23 enero 2006

Psicología colectiva y memez

Cualquier "entendido" me acusará de que este es un tema a tratar técnicamente sólo desde la psicología y especial­mente desde la psicología social. Pero creo que al igual que su­cede con otras muchas materias la especialidad, con de­masiada frecuencia, no deja ver el bosque en toda su mag­nitud y so­bre todo la auténtica "naturaleza" que hay en él. Así, por ejemplo, el Derecho enturbia la justicia, la Medi­cina nuestra salud personal, la Ciencia, la meteoro­logía... difuminan ob­viedades al alcance de todos. Una sociedad tan sofisticada como la que vivimos, a través de unos cuantos basa numero­sas manipulaciones y abusos en trabajos de "campo" y en redes "profesionales". Y no sólo en eso, también justamente en la solemni­dad de la que se reviste a legiones de chama­nes con títulos rim­bombantes, masters y galardones aunque en numerosos casos sean necios astutos sus titulares.

La especialidad, propugnada a finales de siglo por varios autores siendo el principal en Europa Herbert Spencer, ha dado solución a muchas cosas pero complicado y enreve­sado muchas otras. Sobre todo ha reducido al individuo a un ignorante absoluto en las cosas más simples en cuanto se sale de la suya o de lo suyo. Ahora, hasta si queremos hacer el amor o comernos un plátano deberemos consultar antes al "superentendido" o “superentendida” de turno.

La última consecuencia de la hiperespe­cialidad está rela­cio­nada con la dimensión informática y todo el complejo mundo que la rodea, me temo que deliberadamente acom­plejado también a nivel de usuario. Porque lo cierto es que el manejo y soluciones a esta escala son bien senci­llas si no mediaran tantas trabas deliberadas para ob­tener, como en todo, la co­rrespondiente rentabilidad comer­cial y profesional.

La machacona promoción de los antivirus informáticos es un ejemplo. Pero el caso es que está muy claro que los virus que hacen estragos son sorpresivos, y nunca un antivirus estará preparado para la defensa de nuestro orde­nador frente a un nuevo ataque. Pues, como en la guerrilla, la eficacia de los vi­rus (antiprogramas) radica en la sorpresa. No es inteli­gente, pues, gastar el dinero en anti­virus porque el programa com­prado no está, por definición, pre­parado para combatir al próximo gusano que a su vez está ideado para poner a prueba la vulnerabilidad del sis­tema. Tampoco es seguro que no sean las propias casas promocionales quienes los ponen en marcha. Hoy todo es posible y resul­tado de una conspira­ciòn que ha vencido a otra conspira­ción...

Todo, siguiendo la estela de la "especiali­za­ción", incita a la dependencia, no a la autosuficiencia. El se­creto de la efica­cia, de muchas eficacias, consiste en hacer ver al individuo que no tiene ni idea, que es un "in­compe­tente" en la materia, aunque a menudo salte a la vista de qué va un asunto que por motivos "técnicos" nosotros no podemos resolver, bien porque sería una insensatez inten­tarlo a solas (justicia) o porque no tenemos a nuestro al­cance la herramienta (in­forme, programa) o el remedio (me­dicina) que los expertos han de prescribir, noticiar, gestionar o rece­tar. El caso es ga­rantizar la indefensión o el fracaso a todo el que pretenda campar por su respeto a solas.

Pero no era mi propósito abordar esta cuestión que re­quiere mucho más espacio, como destacar lo limitada que está la inteligencia humana individual cuando está sometida a la pre­sión de la suma de varias inteligencias. Es cierto que de la convergencia de distintas inteligencias salen grandes logros. Pero aparte de que siempre será precisa una sola que dé el pistoletazo de salida y eso requiere sinergia y oportunidad, también de la convergencia de muchas inteli­gencias presun­tas salen grandes bloqueos y tremendas estupideces. Sobre todo en ciertos pueblos donde son muchos más los que quie­ren so­bre­salir y mandar que simplemente escuchar.

En el año 1993 viví unos tensos días rodeado de científi­cos, técnicos y expertos con motivo del proyecto de Plan Hidroló­gico. Ya he hablado de este asunto largo y tendido -ver Jor­nadas sobre el Agua en Madrid. Lo que quiero resal­tar ahora, una vez más, cuando tenemos a la vista un futuro in­mediato dramático por falta de lluvias, es que la principal ob­jeción que se me opuso entonces por tantos sabios re­unidos ante mi ad­vertencia de que no estábamos ante un ciclo más, sino ante un cambio -más bien trastorno- climá­tico que podría acarrear el efecto patético de embalses destinados a estar vacíos, fue escueta: "el Plan Hidrológico no computa el cam­bio cli­mático".

En esto sucede como con la mentira. La mentira se distin­gue de la verdad por su simplicidad, porque su exposición es sentenciosa. La "verdad" siempre requiere explicación prolija frente al mendaz. La sentencia se explicaba por sí sola.

Bien, el Plan Hidrológico sólo computa obras que mueven ingentes cantidades de dinero, magras comisiones y fulminan ecosistemas, les faltó decir. Hablo del año 93.

Pues bien, nos encontramos a 13 años de aquellas fe­chas. Ahora se trata de insuflar en la población una con­cienciación, en régimen intensivo, del uso del agua ante la escasez inmi­nente. Agua que no sólo es precisa para el uso doméstico y la agricultura. Las obras públicas y privadas –motor de la ac­tual economía española- la consumen en gran proporción aunque se silencie por razones asimismo "técni­cas". Vere­mos qué ocurre cuando deban paralizarse...

El caso es que ante un peligro, un riesgo, una eventuali­dad de que el cambio climático trajese la realidad que va­mos a vi­vir dentro de muy poco tiempo, los sucesivos go­biernos hubieran debido hacer hace mucho tiempo lo que ahora con carácter de urgencia se van a ver obligados a hacer. Pero ahora, como la mentalización hay que improvi­sarla, no será difícil que desencadene alarma colectiva, si no histeria, ante lo que que se avecina y es "razonable­mente" de temer, que es que no volverá a llover para super­llenar embal­ses y menos habida cuenta el disparatado con­sumo que viene haciéndose en un país seco por definición con muchas zonas deficitarias de agua potable.

Pero no sólo los gobiernos que han hecho caso omiso al asunto dando lugar a que vivamos placidamente como si aquí no pasase nada. Los dirigentes industriales, los empre­sarios y todo lo que tira de la economía hace mucho que tendría que haber pasado a hacer correcciones y tomar me­didas de auste­ridad. Si esas tontas "alertas" a que perió­di­camente se somete a la población civil se hubieran acti­vado seriamente en este asunto, se hubiese podido encarar en mejores condi­ciones psicológicas y de todo tipo la escasez inminente.

No es lo mismo estar preparados ante la erupción de un vol­cán que tenemos al borde del pueblo, que encontrarnos de la noche a la mañana con un volcán en erupción que no exis­tía ayer. Esto es lo que deseo destacar en relación a esa in­teli­gencia tosca, primaria, débil, comprometida, su­misa... ante el interés de unos pocos que ni siquiera suelen estar presen­tes cuando se protege su causa.

El ser humano, "reunido", en las cuestiones más graves que le afectan es el más necio y torpe de los seres vivien­tes. Y esto es, a mi juicio así, gradualmente en relación a las dis­tin­tas idiosincrasias. En Europa hay pruebas abundantes de te­ner más desarrollada la inteligencia colectiva los pue­blos francos y sajones, que los latinos. Entre éstos brillan quizá más innúmeras inteligencias individuales, que ordina­ria­mente han de emigrar por cierto. Pero en inteligencia co­lec­tiva, quizá por esto mismo, el latino deja mucho que de­sear. Y por esto mismo siempre estamos dando bandazos, hay tanta in­justicia y están nuestros escolares a la cola por arriba del fra­caso escolar. Eso de vivir al día y el dios pro­veerá está muy bien en tiempos de vacas gordas, pero en las crisis, nadie como el carpetovetónico "nacional" para cometer ma­jaderías y vivir el ¡viva la virgen! Veremos qué dice cuando pase de ver las orejas del lobo a ver que tiene abiertas sus fauces...

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