11 marzo 2006

La Mujer Trabajadora


LA MUJER TRABAJADORA

9 Marzo 2006

Me felicito de pertenecer a una sociedad tan sensibilizada por rescatar a la mujer del "atraso" histórico a que le ha so­metido milenariamente el macho. De todos modos no creo que el macho burgués pretendiese someterla y menos humillarla, sino sustraerla al árido, espeso, prosaico, enaje­nante y violento mundo del todos contra todos de la socie­dad burguesa. A fin de cuentas la mujer y madre era, y es, dueña de las claves del posible cambio pedagógico de la prole generación tras generación...

Felicito a tantas mujeres que, en general más inteligentes, más intuitivas y de personalidad menos dependiente que el hombre, que prueban mil veces incluso su mayor capacidad para innumerables cosas monopolizadas tradicionalmente por el hombre, desde que el franquismo murió en España, se hayan venido incorporando a la conformación y configu­ración de la sociedad por vía del trabajo "fuera de casa".

Felicito al hombre que ha sabido comprender y alentar esta sabia renovación de la sociedad a través de la partici­pación directa y progresiva de la mujer al quehacer produc­tivo del sistema capitalista. (En el sistema del socialismo real nunca hubo este problema: la mujer conquistó desde la revolución de Octubre los derechos por los que ahora pugna con furor todavía la sociedad occidental y especialmente la española)

Felicito a quien idease la institución del Día de la Mujer Trabajadora, aunque huele a uno más de los tantos trucos comerciales que ponen en circulación los avispados exper­tos. Antes las fiestas las instituía la religión católica. Ahora las entroniza el corte inglés.

Pero -hay un pero- también hubiera podido abrirse de par en par otra posibilidad inexplorada e inexplotada en un tipo de sociedad más acorde o tan acorde con el feminismo como con la feminidad, como es el sistema burgués del que no nos hemos librado o por el que hemos acabado todos fa­gocitados. Me refiero al hecho ostensible de que la mujer en tanto que "trabajadora", no está sólo en la oficina, en la caja de un hipermercado, vendiendo productos de un Laborato­rio, dirigiendo gabinetes de alto valor comercial o dirigiendo simplemente un país. Lo que a veces se olvida es que la mujer, además de haberse dedicado desde hace cien años a tareas nobilísimas, como la enseñanza, nunca ha dejado de trabajar... en casa; que nunca ha dejado en realidad de trabajar; que siempre fue “trabajadora”. Y una posibilidad, como antes decía, que en medio de esta revolución pacífica hubiera debido tantearse al menos, es la retribución digna y no sólo testimonial de la mujer que, en una franja de edad laboral, opta por "quedarse en casa" para atender directa y exclusivamente a las tareas del hogar y a la prole. ¿Hay algo más enaltecedor? La prole, cuando existe, en circuns­tancias sociológicamente "normales" (y a ellas me refiero) permanece en el hogar familiar no menos de 20 años. Tiempo más que suficiente para cubrir un periodo mínimo de cotización social.

Aparte de que la mujer viene trabajando hace casi un siglo en España fuera de casa (mi madre fue operadora del Ser­vi­cio Internacional de Telefónica, mi abuela y mi tía fueron maestras, luego mi madre fue profesora de piano -estoy hablando de los años 1935 en adelante-), hay cierto pate­tismo en el hecho de que por realizar "bajos menesteres" (son "bajos" por­que se realizan fuera del hogar propio), que por estar ado­cenadas en labores mecánicas como tantos hombres, que por atender tareas alienantes y en absoluto gratificantes; que por el prurito de ser también "mujer trabaja­dora" sin más la que lo hace fuera de casa, a cambio las ac­tuales genera­ciones de niños que van viniendo al mundo se encuentren básicamente en manos de cuidadores o cuidado­ras even­tuales, entregados a afectos fingidos, quizá a mal­tratos, viendo apenas unas horas a la semana a sus proge­nitores y a la madre, custodia de la sensibilidad principal en la crianza... Y todo también a me­nudo por un salario que va destinado en su mayor parte a re­tribuir a esos terceros -guar­derías y canguros- a cuyo cuidado se ha confiado el niño.

Felicito a la mujer trabajadora. Pero jamás he dejado de ver en mi compañera con la que llevo viviendo 43 años y hemos tenido cuatro hijas de edades casi consecutivas, a una trabajadora como yo. Lo único que ha variado es el pa­pel de la una y el otro: el suyo mucho más excelso o excelso sin adverbio; el mío, revestido de la escasa dignidad que acompaña a todo quehacer urbano basado en abundantí­sima charlatanería o en la terrible rutina que acaba haciendo acto de presencia muy pronto en cualquier profesión u ofi­cio: desde la del charlatán por definición: la del político, pa­sando por el abogado mucho más pleiteador que amigable componedor o el médico, más esclavo de la Medicina in­dustrial y farmacéutica que de su pericia personal... hasta las mil ocupaciones que en la sociedad postindustrial están dirigidas a manipular, a engañar o a semiengañar a los ciu­dadanos de la rimbombante sociedad ultracapitalista.

Trabajar fuera de casa es deseable y digno de encomio: un derecho, un deber y un inevitable modo de sobrevivir si no hay otro remedio. Pero no se menosprecie tanto y menos se degrade a cambio del entusiasmo que suscita la incorpo­ración de la mujer al mundo del trabajo fuera de casa, la la­bor de la mujer que no sale de ella para dedicar unas horas al día al hogar y a la familia y luego destinar el tiempo libre a realizarse y cultivarse. Ya digo que en este caso es lamen­table que ese tipo de quehacer no esté dignamente remune­rado por la propia sociedad que da brillo y pábulo al rol de la mujer trabajadora extramuros.

No se crea, los vientos que corren por Europa -España va siempre con el pie cambiado o a contracorriente- empiezan a ir ya en esta dirección de la que aquí he hecho un simple apunte. Otra cuestión muy aparte es la deseable participa­ción de la mujer en la conquista del poder. Creo que viviría­mos mucho mejor si todos los países occidentales estuvie­sen literalmente en sus manos, por más que haya excepcio­nes, como la Condoleeza o la Thacher, vivas encarnaciones de la Bicha bíblica.

Jaime Richart

1 comentario:

Enrique Gallud Jardiel dijo...

Muy originales los Impromptus. Le felicito.