Un chiste gráfico me devolvió el otro día a tiempos en que no se me iba de la cabeza la idea de que la política y sus discursos giran en torno a dos fenómenos físicos muy simples, según dónde. En España, el de la tensión entre dos fuerzas iguales y opuestas: la centrípeta de los emuladores del nacionalismo caudillista que tira hacia el centro y la centrífuga de los nacionalistas periféricos que tira hacia el borde de la circunferencia. De dicha tensión debiera resultar el equilibrio. Y así es, pero siempre demasiado inestable. El otro es el fenómeno de absorción, supresión o anulación de una fuerza menor, la de cualquier otro país del planeta, a manos de otra demoledora llamada superpotencia.
Pero también había otra idea elemental: que el lado luminoso del ser humano -la racionalidad- es capaz de vencer a las sombras de su lado malo -el irracional- a medida que va evolucionando individualmente y la sociedad con él. Pensaba, en aquella edad de oro de mi pensamiento, que el día del triunfo definitivo de la razón sobre el disparate estaba cerca. Pues ¿quién -me decía-. en el siglo de las estrellas y después de tantas experiencias atroces por las que ha pasado la humanidad, sino los representantes de las naciones más avanzadas serán los más indicados para hacer que triunfe en el mundo definitivamente la razón sobre la fuerza bruta? Pero pasamos de puntillas de un milenio al otro y ¡zas!, con un paso de gigante atrás se evaporaban mis sueños de paz para siempre por culpa de chusma que honra a cualquier bestia parlante.
Todo lo que cotorrean los líderes políticos del mundo para desdeñar, valorar, negociar o tensar las relaciones entre países, entre su poder y los ciudadanos, entre ambos y el militar a menudo carece del más mínimo sentido lógico si les desarmásemos. Sólo la amenaza y la probabilidad de usarlas les dota de la "razón" de la que carecen. Son marginales sociales revestidos de solemnidad, que se prevalen de su condición brutal para hacernos creer que tienen capacidad de razonar. Pero los que no les tememos sabemos que esa pretendida razón está desprovista de todo peso argumental, de toda lógica socrática y de toda persuasión. Si lo que digo no se entiende bien, échese un vistazo al lapidario y escueto argumentario de multitud de viñetas periodísticas que lo resumen todo.
La prueba contundente de que esto es así es que si fantaseando imaginamos que esos dirigentes careciesen de la fuerza armada que poseen y la falta de voluntad de usarlas, el centro de gravedad de la razón de sus discursos iría a parar a puntos de lógica impensables. Gran parte de las cosas que dicen serían reconocidas como pura majadería y nadie les haría caso. Su fuerza está en el temor que infunden, no en el raciocinio del que carecen.
Desaparecido el equilibrio que existía constante la Unión Soviética, el problema del mundo es la superfuerza que ahora tienen sólo esos que niegan a otros el pan y la sal porque a la suya la juzgan superior.
Lo que se impone de una vez en el milenio es que los discursos se despojen de una diplomacia que ya no tiene magia. Vista por detrás su tramoya, queda en ridícula y vulgar hipocresía. Como siempre, en las manadas, el macho más fornido es quien sigue teniendo la llave del presente y del futuro. La diferencia abismal, para vergüenza de la especie humana, está en que aquel macho no presume de racionalidad.
Lo que nos llega de los próceres necios retumba a trágica pelea de patio de colegio entre niños maleducados e inmaduros, que es lo que son todos los que se escudan en la fuerza bruta que poseen y la voluntad de usarla, para simular razonamiento.
Que el hombre preponderante en la política y en los cuarteles carece de racionalidad, ya lo sabemos. Pero tengo aún más claro que la racionalidad pura sólo se aloja ya en el seso de la mujer. La prueba es que jamás una mujer, por sí misma, declaró ni declarará la guerra a otro país. Podrá incitarlas, intrigar, provocarlas, pero no las ordena, no es ella la que las declara. La mujer es quien, antropológicamente, mejor representa en este asunto a la Razón humana. Quizá sea porque en el fondo piensa y siente que jamás vale la pena sacrificar a sus hijos o a los hijos de su sexo a la banalidad y a la vanidad de poseer "un palmo más de tierra"; quizá, porque siempre preferió influir a dirigir. Pero sea como fuere, creo honradamente que esto es así.
El niño repelente, estúpido, malcriado y fanfarrón, siempre hoy con chaqueta y corbata, es quien está dispuesto a destruir el mundo. Por eso no extrañe que el discurso clásico siempre se refiera al "hombre" para englobar a todo el género humano y para su deshonra.
En suma, el día en que el mundo, aunque para más de uno pasase a ser un gallinero lo gobiernen de hecho las mujeres, estaremos salvados de toda violencia extrema y ajena a la razón pura. La guerra y la brutalidad, salvo excepciones en la mujer que apuntan a demencia, como rezaba el anuncio de un coñac en tiempos de maricastaña sólo "son cosa de hombres". Y además, de hombres necios, degenerados y armados hasta los dientes...
Pero también había otra idea elemental: que el lado luminoso del ser humano -la racionalidad- es capaz de vencer a las sombras de su lado malo -el irracional- a medida que va evolucionando individualmente y la sociedad con él. Pensaba, en aquella edad de oro de mi pensamiento, que el día del triunfo definitivo de la razón sobre el disparate estaba cerca. Pues ¿quién -me decía-. en el siglo de las estrellas y después de tantas experiencias atroces por las que ha pasado la humanidad, sino los representantes de las naciones más avanzadas serán los más indicados para hacer que triunfe en el mundo definitivamente la razón sobre la fuerza bruta? Pero pasamos de puntillas de un milenio al otro y ¡zas!, con un paso de gigante atrás se evaporaban mis sueños de paz para siempre por culpa de chusma que honra a cualquier bestia parlante.
Todo lo que cotorrean los líderes políticos del mundo para desdeñar, valorar, negociar o tensar las relaciones entre países, entre su poder y los ciudadanos, entre ambos y el militar a menudo carece del más mínimo sentido lógico si les desarmásemos. Sólo la amenaza y la probabilidad de usarlas les dota de la "razón" de la que carecen. Son marginales sociales revestidos de solemnidad, que se prevalen de su condición brutal para hacernos creer que tienen capacidad de razonar. Pero los que no les tememos sabemos que esa pretendida razón está desprovista de todo peso argumental, de toda lógica socrática y de toda persuasión. Si lo que digo no se entiende bien, échese un vistazo al lapidario y escueto argumentario de multitud de viñetas periodísticas que lo resumen todo.
La prueba contundente de que esto es así es que si fantaseando imaginamos que esos dirigentes careciesen de la fuerza armada que poseen y la falta de voluntad de usarlas, el centro de gravedad de la razón de sus discursos iría a parar a puntos de lógica impensables. Gran parte de las cosas que dicen serían reconocidas como pura majadería y nadie les haría caso. Su fuerza está en el temor que infunden, no en el raciocinio del que carecen.
Desaparecido el equilibrio que existía constante la Unión Soviética, el problema del mundo es la superfuerza que ahora tienen sólo esos que niegan a otros el pan y la sal porque a la suya la juzgan superior.
Lo que se impone de una vez en el milenio es que los discursos se despojen de una diplomacia que ya no tiene magia. Vista por detrás su tramoya, queda en ridícula y vulgar hipocresía. Como siempre, en las manadas, el macho más fornido es quien sigue teniendo la llave del presente y del futuro. La diferencia abismal, para vergüenza de la especie humana, está en que aquel macho no presume de racionalidad.
Lo que nos llega de los próceres necios retumba a trágica pelea de patio de colegio entre niños maleducados e inmaduros, que es lo que son todos los que se escudan en la fuerza bruta que poseen y la voluntad de usarla, para simular razonamiento.
Que el hombre preponderante en la política y en los cuarteles carece de racionalidad, ya lo sabemos. Pero tengo aún más claro que la racionalidad pura sólo se aloja ya en el seso de la mujer. La prueba es que jamás una mujer, por sí misma, declaró ni declarará la guerra a otro país. Podrá incitarlas, intrigar, provocarlas, pero no las ordena, no es ella la que las declara. La mujer es quien, antropológicamente, mejor representa en este asunto a la Razón humana. Quizá sea porque en el fondo piensa y siente que jamás vale la pena sacrificar a sus hijos o a los hijos de su sexo a la banalidad y a la vanidad de poseer "un palmo más de tierra"; quizá, porque siempre preferió influir a dirigir. Pero sea como fuere, creo honradamente que esto es así.
El niño repelente, estúpido, malcriado y fanfarrón, siempre hoy con chaqueta y corbata, es quien está dispuesto a destruir el mundo. Por eso no extrañe que el discurso clásico siempre se refiera al "hombre" para englobar a todo el género humano y para su deshonra.
En suma, el día en que el mundo, aunque para más de uno pasase a ser un gallinero lo gobiernen de hecho las mujeres, estaremos salvados de toda violencia extrema y ajena a la razón pura. La guerra y la brutalidad, salvo excepciones en la mujer que apuntan a demencia, como rezaba el anuncio de un coñac en tiempos de maricastaña sólo "son cosa de hombres". Y además, de hombres necios, degenerados y armados hasta los dientes...
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