18 enero 2006

Respondiendo a Boff

Me refiero a las reflexiones de Leonardo Boff en sus artícu­los “Desintegración” y “Alternativas a la desintegración”.

Espero que Boff lea esto. Porque hay que añadir otra ver­tiente de este asunto, otro aspecto superpuesto que parece ocultársele al pensador no sé si deliberada o inconsciente­mente. Y es que la preocupación por el género humano, aparte de mos­trarse actualmente tan debi­litado ese instinto de superviven­cia colectiva entre los dirigentes mundiales po­líticos, eco­nó­micos e in­dus­triales en tanto que miembros de la zoología humana (que son los que tie­nen "la última pa­labra" de casi todo), responde simplemente a una "filo­sofía”. Una filosofía en este caso de nega­ción de vida. Noso­tros, po­bres morta­les, que pade­cemos siempre la historia que ma­quinan los prepo­ten­tes, nada podemos hacer para evitar o retrasar la desinte­gra­ción que anuncia Boff. Si los que ma­nejan la nave tierra tie­nen atro­fiado ese ins­tinto, de nada ten­dremos los demás la culpa. Por eso, ese modo de expresar la consternación de Boff, ese “tene­mos”, “debemos”, tan gene­ralizado además, me suena siempre a una oración sin desti­natario. Hay que dirigirse atronando a los responsables y bramar ante ellos por lo que no hacen y por lo que hacen, no hacer literatura sobre el porvenir tenebroso a menos que se trate de ser poetas...

Lo que se adivina en estos artículos suyos sobre la “desin­tegración” es el sufrimiento del teólogo. La metáfora griega de génesis y decadencia es parte integrante de la filo­sofía cris­tiana de la humanidad. De la fusión entre los escritos sagra­dos hebreos y la metafísica griega surgió la perspectiva de evolucionismo sagrado que había de regir el pensamiento oc­cidental sobre la humanidad hasta fines del Renacimiento, en que se secularizó. Y hasta nuestros días ha llegado, en la práctica intacta y ahora incluso reforzada en Occidente por la renacida tesis creacionista.

Cualquiera que esté sensibilizado frente al cataclismo que barrunta se preguntará: ¿y por qué pre­ocu­parnos de que la raza humana siga sobre la Tierra? Ya consta en el propio ar­tículo de Boff que en épo­cas en que la supervi­vencia de aquélla es­taba amena­zada, en las glaciaciones, consiguió sobrevivir y proseguir luego po­blando el planeta como lo viene haciendo desmedi­da­mente. Y no pasa nada si la ma­yor bes­tia que existe en este infierno terrenal desaparece, a me­nos que se tenga una aprensión supercristiana y con ella la voca­ción de se­guir aportando “almas para Dios”, te­sis pre­domi­nante hasta hace dos días. Pero en otro caso, no pasa nada; de nada hay que preocuparse por eso. Además, el re­sto de las especies vivientes lo agradece­rían.

Lo malo, creo yo, es seguir pariendo, seguir trayendo hijos al mundo para eso, para que sufran tribulaciones de las que nuestra generación astutamente se va a librar al menos en parte.

A mi juicio éste es el "problema", saber si hay que empe­ñarse en sucedernos a nosotros mismos o, en vir­tud de esa teoría creacionista que retorna en algunas partes y guía el sin­sentido de los dominadores u otra cualquiera que afirme un principio y un fin, dejar que se cum­pla lo que parece ser nuestro destino. A fin de cuentas para la que sostiene que hay un principio y un fin, el fin es "inevitable". Y los que diri­gen el planeta están con ella. Así es que ¿por qué, cuál es la razón por la que Boff dice que "ojalá esta vez no sea dife­rente"? ¿Por qué hemos de “conti­nuar el proyecto civilizatorio humano sobre otras ba­ses más esperan­zadoras para la vida y para la humani­dad”? ¿Ñoñe­ría? ¿teo­logía? Que lo diga.

A él le preocupa eso, y me gustaría que fuese sincero y nos diese una ex­pli­cación aunque fuese la teológica. Porque a mí me es indiferente que la tierra y que la humanidad desapa­rezcan. Lo que se­ñalo como extraordinariamente dramático cuando escribo sobre esta materia con alarmismo, es que a nuestra vista des­apa­rezcan y mueran paisajes, la­gos, ríos, océa­nos, especies. Lo que me hace temblar es que en una o dos generacio­nes, las de mis nie­tos, sufran terribles privacio­nes, falta de alimentos, de agua, y se vean de repente en el de­sierto. Pero por lo de­más, no me­rece la pena luchar para que “el proyecto civiliza­torio humano -que ya vemos cómo lo interpretan indefecti­blemente los que llevan el timón- conti­núe sobre otras bases más espe­ranza­doras para la vida y para la humanidad”, sencillamente porque ja­más se da­rán esas ba­ses y nadie las propiciará. Eso lo sabe Boff.

Por consiguiente, lo que hacen los que se despreocupan por la suerte de las próximas generaciones es sim­ple­mente "coadyuvar" a que el fin se precipite. Y en este sen­tido, nada tengo que objetar. Me da igual.

Por algo dijeron los griegos que "los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten". Y ya se ve a todas luces que los anglosajones, con sus maximalismos, su depredación incesante, su dar la espalda a otras soluciones globales que no desean en realidad, así como su permanente mentalidad de guerra fuera de su metrópoli, están dispuestos a ser los principales contribuyentes al fin.

El autor directo de la debacle será el anglosajón con sus ci­clópeos intereses como herramienta. No le demos más vuel­tas, y diríjase Boff en todo caso a ellos.

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