No sólo en el aspecto psicológico, pues desconfío de todo desarrollo parcial en detrimento del integral de la persona si no sabe administrarlo; pero también... Escribir habitualmente transforma el ser en todas direcciones. Siempre hay un momento para hacerlo. Lo mismo que para leer. Pero escribir cambia aún más. Desde el momento en que una persona escribe algo medianamente meditado, es otra. Es increíble hasta qué punto una persona que verbaliza una cuestión fuera de las notas ordinarias para andar por casa, desde el momento en que coge el teclado o la pluma y la plasma en el papel o en la pantalla, puede sorprenderse a sí misma “distinta” en relación a ese mismo tema. Pues aunque escriba en una dirección ideológica, es decir, de pensamiento cerrado y “prestado”, se da cuenta también de su obcecación al renunciar a otros aspectos que atisba aunque su propósito sea explotarla. No hablo del dictado, de quien acostumbra desde su poltrona a dictar a otro u otra sus mensajes, instrucciones u órdenes. Hablo de quien escribe recogido en su mismidad y ha de meditar una brizna lo que piensa para pasarlo al soporte correspondiente. Es indudable que para escribir hay que saber leer. Pero el analfabetismo actual no viene de no saber leer juntando las letras, sino de limitarse a pasar la vista por encima de lo escrito, de quedarse con los titulares de un periódico y todo lo más con la entradilla. No ya, como la llamaba Ortega y Gasset, de no practicar la “lectura vertical”, es decir, la lectura "pensante" en los asuntos que lo requiere, sino de preferir el panfleto a la hoja parroquial, la hoja parroquial al folleto, el folleto al periódico... el periódico al libro, el libro a la acción de escribir personalmente lo que uno piensa. A menudo se renuncia a escribir de antemano sin ponerse a prueba, como si escribir fuera algo propio de "expertos"... Escribir supone una tensión mental, una búsqueda de referentes, una necesidad de cerrar en nuestro cerebro las grietas al argumento elástico pero lo más absoluto posible. Pero también, el asumir las consecuencias de nuestra opción, de nuestro relativismo, subjetivismo, solipsismo, según los casos y la materia que abordemos. Porque quien gusta del debate o la discusión, hará planteamientos estrictamente "especializados" para discutirlos con otros tan especializados como él. Pero quien rehúye la polémica, no porque crea que está en posesión de la verdad sino porque tras la dificultad de encontrar alguna medianamente estable, una vez descubierta la hace suya y es "su" verdad, escribirá mucho más con el propósito de reconciliarse consigo mismo antes que buscar convencer a los demás. Incluso antes que sintonizar con los demás. Aquí, en ello y aproximadamente, agotará su propósito, su idea. Pero para escribir, como para hablar, no se precisa ser un “entendido” en escritura, si lo que deseamos es expansionarnos y no asombrar. Porque a esto preferentemente me refiero... Escribir alivia, conforma el pensamiento, lo talla, lo nutre. Y está al alcance de todos. Incluso es un recurso sin igual contra las enfermedades degenerativas del cerebro y aun de la circulación sanguínea. Lo de menos al escribir es hacerlo bien, con elegancia, con persuasión, con efectos colaterales o secundarios de compartir la idea con otros. Lo que importa es que "obliga" al pensamiento. Por eso no es prioritario hacerlo "bien". Estamos tan hartos de tantos que escriben dominando el lenguaje escrito para decir sandeces, incongruencias, desatinos, exabruptos, barbaridades, que valoramos mucho más lo escrito toscamente, aunque no lo compartamos, pero pensado con mimo, que los ríos de tinta al servicio de la mentecatez y a menudo de la parcialidad descarada a favor de causas innobles y exactamente monstruosas. Y no sólo estoy pensando en el periodismo. Ni siquiera en el ensayismo mediático. Estoy pensando en tanto necio ilustrado que escribe contra natura, contra la sensibilidad elemental, contra el humanismo clásico y hasta contra la humanidad escudado en un hipotético éxito novelero o pseudointectual. Lo dicho. Aquél o aquélla que todavía no ha pasado de la lectura a la escritura, si se decide a escribir, comprobará por sí mismo o por sí misma que empieza a ser casi, casi, otra persona. APÉNDICE: Por ejemplo, escribir sobre lo que hace el PP o lo que dice su media docena de cabezas visibles nos degrada. Como nos empequeñece empeñarnos en razonar a un necio. Escribir sobre lo que hacen los demás partidos es ya empezar a razonar... Pero lo que más importa escribir, a los efectos que quiero destacar aquí, es escribir sobre temas comunes y que manejamos con desparpajo, sin habernos puesto a pensar ni un instante qué significa eso que decimos y constantemente manoseamos. Aquí es donde yo quería ir a parar. Porque hay numerosas palabras en todos los ámbitos: sea el político (el que más), sea el humanista, el filosófico, el religioso, etc. que parecen significarlo “todo” y no significan apenas nada. Aquí es donde conviene revisar conceptos. Y escribiendo es como mejor se consigue descubrir que tras ellos casi siempre hay muy poco, por no decir vacío, y que sin embargo al socaire de ellos se acaba a menudo destruyendo, invadiendo, matando, desestablizando, odiando... No sólo en los países que todos estamos pensando, sino también en los rimbombantes países vertebrados en rimbombantes democracias... Si se pensase un poco más, y si todos nos ayudásemos un poco más de la concentración mínima que exige el escribir, el mundo cambiaría. Esa sería la más eficaz revolución. Téngase por seguro. |
26 febrero 2006
Escribir nos transforma
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