Me refiero a las reflexiones de Leonardo Boff en sus artículos “Desintegración” y “Alternativas a la desintegración”.
Espero que Boff lea esto. Porque hay que añadir otra vertiente de este asunto, otro aspecto superpuesto que parece ocultársele al pensador no sé si deliberada o inconscientemente. Y es que la preocupación por el género humano, aparte de mostrarse actualmente tan debilitado ese instinto de supervivencia colectiva entre los dirigentes mundiales políticos, económicos e industriales en tanto que miembros de la zoología humana (que son los que tienen "la última palabra" de casi todo), responde simplemente a una "filosofía”. Una filosofía en este caso de negación de vida. Nosotros, pobres mortales, que padecemos siempre la historia que maquinan los prepotentes, nada podemos hacer para evitar o retrasar la desintegración que anuncia Boff. Si los que manejan la nave tierra tienen atrofiado ese instinto, de nada tendremos los demás la culpa. Por eso, ese modo de expresar la consternación de Boff, ese “tenemos”, “debemos”, tan generalizado además, me suena siempre a una oración sin destinatario. Hay que dirigirse atronando a los responsables y bramar ante ellos por lo que no hacen y por lo que hacen, no hacer literatura sobre el porvenir tenebroso a menos que se trate de ser poetas...
Lo que se adivina en estos artículos suyos sobre la “desintegración” es el sufrimiento del teólogo. La metáfora griega de génesis y decadencia es parte integrante de la filosofía cristiana de la humanidad. De la fusión entre los escritos sagrados hebreos y la metafísica griega surgió la perspectiva de evolucionismo sagrado que había de regir el pensamiento occidental sobre la humanidad hasta fines del Renacimiento, en que se secularizó. Y hasta nuestros días ha llegado, en la práctica intacta y ahora incluso reforzada en Occidente por la renacida tesis creacionista.
Cualquiera que esté sensibilizado frente al cataclismo que barrunta se preguntará: ¿y por qué preocuparnos de que la raza humana siga sobre la Tierra? Ya consta en el propio artículo de Boff que en épocas en que la supervivencia de aquélla estaba amenazada, en las glaciaciones, consiguió sobrevivir y proseguir luego poblando el planeta como lo viene haciendo desmedidamente. Y no pasa nada si la mayor bestia que existe en este infierno terrenal desaparece, a menos que se tenga una aprensión supercristiana y con ella la vocación de seguir aportando “almas para Dios”, tesis predominante hasta hace dos días. Pero en otro caso, no pasa nada; de nada hay que preocuparse por eso. Además, el resto de las especies vivientes lo agradecerían.
Lo malo, creo yo, es seguir pariendo, seguir trayendo hijos al mundo para eso, para que sufran tribulaciones de las que nuestra generación astutamente se va a librar al menos en parte.
A mi juicio éste es el "problema", saber si hay que empeñarse en sucedernos a nosotros mismos o, en virtud de esa teoría creacionista que retorna en algunas partes y guía el sinsentido de los dominadores u otra cualquiera que afirme un principio y un fin, dejar que se cumpla lo que parece ser nuestro destino. A fin de cuentas para la que sostiene que hay un principio y un fin, el fin es "inevitable". Y los que dirigen el planeta están con ella. Así es que ¿por qué, cuál es la razón por la que Boff dice que "ojalá esta vez no sea diferente"? ¿Por qué hemos de “continuar el proyecto civilizatorio humano sobre otras bases más esperanzadoras para la vida y para la humanidad”? ¿Ñoñería? ¿teología? Que lo diga.
A él le preocupa eso, y me gustaría que fuese sincero y nos diese una explicación aunque fuese la teológica. Porque a mí me es indiferente que la tierra y que la humanidad desaparezcan. Lo que señalo como extraordinariamente dramático cuando escribo sobre esta materia con alarmismo, es que a nuestra vista desaparezcan y mueran paisajes, lagos, ríos, océanos, especies. Lo que me hace temblar es que en una o dos generaciones, las de mis nietos, sufran terribles privaciones, falta de alimentos, de agua, y se vean de repente en el desierto. Pero por lo demás, no merece la pena luchar para que “el proyecto civilizatorio humano -que ya vemos cómo lo interpretan indefectiblemente los que llevan el timón- continúe sobre otras bases más esperanzadoras para la vida y para la humanidad”, sencillamente porque jamás se darán esas bases y nadie las propiciará. Eso lo sabe Boff.
Por consiguiente, lo que hacen los que se despreocupan por la suerte de las próximas generaciones es simplemente "coadyuvar" a que el fin se precipite. Y en este sentido, nada tengo que objetar. Me da igual.
Espero que Boff lea esto. Porque hay que añadir otra vertiente de este asunto, otro aspecto superpuesto que parece ocultársele al pensador no sé si deliberada o inconscientemente. Y es que la preocupación por el género humano, aparte de mostrarse actualmente tan debilitado ese instinto de supervivencia colectiva entre los dirigentes mundiales políticos, económicos e industriales en tanto que miembros de la zoología humana (que son los que tienen "la última palabra" de casi todo), responde simplemente a una "filosofía”. Una filosofía en este caso de negación de vida. Nosotros, pobres mortales, que padecemos siempre la historia que maquinan los prepotentes, nada podemos hacer para evitar o retrasar la desintegración que anuncia Boff. Si los que manejan la nave tierra tienen atrofiado ese instinto, de nada tendremos los demás la culpa. Por eso, ese modo de expresar la consternación de Boff, ese “tenemos”, “debemos”, tan generalizado además, me suena siempre a una oración sin destinatario. Hay que dirigirse atronando a los responsables y bramar ante ellos por lo que no hacen y por lo que hacen, no hacer literatura sobre el porvenir tenebroso a menos que se trate de ser poetas...
Lo que se adivina en estos artículos suyos sobre la “desintegración” es el sufrimiento del teólogo. La metáfora griega de génesis y decadencia es parte integrante de la filosofía cristiana de la humanidad. De la fusión entre los escritos sagrados hebreos y la metafísica griega surgió la perspectiva de evolucionismo sagrado que había de regir el pensamiento occidental sobre la humanidad hasta fines del Renacimiento, en que se secularizó. Y hasta nuestros días ha llegado, en la práctica intacta y ahora incluso reforzada en Occidente por la renacida tesis creacionista.
Cualquiera que esté sensibilizado frente al cataclismo que barrunta se preguntará: ¿y por qué preocuparnos de que la raza humana siga sobre la Tierra? Ya consta en el propio artículo de Boff que en épocas en que la supervivencia de aquélla estaba amenazada, en las glaciaciones, consiguió sobrevivir y proseguir luego poblando el planeta como lo viene haciendo desmedidamente. Y no pasa nada si la mayor bestia que existe en este infierno terrenal desaparece, a menos que se tenga una aprensión supercristiana y con ella la vocación de seguir aportando “almas para Dios”, tesis predominante hasta hace dos días. Pero en otro caso, no pasa nada; de nada hay que preocuparse por eso. Además, el resto de las especies vivientes lo agradecerían.
Lo malo, creo yo, es seguir pariendo, seguir trayendo hijos al mundo para eso, para que sufran tribulaciones de las que nuestra generación astutamente se va a librar al menos en parte.
A mi juicio éste es el "problema", saber si hay que empeñarse en sucedernos a nosotros mismos o, en virtud de esa teoría creacionista que retorna en algunas partes y guía el sinsentido de los dominadores u otra cualquiera que afirme un principio y un fin, dejar que se cumpla lo que parece ser nuestro destino. A fin de cuentas para la que sostiene que hay un principio y un fin, el fin es "inevitable". Y los que dirigen el planeta están con ella. Así es que ¿por qué, cuál es la razón por la que Boff dice que "ojalá esta vez no sea diferente"? ¿Por qué hemos de “continuar el proyecto civilizatorio humano sobre otras bases más esperanzadoras para la vida y para la humanidad”? ¿Ñoñería? ¿teología? Que lo diga.
A él le preocupa eso, y me gustaría que fuese sincero y nos diese una explicación aunque fuese la teológica. Porque a mí me es indiferente que la tierra y que la humanidad desaparezcan. Lo que señalo como extraordinariamente dramático cuando escribo sobre esta materia con alarmismo, es que a nuestra vista desaparezcan y mueran paisajes, lagos, ríos, océanos, especies. Lo que me hace temblar es que en una o dos generaciones, las de mis nietos, sufran terribles privaciones, falta de alimentos, de agua, y se vean de repente en el desierto. Pero por lo demás, no merece la pena luchar para que “el proyecto civilizatorio humano -que ya vemos cómo lo interpretan indefectiblemente los que llevan el timón- continúe sobre otras bases más esperanzadoras para la vida y para la humanidad”, sencillamente porque jamás se darán esas bases y nadie las propiciará. Eso lo sabe Boff.
Por consiguiente, lo que hacen los que se despreocupan por la suerte de las próximas generaciones es simplemente "coadyuvar" a que el fin se precipite. Y en este sentido, nada tengo que objetar. Me da igual.
Por algo dijeron los griegos que "los dioses ayudan a los que aceptan y arrastran a los que se resisten". Y ya se ve a todas luces que los anglosajones, con sus maximalismos, su depredación incesante, su dar la espalda a otras soluciones globales que no desean en realidad, así como su permanente mentalidad de guerra fuera de su metrópoli, están dispuestos a ser los principales contribuyentes al fin.
El autor directo de la debacle será el anglosajón con sus ciclópeos intereses como herramienta. No le demos más vueltas, y diríjase Boff en todo caso a ellos.
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