09 enero 2006

¡Viva el tabaco!

Empecé a fumar a los doce años, edad alrededor de la que se contraen los peores vicios. A los 38 años, es decir, hace treinta, me di cuenta de que amaba tanto mi li­bertad que tuve la sensa­ción de que fu­mando abusaba de ella, y lo dejé cuando ve­nía consumiendo una cajetilla al día. Por eso sé de lo que hablo. Así es que sobre el asunto me mani­fiesto con toda ob­jetivi­dad o eso pre­tendo. Y tercio en un asunto que, para ser tratado en pro­fun­didad en realidad re­quiere mu­chos más mi­ramientos de los que ordina­ria­mente se tienen, porque el no fumador celebra sin más los ataques al fuma­dor, el fumador ocasional no sabe, no con­testa, y el fumador empedernido vive acomplejado por su vi­cio y o bien se re­trae o suele res­ponder desmedi­da­mente a cuanto con­sidera un intromisión en su comporta­miento compulsivo...

Dicho lo anterior y aunque el hábito de fumar es una cos­tum­bre demasiado arraigada en la sociedad occidental como para que antes de la Ley Antitabaco se hubieran po­dido in­tentar otras medidas gubernativas tales como la vigi­lancia precisa para que a los cigarrillos no se les añadan aditivos que refuer­cen la adicción y manuales sobre la pe­dagogía del fumador similares a los que proliferan sobre el uso del sexo, demos por buena la Ley para separar al fu­mador del que no lo es. Está bien que se aisle al no fumador del fumador. Es sabido que el fumador no suele ser consi­derado, incons­ciente, con los que no lo son, y tampoco hay derecho a que sometan a otros a la in­halación forzosa de su humo... Hasta aquí, vale.

Pero todas las demás justificaciones que se incluyen en la Ley, a mi juicio, están demás. Y he leído la exposición de motivos de la Ley. Que la ley incluya men­ciones y datos y estadísticas de la Organización Mundial de la Sa­lud, asom­bra. Y asombra porque si se tuvieran en cuenta, sin ir más lejos, las estadísticas de muertos por ac­cidente de coche en carretera (176 se han producido sólo en estas fiestas en el país) mañana mismo deberían los Parla­mentos de esos mismos países promulgar una ley que ci­ñera el uso del co­che al patio de cada casa, al jardín de cada chalet o a las vías locales de cada pueblo. Pero descuidemos, no lo hacen ni lo harán.

Otro tanto podemos decir del consumo de bebidas alcohó­licas. Que “el tabaco perjudica al fumador mismo pero tam­bién a los fumadores pa­sivos, y el alcohol y otras drogas no” es el argumento que se pretende definitivo. ¿Que no perju­dican a ter­ceros? Lo dudo. Pa­recerá que no perjudican por­que las consecuen­cias no se manifiestan de inmediato, pero todos los comporta­mientos compulsivos es­tam­pan huellas im­bo­rra­bles en la sociedad. Y no creo que haya necesidad de enumerar los que vienen determinados por un sistema que los atiza a través de medios y publicidad. Podríamos decir que hoy día no hay más que dos alternativas en una sociedad que trata de homogeneizarlo todo: o la compulsión tipo zapping o el entonteci­miento absoluto. La salud ner­viosa está siem­pre por medio, la ansiedad, la depresión, el hastío, las des­ganas de vivir; todo inductor de muerte, de desprecio y de temores infundados: el terrorismo internacio­nal, por ejemplo.

Por otra parte, esta­mos hartos de sa­ber que las cosas no son ni buenas ni malas por sí mismas. Es la dosis y la in­oportunidad en su uso lo que las hace per­judicia­les. El cu­chillo sirve tanto para corta carne como para apuña­lar. Los medicamentos en su mayoría contie­nen sustancias que son ve­neno en dosis más altas. La medicalización de ansiolíti­cos sube en proporciones alarmantes. Y también estamos hartos de sa­ber que no vale tanto la longevidad como la ca­lidad de vida. Es más, si las cifras provinientes de la OMS se cotejaran con otras, por ejemplo con las de mortalidad por consumo desordenado de alcohol, cirro­sis hepáticas y pancreáticas, etc., quizá se hubiera empezado por arreme­ter contra el alcohol. Consúltese a Escohotado. Por otra parte se dan cifras interesantes sobre los éxitos de la Medi­cina. Pero estoy a la espera de obtener otras, que seguro existen pero se hurtan al gran pú­blico, sobre los fracasos de la Medicina y la patogenia que induce la Medicina en sí misma y los médicos como vectores?

Tener en cuenta datos y pareceres de la OMS para lo que conviene apoyar y silenciar los aspectos que no convienen es un peligroso procedimiento dialéctico que irrita. Tan odioso por otra parte es oponerse a todo por sistema, como ad­herirse a todo lo académico porque lo es...

Así es que lo terrible que es el tabaco, las enfermedades que ocasiona, los gastos sanitarios que origina, etc de la Ley, sobran. Esos otros aspectos que tra­tan de justifi­carla no cuadran más que por vía de los contra­sentidos a que acos­tumbran estas socie­dades y de las mani­pulaciones a que las someten los poderes econó­micos de las que a me­nudo se hace cómplice el político.

En la tanda de argumentos que van desde la nocividad del tabaco hasta el evitar el alto gasto sanitario que generan las enfermedades relacionadas con él, está la “trampa” y buena do­sis de sinrazón. Veamos:

a) si tanta pre­ocupación hay por extirpar un hábito dañino ¿por qué no han hecho mella hasta ahora las horrorosas esta­dísticas sobre enfermedades hepáticas causadas por el alco­hol sobre las que al parecer recae el primer gasto sanita­rio?

b) quienes fuman compulsivamente es porque tienen tem­pe­ramento compulsivo, y si se sienten forzados a dejarlo por ra­zones sociales, no será difícil que deriven su costumbre hacia otros hábitos quizá más pernicio­sos a escondi­das. Si se sien­ten perseguidos y tratados como apestados, rebus­carán otras drogas que son más gratificantes aunque sean también más caras.

c) ¿por qué no se hace la macabra advertencia que se in­serta en las cajetillas de tabaco: “mata” también en las bote­llas de cerveza, de bebidas espirituosas, de whisky y de vino, y a los coches no se les limita la velocidad, tan fácil es?

Resulta sospechoso someter a un país a un régimen de sa­lud forzosa en esta materia, cuando hay cada día más y más morbilidad y agresividad en la pareja, en la familia, en la tele­visión, en los co­legios, en la calle, en el medio am­biente y en los parla­men­tos. Todo inerradicable mientras el “mercado” siga “libre” aunque no lo sea. Por algo hay que empezar, nos dirán. Pero empezar por su­primir la costum­bre de fumar en pú­blico, hace pensar que se impone porque simplemente es la supresión más fácil.

Otra cuestión. Es, cuanto menos, para reflexionar que tres paí­ses oficialmente católicos, Irlanda, España e Italia, ade­más de otro funda­mentalista que es como si lo fuera, Esta­dos Unidos, se hayan preocupado tanto de este asunto y de la misma manera prohibiendo fumar en público.

La peor droga es la sociedad misma en que vivimos. Y la es­pañola es quizá más que otra hoy día en Europa en gene­ral ansiosa, ambiciosa, agresiva, des­pectiva, y prepo­tente. ¿Cree alguien que con me­di­das como ésta o con una futura ley seca, somos más moder­nos y avanzados y será éste un país de ciu­dadanos saluda­bles?

Se dejará de fumar a la larga, como se dejó de escupir en la taberna y en el tren. Pero los nubarrones de tendencias convertidas ya en hábitos en toda regla mu­cho más treme­bundos asoman ya por el hori­zonte.

¿Qué clase de generación, sin ir más lejos, se está for­mando con las “consolas” y los videojuegos que se han en­señoreado de las mentes infantiles, adoles­centes y ya tam­bién adultas por lo que sé? Ni los padres ni los educadores pueden ya con esa lacra de la que, como en todo, sacan buena tajada muchos, empezando por todo lo que se rela­ciona con la dichosa publi­cidad.

Acaban de sacar un cigarrillo de combustión sin humo. Se­guro que se ha impedido su co­mercialización porque los go­biernos no tienen tanta flexibi­li­dad como para cambiar de pla­nes cuando ya los tie­nen en su car­tera, y los inductores eco­nómicos ya están esperando resultados...

¿Se tapan unos agujeros para que por otros respiren me­jor los vinateros, los licoreros, los cocacoleros, los camellos, los fabrican­tes de vi­deojuegos y los casinos?

Es lo típico de tantos confor­mes con el sistema aunque pre­suman de lo contrario. De tantos y tantos periodistas y mora­listas que se dedican a perseguir efectos, cuando desde sus respectivos asentamientos serían mucho más eficaces si se­ñalasen con la misma tenacidad las causas que los provo­can.

Estas son las razones por las que, más que la prohibición de fumar en público, la persecución del fumador y del ta­baco hacen de lo que rodea a esa Ley una decisión poco sabia que da la impresión de que más que la intención de proteger al no fumador lo que encierra es la de mejorar otras expectativas y otros intereses que ya irán saliendo a relucir.

Por último, me veo obligado a hacer esta terrible confesión personal: desde que dejé de fumar nunca me he en­contrado peor...

9 Enero 2006

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