He de advertir, para que no se moleste en seguir leyendo quien tenga predisposición hacia todo lo contrario, que nunca me inspiró ninguna confianza ese tipo de persona que, en el razonamiento, recurre al optimismo como soporte principal de su argumentación. Y que detesto el verbo “optimizar”, no tanto por tratarse de un neologismo anglosajón más de los tantos que embargan nuestros idiomas, sino por estar asociado a ese mismo espíritu del que desconfío. Los logros, grandes o pequeños, del ser humano no se los atribuyo al optimismo, sino al entusiasmo. ¿Que el asunto es sólo cuestión de palabras y matices? Pues a ello vamos...
El optimismo filosófico y el endocrino
Expondré cómo percibo el optimismo desde la perspectiva filosófica y desde su significado común.
En cuanto a la primera, es preciso decir que en Filosofía existe un sistema filosófico que consiste en atribuir al Universo la mayor perfección posible como obra de un ser infinitamente perfecto. El principio optimista es que "todo cuanto existe en el mundo es lo más perfecto, y éste es el mejor de los mundos posibles". Es la conclusión de Pangloss en el cuento filosófico "Cándido", de Voltaire: "éste, es el mejor de los mundos posibles".
Séneca, Cicerón, pero también Descartes y Leibniz, Wolf, Malebranche, Rosmini y en general los panteístas y los que juzgan que Dios obra necesariamente, ya que las causas que proceden de El producen siempre los efectos más perfectos, afirman sin dudar que todo está bien como está. El sistema del inglés Alexander Pope (1688-1744) se resume en la proposición: Todo está bien. Mientras tanto, entonces, sus compatriotas, como hoy sus descendientes anglosajones partiendo de ese mismo principio, colonizaban, mataban, depredaban. Y si todo estaba bien entonces según ese principio, todo sigue bien ahora... para ellos.
Tanto ha preponderado esta sofovisión, que incluso filósofos que no se consideraban a sí mismos necesariamente optimistas se apresuran a tildar despectivamente de pesimistas a otros pensadores "realistas". Schopenhauer, por ejemplo.
Pero ¿qué desprecio no debe hacerse de la razón y de la experiencia para sostener que todo cuanto existe es lo mejor, refiriendo este principio a cada individuo? ¿Mediante qué sofisma se probará que todo cuanto existe es lo más perfecto, para aquel ser humano a quien la miseria y el dolor afligen o es víctima de los malvados?...
Esto llega así a mi entendimiento y a grandes rasgos, desde la Filosofía.
En el sentido más común conectado al psicológico y psiquiátrico el optimismo, aunque ciertamente no deja de ser, para unos efecto, para otros causa, del pensamiento filosófico, es una "propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable". Pero "favorable" es un adjetivo, y el adjetivo necesita de un sujeto. La inferencia inmediata ha de ser entonces: favorable... ¿para quién? Y es que la filosofía del optimismo, a mi entender, no es más que la filosofía del egocentrismo, del egoísmo inferior —no el que nos sujeta a la vida: esa clase de egoísmo que, atizado desde un estamento social, se pervive a costa de otros grupos sociales, de la especie humana o de la Naturaleza toda.
La propensión a ver "sólo" lo favorable negándose el sujeto a correcciones "razonables" a esa propensión, se sostiene exclusivamente por la voluntad de considerar sólo uno, el que precisamente le conviene, de los lados de la realidad, poliédrica por definición. Pero por eso mismo, por tratarse de una propensión, una inclinación, una tendencia, no deja de ser una deformación. Una deformación, o malformación, que ataca al raciocinio y cuya nocividad trasciende del individuo mucho más que el pesimismo, su opuesto. El pesimista huye. El optimista nos busca.
Pues el efecto del pesimismo se resuelve en último término en una parálisis moral o bloqueo psicológico del individuo. Mientras que es muy difícil que el tipo de optimismo a que me refiero, no intente contagiarse. Porque cuando alardea de él, no es que el sujeto esté sintiendo sólo esa inclinación; es que se encuentra generalmente en un periodo favorable de su vida e intenta obtener provecho de ello. Si vende, para vender; si construye, para construir; si lleva pleitos, para captarlos... Es difícil imaginar a alguien que, tras una serie encadenada de contratiempos o condenado a la enfermedad o a la miseria crónicas, haga gala de optimismo. Pero si tratamos con él y hemos de abordar cuestiones objetivas de alcance, es difícil no tener también la impresión de estar viendo a un estrábico mental o a un necio. Porque una cosa es que ante una situación incierta, un futuro sin pronóstico, no se deje uno abatir por el derrotismo anticipado, y otra convertir al optimismo en bandera. En esta clase de optimismo proyectivo pienso en las presentes reflexiones principalmente.
Tratar de “ilusionarse”, ser optimista, puede ser una buena terapia personal, pero la racionalidad de la expectativa y del cálculo acerca del futuro personal, y mucho más si se trata del futuro colectivo, nada tiene que ver con una receta moral o médica. Y mucho menos cuando asistimos a políticas y a decisiones humanas de grandes optimistas y probada perversidad cuyas horrendas repercusiones retumban en cualquier confín del mundo...
El optimismo sólo endocrino
Ha de observarse que, desde este punto de vista, el optimismo no es un estado anímico "normal"; como no lo es el pesimismo, ni la melancolía, ni la euforia. Es simplemente un modo de estar más o menos eventual y patológico, frente a la representación del mundo y del después; tanto acerca del devenir propio, como del futuro que espera a universos enteros presos de la miseria y de la muerte trágica. En su desmesura el optimismo es sencillamente engolamiento, plétora y patología del raciocinio: lo ofusca.
Y aunque pueda parecer otra cosa, nada tiene que ver con la esperanza; como tampoco el pesimismo con la desesperación. Por eso llama la atención que la psiquiatría recurra a términos como optimismo y pesimismo, tan relativizantes e inasibles, para modular el grado de "normalidad" o anormalidad en un individuo. El pesimismo prolongado puede llevar al suicidio, pero eso es cosa de cada cual. Sin embargo es frecuente que el optimismo a que me refiero sea causa de ruina y devastación. Por eso tengo al optimismo por antifilosófico y típico justamente del que se niega a pensar. En tanto que prescripción psiquiátrica, lo daremos por bueno. Pero siendo así que atiende principal o exclusivamente al amor propio y al bien personal, es muy difícil que no colusione con el bien común. Además, si su consumo individual es aconsejable para seguir adelante, perturba el razonamiento a secas: esa clase de razonamiento que no se permite ni admite aditivos humorales.
Pero es que, además de una propensión, es una disposición del ánimo que se regula a voluntad; depende en buena medida de estímulos externos y es determinante la coyuntura que atraviesa en ese preciso momento el sujeto que se jacta de él y lo vende...
Porque es preciso ser un inconsciente para ser hoy optimista en relación a la aventura humana o al menos la aventura de las tres cuartas partes de la humanidad. Pues si se examinan bien las amenazas “reales”, el comportamiento de los prepotentes que dominan el globo y su resistencia a remediar inteligentemente asuntos gravísimos; si se advierte la codicia de los que tienen en sus manos el presente y el futuro del planeta y se considera la evolución del clima con sus signos de cercana catástrofe telúrica silente, ¿quién será optimista en esas cuestiones, sin engañarse cínicamente a sí mismo o sin ser al mismo tiempo un botarate?
No creo necesario señalar y menos enumerar los motivos que tiene la humanidad para sentirse angustia por su propio futuro en tanto que especie viviente y por las siguientes generaciones. Sin embargo hay demasiados egoístas redomados y muy influyentes que, exclusivamente atentos a sus deseos y conveniencias, se atreven a "ver siempre el lado favorable de las cosas", a ignorar los desfavorables, a alardear de su confianza exagerada en el mañana, y a insistir en que les acompañemos...
Expónganos en todo caso el optimista contumaz una sola razón —más allá de su personal inclinación— para serlo. El mundo se lo agradecerá. No basta con exclamar: "¡hay que ser optimistas!" mientras se siembra o se sabe que otros están sembrando destrucción y estrago. Para sentirnos optimistas, cualquier mediana inteligencia necesita pruebas, indicios, asideros racionales ante la zozobra y la incertidumbre. Y entonces ya no hay optimismo. Habrá confianza.
Por otra parte ¡qué decir de el optimismo explotado mercantilmente; ése del que vive un número de seres humanos al menos equivalente al de los que viven de la tristeza, de la desgracia y del pesimismo! Si hemos de ver en esto una ventaja dentro de un sistema de mercado voraz e insaciable, nos felicitaremos y lo promoveremos. Pero no es así. Se trata de otro cebo, otro instrumento de los muchos de que se sirve el sistema neoliberal y el poder en sus variadas versiones para facilitarse sus abusos y mantenerse. En el parqué bursátil, uno de los templos de la civilización actual, no pueden pisar ni pujar más que profesionales del optimismo...
El optimismo religioso
En cuanto a su connotación religiosa, veo en el optimismo una estrecha relación emocional con la "fe" católica. Pues así como ésta se imbuye, se educa y se "trabaja" en múltiples direcciones, el optimismo profano también se cultiva y se infunde, y sus orfebres lo difunden a su vez como una nueva religión. Téngase presente que el uno y la otra se alimentan de la letanía, viven en la conversación y del pregón.
Creyentes, políticos, empresarios e infinidad de embaucadores son los predicadores usuales de el optimismo. Pero ¿funciona a solas? Porque dada la crudeza de la existencia más allá de la apariencia, lo más probable es que en la estricta intimidad del optimista de oficio su lugar lo ocupen el desasosiego y la duda. Desasosiego y duda que, para continuar el día, mutan a energía motriz en forma de optimismo. El psiquiatra visitando al psiquiatra...
La cuestión no está en los polos —optimismo o pesimismo— sino en la prudente confianza asociada a la racionalidad...
La consciencia o inconsciencia, la lucidez o las sombras en la mente son lo que al final determinan en cada momento el grado optimista o pesimista del sujeto en función del trance que atraviesa. Adivino la paradoja: el optimista es difícil que no sea refinadamente egoísta. Y a la inversa.
El ser humano "responsable", grave, serio y circunspecto examinará todas las posibilidades ante el futuro y sopesará el azar en la previsión de resultados. No hay razones ante lo incierto para ser, ni pesimista ni optimista. Ser cauto y esperanzado no alejándose del punto neutro en cada análisis del porvenir evita engañarse y engañar a otros. Un carácter acabado rechaza el refuerzo pueril del optimismo y sabe afrontar la incertidumbre, como el agnóstico la duda.
Pero en último término, esas dos actitudes psicológicas —optimismo y pesimismo— no son excluyentes entre sí en una misma persona ante la disyuntiva. Se puede ser optimista acerca de sí, y, habida cuenta la progresión geométrica de la distancia entre el primer mundo y el tercero, entre ricos y pobres, entre eufóricos y dolientes ser pesimista respecto a la humanidad. Y serlo también respecto a la suerte que le espera a la biosfera siendo así que su degradación parece irrefragable. Hablemos de tendencias. Pues la tendencia es que todo vaya a peor. Aun así, se puede, en fin, ser optimista con el corazón, y pesimista aunque entusiasta, con la razón...
Se comprende mal que los "expertos en mentes" no distingan estas dos propensiones en un mismo individuo: una psicosomática y la otra intrínsecamente racional, y ambas reflejo de dos intelecciones, la subjetiva y la objetiva.
El optimismo criminal
Optimistas con alta dosis de inconsciencia son aquellos que se dedican a la depredación salvaje o contribuyen a ella, los que practican el expolio armado, los que destruyen ecosistemas enteros despreocupándose de las consecuencias o confiando neciamente en la capacidad de la Naturaleza para regenerarse a sí misma en poco tiempo, del gravísimo maltrato que la infligen. Optimistas son los que fingen desafiar a la muerte y a su propia suerte cuando lo que hacen es poner en grave peligro la vida de los demás. Y optimistas son los que sólo piensan en sí mismos y desprecian el destino de las próximas generaciones porque, optimistas, no se creen en el deber de pensar en "ellas", o bien, será para asegurarnos engoladamente que nuestros nietos mutarán a capacidades nuevas para adaptarse a condiciones de vida que ellos serían incapaces de soportar ni un solo día...
Optimistas son los que, en lugar de permitir que las “cosas” de la sociedad y del mundo discurran por cauces tranquilos y naturales, las violentan, las fuerzan. Destruyen lo que había y levantan lo que no debieran; confunden laboriosidad y agitación, progreso con demolición y exterminio. Se recrean en alarmarnos y dicen darnos “seguridad” cuando las mayores desgracias de la sociedad vienen auspiciadas por ellos mismos, optimistas a través del crimen como negocio. Por su ansiedad, desfachatez y el refinamiento que procura el mucho dinero y el mucho poder los podremos reconocer...
Optimistas incorregibles fueron, y son, gentes de fe y de "firmes convicciones": Hitler, Aznar, Bush, Pinochet y grandes criminales de la historia. Gentes que, armadas con toda la fuerza bruta y con una voluntad destructora sin límites, se arrogaron o se arrogan el derecho a subvertir el orden del mundo o de su país porque la fuerza metafísica por antonomasia, Dios la mayoría de las veces y otras el diablo, dicen está con ellos. Todos tienen en común una fe ciega en todo cuanto emprenden. Por más disparatado y devastador que parezca a los demás mortales, poco les importa el resultado final: en realidad se "realizan" en esta vida y cumplen su designio biológico, no tanto en la consecución de los objetivos como en la ejecución de los trámites. Por eso raro es el que, después de sus alardes de optimismo y de la estela de muerte dejada tras ellos a cuenta de él, no acaba maldita y maldecida su memoria. Pues raro es de entre ellos —adoradores de sí mismos— el que no pasa a la historia como un malvado.
En todo caso, puestos a elegir entre dos enfermos del ánimo, mil veces preferible es el pesimista: seguro que el mal será su mal, pero difícilmente mal para el resto de la humanidad.
Por último, de ningún modo el mundo debe al optimismo el progreso material y el moral. Ya lo dije: se lo debe al entusiasmo ("adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño"); un atributo que tiene muy poco que ver con la patología del optimismo y que vale la pena tratar por separado.
Líbrenos la sociedad de los optimistas, sobre todo de los que, teniendo alguna responsabilidad colectiva se empeñan en demostrárnoslo. Denos el cielo la compañía y la orientación de personas lúcidas, juiciosas y entusiastas. Nada más.
En El significado en las artes visuales (Alianza, 1979), Erwin Panofsky habla de un tardío cuadro de Tiziano, Alegoría de la Prudencia, en cuya parte superior campea un lema latino: "Instruido por la experiencia del pasado, obra con prudencia en el presente para no malograr el futuro". Este es el pensamiento clásico pero también eterno. Nada que ver con el optimismo. Sobre todo nada que ver con el optimismo como mercancía, el más odioso...
(Para no romper el equilibrio intelectivo que he intentado mantener en este análisis, he obviado también toda referencia al optimismo en su relación directa con la terrible sequía que se cierne sobre la Península)
24 Enero 2005
El optimismo filosófico y el endocrino
Expondré cómo percibo el optimismo desde la perspectiva filosófica y desde su significado común.
En cuanto a la primera, es preciso decir que en Filosofía existe un sistema filosófico que consiste en atribuir al Universo la mayor perfección posible como obra de un ser infinitamente perfecto. El principio optimista es que "todo cuanto existe en el mundo es lo más perfecto, y éste es el mejor de los mundos posibles". Es la conclusión de Pangloss en el cuento filosófico "Cándido", de Voltaire: "éste, es el mejor de los mundos posibles".
Séneca, Cicerón, pero también Descartes y Leibniz, Wolf, Malebranche, Rosmini y en general los panteístas y los que juzgan que Dios obra necesariamente, ya que las causas que proceden de El producen siempre los efectos más perfectos, afirman sin dudar que todo está bien como está. El sistema del inglés Alexander Pope (1688-1744) se resume en la proposición: Todo está bien. Mientras tanto, entonces, sus compatriotas, como hoy sus descendientes anglosajones partiendo de ese mismo principio, colonizaban, mataban, depredaban. Y si todo estaba bien entonces según ese principio, todo sigue bien ahora... para ellos.
Tanto ha preponderado esta sofovisión, que incluso filósofos que no se consideraban a sí mismos necesariamente optimistas se apresuran a tildar despectivamente de pesimistas a otros pensadores "realistas". Schopenhauer, por ejemplo.
Pero ¿qué desprecio no debe hacerse de la razón y de la experiencia para sostener que todo cuanto existe es lo mejor, refiriendo este principio a cada individuo? ¿Mediante qué sofisma se probará que todo cuanto existe es lo más perfecto, para aquel ser humano a quien la miseria y el dolor afligen o es víctima de los malvados?...
Esto llega así a mi entendimiento y a grandes rasgos, desde la Filosofía.
En el sentido más común conectado al psicológico y psiquiátrico el optimismo, aunque ciertamente no deja de ser, para unos efecto, para otros causa, del pensamiento filosófico, es una "propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable". Pero "favorable" es un adjetivo, y el adjetivo necesita de un sujeto. La inferencia inmediata ha de ser entonces: favorable... ¿para quién? Y es que la filosofía del optimismo, a mi entender, no es más que la filosofía del egocentrismo, del egoísmo inferior —no el que nos sujeta a la vida: esa clase de egoísmo que, atizado desde un estamento social, se pervive a costa de otros grupos sociales, de la especie humana o de la Naturaleza toda.
La propensión a ver "sólo" lo favorable negándose el sujeto a correcciones "razonables" a esa propensión, se sostiene exclusivamente por la voluntad de considerar sólo uno, el que precisamente le conviene, de los lados de la realidad, poliédrica por definición. Pero por eso mismo, por tratarse de una propensión, una inclinación, una tendencia, no deja de ser una deformación. Una deformación, o malformación, que ataca al raciocinio y cuya nocividad trasciende del individuo mucho más que el pesimismo, su opuesto. El pesimista huye. El optimista nos busca.
Pues el efecto del pesimismo se resuelve en último término en una parálisis moral o bloqueo psicológico del individuo. Mientras que es muy difícil que el tipo de optimismo a que me refiero, no intente contagiarse. Porque cuando alardea de él, no es que el sujeto esté sintiendo sólo esa inclinación; es que se encuentra generalmente en un periodo favorable de su vida e intenta obtener provecho de ello. Si vende, para vender; si construye, para construir; si lleva pleitos, para captarlos... Es difícil imaginar a alguien que, tras una serie encadenada de contratiempos o condenado a la enfermedad o a la miseria crónicas, haga gala de optimismo. Pero si tratamos con él y hemos de abordar cuestiones objetivas de alcance, es difícil no tener también la impresión de estar viendo a un estrábico mental o a un necio. Porque una cosa es que ante una situación incierta, un futuro sin pronóstico, no se deje uno abatir por el derrotismo anticipado, y otra convertir al optimismo en bandera. En esta clase de optimismo proyectivo pienso en las presentes reflexiones principalmente.
Tratar de “ilusionarse”, ser optimista, puede ser una buena terapia personal, pero la racionalidad de la expectativa y del cálculo acerca del futuro personal, y mucho más si se trata del futuro colectivo, nada tiene que ver con una receta moral o médica. Y mucho menos cuando asistimos a políticas y a decisiones humanas de grandes optimistas y probada perversidad cuyas horrendas repercusiones retumban en cualquier confín del mundo...
El optimismo sólo endocrino
Ha de observarse que, desde este punto de vista, el optimismo no es un estado anímico "normal"; como no lo es el pesimismo, ni la melancolía, ni la euforia. Es simplemente un modo de estar más o menos eventual y patológico, frente a la representación del mundo y del después; tanto acerca del devenir propio, como del futuro que espera a universos enteros presos de la miseria y de la muerte trágica. En su desmesura el optimismo es sencillamente engolamiento, plétora y patología del raciocinio: lo ofusca.
Y aunque pueda parecer otra cosa, nada tiene que ver con la esperanza; como tampoco el pesimismo con la desesperación. Por eso llama la atención que la psiquiatría recurra a términos como optimismo y pesimismo, tan relativizantes e inasibles, para modular el grado de "normalidad" o anormalidad en un individuo. El pesimismo prolongado puede llevar al suicidio, pero eso es cosa de cada cual. Sin embargo es frecuente que el optimismo a que me refiero sea causa de ruina y devastación. Por eso tengo al optimismo por antifilosófico y típico justamente del que se niega a pensar. En tanto que prescripción psiquiátrica, lo daremos por bueno. Pero siendo así que atiende principal o exclusivamente al amor propio y al bien personal, es muy difícil que no colusione con el bien común. Además, si su consumo individual es aconsejable para seguir adelante, perturba el razonamiento a secas: esa clase de razonamiento que no se permite ni admite aditivos humorales.
Pero es que, además de una propensión, es una disposición del ánimo que se regula a voluntad; depende en buena medida de estímulos externos y es determinante la coyuntura que atraviesa en ese preciso momento el sujeto que se jacta de él y lo vende...
Porque es preciso ser un inconsciente para ser hoy optimista en relación a la aventura humana o al menos la aventura de las tres cuartas partes de la humanidad. Pues si se examinan bien las amenazas “reales”, el comportamiento de los prepotentes que dominan el globo y su resistencia a remediar inteligentemente asuntos gravísimos; si se advierte la codicia de los que tienen en sus manos el presente y el futuro del planeta y se considera la evolución del clima con sus signos de cercana catástrofe telúrica silente, ¿quién será optimista en esas cuestiones, sin engañarse cínicamente a sí mismo o sin ser al mismo tiempo un botarate?
No creo necesario señalar y menos enumerar los motivos que tiene la humanidad para sentirse angustia por su propio futuro en tanto que especie viviente y por las siguientes generaciones. Sin embargo hay demasiados egoístas redomados y muy influyentes que, exclusivamente atentos a sus deseos y conveniencias, se atreven a "ver siempre el lado favorable de las cosas", a ignorar los desfavorables, a alardear de su confianza exagerada en el mañana, y a insistir en que les acompañemos...
Expónganos en todo caso el optimista contumaz una sola razón —más allá de su personal inclinación— para serlo. El mundo se lo agradecerá. No basta con exclamar: "¡hay que ser optimistas!" mientras se siembra o se sabe que otros están sembrando destrucción y estrago. Para sentirnos optimistas, cualquier mediana inteligencia necesita pruebas, indicios, asideros racionales ante la zozobra y la incertidumbre. Y entonces ya no hay optimismo. Habrá confianza.
Por otra parte ¡qué decir de el optimismo explotado mercantilmente; ése del que vive un número de seres humanos al menos equivalente al de los que viven de la tristeza, de la desgracia y del pesimismo! Si hemos de ver en esto una ventaja dentro de un sistema de mercado voraz e insaciable, nos felicitaremos y lo promoveremos. Pero no es así. Se trata de otro cebo, otro instrumento de los muchos de que se sirve el sistema neoliberal y el poder en sus variadas versiones para facilitarse sus abusos y mantenerse. En el parqué bursátil, uno de los templos de la civilización actual, no pueden pisar ni pujar más que profesionales del optimismo...
El optimismo religioso
En cuanto a su connotación religiosa, veo en el optimismo una estrecha relación emocional con la "fe" católica. Pues así como ésta se imbuye, se educa y se "trabaja" en múltiples direcciones, el optimismo profano también se cultiva y se infunde, y sus orfebres lo difunden a su vez como una nueva religión. Téngase presente que el uno y la otra se alimentan de la letanía, viven en la conversación y del pregón.
Creyentes, políticos, empresarios e infinidad de embaucadores son los predicadores usuales de el optimismo. Pero ¿funciona a solas? Porque dada la crudeza de la existencia más allá de la apariencia, lo más probable es que en la estricta intimidad del optimista de oficio su lugar lo ocupen el desasosiego y la duda. Desasosiego y duda que, para continuar el día, mutan a energía motriz en forma de optimismo. El psiquiatra visitando al psiquiatra...
La cuestión no está en los polos —optimismo o pesimismo— sino en la prudente confianza asociada a la racionalidad...
La consciencia o inconsciencia, la lucidez o las sombras en la mente son lo que al final determinan en cada momento el grado optimista o pesimista del sujeto en función del trance que atraviesa. Adivino la paradoja: el optimista es difícil que no sea refinadamente egoísta. Y a la inversa.
El ser humano "responsable", grave, serio y circunspecto examinará todas las posibilidades ante el futuro y sopesará el azar en la previsión de resultados. No hay razones ante lo incierto para ser, ni pesimista ni optimista. Ser cauto y esperanzado no alejándose del punto neutro en cada análisis del porvenir evita engañarse y engañar a otros. Un carácter acabado rechaza el refuerzo pueril del optimismo y sabe afrontar la incertidumbre, como el agnóstico la duda.
Pero en último término, esas dos actitudes psicológicas —optimismo y pesimismo— no son excluyentes entre sí en una misma persona ante la disyuntiva. Se puede ser optimista acerca de sí, y, habida cuenta la progresión geométrica de la distancia entre el primer mundo y el tercero, entre ricos y pobres, entre eufóricos y dolientes ser pesimista respecto a la humanidad. Y serlo también respecto a la suerte que le espera a la biosfera siendo así que su degradación parece irrefragable. Hablemos de tendencias. Pues la tendencia es que todo vaya a peor. Aun así, se puede, en fin, ser optimista con el corazón, y pesimista aunque entusiasta, con la razón...
Se comprende mal que los "expertos en mentes" no distingan estas dos propensiones en un mismo individuo: una psicosomática y la otra intrínsecamente racional, y ambas reflejo de dos intelecciones, la subjetiva y la objetiva.
El optimismo criminal
Optimistas con alta dosis de inconsciencia son aquellos que se dedican a la depredación salvaje o contribuyen a ella, los que practican el expolio armado, los que destruyen ecosistemas enteros despreocupándose de las consecuencias o confiando neciamente en la capacidad de la Naturaleza para regenerarse a sí misma en poco tiempo, del gravísimo maltrato que la infligen. Optimistas son los que fingen desafiar a la muerte y a su propia suerte cuando lo que hacen es poner en grave peligro la vida de los demás. Y optimistas son los que sólo piensan en sí mismos y desprecian el destino de las próximas generaciones porque, optimistas, no se creen en el deber de pensar en "ellas", o bien, será para asegurarnos engoladamente que nuestros nietos mutarán a capacidades nuevas para adaptarse a condiciones de vida que ellos serían incapaces de soportar ni un solo día...
Optimistas son los que, en lugar de permitir que las “cosas” de la sociedad y del mundo discurran por cauces tranquilos y naturales, las violentan, las fuerzan. Destruyen lo que había y levantan lo que no debieran; confunden laboriosidad y agitación, progreso con demolición y exterminio. Se recrean en alarmarnos y dicen darnos “seguridad” cuando las mayores desgracias de la sociedad vienen auspiciadas por ellos mismos, optimistas a través del crimen como negocio. Por su ansiedad, desfachatez y el refinamiento que procura el mucho dinero y el mucho poder los podremos reconocer...
Optimistas incorregibles fueron, y son, gentes de fe y de "firmes convicciones": Hitler, Aznar, Bush, Pinochet y grandes criminales de la historia. Gentes que, armadas con toda la fuerza bruta y con una voluntad destructora sin límites, se arrogaron o se arrogan el derecho a subvertir el orden del mundo o de su país porque la fuerza metafísica por antonomasia, Dios la mayoría de las veces y otras el diablo, dicen está con ellos. Todos tienen en común una fe ciega en todo cuanto emprenden. Por más disparatado y devastador que parezca a los demás mortales, poco les importa el resultado final: en realidad se "realizan" en esta vida y cumplen su designio biológico, no tanto en la consecución de los objetivos como en la ejecución de los trámites. Por eso raro es el que, después de sus alardes de optimismo y de la estela de muerte dejada tras ellos a cuenta de él, no acaba maldita y maldecida su memoria. Pues raro es de entre ellos —adoradores de sí mismos— el que no pasa a la historia como un malvado.
En todo caso, puestos a elegir entre dos enfermos del ánimo, mil veces preferible es el pesimista: seguro que el mal será su mal, pero difícilmente mal para el resto de la humanidad.
Por último, de ningún modo el mundo debe al optimismo el progreso material y el moral. Ya lo dije: se lo debe al entusiasmo ("adhesión fervorosa que mueve a favorecer una causa o empeño"); un atributo que tiene muy poco que ver con la patología del optimismo y que vale la pena tratar por separado.
Líbrenos la sociedad de los optimistas, sobre todo de los que, teniendo alguna responsabilidad colectiva se empeñan en demostrárnoslo. Denos el cielo la compañía y la orientación de personas lúcidas, juiciosas y entusiastas. Nada más.
En El significado en las artes visuales (Alianza, 1979), Erwin Panofsky habla de un tardío cuadro de Tiziano, Alegoría de la Prudencia, en cuya parte superior campea un lema latino: "Instruido por la experiencia del pasado, obra con prudencia en el presente para no malograr el futuro". Este es el pensamiento clásico pero también eterno. Nada que ver con el optimismo. Sobre todo nada que ver con el optimismo como mercancía, el más odioso...
(Para no romper el equilibrio intelectivo que he intentado mantener en este análisis, he obviado también toda referencia al optimismo en su relación directa con la terrible sequía que se cierne sobre la Península)
24 Enero 2005
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