21 enero 2006

La guerra, la lógica y la mujer

Un chiste gráfico me devolvió el otro día a tiempos en que no se me iba de la cabeza la idea de que la política y sus dis­cur­sos giran en torno a dos fenómenos físicos muy sim­ples, se­gún dónde. En España, el de la tensión entre dos fuerzas iguales y opuestas: la centrípeta de los emula­dores del nacio­nalismo caudillista que tira hacia el centro y la cen­trífuga de los nacionalistas periféricos que tira hacia el borde de la circunfe­rencia. De dicha tensión debiera resultar el equi­librio. Y así es, pero siempre demasiado inestable. El otro es el fenómeno de absorción, supresión o anulación de una fuerza menor, la de cual­quier otro país del planeta, a ma­nos de otra demoledora lla­mada superpotencia.

Pero también había otra idea elemental: que el lado lumi­noso del ser humano -la racionalidad- es capaz de vencer a las som­bras de su lado malo -el irracional- a medida que va evolu­cio­nando individualmente y la sociedad con él. Pen­saba, en aquella edad de oro de mi pensamiento, que el día del triunfo definitivo de la razón sobre el disparate estaba cerca. Pues ¿quién -me decía-. en el siglo de las estrellas y después de tantas experien­cias atro­ces por las que ha pasado la humanidad, sino los repre­sentantes de las naciones más avanzadas serán los más indicados para hacer que triunfe en el mundo definiti­vamente la razón sobre la fuerza bruta? Pero pasamos de puntillas de un milenio al otro y ¡zas!, con un paso de gi­gante atrás se evapora­ban mis sue­ños de paz para siempre por culpa de chusma que honra a cualquier bestia par­lante.

Todo lo que cotorrean los líderes políticos del mundo para desdeñar, valorar, negociar o tensar las relaciones entre paí­ses, entre su poder y los ciudadanos, entre ambos y el militar a menudo carece del más mínimo sentido lógico si les des­armá­semos. Sólo la amenaza y la probabilidad de usarlas les dota de la "razón" de la que carecen. Son margi­nales sociales re­vestidos de solemnidad, que se prevalen de su condición brutal para hacernos creer que tienen capa­cidad de razonar. Pero los que no les tememos sabemos que esa pretendida razón está desprovista de todo peso ar­gumental, de toda ló­gica socrática y de toda persuasión. Si lo que digo no se entiende bien, échese un vis­tazo al lapidario y escueto ar­gumentario de mul­titud de vi­ñetas periodísticas que lo re­su­men todo.

La prueba contundente de que esto es así es que si fanta­seando imaginamos que esos dirigentes careciesen de la fuerza armada que poseen y la falta de voluntad de usarlas, el centro de gravedad de la razón de sus discursos iría a pa­rar a puntos de lógica impensables. Gran parte de las cosas que di­cen serían re­conocidas como pura majadería y nadie les haría caso. Su fuerza está en el temor que infunden, no en el racio­cinio del que carecen.

Desaparecido el equilibrio que existía constante la Unión So­viética, el problema del mundo es la superfuerza que ahora tie­nen sólo esos que niegan a otros el pan y la sal porque a la suya la juzgan superior.

Lo que se impone de una vez en el milenio es que los dis­cur­sos se despojen de una di­plomacia que ya no tiene ma­gia. Vista por detrás su tramoya, queda en ridícula y vulgar hipo­cre­sía. Como siempre, en las manadas, el macho más for­nido es quien sigue teniendo la llave del presente y del fu­turo. La dife­ren­cia abismal, para vergüenza de la especie humana, está en que aquel macho no presume de racionali­dad.

Lo que nos llega de los próceres necios retumba a trá­gica pe­lea de patio de colegio entre niños maleducados e in­maduros, que es lo que son todos los que se escudan en la fuerza bruta que poseen y la voluntad de usarla, para simular razonamiento.

Que el hombre preponderante en la política y en los cuar­teles carece de racionalidad, ya lo sabemos. Pero tengo aún más claro que la racionalidad pura sólo se aloja ya en el seso de la mujer. La prueba es que jamás una mujer, por sí misma, de­claró ni declarará la guerra a otro país. Podrá in­citarlas, in­trigar, pro­vocarlas, pero no las ordena, no es ella la que las declara. La mujer es quien, antropológicamente, mejor repre­senta en este asunto a la Razón humana. Quizá sea porque en el fondo piensa y siente que jamás vale la pena sacrificar a sus hijos o a los hijos de su sexo a la ba­nalidad y a la vani­dad de poseer "un palmo más de tierra"; quizá, porque siem­pre preferió influir a di­rigir. Pero sea como fuere, creo honra­damente que esto es así.

El niño repelente, estúpido, malcriado y fanfarrón, siempre hoy con chaqueta y corbata, es quien está dispuesto a des­truir el mundo. Por eso no extrañe que el discurso clásico siempre se refiera al "hombre" para englobar a todo el gé­nero humano y para su deshonra.

En suma, el día en que el mundo, aunque para más de uno pasase a ser un gallinero lo gobiernen de hecho las mu­jeres, estaremos salvados de toda violencia extrema y ajena a la razón pura. La guerra y la bruta­lidad, salvo excep­ciones en la mujer que apuntan a demencia, como rezaba el anuncio de un coñac en tiempos de maricastaña sólo "son cosa de hom­bres". Y ade­más, de hombres necios, degenerados y armados hasta los dientes...

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