28 febrero 2007

Sobre el siglo de la expiación

M. Á. Bastenier hace hoy en El País un repaso a la Historia desde el siglo XVII, sobre la abominable depredación -aunque él no lo diga así- de la raza blanca dominante, para más señas his­pana y anglo­sajona. Por estas fechas, por ejemplo, se cumplirán 200 años de la abolición de la trata de esclavos por Gran Bretaña. Pero ni Bolívar –añade- se atrevió a abolir en cambio la esclavitud (lo que le sitúa mo­ralmente incluso por debajo de la generosidad de los Hace­dores blan­cos de gran parte de la His­toria euroamericana). Se felicita Baste­nier de las diversas formas de expiación de las vejaciones históricas: escla­vitud, genocidios, Holocausto... Incluso nos da la noticia de que "el Estado de Virginia, centro político de la rebelión esclavista en la Gue­rra de Secesión americana, acaba de aprobar por voto unánime el primer acto de contricción formal por la esclavitud y el trato admi­nis­trado a los pieles rojas, o nativos ame­ricanos, por los colonizado­res blan­cos". Hasta llegar al reconoci­miento de que Israel "obtuvo un justo y siempre insuficiente resarci­miento por la barbarie sufrida". La acogida en Europa de brazos excedentes en los países de origen que, en 2006, remitieron desde España 5.000 millones de euros a sus hoga­res, también la inserta en el espíritu resarcidor, en el gesto com­pasivo dirigido a la redención que persigue ahora el nuevo hombre blanco del siglo XXI encarnado ¡cómo no! en anglo­sajones e hispa­nos...

Más valdría reconocer, a la luz de la ética universal e imperecedera que iguala el rango humano de todos los seres que pueblan la Tierra (algún día -si al futuro le queda Historia- se incluirán en la misma bolsa de sensibilidad, a los animales) los errores, injusticias, barbari­dades y depredaciones pretéritas. Bien está, aunque no sean pro­piamente "errores", pues las generaciones están atrapadas en su momento, en su época, en su óptica, y no pueden, fatalizadas, za­farse de su modo de ver y hacer las cosas, encadenadas a ello como Prometeo lo estaba a sus cadenas. Lo que sí cabe en cambio es co­rre­gir lo reconocido como errores para no volver a caer en ellos. Pero tampoco a través de la argucia transformándolos en otras apariencias que los haga irreconocibles. Es decir, sin capciosidades, sin manipu­laciones ni tretas nuevas para justificar las horrendas depredaciones de nuevo cuño.

Por ejemplo, reconocer que no es el deseo de resarcir a las vícti­mas del esclavismo sino conveniencia flagrante de la economía liberal; esto es, reconocer que acoger a brazos foráneos pues de otro modo las sociedades opulentas poco a poco envejecerían de tal modo que se produciría su extinción y antes crisis económicas insu­perables, sería lo honesto. Por ejemplo, que "el siempre insuficiente resarci­miento por la barbarie sufrida" que supuso el regalo a Israel de un territorio en 1947 no deja de ser una forma nueva de coloniza­ción a la fuerza de las potencias ganadoras y contra la voluntad del mundo árabe, mientras que otras muchas razas semiextinguidas por holo­caustos semiignorados no han disfrutado en cambio... sería lo honesto. Así es cómo podríamos tomar como sinceros a estos actos de contricción, y no como modalidades de hipocresía a espuertas para arrimar -nunca deja de hacerlo- el hombre blanco anglosajón e hispano, el ascua a su sardina como dice el dicho po­pular.
Porque si al lado de tan sensitivos gestos como el del Estado de Vir­ginia, el anglosajón británico y estadounidense ahora prosiguen la de­predación por las vías retrógradas y atroces que conocemos; si ahora lo que hace es invadir y saquear pueblos del sudoeste asiá­tico con el plan inminente de dar el golpe de gracia en Irán para conster­nación del mundo entero, de poco o nada servirán tantos golpes de pecho por las depredaciones del pasado. Antes con los negros, pieles rojas y aborígenes americanos de todas las latitu­des... y ahora, sobre las etnias arias y árabes asiáticas. Antes donde estaban las espe­cias, luego donde estaba la tierra fértil y el oro... y ahora donde está el pe­tróleo. Todo una nueva maniobra de esos "hombres blancos" a los que nunca se les agotan las tretas para dominar a cualquier precio tasado en hipocresía, a todas las ra­zas que en el fondo son siempre las menos belicosas del mundo. Razas, aquéllas de otro tiempo, como ahora éstas que están siendo aplastadas, que lo único que intentan es defenderse tan inútil como débilmente con armas del neo­lítico al lado de las que emplea el abominable "hombre blanco" inca­paz de dejar al mundo en paz. Pues es él el único que siem­pre hace y escribe la Historia de todos los aciertos y todos los errores. Capaz de hacer cualquier papel y de recurrir a cualquier añagaza para conse­guir su propó­sito: tan proteico es. Antes podía haber sido ín­cubo, ¿ahora súcubo? ¿qué más da?

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