31 enero 2007

El filósofo y los neocons


El filósofo André Glucksmann, judío francés, par­ticipante ac­tivo en el Mayo del 68, el hombre que enton­ces calificó a Fran­cia de dictadura fascista, apoya ahora a Sar­kozy y se mueve en dirección de las tesis neoconserva­doras de la Ad­ministra­ción Bush, según algunos en ra­zón de cierta afini­dad con el lobby proisraelí.

No hago un seguimiento puntual de los intelectuales, su­puestos o reales, del mundo que se posicionan al lado de esas tesis. Pero hay un trío que no deja de llamarme la aten­ción quizá porque actúa y escribe en Europa. Está compuesto por este personaje, Glucksmann, Vargas Llosa y Fernando Sava­ter; éste con menos virulencia en su ad­hesión quizá porque pone toda la carne en el asador en la embro­llada, pese a lo que pueda parecer, "cuestión vasca". El asunto es que Glucksmann se presenta y pasa por filó­sofo que se adhiere a una causa que para la ma­yor parte del mundo es lógica y moralmente monstruosa.

Y es monstruosa porque, con independencia de los basa­mentos socioeconomicistas de los que parte la tesis neo­cons consistentes en "privatización" por encima de todos los de­más, el tránsito de la teoría a la praxis no puede ser más ab­yecta. Pues incluye y refrenda la dominación directa del mundo, tras la hegemonía que ya ejercían los anglosajones, y se traduce en guerras, perdón, invasiones y ocupaciones ar­madas. Esto es lo que hace repulsivo el posicionamiento de estos persona­jes que presumen de pensar, y de pensar con rec­titud; y en el caso de Savater y Glucksmann con ma­yor mo­tivo al tildarse a sí mismos de "filósofos".

En el plano economicista, la tesis neocons no puede com­portar más pragmatismo ni ser socialmente más degra­dante; pragmatismo entendido como un conjunto de medi­das que abrochan y refuerzan la propiedad privada en po­cas manos con un doble efecto: por un lado, la concentra­ción en oligopo­lios de todo lo esencial, y por otro, el efecto consecuente de convertir a la inmensa mayoría al dik­tat de aquéllos, sin posi­bi­lidad de un desarrollo integral de la per­sona sometida a la ablación de un hemisferio cere­bral. Pues perseguir la sociali­zación, que es lo que de siempre han hecho los controles so­ciales yanquis porque sus condicio­nes socioeconómicas, su fe­racidad, sus grandes extensio­nes de territorio y su injeren­cia sin es­crúpulos permanente se lo han permi­tido, supone im­plantar regímenes de injusti­cia radical social sin que el hemis­ferio se percate o se re­sienta.

Por consiguiente, la teoría neocons no es más que ego­ísmo institucionalizado, en estado puro: ninguna conciencia de "el otro". El individuo "debe" existir en medio de una jun­gla so­cial, con habilidad para toda clase de argucias y malas artes si quiere mala­mente vivir, y desde luego siempre so­metido y en­cima agra­decido: nada que ver con la libertad que vende la democra­cia, nada que ver con la felicidad su­puestamente aso­ciada a ella.

Por todo esto resulta incomprensible que "pensadores" que se remontan por encima de la mayoría, luminarias, fa­ros del entendimiento humano, sean capaces de combatir la sociali­za­ción hasta el extremo de apoyar directa o indirec­tamente ma­tanzas infinitas, ocupaciones y expolios dirigidos a mante­ner el fuego sagrado de los intereses grupusculares, de los lobbies, y al final de unos cuantos individuos en el mundo en­tre sus más de seis mil millones que lo pueblan.

Es cierto que la demografía mundial es digna de tenerse en cuenta a la hora de cerrar filas. Pero no deja de ser esa teoría un método selectivo para la supervivencia no menos abe­rrante que las prácticas nazis relacionadas con la gené­tica. Los neo­cons, con Glucksmann y demás a la ca­beza, eso es lo que propugnan. No digo que la filosofía no haya de des­entenderse en cierta medida de la conciencia social para profun­dizar en la intelección y hasta para la protección inte­lectiva del "yo" pen­sante y vi­viente. Pero en otros luga­res y tiempos he puesto en entre­dicho el pensa­miento filo­sófico (ver mi "La miseria de la filo­sofía") precisa­mente por esto: porque el filósofo se piensa a sí mismo con exclusión de los demás. Piensa en todo lo demás menos en la exis­tencia y en la aprehensión de los de­más seres huma­nos a los que al final bellacamente ig­nora. Di­ríase que el filó­sofo actual, o al me­nos éstos que cito, es un galeno que, por una parte felicita el encanalla­miento y por otra da recetas que permitan interior­mente so­portar lo mejor posible al cana­llismo. Lo que hacía antes la religión y especialmente la cris­tiana. Y por aquí no paso.

Un 30% de las especies van a desaparecer, el mundo gira con alteraciones debidas fundamentalmente a la miopía y a la pésima voluntad de los anglosajones; millones de perso­nas han muerto en pocos años a manos de la filosofía neo­cons-la­borista que se dispone a proseguir su implacable matanza en Asia. ¿Cómo es posible que alguien que se postule pen­sador fino, que se arrogue el título de filósofo en su sentido más no­ble puede mirar a otra parte o secundar la infamia perma­nente? Pues este es el caso del abominable Glucks­man, y de los no menos abominables Savater, que aplaudió la muerte de Hussein al que un día llamó "El ladrón de Bag­dag", y Vargas Llosa, todo un patán literario obsesio­nado por la criminal polí­tica privatizante.

Si un trabajador español dedica el salario mínimo inter­pro­fe­sional, de 570€ al mes, a la vivienda, al cabo de 25 años se puede comprar, con intereses, un magnífico piso de 27,17 me­tro cuadrados en Madrid -diagnosis hecha por la exposi­ción Ci­mentimientos (o no me asfaltes el respeto). Pues bien, este es el modelo por el que luchan estos tres misera­bles mos­queteros del pensamiento descompuesto con André Glucksmann en el papel de D’Artagnan.

No hay comentarios: