08 febrero 2006

El fraude de la libertad

El principio de la democracia de mercado es un sarcasmo: sólo tiene libertad quien puede pagarla. Y los que la tienen porque la han comprado se asocian entre ellos para ejer­cerla y administrarla, por las buenas o por las malas. De ellos emana el verdadero poder... Ahí em­pieza todo lo ne­fasto de cada de­mocracia llamada con toda prosopopeya “liberal”.

Y lo nefasto a escala global hoy día, no puede ser otra cosa que la escalada bélica que hay detrás de una determi­nación encaminada al expolio total. Como en tierras occi­den­tales se está ago­tando el petróleo, el Poder mundial alojado en el Pen­tágono, en la Casa Blanca y en Down Street hace tiempo que deci­dió tomar por la fuerza los paí­ses donde to­davía queda. Para nada hay, por tanto, un “choque de civili­za­cio­nes”. Hay un encontronazo provocado por el atracador que quiere pasar de ejercer la hegemonía en la zona durante más de un siglo, a la dominación directa. Por lo tanto, hablemos con propie­dad. La confrontación no es la del Is­lam co­ntra Oc­cidente, ni siquiera del Is­lam contra la Cris­tiandad. Es, Occi­dente camu­flado en Cris­tiandad, co­ntra Oriente y la religión islá­mica...

Dicho esto, quería redundar en lo que el otro día decía al hablar de la in­utilidad de razonar. Y lo decía sobre todo por­que el razonar, por muy primo­rosamente que se haga, no hace más que acrecentar el barullo sin produ­cir efecto bal­sámico aprecia­ble al­guno al menos inmediato; salvo para uno mismo.

Y no lo es, porque hoy los desli­ces en política y en el pe­rio­dismo son atosigantes. No son, ni esporádicos ni co­yun­turales. Hoy no se da abasto saliendo al paso del des­pro­pó­si­to. Hoy, la excepción está en la normalidad. Las per­so­nas juicio­sas y sus vidas co­rrientes, los profesio­nales de todo tipo, sen­satos, que siguen cá­nones de com­porta­miento que han sido razonables y comunes hasta ahora, no goza­rán del aprecio general ni de la valoración social. Ser del montón no da cré­dito ni vende. Hay que ser extra­va­gante, conducirse y pensar de ma­nera estram­bótica pero no origi­nal, y prefe­ren­te­mente ofensivos contra co­ntra alguien: para so­bre­salir, para vender ejemplares y hasta para trabajar honra­da­mente. So­bre todo hay que rezumar agresivi­dad. En España lo dicta la fi­losofía, la doble moral y la psi­cología de uno de los dos “partidos políticos” mayoritarios; por lo tanto la filo­sofía y la psicología de una importante ma­yo­ría.

Ser agresivo es una cuali­dad que está muy por encima de la inteli­gencia a secas o se con­funde con ella. En todo su­cede lo mismo. El disparate, no la ecuanimi­dad, se vende como fruta del tiempo. El gusto por la excentricidad, aunque cada vez se extiende más entre la población o precisamente por eso, es mil veces más coti­zado por los medios y por las empresas que el de la per­sona clásica "ejemplar". Este no intere­sa a nadie. Pero esa clase de li­bertades hay que reco­nocer que son ab­solutamente irrelevantes.

El lema periodístico tan conocido de que la noticia no es que un perro muerda a una persona sino que una persona muerda a un perro, ha caído en desuso. Hoy la noticia está en que el perro muerda a una per­sona, pues lo que se ve a to­das horas por la calle, los despachos y los estrados es a personas mor­diendo a pe­rros...


Lo que decía al principio, la libertad es una trampa. No me extraña que Lenin se preguntase “libertad ¿para qué?” Lo que no comprendo es por qué no se preguntó también ¿para quién? Esa li­ber­tad que, manejada de manera inmise­ricorde por unos cuantos, ha cambiado el clima sobre el planeta y está acabando con la forma de vida tal como la conocemos. Sólo los que tienen dinero y alguna clase de poder la po­seen. Los de­más so­mos comparsería pura. Es­pectadores televisi­vos que sólo pueden aspirar a poner mensajes a destajo para en­gordar las arcas de los que ya no saben qué hacer con el di­nero. Pero atrévase vd. a res­ponder sin su­misiones que no vienen a cuento a un guardia de Marbella, de Ro­quetas, de la Bar­celo­neta o del Brooklyn neoyor­quino... Lo más probable es que acabe como Gal­deano o ese inglés muerto ayer a palos poli­ciacos en Marbe­lla.

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