Empecé a fumar a los doce años, edad alrededor de la que se contraen los peores vicios. A los 38 años, es decir, hace treinta, me di cuenta de que amaba tanto mi libertad que tuve la sensación de que fumando abusaba de ella, y lo dejé cuando venía consumiendo una cajetilla al día. Por eso sé de lo que hablo. Así es que sobre el asunto me manifiesto con toda objetividad o eso pretendo. Y tercio en un asunto que, para ser tratado en profundidad en realidad requiere muchos más miramientos de los que ordinariamente se tienen, porque el no fumador celebra sin más los ataques al fumador, el fumador ocasional no sabe, no contesta, y el fumador empedernido vive acomplejado por su vicio y o bien se retrae o suele responder desmedidamente a cuanto considera un intromisión en su comportamiento compulsivo...
Dicho lo anterior y aunque el hábito de fumar es una costumbre demasiado arraigada en la sociedad occidental como para que antes de la Ley Antitabaco se hubieran podido intentar otras medidas gubernativas tales como la vigilancia precisa para que a los cigarrillos no se les añadan aditivos que refuercen la adicción y manuales sobre la pedagogía del fumador similares a los que proliferan sobre el uso del sexo, demos por buena la Ley para separar al fumador del que no lo es. Está bien que se aisle al no fumador del fumador. Es sabido que el fumador no suele ser considerado, inconsciente, con los que no lo son, y tampoco hay derecho a que sometan a otros a la inhalación forzosa de su humo... Hasta aquí, vale.
Pero todas las demás justificaciones que se incluyen en la Ley, a mi juicio, están demás. Y he leído la exposición de motivos de la Ley. Que la ley incluya menciones y datos y estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, asombra. Y asombra porque si se tuvieran en cuenta, sin ir más lejos, las estadísticas de muertos por accidente de coche en carretera (176 se han producido sólo en estas fiestas en el país) mañana mismo deberían los Parlamentos de esos mismos países promulgar una ley que ciñera el uso del coche al patio de cada casa, al jardín de cada chalet o a las vías locales de cada pueblo. Pero descuidemos, no lo hacen ni lo harán.
Otro tanto podemos decir del consumo de bebidas alcohólicas. Que “el tabaco perjudica al fumador mismo pero también a los fumadores pasivos, y el alcohol y otras drogas no” es el argumento que se pretende definitivo. ¿Que no perjudican a terceros? Lo dudo. Parecerá que no perjudican porque las consecuencias no se manifiestan de inmediato, pero todos los comportamientos compulsivos estampan huellas imborrables en la sociedad. Y no creo que haya necesidad de enumerar los que vienen determinados por un sistema que los atiza a través de medios y publicidad. Podríamos decir que hoy día no hay más que dos alternativas en una sociedad que trata de homogeneizarlo todo: o la compulsión tipo zapping o el entontecimiento absoluto. La salud nerviosa está siempre por medio, la ansiedad, la depresión, el hastío, las desganas de vivir; todo inductor de muerte, de desprecio y de temores infundados: el terrorismo internacional, por ejemplo.
Por otra parte, estamos hartos de saber que las cosas no son ni buenas ni malas por sí mismas. Es la dosis y la inoportunidad en su uso lo que las hace perjudiciales. El cuchillo sirve tanto para corta carne como para apuñalar. Los medicamentos en su mayoría contienen sustancias que son veneno en dosis más altas. La medicalización de ansiolíticos sube en proporciones alarmantes. Y también estamos hartos de saber que no vale tanto la longevidad como la calidad de vida. Es más, si las cifras provinientes de la OMS se cotejaran con otras, por ejemplo con las de mortalidad por consumo desordenado de alcohol, cirrosis hepáticas y pancreáticas, etc., quizá se hubiera empezado por arremeter contra el alcohol. Consúltese a Escohotado. Por otra parte se dan cifras interesantes sobre los éxitos de la Medicina. Pero estoy a la espera de obtener otras, que seguro existen pero se hurtan al gran público, sobre los fracasos de la Medicina y la patogenia que induce la Medicina en sí misma y los médicos como vectores?
Tener en cuenta datos y pareceres de la OMS para lo que conviene apoyar y silenciar los aspectos que no convienen es un peligroso procedimiento dialéctico que irrita. Tan odioso por otra parte es oponerse a todo por sistema, como adherirse a todo lo académico porque lo es...
Así es que lo terrible que es el tabaco, las enfermedades que ocasiona, los gastos sanitarios que origina, etc de la Ley, sobran. Esos otros aspectos que tratan de justificarla no cuadran más que por vía de los contrasentidos a que acostumbran estas sociedades y de las manipulaciones a que las someten los poderes económicos de las que a menudo se hace cómplice el político.
En la tanda de argumentos que van desde la nocividad del tabaco hasta el evitar el alto gasto sanitario que generan las enfermedades relacionadas con él, está la “trampa” y buena dosis de sinrazón. Veamos:
a) si tanta preocupación hay por extirpar un hábito dañino ¿por qué no han hecho mella hasta ahora las horrorosas estadísticas sobre enfermedades hepáticas causadas por el alcohol sobre las que al parecer recae el primer gasto sanitario?
b) quienes fuman compulsivamente es porque tienen temperamento compulsivo, y si se sienten forzados a dejarlo por razones sociales, no será difícil que deriven su costumbre hacia otros hábitos quizá más perniciosos a escondidas. Si se sienten perseguidos y tratados como apestados, rebuscarán otras drogas que son más gratificantes aunque sean también más caras.
c) ¿por qué no se hace la macabra advertencia que se inserta en las cajetillas de tabaco: “mata” también en las botellas de cerveza, de bebidas espirituosas, de whisky y de vino, y a los coches no se les limita la velocidad, tan fácil es?
Resulta sospechoso someter a un país a un régimen de salud forzosa en esta materia, cuando hay cada día más y más morbilidad y agresividad en la pareja, en la familia, en la televisión, en los colegios, en la calle, en el medio ambiente y en los parlamentos. Todo inerradicable mientras el “mercado” siga “libre” aunque no lo sea. Por algo hay que empezar, nos dirán. Pero empezar por suprimir la costumbre de fumar en público, hace pensar que se impone porque simplemente es la supresión más fácil.
Otra cuestión. Es, cuanto menos, para reflexionar que tres países oficialmente católicos, Irlanda, España e Italia, además de otro fundamentalista que es como si lo fuera, Estados Unidos, se hayan preocupado tanto de este asunto y de la misma manera prohibiendo fumar en público.
La peor droga es la sociedad misma en que vivimos. Y la española es quizá más que otra hoy día en Europa en general ansiosa, ambiciosa, agresiva, despectiva, y prepotente. ¿Cree alguien que con medidas como ésta o con una futura ley seca, somos más modernos y avanzados y será éste un país de ciudadanos saludables?
Se dejará de fumar a la larga, como se dejó de escupir en la taberna y en el tren. Pero los nubarrones de tendencias convertidas ya en hábitos en toda regla mucho más tremebundos asoman ya por el horizonte.
¿Qué clase de generación, sin ir más lejos, se está formando con las “consolas” y los videojuegos que se han enseñoreado de las mentes infantiles, adolescentes y ya también adultas por lo que sé? Ni los padres ni los educadores pueden ya con esa lacra de la que, como en todo, sacan buena tajada muchos, empezando por todo lo que se relaciona con la dichosa publicidad.
Acaban de sacar un cigarrillo de combustión sin humo. Seguro que se ha impedido su comercialización porque los gobiernos no tienen tanta flexibilidad como para cambiar de planes cuando ya los tienen en su cartera, y los inductores económicos ya están esperando resultados...
¿Se tapan unos agujeros para que por otros respiren mejor los vinateros, los licoreros, los cocacoleros, los camellos, los fabricantes de videojuegos y los casinos?
Es lo típico de tantos conformes con el sistema aunque presuman de lo contrario. De tantos y tantos periodistas y moralistas que se dedican a perseguir efectos, cuando desde sus respectivos asentamientos serían mucho más eficaces si señalasen con la misma tenacidad las causas que los provocan.
Estas son las razones por las que, más que la prohibición de fumar en público, la persecución del fumador y del tabaco hacen de lo que rodea a esa Ley una decisión poco sabia que da la impresión de que más que la intención de proteger al no fumador lo que encierra es la de mejorar otras expectativas y otros intereses que ya irán saliendo a relucir.
Por último, me veo obligado a hacer esta terrible confesión personal: desde que dejé de fumar nunca me he encontrado peor...
9 Enero 2006
Dicho lo anterior y aunque el hábito de fumar es una costumbre demasiado arraigada en la sociedad occidental como para que antes de la Ley Antitabaco se hubieran podido intentar otras medidas gubernativas tales como la vigilancia precisa para que a los cigarrillos no se les añadan aditivos que refuercen la adicción y manuales sobre la pedagogía del fumador similares a los que proliferan sobre el uso del sexo, demos por buena la Ley para separar al fumador del que no lo es. Está bien que se aisle al no fumador del fumador. Es sabido que el fumador no suele ser considerado, inconsciente, con los que no lo son, y tampoco hay derecho a que sometan a otros a la inhalación forzosa de su humo... Hasta aquí, vale.
Pero todas las demás justificaciones que se incluyen en la Ley, a mi juicio, están demás. Y he leído la exposición de motivos de la Ley. Que la ley incluya menciones y datos y estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, asombra. Y asombra porque si se tuvieran en cuenta, sin ir más lejos, las estadísticas de muertos por accidente de coche en carretera (176 se han producido sólo en estas fiestas en el país) mañana mismo deberían los Parlamentos de esos mismos países promulgar una ley que ciñera el uso del coche al patio de cada casa, al jardín de cada chalet o a las vías locales de cada pueblo. Pero descuidemos, no lo hacen ni lo harán.
Otro tanto podemos decir del consumo de bebidas alcohólicas. Que “el tabaco perjudica al fumador mismo pero también a los fumadores pasivos, y el alcohol y otras drogas no” es el argumento que se pretende definitivo. ¿Que no perjudican a terceros? Lo dudo. Parecerá que no perjudican porque las consecuencias no se manifiestan de inmediato, pero todos los comportamientos compulsivos estampan huellas imborrables en la sociedad. Y no creo que haya necesidad de enumerar los que vienen determinados por un sistema que los atiza a través de medios y publicidad. Podríamos decir que hoy día no hay más que dos alternativas en una sociedad que trata de homogeneizarlo todo: o la compulsión tipo zapping o el entontecimiento absoluto. La salud nerviosa está siempre por medio, la ansiedad, la depresión, el hastío, las desganas de vivir; todo inductor de muerte, de desprecio y de temores infundados: el terrorismo internacional, por ejemplo.
Por otra parte, estamos hartos de saber que las cosas no son ni buenas ni malas por sí mismas. Es la dosis y la inoportunidad en su uso lo que las hace perjudiciales. El cuchillo sirve tanto para corta carne como para apuñalar. Los medicamentos en su mayoría contienen sustancias que son veneno en dosis más altas. La medicalización de ansiolíticos sube en proporciones alarmantes. Y también estamos hartos de saber que no vale tanto la longevidad como la calidad de vida. Es más, si las cifras provinientes de la OMS se cotejaran con otras, por ejemplo con las de mortalidad por consumo desordenado de alcohol, cirrosis hepáticas y pancreáticas, etc., quizá se hubiera empezado por arremeter contra el alcohol. Consúltese a Escohotado. Por otra parte se dan cifras interesantes sobre los éxitos de la Medicina. Pero estoy a la espera de obtener otras, que seguro existen pero se hurtan al gran público, sobre los fracasos de la Medicina y la patogenia que induce la Medicina en sí misma y los médicos como vectores?
Tener en cuenta datos y pareceres de la OMS para lo que conviene apoyar y silenciar los aspectos que no convienen es un peligroso procedimiento dialéctico que irrita. Tan odioso por otra parte es oponerse a todo por sistema, como adherirse a todo lo académico porque lo es...
Así es que lo terrible que es el tabaco, las enfermedades que ocasiona, los gastos sanitarios que origina, etc de la Ley, sobran. Esos otros aspectos que tratan de justificarla no cuadran más que por vía de los contrasentidos a que acostumbran estas sociedades y de las manipulaciones a que las someten los poderes económicos de las que a menudo se hace cómplice el político.
En la tanda de argumentos que van desde la nocividad del tabaco hasta el evitar el alto gasto sanitario que generan las enfermedades relacionadas con él, está la “trampa” y buena dosis de sinrazón. Veamos:
a) si tanta preocupación hay por extirpar un hábito dañino ¿por qué no han hecho mella hasta ahora las horrorosas estadísticas sobre enfermedades hepáticas causadas por el alcohol sobre las que al parecer recae el primer gasto sanitario?
b) quienes fuman compulsivamente es porque tienen temperamento compulsivo, y si se sienten forzados a dejarlo por razones sociales, no será difícil que deriven su costumbre hacia otros hábitos quizá más perniciosos a escondidas. Si se sienten perseguidos y tratados como apestados, rebuscarán otras drogas que son más gratificantes aunque sean también más caras.
c) ¿por qué no se hace la macabra advertencia que se inserta en las cajetillas de tabaco: “mata” también en las botellas de cerveza, de bebidas espirituosas, de whisky y de vino, y a los coches no se les limita la velocidad, tan fácil es?
Resulta sospechoso someter a un país a un régimen de salud forzosa en esta materia, cuando hay cada día más y más morbilidad y agresividad en la pareja, en la familia, en la televisión, en los colegios, en la calle, en el medio ambiente y en los parlamentos. Todo inerradicable mientras el “mercado” siga “libre” aunque no lo sea. Por algo hay que empezar, nos dirán. Pero empezar por suprimir la costumbre de fumar en público, hace pensar que se impone porque simplemente es la supresión más fácil.
Otra cuestión. Es, cuanto menos, para reflexionar que tres países oficialmente católicos, Irlanda, España e Italia, además de otro fundamentalista que es como si lo fuera, Estados Unidos, se hayan preocupado tanto de este asunto y de la misma manera prohibiendo fumar en público.
La peor droga es la sociedad misma en que vivimos. Y la española es quizá más que otra hoy día en Europa en general ansiosa, ambiciosa, agresiva, despectiva, y prepotente. ¿Cree alguien que con medidas como ésta o con una futura ley seca, somos más modernos y avanzados y será éste un país de ciudadanos saludables?
Se dejará de fumar a la larga, como se dejó de escupir en la taberna y en el tren. Pero los nubarrones de tendencias convertidas ya en hábitos en toda regla mucho más tremebundos asoman ya por el horizonte.
¿Qué clase de generación, sin ir más lejos, se está formando con las “consolas” y los videojuegos que se han enseñoreado de las mentes infantiles, adolescentes y ya también adultas por lo que sé? Ni los padres ni los educadores pueden ya con esa lacra de la que, como en todo, sacan buena tajada muchos, empezando por todo lo que se relaciona con la dichosa publicidad.
Acaban de sacar un cigarrillo de combustión sin humo. Seguro que se ha impedido su comercialización porque los gobiernos no tienen tanta flexibilidad como para cambiar de planes cuando ya los tienen en su cartera, y los inductores económicos ya están esperando resultados...
¿Se tapan unos agujeros para que por otros respiren mejor los vinateros, los licoreros, los cocacoleros, los camellos, los fabricantes de videojuegos y los casinos?
Es lo típico de tantos conformes con el sistema aunque presuman de lo contrario. De tantos y tantos periodistas y moralistas que se dedican a perseguir efectos, cuando desde sus respectivos asentamientos serían mucho más eficaces si señalasen con la misma tenacidad las causas que los provocan.
Estas son las razones por las que, más que la prohibición de fumar en público, la persecución del fumador y del tabaco hacen de lo que rodea a esa Ley una decisión poco sabia que da la impresión de que más que la intención de proteger al no fumador lo que encierra es la de mejorar otras expectativas y otros intereses que ya irán saliendo a relucir.
Por último, me veo obligado a hacer esta terrible confesión personal: desde que dejé de fumar nunca me he encontrado peor...
9 Enero 2006
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