29 enero 2006

La culpa es de ellos...

Me decía un sabio amigo mío tan añoso como yo, que el "ser humano" siempre sabe salir del trance. Lo que ocurre es –aña­día- que espera a encontrarse al lí­mite...

A pesar de la indudable sabiduría de mi amigo, me parece una confianza y un optimismo infundados. Sencillamente por­que no existen precedentes a esta escala. Pues nunca, fuera de la protohistoria y la fantasía, se ha visto en una situación en la que a escala planetaria se esté jugando la suerte de la vida toda sobre el planeta a menos que pense­mos en mu­tantes. Por otro lado, no podemos considerar en este asunto al “ser humano” como un todo unita­rio a la hora de pedirle cuentas.

Pues no es el "género humano" quien tiene la culpa del ver­tiginoso proceso de desecación del planeta en el que se al­terna la sequía globa­lizada que parece no va a dar marcha atrás, con lluvias to­rrenciales que no pueden aprovecharse ni al­macenarse. Cuando dice mi amigo que el "ser humano" se adapta y sabe aco­modarse a las transformaciones de su hábitat cuando lo precisa, etc., ha de reconocer que hoy día, en tiempos de Matrix, la suerte de todo él, de todo el género humano, depende sólo de unos pocos que dan órdenes di­rectas o consignas por todo el globo.

Por mucho que nos quieran vender la pedagogía de la igualación -para lo que les conviene- no hay duda de que las diferencias entre se­res humanos vienen de su diferente con­dición y del papel que representan en la sociedad que hace que su compor­ta­miento sea dual y a menudo contra­dictorio. Pues si el indivi­duo tiene responsabilidades públi­cas por un periodo de tiempo, su psicología está dividida. Tiene una pri­vada y otra pública puesta al servicio del com­promiso de grupo. Y es aquí donde falla y lleva las cosas al límite en gra­vísimo perjuicio de todos los demás. Es aquí donde o no in­ten­tará nada porque cuenta ya con recursos para salvarse del naufragio, o in­tentará en último término el remedio cuando no quepa ya el retorno.

Que hay dos “seres humanos” lo vemos cuando nos fija­mos por un lado en ese representado por el yanqui que no firma Protocolos sobre el clima, ese que apura tanto la si­tuación que cuando quiere deci­dirse ya es tarde, y, por otro, el que intenta tomar medidas en diversos Foros para fre­nar los contaminantes de la at­mósfera. En último término ¿es el mismo "ser humano" el que ante el peligro retrocede, que el capaz de hun­dirse en el pantano por el peso de una cuenta bancaria en Suiza antes que renunciar a ella?

Nadie tiene derecho a legar a sus nietos y a los nuestros una existencia desesperada al agotar lo que no le perte­nece. Ese es su nefando pecado. Pecado, por cierto, que no sólo el papa católico no condena, sino que lo conjuga pro­moviendo más natali­dad para traer al mundo más adorado­res de su dios y para el sufrimiento...

Por otra parte no es justo confundir al "ser humano" in­teli­gente con el necio. Esto conviene tenerlo presente al abor­dar esta cuestión de adaptación, reac­ción y posible solu­ción a los problemas de supervivencia. De la misma ma­nera que, pres­cindiendo de la imprecisa y confusa clasifica­ción entre "bue­nos" y "malos", hay cigarras y hormi­gas, aventureros y preca­vidos, temerarios y discretos, gue­rreros y pacíficos, la­drones y honestos, canallas y nobles de espíritu, tam­bién hay diri­gentes prudentes y dirigentes criminales que forman con otros ban­das asimimo criminales. Hasta el mismo San Agus­tín hablaba así de ellos, nada menos que en el siglo IV, cuando los gobernantes no son justos.

De modo que no nos metan a todos en el mismo saco; no metan en él a unos y a otros para camuflar la culpabilidad de los que vienen provocando la presente catástrofe del clima global que empezamos a vivir como tribulación bíblica.

Porque la culpa de lo que viene sucediendo y sucederá, la tienen no sólo los líderes políticos –también porque se lo consienten-, sino sobre todo los dueños y gestores de la in­dustria automovilística, la maderera, la química, la pa­pe­lera, la construcción a escala industrial, los dueños y gesto­res, en fin, del dinero vil. Quie­nes desde luego no tenemos culpa del desastre somos los demás que sólo nos re­pre­sentamos a nosotros mis­mos.

No nos vengan ahora involucrando en la responsabilidad de los próceres del mundo. No nos vengan pidiendo que apor­temos cada uno nuestro grano de arena y nos preocu­pemos de evitar lo que no se puede ya evitar ni "ellos" han querido evitar. Que no intenten provocar en no­sotros "mala concien­cia" por no reci­clar basura y miseria que generan fe­bril, torpe e incesantemente, o por no hacer eco­nomía de energía y de agua. Ya es tarde. Lo que ya sólo esperamos es que todo re­viente. Puesto que "ellos" vienen maliciosa­mente ciegos a lo largo de todo el desarrollo in­dustrial haciendo caso omiso del peligro que cualquier indi­viduo tosco o primitivo venía viendo, que co­rran "ellos" con las consecuencias y las pa­guen con­junta­mente con noso­tros. A fin de cuentas, quien tiene más es el que más pierde. Miles de millones de "seres humanos" pre­fieren morir a vivir sin dignidad porque poco o nada tienen que perder. Estos “se­res humanos” ¿qué tienen que ver con los “otros”?

El hidrógeno, por ejemplo, es el sustituto perfecto del pe­tróleo, fuente de energía que es la responsable del 90% del CO2 . Y esto se sabe desde hace por lo menos una dé­cada. Pues nadie de entre los que corresponde decidir re­nuncia al petróleo para pasar al hidrógeno como energía de recam­bio. Los intereses del crudo le han cerrado el paso. Ese "ser humano" ¿es el mismo que nosotros? ¿Nos queda otro re­medio que la re­signación frente a la necedad de no haberlo reemplazado a tiempo?

El "ser humano" es un compuesto de inteligencia creativa y destructiva, de egoísmo y renunciación, de individualismo y socialidad. Pues bien, los "responsables" han elegido la monstruosidad. Y no estamos dispuestos a colaborar, de nin­guna manera, con monstruos. No sólo no remite la pro­moción del coche movido por el crudo: arredra. No hay más que fi­jarse en la publicidad de mil marcas en todo el mundo.

A ese "ser humano" genocida de este pla­neta, que es de todos, le esperamos en el infierno.

Todo esto no es dramatizar sin sentido o por el gusto de hacer literatura o periodismo de denuncia. Esto es una vi­sión, una percepción más bien, procedente del examen de­tenido de la naturaleza humana. Y la naturaleza humana, especial­mente en quienes la dirigen siempre, tiene mucho más de zoología e irracionalidad que de racionalidad, de idealidad y de metafísica. Sobre todo lle­gado ese momento en que unos cuantos, los dominado­res del planeta, dan prio­ridad a su yo personal y extraordinariamente a los intereses del grupo eco­nómico a que pertenecen, hasta el extremo de arrancarse de cuajo el instinto de superviven­cia que venía grabado en los genes de nuestra especie.

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