donde desde su fundación vive un clima mitad mafioso mitad policíaco; donde siguen empeñados en que las ejecuciones sofisticadas sirvan de escarmiento cuando, con el paso del tiempo, está probado que el resultado es cada vez más negativo y desalentador y el sacrificio recae casi exclusivamente en los ilotas; un país al que otros que también alardean de libres, se esfuerzan por imitar a toda costa... en lo peor.
En las sociedades opulentas es donde más se agudiza el egoísmo, y la confianza, la fides, que fue recuperándose despaciosamente después de la Segunda Guerra Mundial tanto entre individuos como entre naciones, resbala de nuevo por la pendiente. Y cuando los pueblos persisten en atenerse a las leyes del mercado estricto y no quieren intervenir ni reglar el tráfico social y económico mediante fórmulas prestadas del colectivismo, la cohesión social se agrieta más y más. (Se intervienen sí los precios, pero de las materias primas que poseen los países ricos en ellas, endeudados permanentemente por la ley del más fuerte). Siendo así que el desenvolvimiento económico de libre concurrencia depende sustancialmente de la confianza, la confianza pierde fuerza a pasos agigantados. Sin confianza no es posible la transacción ni el mercadeo, pero tampoco le es posible a un país regirse por el pacto social, ni al ciudadano sentirse gobernado. Por el contrario, en nuestras sociedades no sólo se va asentando rápidamente un clima de desconfianza general, sino que la inclinación congénita del ser humano a la dominación, a la prepotencia y a la destrucción van en un in crescendo cuyo finale tiene todos los visos de ser la catástrofe que se avecina de alcance incalculable todavía. El cataclismo silencioso del cambio climático que avanza como la lava de un volcán, hay indicios serios para pensar que contribuirá al desastre.
IV Progreso y generosidad
En definitiva, yo entiendo que el progreso material de los tiempos actuales, que se produce a costa de grandes desequilibrios sociales, no sólo es un grave obstáculo para dulcificar el talante naturalmente implacable y dominador del individuo, sino que contribuye a potenciarlo. Es imposible saber si ha de educarse al niño en el respeto a sus semejantes, en cuyo caso será devorado por ellos, o para que sea una hiena más entre hienas, en cuyo caso vivirá soliviantado y angustiado, o se pasará la vida probablemente en la cárcel...
Un dato, que en principio puede sonar a arrogancia insoportable: a estas alturas de mi vida me acompaña la sensación de que, a lo largo de ella, en tiempos de prosperidad y entre gentes con muchos más recursos que los míos, no he tratado nunca a nadie más generoso que yo. No me baso en señales que no se ofrecieran a mis ojos. Es que, cuando conocemos el carácter de una persona con la que nos hemos relacionado un tiempo, y puesto que la generosidad es una cualidad que tiene que ver más con la disposición que con un gesto ocasional, se sabe que no es tampoco probable que fueran generosas a mis espaldas o en secreto. Y no porque yo me tenga por especialmente generoso. Es que todos, salvo alguna excepción honrosa, fueron mezquinos. Y cuando hablo de generosidad no me refiero a la material, a la "debilidad" de desprenderse de lo propio y menos, naturalmente, a la prodigalidad como exceso patológico. Me refiero sobre todo a la actitud moral de ponerse en el lugar del otro; a la de tener presente como punto de partida en cuantos asuntos abordemos, la desigual fortuna con que la vida nos trata a todos; a la de pensar que lo que llamamos “nuestros méritos” que parecen conferirnos el derecho a ser lo que somos y tener lo que tenemos, no son más que mera circunstancia y accidente. Podría decirse, para que no se interprete como un ataque súbito de supervaloración del yo, que no es que yo sea generoso: es que el egoísmo innecesario y miserable es lo que realmente gobierna a estas sociedades desde que se apoderó de ellas la libre concurrencia del mercado sin más bridas que las impuestas por los Códigos Penales.
V Mejor igualdad que libertad
La generosidad material viene a ser una simple tensión que determina hasta qué punto debemos compartir o desprendernos de lo que es prescindible obteniendo de paso una sensación placentera; y la generosidad moral, una actitud que nos permite reconocer hasta qué punto la miseria que afecta a la mayor parte del mundo es lo que nos permite a nosotros vivir regaladamente. Es indudable que generosos y magnánimos, aun en las llamadas sociedades libres, hay muchos, pero es tremendamente difícil encontrarlos y mucho más entre quienes gradúan y "dosifican" el progreso. La razón es que es el propio sistema el mejor caldo de cultivo para pensar uno sólo en sí mismo... Hace dos mil quinientos años Diógenes de Sínope, cuando le vieron con un candil y le preguntaron qué buscaba, contestó: “un hombre”. Hoy ni siquiera lo hubiera intentado. Quizá hubiera visto más posibilidades de encontrar a una mujer....
Por si fuera poco, los últimos acontecimientos del 11 de setiembre de 2001 en Estados Unidos están influyendo aún más involutivamente en el orden desordenado de un mundo que ya daba muestras de ir a la deriva. Pues la inseguridad individual que paradójicamente provoca la lucha de los Estados contra la inseguridad general, tiene los mismos efectos contraproducentes que el intervencionismo en la economía de libre mercado. El mundo llamado libre gravita sobre la libertad en detrimento repulsivo de la igualdad, con las graves tensiones que ocasiona. Pero sucede que si la libertad personal resulta atacada, ese mundo convencionalmente libre pierde su único señuelo. Pues tan terrible puede ser perder la libertad como verla permanente y gravemente amenazada.
VI El progreso sólo para unos pocos
La relativa paz que reina en los periodos actuales en los países occidentales es más frágil de lo que se supone. Las chispas son impredecibles. Porque, a pesar de que los vientos de globalización fingen abarcar todo lo que consideramos positivo, seamos sinceros: ¿puede decirse que haya indicios de desearse la fraternidad universal?. Pues aunque siempre existen sectores sociales que se afanan en estas utopías, los verdaderos protagonistas se encargan de malograr siempre cualquier avance serio en tal sentido. Para nada importa que, según el Banco Mundial, "las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que excede a la renta anual del 40% de la humanidad. Mientras hablamos con entusiasmo de la globalización, del comercio electrónico y de la revolución de las telecomunicaciones, el 60% de las personas del mundo no ha hecho nunca una sola llamada telefónica y una tercera parte de la humanidad no tiene electricidad. En esta nueva era en la que hay más y más conexiones económicas globales, cerca de mil millones permanecen sin empleo o subempleadas, 850 millones de personas están desnutridas y cientos de millones carecen de agua potable adecuada, o de combustible suficiente para calentar sus hogares. La mitad de la población del mundo está completamente excluida de la economía formal, obligada a trabajar en la economía extraoficial del trueque y la subsistencia. Otros consiguen llegar a fin de mes en el mercado negro o con el crimen organizado". Jeremy Rifkin-El País 22 de setiembre de 2001.
Decía Marx que "la política es una mera superestructura cambiante de lo económico". Entonces, no lo discuto. Pero hoy todo apunta a todo lo contrario. Quien tiene el poder político y las armas es dueño de la Economía local y global, que puede manejar a su antojo... hasta que le explote entre las manos.
Magníficos tiempos estos. Tiempos mucho mejores que los de siglos pasados… para el orbe occidental principal o exclusivamente. Porque ¿para quién, para cuántos está pensado el progreso? Y, por otro lado, ¿es efectivamente progreso el avance tecnológico y científico? ¿es deseable? ¿es inteligente y oportuno tomar del progreso todo lo que ofrece? ¿no será el progreso como ese fruto manipulado, de aspecto magnífico pero luego avinagrado y además sólo al alcance de una parte pequeña de consumidores? ¿qué es si no lo que expresa ese informe del Banco Mundial?
A mayor abundamiento, ¿qué es progreso? ¿en qué consiste? ¿hay que entender por tal la construcción de una vida cómoda, muy cómoda, alienante, prorrogada en general a base de imprimir más vértigo y ansiedad al momento, más depresión y hastío a edades cada vez más tempranas; y todo ello a costa del esfuerzo y las carencias de los más?
VII Contrastes según las épocas
De todos modos los tiempos, buenos o malos, es cierto, nunca han sido igualmente buenos o malos para todos. Pero las diferencias enormes habidas entre quienes vivían en el planeta en otras épocas y las que existen entre quienes lo pueblan hoy, hoy resultan más penosas por el dramático contraste entre la penuria de tres cuartas partes de la humanidad y el desahogo del otro tercio; y más patético para los espíritus que, sin pertenecer a esa porción privilegiada, se sienten afectados anímicamente por ello porque sienten profunda compasión por esta causa.
Vivir otrora en un palacio o en una casa de barro o a la intemperie podía ser, y sigue siendo, una muestra dramática de desigualdad social. Sin embargo entonces, hasta no hace mucho, había un sólido soporte psicológico que actuaba de argamasa en el inconsciente colectivo. Y, como siempre, la argamasa no podía ser sino una idea grabada a fuego: la idea de que los privilegios de unos pocos devenían de la voluntad de Dios. Los privilegios de la realeza y del resto de la escala social procedían de la misma marca. Todo lo que les sucedía, todo lo que tenían o de lo que carecían era por voluntad divina. El rico, pues, lo era por voluntad divina, y el pobre, como el enfermo, lo eran además por culpas suyas o de sus antepasados. Así, el desheredado aceptaba con entereza y resignación los designios de la divinidad. El ladrón lo era en general por estados de necesidad. No se valoraba la realidad ni las desigualdades en términos de "injusticia social". La que existía, medida con la mentalidad de hoy, se hacía más llevadera. Las razones metafísicas hacían su trabajo subliminal. Porque la noción de injusticia social, raíz de la injusticia distributiva del mercado libre, se instala en el cerebro durante el último tercio del siglo XVIII al prender en ellos la chispa rousseauniana de igualdad.
VIII Entonces...
Hasta entonces pues, el dolor moral provocado por las diferencias, se aliviaba consecuentemente a través del fatum, de la resignación y de la esperanza en una vida mejor o en el más allá. Era un consuelo... La enfermedad y la muerte, el placer y el displacer, la fortuna y la pobreza formaban parte de la misma esencia del alma, y cada conciencia individual siempre disponía de un último recurso sin necesidad de quitarse la vida: refugiarse en el deseo permanente, en la esperanza permanente y en Dios.
Entonces las ideas eran más fuertes que las sensaciones; los ideales más potentes que las realidades y los sentimientos compensaban en buena medida las "necesidades" materiales. Las necesidades tenían cuerpo, podían pesarse y medirse, como se pueden medir y pesar hoy en los países del Tercer Mundo. No había urgencias imaginarias ni artificiales, y siempre estaban más próximas a la mera supervivencia que al anhelo, al proyecto o a la pretensión generalmente inalcanzables. Quien sobrevivía, por el mero hecho de vivir debía sentirse "feliz". La ilusión era un potente motor de la vitalidad, y la vida (medida en cómputo lineal de tiempo -un invento más del hombre), aun siendo en general más breve, era también intensa, tanto en el placer como en el dolor, y los fenómenos y las experiencias interiores del espíritu reaccionaban a los estímulos exteriores y a las frustraciones en el fondo imponiéndose a ellos. El salvaje de cualquier Continente entonces desconocido o inexplorado vivía también "su" vida y su cultura; sin injerencias... hasta que era exterminado. Las atrocidades del mundo salvaje se correspondían con las del mundo civilizado, tanto dentro del marco de éste como fuera de él. Sólo se distinguían por el refinamiento que hoy ha llegado a extremos oníricos. Nada hubieran podido echarse en cara entre sí, en cuanto a crueldad, las sociedades, fueran salvajes o civilizadas, que poblaban de norte a sur y de este a oeste el planeta. Pero en el mundo "salvaje" no hay propiamente crueldad. La crueldad es fruto podrido de "lo civilizado". La crueldad es un exceso y una perversión de "lo" natural, una exageración de lo que acontece en la Naturaleza, una sobreactuación de los actores en el escenario natural. Pero hoy, pocos se resignan. El ser humano de hoy es más desgraciado que el de tiempos pasados. Y lo es, en la medida que sufre más el que perdió la vista a lo largo de su vida que el que nació ya con ceguera.
IX La mujer en el tiempo
En cuanto a la mujer anterior, estaba relegada a un plano específico aparentemente secundario. Pero tampoco es muy probable que ella desease un papel distinto. La maternidad y la ocasión de la educación asociada a ella es concluyente, y de haber "deseado" otra cosa, de habérselo propuesto, de haberlo considerado ventajoso, hubiera ido instruyendo a su prole en la dirección que luego, más adelante, ha terminado imprimiendo la pedagogía general. Ella debió preferir un papel discreto pero influyente. Así, frente a la mayor fuerza física del macho, rehuía la responsabilidad directa y un predominio también directo tanto en lo doméstico como en lo social. Influir es más y más interesante que gobernar, mucho más cómodo y menos arriesgado, y eso es lo que debió elegir astutamente el sexo femenino durante siglos o milenios... Las excepciones en la gobernación de los pueblos, en cuanto a la figura de la reina, son para mí un misterio antropológico y social. En cualquier caso no hay leyes absolutamente universales ni eternas en las sociedades humanas. Todas son de coyuntura.
Sorprende en todo caso también cuando se censura el papel que la sociedad de esta o aquella cultura asigna a la mujer, que no se tenga en cuenta lo bastante que todas las culturas están compartidas por ambos sexos. Y que no tiene sentido atribuir las formas culturales de una sociedad concreta al protagonismo exclusivo de uno de los dos, y menos culpabilizar a uno de las diferencias formales en detrimento del otro. Lo indeseable o no de cada cultura sólo viene determinado por la visión de movimientos y cambios sociales de la occidental principalmente, empeñada en arrastrar en sus puntos de vista a otras que, por su cuenta y riesgo, considera inferiores. Esto es desde luego muy poco antropológico. A pesar de todo, no creo que los numerosos dichos y proverbios que existen en todos las lenguas sobre el singular papel, la fuerza moral y la superioridad final de la mujer respecto al hombre estén desprovistos de fundamento… Todo dependerá del aspecto a que se preste atención en la interrelación de los dos sexos.
X Liberación de la mujer
Por otra parte da la impresión de que la lucha para “liberar”, para “convertir”, a la mujer de otras culturas a la nuestra es otra excusa de las artes manipuladoras económicas. Pues occidentalizar a la mujer en un país significa occidentalizarlo todo. Y un país occidentalizado es un mercado nuevo para los que manejan el mercado global. Este, el de abrir mercados, fue el mismo origen que el de la caída de los sistemas de socialismo real donde, por cierto, la mujer disfrutaba ya de paridad sociopolítica respecto al hombre desde los mismos orígenes de su revolución. La expansión económica como la depredación se valen de las mismas artimañas y disimulos. La pretendida cristianización del Nuevo Mundo, el cubrir por pretendido pudor con paños de Manchester a los aborígenes africanos, las Cruzadas o el Santo Sepulcro para adueñarse de la ruta de las especias... todo, ha obedecido siempre en realidad a ese mismo repulsivo propósito mercantilista, aunque, eso sí, envuelto en evangelios...
Aquellos tiempos estaban dominados por otras fuerzas. Al menos en las gentes de cierta ilustración imperaban la imaginación, la fantasía, la ilusión, el ensueño... Y la imaginación, la fantasía, la ilusión, el ensueño... ¿transportan menos energía vital, menos potencia existencial, que un ente corpóreo desprovisto de alma o de espíritu puramente vegetativo? ¿No hay inconmensurablemente más energía en una estrella enana blanca que en una gigante roja que se extingue?
XI Si Dios no existe, todo está permitido
Pero hoy, en nuestra época... Dios ya no existe; los Mandamientos cristianos tampoco. La voluntad divina no interviene en el destino de los seres humanos. Es inconcebible hoy un Deus ex machina para explicar y justificar, como se hacía entonces, las notorias diferencias que, como las galaxias que se alejan entre sí, se producen entre los seres humanos y entre los pueblos del mundo. No se puede contar para el control social con el freno de la religión en Occidente, ni con la ética más extendida que sigue funcionando con ingredientes de moral cristiana. Ambas han perdido demasiada fuerza como para no sentirnos abocados a vivir desconfiados e intranquilos. Cada día, y por todas partes, se advierten señales de que las sociedades occidentales se conforman con el mínimo del mínimo moral: el Código Penal...
Así es como la sociedad actual se va despojando del sentimiento; a duras penas es capaz de fabricar ya ilusión. Los sentimientos se han transformado en sensaciones, las ilusiones en ansiedad, la fantasía en descargas nerviosas que se resuelven en crisis depresivas y en patologías emocionales. Pero las ansias de sensaciones, espoleadas por persistentes estímulos, van perdiendo vigor antes de ser disfrutadas, y diríase que el mismo deseo aborta antes de convertirse en embrión por la renuncia prematura. Tal suele ser, entre los más desahogados económicamente, la desgana ante la facilidad en la consecución de lo deseado. Esta es la razón por la que se procuraba en otro tiempo complicar de diversas maneras los trámites en la obtención de lo simpático: para gozar precisamente más al conseguirlo. En cuanto al dolor, la vida podía estar expuesta constantemente al dolor físico. La actual lo ha vencido en parte; pero cuando se trata del dolor insoportable de las enfermedades terminales, sólo pequeñas porciones de población en las sociedades avanzadas lo remedian efectivamente. En todo caso, con los recursos paliativos no se hace sino compensar en parte el dolor potenciado por el hedonismo y por una mucho más acusada debilidad nerviosa. El dolor, cada vez se soporta peor. En este progreso el dolor no tiene sitio...
XII Inteligencia y espíritu
Por otro lado, se fundan establecimientos donde se educa con grandes gastos a niños y jóvenes, para enseñarles todas las cosas, excepto sus deberes; porque no sabrán el significado de palabras tales como magnanimidad, equidad, templanza, humanidad y valor.
En todo caso, aun admitiendo el progreso en su sentido usual y directo, el avance, como decía al principio, es principalmente en habilidades, en "técnicas", en recursos dirigidos a la economía del esfuerzo tanto corporal como mental, a alargar la vida un cierto tiempo a menudo en unas condiciones lamentables, y a acortar las distancias. Pero la contemplación se ha sustituido por el aturdimiento, el placer de viajar se ha convertido en una fórmula de transporte de la ansiedad y la angustia a otro lugar; el tiempo de vida, prorrogado, se rellena de vacío y hay gran empeño en hacerla "asistida" con tal de presumir de tasas altas, es decir promedios, de longevidad... social. Y todo ello en grave detrimento del verdadero progreso que habría de consistir en el robustecimiento de las facultades del espíritu y de los sentimientos; los cuales, por el contrario, sacrificados a una existencia exageradamente pragmatista, se van atrofiando progresivamente.
Porque, si las diferencias entre el pasado y el presente nos parecen grandes en cuanto al desarrollo de esas técnicas y de los conocimientos positivos, el potencial del desarrollo de las fuerzas del espíritu -que no se ha liberado- sigue intacto; sobre todo en lo que concierne a la convivencia y al respeto mutuo. Y así, tanto la ausencia de ideales como la irresoluta confraternidad universal presentan un horizonte tenebroso. A pesar de todo, si comparamos las posibilidades técnicas del individuo de siglos atrás con las del actual para trasportarse o desplazarse a la velocidad de la luz o la de ponerse en relación con otras dimensiones o la de practicar esa armonía cósmica que quizá está reservada sólo a otros mundos, el ser humano no ha avanzado mucho más que el chimpancé que aprendió a servirse de una piedra para romper la cáscara de un fruto o a usar un hilo de hierba para sacar hormigas del hormiguero y comérselas.
XIII Vivir ¿o existir?
Es indudable que el ser humano tiene un insaciable apetito de "saberes" sobre todo lo que le rodea, y que no soporta ignorar de dónde viene, a dónde va y por qué está aquí. Sobre todo desde que es "consciente de sí" como sujeto separado del objeto... Por eso ha tenido que inventar religiones, teorías y supersticiones. Y buena parte de esa inquietud, que alimenta con ellas a lo largo de su existencia, es el águila que envía Hermes a Prometeo para que devore por el día sus entrañas que se regeneran cada noche. Pero el empeño en respuestas que jamás se le darán, no hace sino acrecentar la angustia. Sin embargo reconozcamos que, sobre todo a partir de esta edad en que se ha dado con las claves cifradas de la vida, lo mejor sería que sea la vida quien encargue de "llevarnos" hasta el fin sin que, por nuestra propia tranquilidad, debamos insistir en averiguar inútilmente lo que sabemos de antemano nos está velado. No es esto cuestión de carácter, ni un ataque de pesimismo. Todo lo contrario. Es sencillamente que todo tiene su tiempo y todo se pertenece a un ciclo. Y si nos ufanamos de ser capaces de prolongarnos con mañas la vida más allá del tiempo que la naturaleza nos tiene asignado, tengamos al menos la honestidad de reconocer también que son millones los seres del Primer Mundo que, aun sin enfermedades orgánicas ni sufrimiento físico, "existen" a costa de arrastrarse. Porque arrastrarse y arrastrar la vida es, ese estado anímico y psicológico incapaz de proseguir el último tramo con la actitud contemplativa o creativa que da sentido a la existencia. Lo que prueba que la prórroga sobraba...
XIV La longevidad
Si se analizase a fondo el estudio sobre las enfermedades del espíritu a partir de los 60, se comprendería mejor lo que quiero decir. Sospecho que muchas formas de demencia a esas edades obedecen sencillamente a la fatiga y al convencimiento íntimo de que vale muy poco la pena seguir adelante, en vista de lo que depara el estado deteriorado de la Naturaleza por doquier y lo que cabe esperar de estas sociedades. Lo que ocurre es que quienes se encargan de las etiquetas y de hacer los diagnósticos conservan todavía el vigor y la ilusión de su edad, ponen el nombre de las diferentes "enfermedades" que en el fondo es una sola, como si no fuesen estados generados ya desde "la otra vida". Pero tanto da que se homologuen o no, pues en cualquier caso todo se reduce al desencanto y al desapego naturales. El cuerpo sigue, pero el espíritu ha dimitido. Si los que gobiernan fuesen gentes de edades avanzadas, como la de los senadores de la mayoría de las ciudades-estado de la antigua Grecia, la legislación sobre eutanasia la subvencionaría animosamente… Precisamente en dar valor, altísimo valor, a la eutanasia integral se encerraría otro de los verdaderos avances del auténtico progreso para merecer el título de serlo. Pues ya que no hay obstáculos de creencias religiosas por parte de los Estados que se dicen aconfesionales, no hay razón para dificultar y menos para impedir el suicidio asistido. Lo que debiera comprenderse de una vez es que una vida digna seguida de la posibilidad de una muerte digna, sin dolor y plácida —la verdadera eutanasia—, enaltecería y daría a la existencia ese sentido que todos buscan y pocos encuentran. Y con mayor motivo si antes la vida no fue digna. La tutela, protección o restricción del Estado en este delicado asunto carece de fundamento cuando la libertad individual en estas sociedades se predica como el máximo valor y la decisión de acabar uno con su propia vida en nada perjudica a la sociedad. El progreso en fin en este aspecto consistiría en que el Leviatán no sólo respetase la sublime decisión de quitarse uno la vida sea cual fuere el motivo, sino que le asistiese con la mejor disposición. Podría decirse que el día que el ser humano, en cualquier lugar del mundo, pueda acudir por su propio pie a un centro público donde recibir asistencia para quitarse la vida sin dolor y sin tener que dar explicaciones, habrá conquistado la llave de una de las puertas en que comienza el verdadero progreso. Pero resulta que, con demasiada frecuencia, naciones que se tienen por avanzadas siegan una vida tras otra mediante la ejecución "legal", la pena de muerte, o se lleva a los hombres y mujeres a morir a guerras que carecen del único motivo que las justifica: el rechazar la invasión extranjera. Y en cambio se dificulta la muerte de quien quiere morir tranquilamente y se persigue a quien está dispuesto a ayudarle.
XV Sin capacidad de asombro
Claro está que no conviene que conozcan el secreto quienes no habiendo llegado a la edad crítica sabemos que además tienen escasos recursos para enfrentarse al tedio. Porque la curiosidad puede prolongarse pero, tarde o temprano, uno se da cuenta de que ha "visto" todo, intuye todo, penetra "todo"; uno comprueba que "todo" en la vida es una repetición de lo mismo y encierra aproximadamente la misma trama. Sólo cambio de aspecto. Para el individuo todo queda reducido, en privado a dormir bien, y en sociedad, a defenderse de los depredadores y a abusar de los demás o a evitarlo... si puede. Lo mismo que sucede en la Naturaleza salvaje (salvo las especies industriosas y en aquéllas en que los individuos se ayudan sin reservas entre sí): todo consiste en mantener el instinto avizor para percibirse de ello.
Se esfumó quizá el principal atractivo del vivir: la capacidad de asombro. Si el hombre renunciase a intentar domeñar las leyes de la Naturaleza (casi siempre inútilmente, porque la Naturaleza suele cobrar al final al hombre un precio mucho mayor que el que éste pagaba por permanecer en la ignorancia), renunciando de paso a indagar el por qué de tantas cosas, y se aplicase a la creatividad y a la contemplación filosófica, religiosa o artística de la existencia sin más (algo que sólo algunos eligen y pueden), vería el mundo a través de maravillosas intuiciones que permanecían en esta otra modalidad de existencia, ocultas. Y observaría, que la intuición es un fluido mucho más sólido que la episteme para vivir en paz, pues armoniza mejor con la Naturaleza que la razón sobre todo cuando ésta está corrompida por los excesos del progreso.
XVI ¿Hacia dónde vamos?
Bien, no pongamos reparos al conocimiento, al saber y al esfuerzo por dominarlos. Tampoco hagamos ascos al hecho de que en lugar de vivir 60 años, la sociedad haya conseguido prorrogarse la vida hasta entrados los 80 (Eso dicen las estadísticas sobre la esperanza de vida). Pero lo que aquí quiero poner de relieve es que, por un lado, a la postre, al ser humano, individualmente considerado, le sirve de bien poco el progreso; y, por otro, que para considerarlo avance, y ya que conocemos los puntos de partida de la Historia, sería preciso fijar la meta. Y hay muchas pruebas de que el hombre en tanto que especie viviente no sabe cuál es esa meta, ni qué se propone, ni hacia dónde camina. Cada rama de la ciencia y del conocimiento actúan por su cuenta, sin saber a priori en muchos casos qué persiguen y para qué. Con el instinto perdido, quizá pervertido, camina ciego, sin rumbo y sin objetivos definidos. Más bien carece ya de instinto, y lo que de él le queda le sirve de poco, pues en su lugar se ha instalado el dogma de las especialidades, de la Medicina, de la Economía, de la Política, de la Técnica y de la Ciencia. El ser humano se ahorra esfuerzos con sus descubrimientos y se prolonga la vida, sí, pero debe atender a esa prórroga de la que se ufana. Pero cuando le presta atención ve que, aunque la enfermedad no haya hecho presa en él, se ha debilitado moral, psicológica y físicamente, y pronto surgen las mismas limitaciones de siempre propias de toda oxidación. La pesadumbre, el tedio, se presentan casi siempre prematuramente. La necesidad de cuidados y de una atención cada vez más problemática, hace sentir pronto la tentación de elegir la soledad voluntaria como mal menor. Además, no sabe bien cómo debe emplear el ocio. Sufre más. Con frecuencia pensará que hubiera sido preferible una vida más corta… La sociedad actual, en estas condiciones, está compuesta de una población cada vez más desmotivada por diversas causas, y ésta, el "exceso" de vida, es otra de ellas. Los síntomas de la enfermedad de la desmotivación o de la falta de ilusiones son patentes y están cada vez más extendidos. El envejecimiento no es armónico. El alma envejece antes que el cuerpo. Aquí es donde empieza la conflictividad social profunda. Pero, por otro lado, si las instituciones extremasen el rigor para paliar los síntomas del "fracaso" social, la mitad de los individuos de la sociedad deberían estar en la cárcel y la otra mitad en el manicomio. Aun así, crece el número de los enfermos del espíritu en la medida que decrece el de gente honrada. Esta clase de sociedad no da para más...
XVII Ayer y hoy
Antes y ahora; ayer y hoy...
Efectivamente existe progreso. Pero el progreso verdadero estriba en el "detalle" de que amplísimos sectores de la sociedad que en otro tiempo vivían penosamente y morían prematuramente -todo según nuestros módulos actuales-, han asegurado su nutrición, su higiene y un cierto respeto personal por parte de las clases poderosas. Y esto sí es un notable logro de las revoluciones sociales. Pero dos personas acomodadas que se encontrasen ahora, una de estos y otra de aquellos tiempos, las dos con una nutrición y una higiene suficientes, ambas más inclinadas a disfrutar del espíritu que de los sentidos, más volcadas en la vida interior que atentos a los estímulos que les vienen de fuera, interesadas ambas en crecer... apenas notarían diferencias. Es más, una persona de entonces transportada al día de hoy por el túnel del tiempo, no sólo vería que no ganaba, que no había avanzado cualitativamente en su desarrollo vital con el progreso, sino que no le compensaba en absoluto el cambio.
Pues los adelantos y las comodidades materiales no suplían a sus disposiciones morales y emocionales, la Naturaleza estaba degradada hasta la consternación, y las comodidades habían materializado la existencia hasta haberse cosificado ésta también. En definitiva todo llegaría a constituir para él un grave estorbo, si no era capaz de hacer frente a tan excesivos estímulos para evitarlos. Y, por otra parte, si conseguía vivir ajeno al progreso, disociándose esquizofrénicamente de él, constataría hasta qué punto los "adelantos" no enriquecían anímicamente su vida, sino que la empobrecían considerablemente.
Las epidemias y las plagas diezmaban a los pueblos. ¿Y no diezman a los pueblos más civilizados los accidentes, las enfermedades “nuevas” derivadas de la propia artificialidad de la vida, y los crímenes cada vez más frecuentes?...
XVIII Pensar por cuenta propia
Para vivir media vida en una dudosa felicidad, porque la felicidad es incompatible con el vértigo y la descompostura, hay que vivir la otra media con una agobiante sensación de decadencia. Para vivir esa media con la ilusión de una cierta placidez uno ha de procurarse la semiconsciencia defensiva, mirar a otro lado cuando se nos exhiben las execrables diferencias materiales entre los seres humanos; esquivar la altísima presión que imponen los medios audiovisuales haciéndonos casi imposible pensar por cuenta propia; evitar mirar al cielo para no ver hasta qué punto el ser humano degrada la biosfera y se apropia de lo que pertenece a las próximas generaciones… todo lo cual somete a quienes aún conservan algún resto de sensibilidad, a estados permanentes de ánimo que oscilan entre la consternación o la angustia y la indignación.
Estos tiempos son para los amantes de las ferias y de los parques de atracciones, pero no para quienes en la contemplación de la Naturaleza y en el desmayo que nos procura el Arte, encuentran la fuente de la vida. Y ¡cómo podremos disfrutar deshinibidamente —como sólo se puede disfrutar— del Arte, si no nos es posible olvidar el porvenir que espera a los bosques, a los mares, a los ríos, a las bestias… y a la propia especie humana! ¡Cómo disfrutar de la armonía si para ello tenemos que hacer oídos sordos a los crujidos que a cada momento escuchamos en una casa que se va desmoronando rápidamente un poco cada día!
XIX Atrapados en nuestra época
Sin embargo, quienes nos encontramos atrapados en esta época gozando de acomodo, tenemos una posibilidad de la que carecían los que vivían en otras. Pero antes, hemos de haber aprendido a proteger nuestra sensibilidad para no perderla. En estos tiempos es difícil separar el grano de la paja. Y en esto consistiría propiamente progresar tanto en el aspecto material como moral. Aun así, podemos comprobar hasta qué punto el persistente influjo de la publicidad y de los cantos al hedonismo nos incita a toda hora a perseguir y aceptar placeres instantáneos durante media vida, a cambio de un prematuro desinterés por la vida en la otra mitad...
Del examen de la vida de 100 compositores y otros tantos pintores, escritores e intelectuales desde el Renacimiento hasta mediado el siglo XX, se obtiene un resultado sorprendente: Si descartamos la muerte temprana de muchos de ellos en el siglo XIX por efectos de la tuberculosis y epidemias, el promedio de 63 años se corresponde a los 75 de esperanza de vida de un europeo actual. Gran número de aquéllos vivieron más de 80 años. Lo que significa que si las grandes masas de población vivían la mitad de tiempo del que viven hoy, quienes tenían la higiene y la nutrición asegurada y añadían creatividad y esfuerzo intelectual, vivían tantos o más años que lo que las estadísticas nos anuncian de promedio para un hombre o mujer actuales de Occidente.
XX La salud y la Medicina
La principal razón que pretende justificar hoy día la necesidad de una mayor atención médica con relación a la requerida hace un siglo es que la “naturaleza” de “antes” era más robusta. Pero precisamente, la causa del debilitamiento de la naturaleza actual probablemente radique, entre otras causas, tanto en recurrir compulsivamente a la Medicina sin dar tiempo a que el organismo organice sus defensas, como en descuidar la nutrición, manipulada y desprovista a menudo de sus propiedades primigenias. El estrés, primero, enseguida la desgana, y más tarde la angustia y la depresión... completan el cuadro decadente.
Por otra parte, la industria farmacéutica, quirúrgica y médica mueve ingentes cantidades de dinero. Toda argumentación sobre este asunto que trato pasa por el hecho de que en estas sociedades el logro de ventajas prima sobre la amistad, sobre los afectos, sobre la compasión, sobre la conciencia social y sobre la emoción estética. Y en estas condiciones nuestra salud, con la excusa de ser protegida y prevenida, está en el punto de mira de esas industrias voraces. Y dada la facilidad con la que el ser humano se torna aprensivo y la presión que amplísimos sectores económicos ejercen para que recurramos a la Medicina al menor síntoma, nos exponemos considerablemente al riesgo de sus experimentos, al mal cálculo, al diagnóstico erróneo o precipitado y a la hipermedicación, olvidando los mensajes generalmente de prudencia que el instinto envía al cerebro, antes con viveza y hoy casi inaudibles.
XXI Fracasos de la Ciencia Médica
Existe un generalizado entusiasmo por el progreso en materia médico-quirúrgica, cuando lo cierto es que el organismo humano siempre es el mismo aunque debilitado ahora por efecto de la desmesurada presencia e influencia de la Medicina. Si conociésemos una estadística sobre los fracasos y errores de la Ciencia Médica, quizá cambiásemos de opinión acerca de su importancia y su eficacia. Todo lo cual, unido a una alimentación desequilibrada y a la merma de la vida afectiva en favor de una sensualidad compulsiva en todas sus vertientes, va debilitando paulatinamente aún más esa naturaleza que "no es la que era ". Otro factor que influye poderosamente en que la naturaleza de los occidentales "no es lo que era" es otro exceso: el de higiene. Frente a la forzosa falta de higiene del pasado, hoy, cuando planea en el horizonte una dramática escasez en países donde ha abundado, se rinde culto al agua, y el consumo se dispara cuando menos se dispone de ella en los países de los que hablo. En cuanto al ejercicio físico, necesario para una salud equilibrada, o no se practica o se exagera. El paseo a duras penas es ya posible en las áreas urbanas, y se ha sustituido por febriles sesiones de gimnasio. Y no siendo ajeno nada en estas sociedades a la influencia contaminadora de las cuentas bancarias, el afán desmedido de notoriedad, de éxito y de dinero que desde distintos focos se potencian, el ejercicio físico se consagra a las especialidades deportivas para ser practicadas casi en forma degradante. En suma, una naturaleza más debilitada… para una vida quizá más larga pero en precarias condiciones anímicas, psicológicas, mentales y físicas.
XXII ¿Valía la pena llegar hasta aquí?
En efecto, ¿valía la pena llegar hasta aquí? Ni qué decir tiene que, como todo lo que acontece para bien o para mal, pertenece al fatum. Pero, después de la experiencia, ¡cuántos preferiríamos haber vivido en otro tiempo de la historia, en tiempos de una Naturaleza virgen y cuando todo estaba presidido por una diferencia nítida entre "la belleza" y "la depravación", aunque la depravación haya existido siempre!.
Sin habérmelo propuesto, a lo largo de esta elucubración acabo de dar vida a las aspiraciones del hombre retroprogresivo; ese tipo metafórico ideado por Salvador Pániker. Según él "se trata de un ejercicio complejo que consiste en utilizar herramientas sofisticadas del pensamiento más actual y, a la vez, "deconstruir" ese pensamiento recuperando la virginidad de origen". (...) Pues, "Es bueno volver la mirada hacia los antiguos porque ellos vieron lo que nosotros ya no vemos. (...) El hombre primitivo, como ha enseñado Eliade, no llevaba sobre sí la carga del tiempo irreversible, y, en este contexto, no vivía angustiado".
De esto se trata, de librarnos de la angustia que genera el torbellino del progreso, de servirnos, sólo, de lo digno de ser aprovechado…
Forma parte del patrimonio del progreso no creer en nada, pero sí desmedidamente en la Tecnología y en la Ciencia. Pues bien, debemos resistirnos denodadamente a quedarnos sin música y sin amor; sin dioses y sin mitos. Quizá porque, aun sin "creer" precisamente ni en el dios Tecnología ni en el dios Ciencia, así como los antiguos griegos vivían "como si" existiesen los dioses del Olimpo, nos convendría creer en toda propuesta e intuición sobre "cualquier" forma de vida después de la vida. Por eso, y por el amor que sentimos hacia la Naturaleza, debiéramos fomentar la figura del nuevo homo religiosus, una combinación de naturalidad y de cosmovisión del mundo y de la vida.
XXIII La biosfera, herida de muerte
De todos modos nos encontramos en un momento muy crítico de la vida sobre la Tierra toda. Son tantas las amenazas que se ciernen sobre ella y que acechan a la biosfera, que es muy difícil no tenerlo en cuenta por más que tratemos de ignorarlo: el mismo desastre climático al que asistimos, los incesantes suicidios de cetáceos, los pavorosos incendios, la desaparición de la masa vegetal, día a día, lo impide. El hombre, y siempre por antonomasia el occidental, autor siempre de los mayores crímenes contra la humanidad, cree dominarlo todo y cree también controlar la propia existencia como especie viviente “superior”. Pero ha calculado mal y, o no las ha tenido en cuenta, o especula con un optimismo insensato sobre las consecuencias de sus excesos. Y cuando quiera reaccionar, será tarde. La vida sobre la Tierra peligra gravemente, y la percepción o sensación de esta amenaza bloquea cualquier optimismo razonable. Como dice Manuel Nieto, profesor de Geología y geodinámica de la Universidad de Valencia: "La naturaleza se resiste a ser aprehendida, y las leyes naturales que hoy conocemos son sólo relaciones causa-efecto, o reglas de aplicación. Estamos muy lejos de alcanzar la sabiduría requerida para actuar con rigor. En consecuencia, lo que debiera haber es una reflexión serena. Hay que parar a pensar adónde vamos y decidir los modelos de uso del territorio y de los recursos naturales. Con participación y con rigor, y no con posturas apriorísticas basadas en informaciones sesgadas".
El camino actual conduce al precipicio. Y es que todo tiene su orto, su cenit y su ocaso. Muchos siglos fueron necesarios para preparar el progreso tecnológico alcanzado en uno. Pero es sabido que lo que la Naturaleza y la historia de la humanidad producen después de una larga y lenta gestación, el hombre siempre fue capaz de destruirlo en un solo día. Creemos que, como rigurosamente anuncia Spengler, con la apoteosis del progreso en los inicios del siglo XXI se inicia su fase terminal, la plena decadencia de Occidente. Y que el final que se avecina, de naturaleza aún incierta, está demasiado cercano como para no presentirlo sin necesidad de que se nos tilde de esotéricos. El pronóstico que hace más de dos lustros hizo Fukuyama en su obra el Fin de la historia, lo ha maquillado con ambigüedad después en su posterior ensayo La confianza; quizá para que no cunda el desánimo o para no pasar a la Historia del futuro, si lo hay, por agorero… Pero en el otoño del 2003, ¿qué clase de confianza que no sea ingenua o necia, se puede tener sobre el porvenir de la humanidad y del planeta? ¿Milenarismo, o prudencia elemental, al hacer juicios de valor?
Mientras tanto, hasta que la ruina total se manifieste, y aunque tampoco estamos dispuestos a renunciar a lo que de interés aportan estos tiempos ¡cómo, si se nos diera a elegir, no elegir cualquier otro siglo precedente aunque sólo fuera para poder ver el firmamento repleto de estrellas y aspirar el aire de los bosques a pleno pulmón bajo un cielo tachonado y limpio!
Junio 2003
INTRODUCCION
Sería muy difícil abordar este asunto metiendo en el mismo matraz a las sociedades de todos los países occidentales. Pues la velocidad con que se va abriendo camino el progreso, la intensidad y manera de ser asimilado por cada una, la diferente idiosincrasia de los pueblos que los integran y la huella de las guerras mundiales o de la dictadura en el particular caso de España... todo, impide una valoración homogénea de la sociedad global que componen las naciones que a sí mismas se consideran "libres"; al menos en relación a las abstracciones que intento extraer para el objeto de este breve estudio.
No obstante todos, ahora, tienen el mismo referente y el mismo sistema socioeconómico. Y llámese capitalismo, liberalismo, neoliberalismo, imperialismo económico o simplemente fisiocracia, plutocracia o individualismo social, el "sistema", como el socialismo real en los países que lo conservan, imprime un marcado carácter a sus habitantes, a sus hábitos, a sus actitudes y a su educación integral en suma. Actúa como reflejo condicionado de la psicología, comportamientos, deseos y valores individuales y sociales en todo aquel que habita en los países de la esfera occidental, con independencia del esfuerzo eventual del individuo para superarlos o rechazarlos en la medida de lo posible...
Países donde el motor principal de ese progreso no sólo permite sino que promueve y favorece que mientras una gran mayoría en el mundo vive en la pobreza con un mañana por delante cada vez más incierto, unas minorías amasen fortunas y disfruten de un desahogo que en buena medida es, en la cadena productiva, aquella mayoría quien sufraga y soporta. Pero al mismo tiempo esas marcadas diferencias, lejos de atemperar y corregir el egoísmo congénito del individuo, lo extienden, generalizan y potencian sobre todo en las sociedades más opulentas. A más opulencia, más egoísmo. Sociedades donde los medios audiovisuales, socios principales del sistema mismo, persiguen cualquier punto de vista sólido y eficaz que no se ajuste a lo deseado por ellos. Y no "quieren", ninguna circunstancia ni "cuerpo extraño" que pueda menoscabarlo o restringirlo a menos que sea bajo su aprobación, control y dosificación.
Así es cómo, huyendo de la dictadura y del totalitarismo —que no venden libertad— acaba la sociedad entera en las garras de otros dos poderes indirectos subrepticios e indisiosos: el dinero y los media.
Es más, podríamos decir sin hipérbole que en estas sociedades no queda espacio para el criterio: todo lo ocupan las "ideas" de diseño. Y en la medida en que esto es así en todos los países, en unos países más que en otros se concentra el desbarajuste y el atropello moral; todo bajo el manto de la libertad y a veces también de una engañosa ilustración. Desde el punto de vista que expongo aquí, las víctimas más sobresalientes de este estado de cosas se encuentran principalmente entre la población que ya ha cumplido los cuarenta; generación a la que siguen las anteriores, las cuales basculan entre la ética heredada del régimen sociopolítico anterior acompañada de un sentido, por así decir, clásico de la vida, y las que irrumpen con nuevos bríos apenas pertrechadas moralmente de un sentido y un norte que no sean, primero conseguir dinero a cualquier precio y luego, una libertad en la mayoría de los aspectos aparente pero en cualquier caso supeditada a la conquista del primero...
I ¿Cómo medir el progreso?
En términos generales parece que no hay otro modo de medir y calibrar el progreso (o estas sociedades de Occidente no están dispuestas a graduarlo de otro modo) sino por la capacidad para procurarnos el acortamiento de la distancia -velocidad-, el ahorro de esfuerzo -comodidad- y la prolongación de la vida –la vegetativa. El avance hacia una mayor solidaridad y respeto de los semejantes entre sí, o al encuentro de pautas de comportamiento que procuren la concordia más amplia posible hasta llegar a la paz universal, no constituye para el cuerpo social en esta dimensión socioeconómica en que vivimos una meta siquiera vicaria. Por consiguiente, aquello: solidaridad, respeto y concordia para nada se tienen en cuenta como objetivos prioritarios ni siquiera posibles, cuando se habla de progreso.
Las leyes y los discursos de todo orden proclaman, eso sí aparatosamente, propósitos en tal sentido (lo que indica que los legisladores tienen plena conciencia de la falta generalizada de equidad y de equilibrio en la progresión) pero es obvio que tanto los dirigentes políticos como los de facto que maniobran y medran a su amparo, no sólo no ponen los medios para evitar desequilibrios ominosos, sino que, con sus iniciativas y medidas económicas de hecho -que es al final lo que verdaderamente cuenta-, propician justamente el efecto diametralmente contrario.
Porque la política al uso asociada a la filosofía del mercado que condiciona tanto el pensamiento como el subconsciente colectivo de Occidente, en cuanto vislumbra actividades puntuales dirigidas a resolver radicalmente problemas crónicos de los sectores sociales menos afortunados, sea en sus respectivos países sea en los países más empobrecidos, se apresta enseguida a corregirlas o a problematizarlas de diversas maneras con independencia de la persecución tributaria a que las someten. Véase con qué desconfianza consideran los políticos conservadores y los empresarios en general a las ONG a las que tratan como auténticos competidores. Todo cuanto en producción y comercio no sea opaco y orientado a la ganancia es para ellos una desviación colectivista o reminiscencia de una ética prohibida. En todo verán un entorpecimiento para el progreso tal como ordinariamente lo entienden y tal como los núcleos de sociedad más representativos en su conjunto lo celebran...
II La condición humana
Y es que la índole, la naturaleza del ser humano, el yo interior, han evolucionado poco. La condición de la humanidad como especie viviente no varía. El progreso general se debe, en todo, sólo a la inteligencia y perseverancia de un puñado de seres humanos ajenos generalmente al destino final de sus desvelos. El resto parasita de ellos. Los siglos pasan pero las flaquezas son las mismas de siempre, y en muchos aspectos más repulsivas. La crueldad persiste; se ha tornado simplemente más refinada. La pereza mental y la insolidaridad son monedas de cambio. Y en los países en que por su vida regalada podrían sus gentes permitirse el lujo de pensar, es sabido hasta qué punto tratan de evitarlo. Es más, diríase que nadie tiene una sola idea "personal", y mucho menos una idea al margen del entramado socrático. La sociedad es esclava de la lógica formal en la medida que la necesita para el pensamiento práctico, es decir, la acción.
Las masas, por su parte y en cuanto a tales, siempre carecieron de voluntad propia y se entregan a la voluntad de los grupos, a veces minúsculos, dispuestos a todo. Pero las masas actuales se creen libres porque los políticos y los media, como el almuédano desde el alminar, tocan tres veces al día el clarín para decir que lo son. Ignoran la urdimbre del cómo son trajinadas con cálculo científico por unos dirigentes políticos, mediáticos, económicos y mercantiles cuya catadura no varía con el paso de los siglos: sólo el método del engaño, que es más complicado. Apenas se perciben de que son movidas como piezas de ajedrez. Y si las gentes creen tener opinión, es porque así llaman a los narcóticos sociomediáticos. No hay más que ver cómo razona y se comporta en el momento crítico el hombre de la calle, pero también el que por cualquier razón despunta, el nulo interés por la cultura superior y el menosprecio por la emoción estética. No hay más que observar cómo se manifiesta en los asuntos generales y con qué uniformidad y fidelidad a un patrón archiconocido responde a todo...
III Tolerancia e intolerancia
El avance de una sociedad o civilización debiera medirse por su capacidad no sólo para predicarla, sino también para practicar la tolerancia. Pues bien, en lugar de avanzar por caminos de magnanimidad, la intolerancia se extiende y se agrava la crueldad precisamente en el país donde los signos del progreso brillan y atraen más: un país donde las armas se ponen al alcance de cualquiera; donde desde su fundación vive un clima mitad mafioso mitad policíaco; donde siguen empeñados en que las ejecuciones sofisticadas sirvan de escarmiento cuando, con el paso del tiempo, está probado que el resultado es cada vez más negativo y desalentador y el sacrificio recae casi exclusivamente en los ilotas; un país al que otros que también alardean de libres, se esfuerzan por imitar a toda costa... en lo peor.
En las sociedades opulentas es donde más se agudiza el egoísmo, y la confianza, la fides, que fue recuperándose despaciosamente después de la Segunda Guerra Mundial tanto entre individuos como entre naciones, resbala de nuevo por la pendiente. Y cuando los pueblos persisten en atenerse a las leyes del mercado estricto y no quieren intervenir ni reglar el tráfico social y económico mediante fórmulas prestadas del colectivismo, la cohesión social se agrieta más y más. (Se intervienen sí los precios, pero de las materias primas que poseen los países ricos en ellas, endeudados permanentemente por la ley del más fuerte). Siendo así que el desenvolvimiento económico de libre concurrencia depende sustancialmente de la confianza, la confianza pierde fuerza a pasos agigantados. Sin confianza no es posible la transacción ni el mercadeo, pero tampoco le es posible a un país regirse por el pacto social, ni al ciudadano sentirse gobernado. Por el contrario, en nuestras sociedades no sólo se va asentando rápidamente un clima de desconfianza general, sino que la inclinación congénita del ser humano a la dominación, a la prepotencia y a la destrucción van en un in crescendo cuyo finale tiene todos los visos de ser la catástrofe que se avecina de alcance incalculable todavía. El cataclismo silencioso del cambio climático que avanza como la lava de un volcán, hay indicios serios para pensar que contribuirá al desastre.
IV Progreso y generosidad
En definitiva, yo entiendo que el progreso material de los tiempos actuales, que se produce a costa de grandes desequilibrios sociales, no sólo es un grave obstáculo para dulcificar el talante naturalmente implacable y dominador del individuo, sino que contribuye a potenciarlo. Es imposible saber si ha de educarse al niño en el respeto a sus semejantes, en cuyo caso será devorado por ellos, o para que sea una hiena más entre hienas, en cuyo caso vivirá soliviantado y angustiado, o se pasará la vida probablemente en la cárcel...
Un dato, que en principio puede sonar a arrogancia insoportable: a estas alturas de mi vida me acompaña la sensación de que, a lo largo de ella, en tiempos de prosperidad y entre gentes con muchos más recursos que los míos, no he tratado nunca a nadie más generoso que yo. No me baso en señales que no se ofrecieran a mis ojos. Es que, cuando conocemos el carácter de una persona con la que nos hemos relacionado un tiempo, y puesto que la generosidad es una cualidad que tiene que ver más con la disposición que con un gesto ocasional, se sabe que no es tampoco probable que fueran generosas a mis espaldas o en secreto. Y no porque yo me tenga por especialmente generoso. Es que todos, salvo alguna excepción honrosa, fueron mezquinos. Y cuando hablo de generosidad no me refiero a la material, a la "debilidad" de desprenderse de lo propio y menos, naturalmente, a la prodigalidad como exceso patológico. Me refiero sobre todo a la actitud moral de ponerse en el lugar del otro; a la de tener presente como punto de partida en cuantos asuntos abordemos, la desigual fortuna con que la vida nos trata a todos; a la de pensar que lo que llamamos “nuestros méritos” que parecen conferirnos el derecho a ser lo que somos y tener lo que tenemos, no son más que mera circunstancia y accidente. Podría decirse, para que no se interprete como un ataque súbito de supervaloración del yo, que no es que yo sea generoso: es que el egoísmo innecesario y miserable es lo que realmente gobierna a estas sociedades desde que se apoderó de ellas la libre concurrencia del mercado sin más bridas que las impuestas por los Códigos Penales.
V Mejor igualdad que libertad
La generosidad material viene a ser una simple tensión que determina hasta qué punto debemos compartir o desprendernos de lo que es prescindible obteniendo de paso una sensación placentera; y la generosidad moral, una actitud que nos permite reconocer hasta qué punto la miseria que afecta a la mayor parte del mundo es lo que nos permite a nosotros vivir regaladamente. Es indudable que generosos y magnánimos, aun en las llamadas sociedades libres, hay muchos, pero es tremendamente difícil encontrarlos y mucho más entre quienes gradúan y "dosifican" el progreso. La razón es que es el propio sistema el mejor caldo de cultivo para pensar uno sólo en sí mismo... Hace dos mil quinientos años Diógenes de Sínope, cuando le vieron con un candil y le preguntaron qué buscaba, contestó: “un hombre”. Hoy ni siquiera lo hubiera intentado. Quizá hubiera visto más posibilidades de encontrar a una mujer....
Por si fuera poco, los últimos acontecimientos del 11 de setiembre de 2001 en Estados Unidos están influyendo aún más involutivamente en el orden desordenado de un mundo que ya daba muestras de ir a la deriva. Pues la inseguridad individual que paradójicamente provoca la lucha de los Estados contra la inseguridad general, tiene los mismos efectos contraproducentes que el intervencionismo en la economía de libre mercado. El mundo llamado libre gravita sobre la libertad en detrimento repulsivo de la igualdad, con las graves tensiones que ocasiona. Pero sucede que si la libertad personal resulta atacada, ese mundo convencionalmente libre pierde su único señuelo. Pues tan terrible puede ser perder la libertad como verla permanente y gravemente amenazada.
VI El progreso sólo para unos pocos
La relativa paz que reina en los periodos actuales en los países occidentales es más frágil de lo que se supone. Las chispas son impredecibles. Porque, a pesar de que los vientos de globalización fingen abarcar todo lo que consideramos positivo, seamos sinceros: ¿puede decirse que haya indicios de desearse la fraternidad universal?. Pues aunque siempre existen sectores sociales que se afanan en estas utopías, los verdaderos protagonistas se encargan de malograr siempre cualquier avance serio en tal sentido. Para nada importa que, según el Banco Mundial, "las 356 personas más ricas del mundo disfrutan de una riqueza colectiva que excede a la renta anual del 40% de la humanidad. Mientras hablamos con entusiasmo de la globalización, del comercio electrónico y de la revolución de las telecomunicaciones, el 60% de las personas del mundo no ha hecho nunca una sola llamada telefónica y una tercera parte de la humanidad no tiene electricidad. En esta nueva era en la que hay más y más conexiones económicas globales, cerca de mil millones permanecen sin empleo o subempleadas, 850 millones de personas están desnutridas y cientos de millones carecen de agua potable adecuada, o de combustible suficiente para calentar sus hogares. La mitad de la población del mundo está completamente excluida de la economía formal, obligada a trabajar en la economía extraoficial del trueque y la subsistencia. Otros consiguen llegar a fin de mes en el mercado negro o con el crimen organizado". Jeremy Rifkin-El País 22 de setiembre de 2001.
Decía Marx que "la política es una mera superestructura cambiante de lo económico". Entonces, no lo discuto. Pero hoy todo apunta a todo lo contrario. Quien tiene el poder político y las armas es dueño de la Economía local y global, que puede manejar a su antojo... hasta que le explote entre las manos.
Magníficos tiempos estos. Tiempos mucho mejores que los de siglos pasados… para el orbe occidental principal o exclusivamente. Porque ¿para quién, para cuántos está pensado el progreso? Y, por otro lado, ¿es efectivamente progreso el avance tecnológico y científico? ¿es deseable? ¿es inteligente y oportuno tomar del progreso todo lo que ofrece? ¿no será el progreso como ese fruto manipulado, de aspecto magnífico pero luego avinagrado y además sólo al alcance de una parte pequeña de consumidores? ¿qué es si no lo que expresa ese informe del Banco Mundial?
A mayor abundamiento, ¿qué es progreso? ¿en qué consiste? ¿hay que entender por tal la construcción de una vida cómoda, muy cómoda, alienante, prorrogada en general a base de imprimir más vértigo y ansiedad al momento, más depresión y hastío a edades cada vez más tempranas; y todo ello a costa del esfuerzo y las carencias de los más?
VII Contrastes según las épocas
De todos modos los tiempos, buenos o malos, es cierto, nunca han sido igualmente buenos o malos para todos. Pero las diferencias enormes habidas entre quienes vivían en el planeta en otras épocas y las que existen entre quienes lo pueblan hoy, hoy resultan más penosas por el dramático contraste entre la penuria de tres cuartas partes de la humanidad y el desahogo del otro tercio; y más patético para los espíritus que, sin pertenecer a esa porción privilegiada, se sienten afectados anímicamente por ello porque sienten profunda compasión por esta causa.
Vivir otrora en un palacio o en una casa de barro o a la intemperie podía ser, y sigue siendo, una muestra dramática de desigualdad social. Sin embargo entonces, hasta no hace mucho, había un sólido soporte psicológico que actuaba de argamasa en el inconsciente colectivo. Y, como siempre, la argamasa no podía ser sino una idea grabada a fuego: la idea de que los privilegios de unos pocos devenían de la voluntad de Dios. Los privilegios de la realeza y del resto de la escala social procedían de la misma marca. Todo lo que les sucedía, todo lo que tenían o de lo que carecían era por voluntad divina. El rico, pues, lo era por voluntad divina, y el pobre, como el enfermo, lo eran además por culpas suyas o de sus antepasados. Así, el desheredado aceptaba con entereza y resignación los designios de la divinidad. El ladrón lo era en general por estados de necesidad. No se valoraba la realidad ni las desigualdades en términos de "injusticia social". La que existía, medida con la mentalidad de hoy, se hacía más llevadera. Las razones metafísicas hacían su trabajo subliminal. Porque la noción de injusticia social, raíz de la injusticia distributiva del mercado libre, se instala en el cerebro durante el último tercio del siglo XVIII al prender en ellos la chispa rousseauniana de igualdad.
VIII Entonces...
Hasta entonces pues, el dolor moral provocado por las diferencias, se aliviaba consecuentemente a través del fatum, de la resignación y de la esperanza en una vida mejor o en el más allá. Era un consuelo... La enfermedad y la muerte, el placer y el displacer, la fortuna y la pobreza formaban parte de la misma esencia del alma, y cada conciencia individual siempre disponía de un último recurso sin necesidad de quitarse la vida: refugiarse en el deseo permanente, en la esperanza permanente y en Dios.
Entonces las ideas eran más fuertes que las sensaciones; los ideales más potentes que las realidades y los sentimientos compensaban en buena medida las "necesidades" materiales. Las necesidades tenían cuerpo, podían pesarse y medirse, como se pueden medir y pesar hoy en los países del Tercer Mundo. No había urgencias imaginarias ni artificiales, y siempre estaban más próximas a la mera supervivencia que al anhelo, al proyecto o a la pretensión generalmente inalcanzables. Quien sobrevivía, por el mero hecho de vivir debía sentirse "feliz". La ilusión era un potente motor de la vitalidad, y la vida (medida en cómputo lineal de tiempo -un invento más del hombre), aun siendo en general más breve, era también intensa, tanto en el placer como en el dolor, y los fenómenos y las experiencias interiores del espíritu reaccionaban a los estímulos exteriores y a las frustraciones en el fondo imponiéndose a ellos. El salvaje de cualquier Continente entonces desconocido o inexplorado vivía también "su" vida y su cultura; sin injerencias... hasta que era exterminado. Las atrocidades del mundo salvaje se correspondían con las del mundo civilizado, tanto dentro del marco de éste como fuera de él. Sólo se distinguían por el refinamiento que hoy ha llegado a extremos oníricos. Nada hubieran podido echarse en cara entre sí, en cuanto a crueldad, las sociedades, fueran salvajes o civilizadas, que poblaban de norte a sur y de este a oeste el planeta. Pero en el mundo "salvaje" no hay propiamente crueldad. La crueldad es fruto podrido de "lo civilizado". La crueldad es un exceso y una perversión de "lo" natural, una exageración de lo que acontece en la Naturaleza, una sobreactuación de los actores en el escenario natural. Pero hoy, pocos se resignan. El ser humano de hoy es más desgraciado que el de tiempos pasados. Y lo es, en la medida que sufre más el que perdió la vista a lo largo de su vida que el que nació ya con ceguera.
IX La mujer en el tiempo
En cuanto a la mujer anterior, estaba relegada a un plano específico aparentemente secundario. Pero tampoco es muy probable que ella desease un papel distinto. La maternidad y la ocasión de la educación asociada a ella es concluyente, y de haber "deseado" otra cosa, de habérselo propuesto, de haberlo considerado ventajoso, hubiera ido instruyendo a su prole en la dirección que luego, más adelante, ha terminado imprimiendo la pedagogía general. Ella debió preferir un papel discreto pero influyente. Así, frente a la mayor fuerza física del macho, rehuía la responsabilidad directa y un predominio también directo tanto en lo doméstico como en lo social. Influir es más y más interesante que gobernar, mucho más cómodo y menos arriesgado, y eso es lo que debió elegir astutamente el sexo femenino durante siglos o milenios... Las excepciones en la gobernación de los pueblos, en cuanto a la figura de la reina, son para mí un misterio antropológico y social. En cualquier caso no hay leyes absolutamente universales ni eternas en las sociedades humanas. Todas son de coyuntura.
Sorprende en todo caso también cuando se censura el papel que la sociedad de esta o aquella cultura asigna a la mujer, que no se tenga en cuenta lo bastante que todas las culturas están compartidas por ambos sexos. Y que no tiene sentido atribuir las formas culturales de una sociedad concreta al protagonismo exclusivo de uno de los dos, y menos culpabilizar a uno de las diferencias formales en detrimento del otro. Lo indeseable o no de cada cultura sólo viene determinado por la visión de movimientos y cambios sociales de la occidental principalmente, empeñada en arrastrar en sus puntos de vista a otras que, por su cuenta y riesgo, considera inferiores. Esto es desde luego muy poco antropológico. A pesar de todo, no creo que los numerosos dichos y proverbios que existen en todos las lenguas sobre el singular papel, la fuerza moral y la superioridad final de la mujer respecto al hombre estén desprovistos de fundamento… Todo dependerá del aspecto a que se preste atención en la interrelación de los dos sexos.
X Liberación de la mujer
Por otra parte da la impresión de que la lucha para “liberar”, para “convertir”, a la mujer de otras culturas a la nuestra es otra excusa de las artes manipuladoras económicas. Pues occidentalizar a la mujer en un país significa occidentalizarlo todo. Y un país occidentalizado es un mercado nuevo para los que manejan el mercado global. Este, el de abrir mercados, fue el mismo origen que el de la caída de los sistemas de socialismo real donde, por cierto, la mujer disfrutaba ya de paridad sociopolítica respecto al hombre desde los mismos orígenes de su revolución. La expansión económica como la depredación se valen de las mismas artimañas y disimulos. La pretendida cristianización del Nuevo Mundo, el cubrir por pretendido pudor con paños de Manchester a los aborígenes africanos, las Cruzadas o el Santo Sepulcro para adueñarse de la ruta de las especias... todo, ha obedecido siempre en realidad a ese mismo repulsivo propósito mercantilista, aunque, eso sí, envuelto en evangelios...
Aquellos tiempos estaban dominados por otras fuerzas. Al menos en las gentes de cierta ilustración imperaban la imaginación, la fantasía, la ilusión, el ensueño... Y la imaginación, la fantasía, la ilusión, el ensueño... ¿transportan menos energía vital, menos potencia existencial, que un ente corpóreo desprovisto de alma o de espíritu puramente vegetativo? ¿No hay inconmensurablemente más energía en una estrella enana blanca que en una gigante roja que se extingue?
XI Si Dios no existe, todo está permitido
Pero hoy, en nuestra época... Dios ya no existe; los Mandamientos cristianos tampoco. La voluntad divina no interviene en el destino de los seres humanos. Es inconcebible hoy un Deus ex machina para explicar y justificar, como se hacía entonces, las notorias diferencias que, como las galaxias que se alejan entre sí, se producen entre los seres humanos y entre los pueblos del mundo. No se puede contar para el control social con el freno de la religión en Occidente, ni con la ética más extendida que sigue funcionando con ingredientes de moral cristiana. Ambas han perdido demasiada fuerza como para no sentirnos abocados a vivir desconfiados e intranquilos. Cada día, y por todas partes, se advierten señales de que las sociedades occidentales se conforman con el mínimo del mínimo moral: el Código Penal...
Así es como la sociedad actual se va despojando del sentimiento; a duras penas es capaz de fabricar ya ilusión. Los sentimientos se han transformado en sensaciones, las ilusiones en ansiedad, la fantasía en descargas nerviosas que se resuelven en crisis depresivas y en patologías emocionales. Pero las ansias de sensaciones, espoleadas por persistentes estímulos, van perdiendo vigor antes de ser disfrutadas, y diríase que el mismo deseo aborta antes de convertirse en embrión por la renuncia prematura. Tal suele ser, entre los más desahogados económicamente, la desgana ante la facilidad en la consecución de lo deseado. Esta es la razón por la que se procuraba en otro tiempo complicar de diversas maneras los trámites en la obtención de lo simpático: para gozar precisamente más al conseguirlo. En cuanto al dolor, la vida podía estar expuesta constantemente al dolor físico. La actual lo ha vencido en parte; pero cuando se trata del dolor insoportable de las enfermedades terminales, sólo pequeñas porciones de población en las sociedades avanzadas lo remedian efectivamente. En todo caso, con los recursos paliativos no se hace sino compensar en parte el dolor potenciado por el hedonismo y por una mucho más acusada debilidad nerviosa. El dolor, cada vez se soporta peor. En este progreso el dolor no tiene sitio...
XII Inteligencia y espíritu
Por otro lado, se fundan establecimientos donde se educa con grandes gastos a niños y jóvenes, para enseñarles todas las cosas, excepto sus deberes; porque no sabrán el significado de palabras tales como magnanimidad, equidad, templanza, humanidad y valor.
En todo caso, aun admitiendo el progreso en su sentido usual y directo, el avance, como decía al principio, es principalmente en habilidades, en "técnicas", en recursos dirigidos a la economía del esfuerzo tanto corporal como mental, a alargar la vida un cierto tiempo a menudo en unas condiciones lamentables, y a acortar las distancias. Pero la contemplación se ha sustituido por el aturdimiento, el placer de viajar se ha convertido en una fórmula de transporte de la ansiedad y la angustia a otro lugar; el tiempo de vida, prorrogado, se rellena de vacío y hay gran empeño en hacerla "asistida" con tal de presumir de tasas altas, es decir promedios, de longevidad... social. Y todo ello en grave detrimento del verdadero progreso que habría de consistir en el robustecimiento de las facultades del espíritu y de los sentimientos; los cuales, por el contrario, sacrificados a una existencia exageradamente pragmatista, se van atrofiando progresivamente.
Porque, si las diferencias entre el pasado y el presente nos parecen grandes en cuanto al desarrollo de esas técnicas y de los conocimientos positivos, el potencial del desarrollo de las fuerzas del espíritu -que no se ha liberado- sigue intacto; sobre todo en lo que concierne a la convivencia y al respeto mutuo. Y así, tanto la ausencia de ideales como la irresoluta confraternidad universal presentan un horizonte tenebroso. A pesar de todo, si comparamos las posibilidades técnicas del individuo de siglos atrás con las del actual para trasportarse o desplazarse a la velocidad de la luz o la de ponerse en relación con otras dimensiones o la de practicar esa armonía cósmica que quizá está reservada sólo a otros mundos, el ser humano no ha avanzado mucho más que el chimpancé que aprendió a servirse de una piedra para romper la cáscara de un fruto o a usar un hilo de hierba para sacar hormigas del hormiguero y comérselas.
XIII Vivir ¿o existir?
Es indudable que el ser humano tiene un insaciable apetito de "saberes" sobre todo lo que le rodea, y que no soporta ignorar de dónde viene, a dónde va y por qué está aquí. Sobre todo desde que es "consciente de sí" como sujeto separado del objeto... Por eso ha tenido que inventar religiones, teorías y supersticiones. Y buena parte de esa inquietud, que alimenta con ellas a lo largo de su existencia, es el águila que envía Hermes a Prometeo para que devore por el día sus entrañas que se regeneran cada noche. Pero el empeño en respuestas que jamás se le darán, no hace sino acrecentar la angustia. Sin embargo reconozcamos que, sobre todo a partir de esta edad en que se ha dado con las claves cifradas de la vida, lo mejor sería que sea la vida quien encargue de "llevarnos" hasta el fin sin que, por nuestra propia tranquilidad, debamos insistir en averiguar inútilmente lo que sabemos de antemano nos está velado. No es esto cuestión de carácter, ni un ataque de pesimismo. Todo lo contrario. Es sencillamente que todo tiene su tiempo y todo se pertenece a un ciclo. Y si nos ufanamos de ser capaces de prolongarnos con mañas la vida más allá del tiempo que la naturaleza nos tiene asignado, tengamos al menos la honestidad de reconocer también que son millones los seres del Primer Mundo que, aun sin enfermedades orgánicas ni sufrimiento físico, "existen" a costa de arrastrarse. Porque arrastrarse y arrastrar la vida es, ese estado anímico y psicológico incapaz de proseguir el último tramo con la actitud contemplativa o creativa que da sentido a la existencia. Lo que prueba que la prórroga sobraba...
XIV La longevidad
Si se analizase a fondo el estudio sobre las enfermedades del espíritu a partir de los 60, se comprendería mejor lo que quiero decir. Sospecho que muchas formas de demencia a esas edades obedecen sencillamente a la fatiga y al convencimiento íntimo de que vale muy poco la pena seguir adelante, en vista de lo que depara el estado deteriorado de la Naturaleza por doquier y lo que cabe esperar de estas sociedades. Lo que ocurre es que quienes se encargan de las etiquetas y de hacer los diagnósticos conservan todavía el vigor y la ilusión de su edad, ponen el nombre de las diferentes "enfermedades" que en el fondo es una sola, como si no fuesen estados generados ya desde "la otra vida". Pero tanto da que se homologuen o no, pues en cualquier caso todo se reduce al desencanto y al desapego naturales. El cuerpo sigue, pero el espíritu ha dimitido. Si los que gobiernan fuesen gentes de edades avanzadas, como la de los senadores de la mayoría de las ciudades-estado de la antigua Grecia, la legislación sobre eutanasia la subvencionaría animosamente… Precisamente en dar valor, altísimo valor, a la eutanasia integral se encerraría otro de los verdaderos avances del auténtico progreso para merecer el título de serlo. Pues ya que no hay obstáculos de creencias religiosas por parte de los Estados que se dicen aconfesionales, no hay razón para dificultar y menos para impedir el suicidio asistido. Lo que debiera comprenderse de una vez es que una vida digna seguida de la posibilidad de una muerte digna, sin dolor y plácida —la verdadera eutanasia—, enaltecería y daría a la existencia ese sentido que todos buscan y pocos encuentran. Y con mayor motivo si antes la vida no fue digna. La tutela, protección o restricción del Estado en este delicado asunto carece de fundamento cuando la libertad individual en estas sociedades se predica como el máximo valor y la decisión de acabar uno con su propia vida en nada perjudica a la sociedad. El progreso en fin en este aspecto consistiría en que el Leviatán no sólo respetase la sublime decisión de quitarse uno la vida sea cual fuere el motivo, sino que le asistiese con la mejor disposición. Podría decirse que el día que el ser humano, en cualquier lugar del mundo, pueda acudir por su propio pie a un centro público donde recibir asistencia para quitarse la vida sin dolor y sin tener que dar explicaciones, habrá conquistado la llave de una de las puertas en que comienza el verdadero progreso. Pero resulta que, con demasiada frecuencia, naciones que se tienen por avanzadas siegan una vida tras otra mediante la ejecución "legal", la pena de muerte, o se lleva a los hombres y mujeres a morir a guerras que carecen del único motivo que las justifica: el rechazar la invasión extranjera. Y en cambio se dificulta la muerte de quien quiere morir tranquilamente y se persigue a quien está dispuesto a ayudarle.
XV Sin capacidad de asombro
Claro está que no conviene que conozcan el secreto quienes no habiendo llegado a la edad crítica sabemos que además tienen escasos recursos para enfrentarse al tedio. Porque la curiosidad puede prolongarse pero, tarde o temprano, uno se da cuenta de que ha "visto" todo, intuye todo, penetra "todo"; uno comprueba que "todo" en la vida es una repetición de lo mismo y encierra aproximadamente la misma trama. Sólo cambio de aspecto. Para el individuo todo queda reducido, en privado a dormir bien, y en sociedad, a defenderse de los depredadores y a abusar de los demás o a evitarlo... si puede. Lo mismo que sucede en la Naturaleza salvaje (salvo las especies industriosas y en aquéllas en que los individuos se ayudan sin reservas entre sí): todo consiste en mantener el instinto avizor para percibirse de ello.
Se esfumó quizá el principal atractivo del vivir: la capacidad de asombro. Si el hombre renunciase a intentar domeñar las leyes de la Naturaleza (casi siempre inútilmente, porque la Naturaleza suele cobrar al final al hombre un precio mucho mayor que el que éste pagaba por permanecer en la ignorancia), renunciando de paso a indagar el por qué de tantas cosas, y se aplicase a la creatividad y a la contemplación filosófica, religiosa o artística de la existencia sin más (algo que sólo algunos eligen y pueden), vería el mundo a través de maravillosas intuiciones que permanecían en esta otra modalidad de existencia, ocultas. Y observaría, que la intuición es un fluido mucho más sólido que la episteme para vivir en paz, pues armoniza mejor con la Naturaleza que la razón sobre todo cuando ésta está corrompida por los excesos del progreso.
XVI ¿Hacia dónde vamos?
Bien, no pongamos reparos al conocimiento, al saber y al esfuerzo por dominarlos. Tampoco hagamos ascos al hecho de que en lugar de vivir 60 años, la sociedad haya conseguido prorrogarse la vida hasta entrados los 80 (Eso dicen las estadísticas sobre la esperanza de vida). Pero lo que aquí quiero poner de relieve es que, por un lado, a la postre, al ser humano, individualmente considerado, le sirve de bien poco el progreso; y, por otro, que para considerarlo avance, y ya que conocemos los puntos de partida de la Historia, sería preciso fijar la meta. Y hay muchas pruebas de que el hombre en tanto que especie viviente no sabe cuál es esa meta, ni qué se propone, ni hacia dónde camina. Cada rama de la ciencia y del conocimiento actúan por su cuenta, sin saber a priori en muchos casos qué persiguen y para qué. Con el instinto perdido, quizá pervertido, camina ciego, sin rumbo y sin objetivos definidos. Más bien carece ya de instinto, y lo que de él le queda le sirve de poco, pues en su lugar se ha instalado el dogma de las especialidades, de la Medicina, de la Economía, de la Política, de la Técnica y de la Ciencia. El ser humano se ahorra esfuerzos con sus descubrimientos y se prolonga la vida, sí, pero debe atender a esa prórroga de la que se ufana. Pero cuando le presta atención ve que, aunque la enfermedad no haya hecho presa en él, se ha debilitado moral, psicológica y físicamente, y pronto surgen las mismas limitaciones de siempre propias de toda oxidación. La pesadumbre, el tedio, se presentan casi siempre prematuramente. La necesidad de cuidados y de una atención cada vez más problemática, hace sentir pronto la tentación de elegir la soledad voluntaria como mal menor. Además, no sabe bien cómo debe emplear el ocio. Sufre más. Con frecuencia pensará que hubiera sido preferible una vida más corta… La sociedad actual, en estas condiciones, está compuesta de una población cada vez más desmotivada por diversas causas, y ésta, el "exceso" de vida, es otra de ellas. Los síntomas de la enfermedad de la desmotivación o de la falta de ilusiones son patentes y están cada vez más extendidos. El envejecimiento no es armónico. El alma envejece antes que el cuerpo. Aquí es donde empieza la conflictividad social profunda. Pero, por otro lado, si las instituciones extremasen el rigor para paliar los síntomas del "fracaso" social, la mitad de los individuos de la sociedad deberían estar en la cárcel y la otra mitad en el manicomio. Aun así, crece el número de los enfermos del espíritu en la medida que decrece el de gente honrada. Esta clase de sociedad no da para más...
XVII Ayer y hoy
Antes y ahora; ayer y hoy...
Efectivamente existe progreso. Pero el progreso verdadero estriba en el "detalle" de que amplísimos sectores de la sociedad que en otro tiempo vivían penosamente y morían prematuramente -todo según nuestros módulos actuales-, han asegurado su nutrición, su higiene y un cierto respeto personal por parte de las clases poderosas. Y esto sí es un notable logro de las revoluciones sociales. Pero dos personas acomodadas que se encontrasen ahora, una de estos y otra de aquellos tiempos, las dos con una nutrición y una higiene suficientes, ambas más inclinadas a disfrutar del espíritu que de los sentidos, más volcadas en la vida interior que atentos a los estímulos que les vienen de fuera, interesadas ambas en crecer... apenas notarían diferencias. Es más, una persona de entonces transportada al día de hoy por el túnel del tiempo, no sólo vería que no ganaba, que no había avanzado cualitativamente en su desarrollo vital con el progreso, sino que no le compensaba en absoluto el cambio.
Pues los adelantos y las comodidades materiales no suplían a sus disposiciones morales y emocionales, la Naturaleza estaba degradada hasta la consternación, y las comodidades habían materializado la existencia hasta haberse cosificado ésta también. En definitiva todo llegaría a constituir para él un grave estorbo, si no era capaz de hacer frente a tan excesivos estímulos para evitarlos. Y, por otra parte, si conseguía vivir ajeno al progreso, disociándose esquizofrénicamente de él, constataría hasta qué punto los "adelantos" no enriquecían anímicamente su vida, sino que la empobrecían considerablemente.
Las epidemias y las plagas diezmaban a los pueblos. ¿Y no diezman a los pueblos más civilizados los accidentes, las enfermedades “nuevas” derivadas de la propia artificialidad de la vida, y los crímenes cada vez más frecuentes?...
XVIII Pensar por cuenta propia
Para vivir media vida en una dudosa felicidad, porque la felicidad es incompatible con el vértigo y la descompostura, hay que vivir la otra media con una agobiante sensación de decadencia. Para vivir esa media con la ilusión de una cierta placidez uno ha de procurarse la semiconsciencia defensiva, mirar a otro lado cuando se nos exhiben las execrables diferencias materiales entre los seres humanos; esquivar la altísima presión que imponen los medios audiovisuales haciéndonos casi imposible pensar por cuenta propia; evitar mirar al cielo para no ver hasta qué punto el ser humano degrada la biosfera y se apropia de lo que pertenece a las próximas generaciones… todo lo cual somete a quienes aún conservan algún resto de sensibilidad, a estados permanentes de ánimo que oscilan entre la consternación o la angustia y la indignación.
Estos tiempos son para los amantes de las ferias y de los parques de atracciones, pero no para quienes en la contemplación de la Naturaleza y en el desmayo que nos procura el Arte, encuentran la fuente de la vida. Y ¡cómo podremos disfrutar deshinibidamente —como sólo se puede disfrutar— del Arte, si no nos es posible olvidar el porvenir que espera a los bosques, a los mares, a los ríos, a las bestias… y a la propia especie humana! ¡Cómo disfrutar de la armonía si para ello tenemos que hacer oídos sordos a los crujidos que a cada momento escuchamos en una casa que se va desmoronando rápidamente un poco cada día!
XIX Atrapados en nuestra época
Sin embargo, quienes nos encontramos atrapados en esta época gozando de acomodo, tenemos una posibilidad de la que carecían los que vivían en otras. Pero antes, hemos de haber aprendido a proteger nuestra sensibilidad para no perderla. En estos tiempos es difícil separar el grano de la paja. Y en esto consistiría propiamente progresar tanto en el aspecto material como moral. Aun así, podemos comprobar hasta qué punto el persistente influjo de la publicidad y de los cantos al hedonismo nos incita a toda hora a perseguir y aceptar placeres instantáneos durante media vida, a cambio de un prematuro desinterés por la vida en la otra mitad...
Del examen de la vida de 100 compositores y otros tantos pintores, escritores e intelectuales desde el Renacimiento hasta mediado el siglo XX, se obtiene un resultado sorprendente: Si descartamos la muerte temprana de muchos de ellos en el siglo XIX por efectos de la tuberculosis y epidemias, el promedio de 63 años se corresponde a los 75 de esperanza de vida de un europeo actual. Gran número de aquéllos vivieron más de 80 años. Lo que significa que si las grandes masas de población vivían la mitad de tiempo del que viven hoy, quienes tenían la higiene y la nutrición asegurada y añadían creatividad y esfuerzo intelectual, vivían tantos o más años que lo que las estadísticas nos anuncian de promedio para un hombre o mujer actuales de Occidente.
XX La salud y la Medicina
La principal razón que pretende justificar hoy día la necesidad de una mayor atención médica con relación a la requerida hace un siglo es que la “naturaleza” de “antes” era más robusta. Pero precisamente, la causa del debilitamiento de la naturaleza actual probablemente radique, entre otras causas, tanto en recurrir compulsivamente a la Medicina sin dar tiempo a que el organismo organice sus defensas, como en descuidar la nutrición, manipulada y desprovista a menudo de sus propiedades primigenias. El estrés, primero, enseguida la desgana, y más tarde la angustia y la depresión... completan el cuadro decadente.
Por otra parte, la industria farmacéutica, quirúrgica y médica mueve ingentes cantidades de dinero. Toda argumentación sobre este asunto que trato pasa por el hecho de que en estas sociedades el logro de ventajas prima sobre la amistad, sobre los afectos, sobre la compasión, sobre la conciencia social y sobre la emoción estética. Y en estas condiciones nuestra salud, con la excusa de ser protegida y prevenida, está en el punto de mira de esas industrias voraces. Y dada la facilidad con la que el ser humano se torna aprensivo y la presión que amplísimos sectores económicos ejercen para que recurramos a la Medicina al menor síntoma, nos exponemos considerablemente al riesgo de sus experimentos, al mal cálculo, al diagnóstico erróneo o precipitado y a la hipermedicación, olvidando los mensajes generalmente de prudencia que el instinto envía al cerebro, antes con viveza y hoy casi inaudibles.
XXI Fracasos de la Ciencia Médica
Existe un generalizado entusiasmo por el progreso en materia médico-quirúrgica, cuando lo cierto es que el organismo humano siempre es el mismo aunque debilitado ahora por efecto de la desmesurada presencia e influencia de la Medicina. Si conociésemos una estadística sobre los fracasos y errores de la Ciencia Médica, quizá cambiásemos de opinión acerca de su importancia y su eficacia. Todo lo cual, unido a una alimentación desequilibrada y a la merma de la vida afectiva en favor de una sensualidad compulsiva en todas sus vertientes, va debilitando paulatinamente aún más esa naturaleza que "no es la que era ". Otro factor que influye poderosamente en que la naturaleza de los occidentales "no es lo que era" es otro exceso: el de higiene. Frente a la forzosa falta de higiene del pasado, hoy, cuando planea en el horizonte una dramática escasez en países donde ha abundado, se rinde culto al agua, y el consumo se dispara cuando menos se dispone de ella en los países de los que hablo. En cuanto al ejercicio físico, necesario para una salud equilibrada, o no se practica o se exagera. El paseo a duras penas es ya posible en las áreas urbanas, y se ha sustituido por febriles sesiones de gimnasio. Y no siendo ajeno nada en estas sociedades a la influencia contaminadora de las cuentas bancarias, el afán desmedido de notoriedad, de éxito y de dinero que desde distintos focos se potencian, el ejercicio físico se consagra a las especialidades deportivas para ser practicadas casi en forma degradante. En suma, una naturaleza más debilitada… para una vida quizá más larga pero en precarias condiciones anímicas, psicológicas, mentales y físicas.
XXII ¿Valía la pena llegar hasta aquí?
En efecto, ¿valía la pena llegar hasta aquí? Ni qué decir tiene que, como todo lo que acontece para bien o para mal, pertenece al fatum. Pero, después de la experiencia, ¡cuántos preferiríamos haber vivido en otro tiempo de la historia, en tiempos de una Naturaleza virgen y cuando todo estaba presidido por una diferencia nítida entre "la belleza" y "la depravación", aunque la depravación haya existido siempre!.
Sin habérmelo propuesto, a lo largo de esta elucubración acabo de dar vida a las aspiraciones del hombre retroprogresivo; ese tipo metafórico ideado por Salvador Pániker. Según él "se trata de un ejercicio complejo que consiste en utilizar herramientas sofisticadas del pensamiento más actual y, a la vez, "deconstruir" ese pensamiento recuperando la virginidad de origen". (...) Pues, "Es bueno volver la mirada hacia los antiguos porque ellos vieron lo que nosotros ya no vemos. (...) El hombre primitivo, como ha enseñado Eliade, no llevaba sobre sí la carga del tiempo irreversible, y, en este contexto, no vivía angustiado".
De esto se trata, de librarnos de la angustia que genera el torbellino del progreso, de servirnos, sólo, de lo digno de ser aprovechado…
Forma parte del patrimonio del progreso no creer en nada, pero sí desmedidamente en la Tecnología y en la Ciencia. Pues bien, debemos resistirnos denodadamente a quedarnos sin música y sin amor; sin dioses y sin mitos. Quizá porque, aun sin "creer" precisamente ni en el dios Tecnología ni en el dios Ciencia, así como los antiguos griegos vivían "como si" existiesen los dioses del Olimpo, nos convendría creer en toda propuesta e intuición sobre "cualquier" forma de vida después de la vida. Por eso, y por el amor que sentimos hacia la Naturaleza, debiéramos fomentar la figura del nuevo homo religiosus, una combinación de naturalidad y de cosmovisión del mundo y de la vida.
XXIII La biosfera, herida de muerte
De todos modos nos encontramos en un momento muy crítico de la vida sobre la Tierra toda. Son tantas las amenazas que se ciernen sobre ella y que acechan a la biosfera, que es muy difícil no tenerlo en cuenta por más que tratemos de ignorarlo: el mismo desastre climático al que asistimos, los incesantes suicidios de cetáceos, los pavorosos incendios, la desaparición de la masa vegetal, día a día, lo impide. El hombre, y siempre por antonomasia el occidental, autor siempre de los mayores crímenes contra la humanidad, cree dominarlo todo y cree también controlar la propia existencia como especie viviente “superior”. Pero ha calculado mal y, o no las ha tenido en cuenta, o especula con un optimismo insensato sobre las consecuencias de sus excesos. Y cuando quiera reaccionar, será tarde. La vida sobre la Tierra peligra gravemente, y la percepción o sensación de esta amenaza bloquea cualquier optimismo razonable. Como dice Manuel Nieto, profesor de Geología y geodinámica de la Universidad de Valencia: "La naturaleza se resiste a ser aprehendida, y las leyes naturales que hoy conocemos son sólo relaciones causa-efecto, o reglas de aplicación. Estamos muy lejos de alcanzar la sabiduría requerida para actuar con rigor. En consecuencia, lo que debiera haber es una reflexión serena. Hay que parar a pensar adónde vamos y decidir los modelos de uso del territorio y de los recursos naturales. Con participación y con rigor, y no con posturas apriorísticas basadas en informaciones sesgadas".
El camino actual conduce al precipicio. Y es que todo tiene su orto, su cenit y su ocaso. Muchos siglos fueron necesarios para preparar el progreso tecnológico alcanzado en uno. Pero es sabido que lo que la Naturaleza y la historia de la humanidad producen después de una larga y lenta gestación, el hombre siempre fue capaz de destruirlo en un solo día. Creemos que, como rigurosamente anuncia Spengler, con la apoteosis del progreso en los inicios del siglo XXI se inicia su fase terminal, la plena decadencia de Occidente. Y que el final que se avecina, de naturaleza aún incierta, está demasiado cercano como para no presentirlo sin necesidad de que se nos tilde de esotéricos. El pronóstico que hace más de dos lustros hizo Fukuyama en su obra el Fin de la historia, lo ha maquillado con ambigüedad después en su posterior ensayo La confianza; quizá para que no cunda el desánimo o para no pasar a la Historia del futuro, si lo hay, por agorero… Pero en el otoño del 2003, ¿qué clase de confianza que no sea ingenua o necia, se puede tener sobre el porvenir de la humanidad y del planeta? ¿Milenarismo, o prudencia elemental, al hacer juicios de valor?
Mientras tanto, hasta que la ruina total se manifieste, y aunque tampoco estamos dispuestos a renunciar a lo que de interés aportan estos tiempos ¡cómo, si se nos diera a elegir, no elegir cualquier otro siglo precedente aunque sólo fuera para poder ver el firmamento repleto de estrellas y aspirar el aire de los bosques a pleno pulmón bajo un cielo tachonado y limpio!
Junio 2003
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