Haciendo uso de la libertad de opinión que tantos hoy día reclaman, me voy a meter en este jardín pese a que unos y unas dirán que no precisa el tercer sexo de mis alabanzas y otros que no las merecen. Este asunto sólo se puede tratar de dos maneras: con rigor científico entendiéndose por tal el biológico, psicológico y antropológico, o con toda naturalidad. Puesto que éstos no son sitios para tratarlo de otro modo que no sea con naturalidad, a ello voy.
Antes de opinar sobre esta materia he de decir que me considero tan hombre como el que más. Por testosteronea, por educación y por cultura. Los rasgos varoniles, como los femeninos también se cultivan, se desarrollan y se acentúan. Como la musculatura. Por más empeño que pongamos en considerarnos todos personas como la seña identificativa común, y sin dejar de serlo, hay rasgos comunes indiferenciados y otros diferenciados e inevitables que configuran a los sexos, como diferenciados son los que distinguen a cada individuo de otro: la huella digital, por ejemplo. Es cierto que el sexo del ser humano no está principalmente, ni mucho menos, en los genitales ni en su capacidad amatoria por expresarlo en términos tradicionales. Pero no dejamos de ser, por mucho que lo obviemos, animales sociales. De que somos por encima de todo más animales que racionales hay pruebas diarias y demoledoras. Lo somos, querámoslo o no, amatorios o no. Aunque el único, el ser humano, que ríe y bebe sin sed.
Por mucha elevación o indiscriminación que "cultivemos" el sexo para que el "otro" sexo se equipare en derechos y en protagonismo intersocial con el nuestro, no dejará por eso de tener uno los pechos más prominentes y vagina, y el otro, pene y vello en mayor abundancia fuera del cráneo; uno una fisiología y el otro otra; uno capacidad de engendrar y alumbrar vida y el otro tener que contentarse con fabricar arte, o lo que sea, o con nada. Por cierto, que la posibilidad de dar vida ha sido o sigue siendo la aptitud más excelsa de uno de los sexos. Si bien, tal como van las cosas del mundo y del planeta, lo mejor sería dejar ipso facto de engendrar aunque sólo fuera para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos más, no sufran gratuitamente las consecuencias de nuestros excesos, pues no podrán, pronto, meterse en ningún lugar del mundo donde la Naturaleza no haya sido violada y no tengan ya qué comer. El denostado "machismo" a menudo se confunde con la enfatización de cualidades masculinas y femeninas tradicionales, en ese afán que cunde hoy día en hacer tabla rasa con todo lo relacionado con ambos sexos. Pero, insisto, por más empeño que se ponga en ello nunca dejarán de existir dos. Mejor dicho, tres sexos. Dejemos la androginia a un lado o asociémosla al tercero. Da igual.
El caso es que mi tarjeta de presentación a estos efectos tiene que ver con esto: soy simplemente un hombre.
Dicho lo anterior, mi propósito hoy es, aunque para nada lo precise y quizá eche sobre mí la maldición de muchos y de muchas, destacar que el tercer sexo es, en mi consideración, el ideal. Equidistante del uno y del otro, conocedor por ciencia infusa de los registros del uno y del otro, el homosexual tiene considerables ventajas psicológicas y morales, además inéditas para el resto de los mortales, sobre el heterosexual.
Si ha salido del armario hace bien, porque se libera psicológicamente quizá de lo que fue una carga para él o para ella. Pero si no ha salido y sigue sin publicar su sexualidad, hace bien también, pues la sexualidad de cada cual es, como tantas otras cosas, cosa de cada cual y de la privacidad de cada cual. Como lo son los sentimientos.
En castellano (conozo poco nuestras demás lenguas vernáculas y el euskera) hay en esta materia muchos matices en la forma de "graduar" la "dignidad" presunta del ser humano. Quizá por influencia decisiva de la cultura/anticultura religiosa. Se asocia la dignidad y la calidad humana en cada uno de ellos a actitudes que aquella cultura potenciaba. El hombre/macho, sincero, franco, valiente, directo: las virtudes castrenses por antonomasia. La mujer/hembra, hacendosa, recatada, amante, diplomática... Todo lo cual no ha hecho posible que desaparezcan del mundo, del hispano prioritariamente, los maricones y las putas. (Sigue leyendo antes de sublevarte) Muchísimos más, que van por cierto multiplicándose en un ostensible in crescendo, que hombres y mujeres a secas. Lo que ocurre es que el maricón se halla tanto entre el homosexual como entre los "varones", y la puta, tanto entre el homosexual como entre las "féminas". Es más, hay hoy yo diría que infinitamente más maricones entre los hombres heterosexuales que pasan por serlo, que entre homosexuales, declarados o no. E infinitamente más putas entre las mujeres heterosexuales que pasan también por serlo, que prostitutas. Pues la prostituta ejerce una profesión, por cierto la más antigua que se conoce, mientras que la puta trata de pasar por respetable mezclada con tantas que no lo son.
Antes de opinar sobre esta materia he de decir que me considero tan hombre como el que más. Por testosteronea, por educación y por cultura. Los rasgos varoniles, como los femeninos también se cultivan, se desarrollan y se acentúan. Como la musculatura. Por más empeño que pongamos en considerarnos todos personas como la seña identificativa común, y sin dejar de serlo, hay rasgos comunes indiferenciados y otros diferenciados e inevitables que configuran a los sexos, como diferenciados son los que distinguen a cada individuo de otro: la huella digital, por ejemplo. Es cierto que el sexo del ser humano no está principalmente, ni mucho menos, en los genitales ni en su capacidad amatoria por expresarlo en términos tradicionales. Pero no dejamos de ser, por mucho que lo obviemos, animales sociales. De que somos por encima de todo más animales que racionales hay pruebas diarias y demoledoras. Lo somos, querámoslo o no, amatorios o no. Aunque el único, el ser humano, que ríe y bebe sin sed.
Por mucha elevación o indiscriminación que "cultivemos" el sexo para que el "otro" sexo se equipare en derechos y en protagonismo intersocial con el nuestro, no dejará por eso de tener uno los pechos más prominentes y vagina, y el otro, pene y vello en mayor abundancia fuera del cráneo; uno una fisiología y el otro otra; uno capacidad de engendrar y alumbrar vida y el otro tener que contentarse con fabricar arte, o lo que sea, o con nada. Por cierto, que la posibilidad de dar vida ha sido o sigue siendo la aptitud más excelsa de uno de los sexos. Si bien, tal como van las cosas del mundo y del planeta, lo mejor sería dejar ipso facto de engendrar aunque sólo fuera para que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos más, no sufran gratuitamente las consecuencias de nuestros excesos, pues no podrán, pronto, meterse en ningún lugar del mundo donde la Naturaleza no haya sido violada y no tengan ya qué comer. El denostado "machismo" a menudo se confunde con la enfatización de cualidades masculinas y femeninas tradicionales, en ese afán que cunde hoy día en hacer tabla rasa con todo lo relacionado con ambos sexos. Pero, insisto, por más empeño que se ponga en ello nunca dejarán de existir dos. Mejor dicho, tres sexos. Dejemos la androginia a un lado o asociémosla al tercero. Da igual.
El caso es que mi tarjeta de presentación a estos efectos tiene que ver con esto: soy simplemente un hombre.
Dicho lo anterior, mi propósito hoy es, aunque para nada lo precise y quizá eche sobre mí la maldición de muchos y de muchas, destacar que el tercer sexo es, en mi consideración, el ideal. Equidistante del uno y del otro, conocedor por ciencia infusa de los registros del uno y del otro, el homosexual tiene considerables ventajas psicológicas y morales, además inéditas para el resto de los mortales, sobre el heterosexual.
Si ha salido del armario hace bien, porque se libera psicológicamente quizá de lo que fue una carga para él o para ella. Pero si no ha salido y sigue sin publicar su sexualidad, hace bien también, pues la sexualidad de cada cual es, como tantas otras cosas, cosa de cada cual y de la privacidad de cada cual. Como lo son los sentimientos.
En castellano (conozo poco nuestras demás lenguas vernáculas y el euskera) hay en esta materia muchos matices en la forma de "graduar" la "dignidad" presunta del ser humano. Quizá por influencia decisiva de la cultura/anticultura religiosa. Se asocia la dignidad y la calidad humana en cada uno de ellos a actitudes que aquella cultura potenciaba. El hombre/macho, sincero, franco, valiente, directo: las virtudes castrenses por antonomasia. La mujer/hembra, hacendosa, recatada, amante, diplomática... Todo lo cual no ha hecho posible que desaparezcan del mundo, del hispano prioritariamente, los maricones y las putas. (Sigue leyendo antes de sublevarte) Muchísimos más, que van por cierto multiplicándose en un ostensible in crescendo, que hombres y mujeres a secas. Lo que ocurre es que el maricón se halla tanto entre el homosexual como entre los "varones", y la puta, tanto entre el homosexual como entre las "féminas". Es más, hay hoy yo diría que infinitamente más maricones entre los hombres heterosexuales que pasan por serlo, que entre homosexuales, declarados o no. E infinitamente más putas entre las mujeres heterosexuales que pasan también por serlo, que prostitutas. Pues la prostituta ejerce una profesión, por cierto la más antigua que se conoce, mientras que la puta trata de pasar por respetable mezclada con tantas que no lo son.
Son maricones y putas a mi juicio a punto de perderlo: hombres y mujeres que se casan adquiriendo derechos de propiedad, por cualquier causa menos por amor; hombres y mujeres que trafican con su conciencia y se someten a los dictados de una secta o de una religión o al capricho de quien les paga; hombres y mujeres que ponen precio por someter su voluntad a un "jefe"; dirigentes, hombres de empresa, políticos... que venden a su país a otro país que lo sojuzga... son putas y maricones que les vemos todos los días entre nosotros sacando pecho o enseñando el culo haciéndonos creer encima que tienen honor. Más honor y más rectitud que nosotros, hombres, mujeres y homosexuales sencillos y sin pretensiones, que profesamos profundo respeto a los demás y a todas las opciones en cualquier sentido que hayan elegido los demás... sin vendernos.
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