Lo eviterno es lo que tuvo un principio pero no tiene fin: en sentido teológico, las almas racionales y el cielo empíreo; en realidad, la materia... Y eviterno es también, por tanto, en lo social, el Mercado. El mercado y el mercadeo de cosas, de ideas, de doctrinas, de cuerpos, e incluso de almas racionales, son consustanciales al ser humano y a su ser social. El intercambio es la herramienta. Y es el intercambio lo que encierra la semilla de la perversión: tan fácil es...
Por eso, la sociedad humana idea e introduce en sí misma y pronto reglas que la dificulten y entorpezcan. Las religiones y la filosofía, alfa y omega del pensamiento o de lo que equivale a él, se aprestan enseguida a dictarlas. El engaño se convierte al mismo tiempo en el resorte del que hay que preservarse en todo intercambio. Y sin embargo el engaño, en el siglo XXI, cuando hubiera sido de esperar su definitiva erradicación, es, precisamente, el instrumento de todos los demás instrumentos de dominio.
Al engaño dedican las universidades que estudian concienzudamente las prácticas mentalistas, grandes fortunas cuyos costes revertirán en beneficios diseminados entre las minorías preponderantes. Al engaño se consagran individuos, grupos, partidos políticos, corporaciones y sectas que saben bien que no existiendo verdad alguna eviterna hay primero que fabricarlas y luego reducirlas a un juguete aunque, como el niño caprichoso, los humanos lo hagan enseguida añicos.
De aquí viene mi eviterna indignación. La indignación me intoxica, las ideas felices me embriagan. Pero así como cada día las cosas que me indignan elevando la dosis de intoxicación son muchas pues los disparates se acumulan, las ideas embriagadoras, a estas alturas de mi vida, me las tengo que fabricar yo. Poco hay ya que una persona pensante y provecta no haya cribado, no haya sometido a análisis profundo y detenido, para no llegar en realidad a conclusión plenamente satisfactoria alguna; a ninguna, salvo una y en negativo: lo que nos permite saber que el Mal reside en todo lo que causa daño o denigra física o moralmente a otro. El propio Goethe, el mismo año de su muerte, escribía a su amigo Zelter: “La cruz es la imagen más odiosa que existe bajo el cielo”, eviterno...
Los cambios sociales apenas me afectan, pues sólo me interesan los valores potenciamente permanentes, inmutables, en realidad y para hablar propiamente, eviternos; pero no las modas, las corrientes de opinión, los criterios confeccionados, tallados y servidos por los laboratorios de todo tipo, hoy tan presentes en la sociedad occidental para vergüenza de la individualidad que ellos mismos y sus voceros mediáticos dicen son la base del demos y del desarrollo de la personalidad. ¡Qué sarcasmo! una sociedad a cuyos dirigentes, al menos los de facto, a quienes lo que menos interesa; una sociedad que no excreta humanos felices, sino, por encima de todo, aturdidos.
Por eso, la sociedad humana idea e introduce en sí misma y pronto reglas que la dificulten y entorpezcan. Las religiones y la filosofía, alfa y omega del pensamiento o de lo que equivale a él, se aprestan enseguida a dictarlas. El engaño se convierte al mismo tiempo en el resorte del que hay que preservarse en todo intercambio. Y sin embargo el engaño, en el siglo XXI, cuando hubiera sido de esperar su definitiva erradicación, es, precisamente, el instrumento de todos los demás instrumentos de dominio.
Al engaño dedican las universidades que estudian concienzudamente las prácticas mentalistas, grandes fortunas cuyos costes revertirán en beneficios diseminados entre las minorías preponderantes. Al engaño se consagran individuos, grupos, partidos políticos, corporaciones y sectas que saben bien que no existiendo verdad alguna eviterna hay primero que fabricarlas y luego reducirlas a un juguete aunque, como el niño caprichoso, los humanos lo hagan enseguida añicos.
De aquí viene mi eviterna indignación. La indignación me intoxica, las ideas felices me embriagan. Pero así como cada día las cosas que me indignan elevando la dosis de intoxicación son muchas pues los disparates se acumulan, las ideas embriagadoras, a estas alturas de mi vida, me las tengo que fabricar yo. Poco hay ya que una persona pensante y provecta no haya cribado, no haya sometido a análisis profundo y detenido, para no llegar en realidad a conclusión plenamente satisfactoria alguna; a ninguna, salvo una y en negativo: lo que nos permite saber que el Mal reside en todo lo que causa daño o denigra física o moralmente a otro. El propio Goethe, el mismo año de su muerte, escribía a su amigo Zelter: “La cruz es la imagen más odiosa que existe bajo el cielo”, eviterno...
Los cambios sociales apenas me afectan, pues sólo me interesan los valores potenciamente permanentes, inmutables, en realidad y para hablar propiamente, eviternos; pero no las modas, las corrientes de opinión, los criterios confeccionados, tallados y servidos por los laboratorios de todo tipo, hoy tan presentes en la sociedad occidental para vergüenza de la individualidad que ellos mismos y sus voceros mediáticos dicen son la base del demos y del desarrollo de la personalidad. ¡Qué sarcasmo! una sociedad a cuyos dirigentes, al menos los de facto, a quienes lo que menos interesa; una sociedad que no excreta humanos felices, sino, por encima de todo, aturdidos.
Y esto es lo patético: que, para ser felices y puesto que cada uno de los seres que vamos poblando este planeta somos eviternos y regresaremos a las estrellas de las que venimos, tengamos que esperar a otra vida para serlo pudiendo haberlo sido aquí.
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