06 febrero 2006

Prostituirse

El gobierno central veta al catalán regular la prostitu­ción.

Sin embargo, que de la prostitución son mucho más su­ceptibles otros puntos del cuerpo y la dig­nidad humana no se aloja en el sexo, son dos principios que ya va siendo hora de ser com­prendidos como tales...

Si no lo leo, con estupor, no me lo puedo creer: que ahora, cuando nada se libra de la corrosión y trituración del mer­cado descubra­mos que el núcleo de la dignidad humana se sigue poniendo en el sexo; que el gobierno central de una socialdemocracia (di­luída en el social-liberalismo, una de­mocracia de mercado en definitiva) se descuelgue con esta aprensión de ursulinas de los años 60 negando al gobierno catalán su iniciativa de regular la prostitución callejera y de salón; que lo haga frente a otro gobierno tan socialdemó­crata como él, desau­torizando su propósito y con ar­gumen­tos relamidos que no se tienen en pie; que pretenda dar lec­ciones de moral ante­diluviana frente al deseo de ordenar precisamente una prác­tica eterna y que ya han regulado otros países del entorno sociopolí­tico, es para dejar de creer en su programa social. ¡Quién lo hubiera dicho después del valiente paso de regu­lar el ma­trimonio entre homosexuales!

Está claro que el informe del Instituto de la Mujer sobre la prostitución sigue las consignas nacionalcatolicistas, y el gobierno central ha caído en su trampa. El Instituto consi­dera que "la causa del contrato de prestación de servicios sexuales es ilícita al vulnerar el derecho a la dignidad de la persona..." El informe pone la dignidad donde siempre o donde le parece, en el sexo. Le da igual que la verdadera dignidad del individuo está en reconocerle su derecho a po­nerla él libremente donde tenga por conveniente siempre que no afecte su decisión a terceros. Ese tutela no pedida, dispensada por un Instituto de la Mujer compuesto por miembros acomodados que no son prostitutas, hace un flaco servicio a la mujer. La toma por tonta.

El informe sigue poniendo terca y obscenamente la digni­dad en la pudibundez del sexo. Poco le importa que las partes de la identidad de la persona verdaderamente no­bles, la conciencia y la voluntad, estén en cambio por defini­ción del sistema automáticamente sujetas a comercio.

¿Le parece que no es degradante vender la conciencia a una Iglesia, o la voluntad aparejada a la mano de obra a un empresario sólo por el hecho de que el pago y el cobro por los servicios prestados no suelen ser instantá­neos? ¿Es menos prostitución degradante unirse a otra per­sona en matrimonio por cualquier motivo menos por amor? ¿Es me­nos corrupto y degradante ceder el pensamiento po­lítico a los chantajes y presiones del partido a que se perte­nece, como acaba de hacer un político catalán de la dere­cha y hacen tantos por razones oscuras o dia­man­tinas? ¿Es me­nos corrupto un científico silenciando sus dictámenes con­trarios a los intereses del poder financiero? ¿Es menos de­gradante vender el país propio a los intereses de otro país por protagonismo personal del “presidente de la república”, como llamó Jeb Bush, el hermano del emperado­rí­simo, a Aznar a quien prometió cuantiosos "beneficios" por su parti­cipación en el crimen de Irak?

Si esto les parece a algunos hilar muy o demasiado fino es porque sigue anclada la conciencia, la voluntad y el sexo en los sitios que han estado siempre entre la parte de pobla­ción dominante, simiesca, de este país. Es porque la volun­tad y la con­ciencia siguen estando precisamente en los ge­nitales, y el sexo, en el seso y en los nervios.

Que el Instituto de la Mujer despliegue el mismo discurso para preservar la dignidad de la mujer que no necesita o no gusta prostituirse, es consecuencia de un atraso mental y espiritual en una sociedad que sólo avanza, además muy desigualmente, en lo material. En una sociedad que, por otros indicios coronados ahora por esta prueba, re­trocede a pasos agigantados en libertades formales y hasta en liber­tad a secas.

Que no se confundan ni el Instituto de la Mujer ni el go­bierno: lo degradante no es el comercio del coito, sino el sistema sociopolítico mismo en el que sobrenadan ambos, Instituto y gobierno, además tan satisfechos con las enten­dederas y los valores falsos de siempre. El gobierno catalán está a la altura de la historia. Por eso no extraña que el pueblo catalán mayoritariamente desee zafarse de la fuerza centrípeta que ejercen sobre él los gobiernos centrales.

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