02 enero 2006

Transformar el mundo

Hablemos de utopías clásicas y de utopías que fueron y siguen siendo realidad... Es raro el día que un articulista -al­gunos de ellos celebri­dades- no razonen bellamente en sentido ético y no den recetas para "trans­formar el mundo"... sin cambiarlo.
Pero lo que hace ninguno, nunca, es cuestio­narse la sacro­santa "libertad" del individuo y de los países que presumen de ella. La afirman, implícita o explí­cita­mente, esperando que gracias a sus exhorta­ciones y to­ne­ladas de leyes loca­les y universales se corrija todo cuanto daña a la mayoría de la humanidad desde que se "inventó" la libertad, se abrazó el mercado abandonado a su suerte y se edificó la sociedad liberal.

No. Permítanme todos ellos que les diga que la página que ocupan sus artículos en un periódico o los libros escri­tos sobre ello, son relativamente fáciles de escribir. Basta un poco de erudición, una migaja de humanismo y una cierta habilidad para redactar. Si se trata de lucir todo eso, a fe nuestra que consiguen conmovernos. También nos con­mo­vieron los predicadores religiosos que invocaban la cari­dad cristiana y los humanistas que se desentendían y no querían saber nada de fórmulas políticas. Todos son en­cantadores...

No. Si de verdad se quieren cambiar las sociedades enga­ñosa­mente llamadas "libres", hay que olvidarse de la "liber­tad", madre de todos los desastres. De nada sirve lamentar ca­rencias, maldecir malas artes y arremeter contra todo lo da­ñino, si no se tiene voluntad de renunciar a la libertad po­lítica y formal. "Hacen falta más personas... que se esfuer­cen por ser médicos, maestros..." "No se trata de repetir la sen­tencia: eso no basta... Se trata de practicarla", nos dice hoy el catedrático Fierro. Otro otro día nos lo dirá Savater, otro Vargas y otro el padre Peyton o el cura Rouco Varela...

Bueno, pues ¿quieren decirnos todos ellos cómo se puede "cambiar la sociedad y no intentar justificarla" miles de años después de quedar probado que son inútiles todos los cam­bios que no vayan acompañados de una autorrestricción, de una amputación radical de la libertad de individuos y de so­ciedades superarmadas sólo sujetas al freno de leyes -con­sensuadas por parlamen­tos- que jamás cumplen sus gobier­nos ni sus destinatarios, ni tienen voluntad de cumplir?

Sin ir más lejos. ¿cuántas de las resoluciones de la ONU acata y cuántas no imponen a la fuerza Estados Unidos e Israel sobre asuntos cruciales que causan cada día catás­trofes humanas y retazos de genocidio o genocidios en toda regla? ¿Nos quieren decir los autores qué significa ese lla­mamiento que nos hacen cada día en los periódicos quienes en el fondo no están dispuestos a renunciar ni a un ápice de "su" libertad ni a la de "su" sociedad? Todos los males que sufre la humanidad -aparte las catástrofes naturales inevita­bles e impredecibles- los causan las teodiceas y los dogma­tismos que, incrustados en la gober­nabilidad de las nacio­nes "libres", niegan la libertad de las naciones que no la in­terpretan como ellos; fundamentalismos, que descargan so­bre éstas unas veces en formato mercantil y otras guerrero. Pues a dogma­tismos, a fundamentalismos y a teodiceas hay que imputar la comisión de todos los abusos, todas las atro­ci­dades y to­dos los disparates conocidos. Me ahorraré enu­merar los más recientes y cotidianos para no ocupar todo el espacio de esta queja.

Luego... si razonamos con la cabeza, con la razón y con la voluntad de "practicar" la sentencia de que "hay que trans­formar el mundo", y la libertad incontrolable es la causa de la causa, no podemos concluir en otra solución que no con­sista en restringir la libertad. Lo que se hizo y se hace en los sistemas que se guían por el marxismo. Confiar la restric­ción de la libertad a leyes y go­bernantes desde postulados racionalistas y científicos de distribución de la riqueza, es el único y resolutivo remedio. Lo mismo que hacen los países mal llamados "libres". Con la diferencia de que en éstos se con­fía en gobernantes depravados o gobernantes atrapados en un “sistema” donde sólo ejercen "su" libertad unos cuantos a costa de cercenar la de la mayoría a la que sólo ceden las miga­jas...

¿Dónde empieza si no la libertad de un individuo o de un país si no es a partir primero de la autarquía para pasar luego a la solidaridad? ¿Qué intentan ahora los dirigentes boliviano y cubano intercambiando asistencia oftalmológica y pedagógica entre los dos países que representan?

No es posible la transformación del mundo sin una inteli­gencia pacífica que lo regule. Pero sobre todo sin una inteli­gencia colectiva que restrinja drásticamente la libertad en nombre de la equiparación posible, en la teoría pero sobre todo en la práctica, de todos los seres humanos. Esa vo­lonté general del pueblo que se expresa confiando a unos políticos cada voluntad individual, transfiérase a políticos con mentalidad ecuménica y restrictiva de libertad. La liber­tad que aquí, en las sociedades opulentas, se alaba, es li­bertad sólo orientada a destruir cuanto de noble hay en la raza humana poniendo en su lugar rencillas, litigios, guerras y, mientras éstos llegan, obras ciclópeas destructoras de ecosistemas y pura depredación.

Mientras el freno sea "sólo" la libertad fingidamente con­trolada; mientras exista -sin existir- la libertad individual y se dinamice la de los países armados hasta los dientes para aplastar cualquier conato "eficaz" de inconformismo, el mundo seguirá por los mismos senderos de toda la vida. Los que parecía ilusamente proponerse emprender después de terminada la segunda guerra mundial, los cegaron preci­samente el día que unos canallas ocuparon insensatamente Afganistán y luego Irak por capricho y pillaje.

Mientras por "mundo" se tenga sólo al opulento y cuente sólo el opulento, las tres cuartas partes de la humanidad seguirán siendo mitad humanas mitad bestia al servicio del otro cuarto.

No hay quien no sea capaz, a poca habilidad oratoria que tenga, de desear, de alentarnos, y de exhortarnos a trans­formar la sociedad humana hacia un mundo mejor. No hay quien, con una mínima sensibilidad, no tenga aptitudes para afirmar que hay que transformar el mundo. Pero se advierte enseguida que lo dicen y escriben con la boca pequeña. Se ve ense­guida que en cuanto le hablásemos de que la culpa es de la libertad y de la inoperancia de las leyes, nos dirían: "¡Ah!, eso no, la libertad es intocable". Y es, porque los an­siosos, los protestones, los egoístas y los permanentes in­sumisos sólo ladrando o perorando perciben "su libertad", como el creyente sólo tiene fe hablando a toda hora de la fe o el de­pravado sólo siente placer en el dolor sexual.

Estoy convencido de que somos muchos, quizá miles de millones, los que estamos dispuestos en el mundo a renun­ciar a nuestra libertad en potencia (que es bien poca si se examina bien), con tal de que todo el mundo coma y tenga una vida digna. Luego, una vez conseguida ésta, ya nos plantearíamos el modo de recobrarla para usarla con pru­dencia. Lo que re­chazamos es pagar tan alto precio de la miseria casi universal fingiendo además que la disfrutamos cuando la ma­yoría carece de ella. Centrarla sólo en votar es miserable. Basar el sistema en una libertad inexistente, por­que la mayoría vive atemorizada pues pocos son los que, aun en los países ricos, saben qué va a ser de ellos y de su familia, de su trabajo y de su hipoteca dentro de un mes, es una manera necia de engañarnos.

Por eso lo que no admitimos es que sabiendo que todo seguirá igual, se haga literatura so­bre los males sociales. Lo que de­nunciamos es que se las ingenien los articulistas, conferen­ciantes y pensantes que usan sólo un hemisferio cerebral, para señalar los efectos de los desastres que aca­rrea unas sociedades dirigidas desde un mercado falsa­mente "libre", para que las causas permanezcan intactas.

La única solución que existe es racionalidad pura aplicada a la que el ser humano no debiera renunciar jamás. El único remedio a tan lamentable estado de cosas relacionado con el reparto de la fortuna en el mundo, es el marxismo revi­sado y actualizado. Lo demás es logomaquia, seguir haciendo de los males del mundo un pretexto para lucir unos su arte literario, otros su oratoria política y el re­sto, lo­cuacidad llena de vacíos para cumplimentar la parrilla de programación diaria de esta vida que sólo existe en cuanto atiende a las necesidades pe­riodísticas y sólo cuenta si es televisada en vivo y en directo. Mientras todos estos teóri­cos que hacen el caldo gordo al sistema canten sus alaban­zas con amonestaciones que no van a ninguna parte, yo seguiré insistiendo en que lo único que cabe hacer en el planeta es privarnos, de un tajo, la libertad política -la positiva-, de­jando intacta la libertad nega­tiva -la de no hacer- y la libertad de pensamiento.

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