13 marzo 2007

Pisos de 5,4 millones

Sabemos muy bien en qué consisten las diferencias entre el mundo oprimido y carente de todo, y el que goza del lujo. Lujo: lo que excede de lo indispensable para una vida digna en sociedades que hace algún tiempo dejaron el Paleolítico... Sabemos bien por qué suceden, se elaboran y se mantienen esas diferencias. Sabe­mos bien que un método de organización social deplorable a estas alturas del logos, del raciocinio, atenaza a la ma­yor parte de la humanidad para que una millonésima parte de ella exista nadando en la abundancia y el despilfarro mientras el resto sobrevive o pe­rece. Sabemos bien todo esto, sabemos lo que ocu­rre y el por qué, pero el trajín diario nos hace olvidar el detalle y el agravio compara­tivo quizá para no estallar cada día de rabia e indignación.

De pronto un anuncio nos sitúa en el plano de la pasmosa realidad; ésa donde chocan brutalmente las nociones de lujo y austeridad, opulencia y pobreza. Me refiero al anuncio de venta de un piso en una calle relativamente secundaria de Madrid, por 5,4 millones de euros. Una noticia que nos saca de la inercia absoluta en la que asumimos la exasperante y exponencial desigualdad que preside a las sociedades de Occidente. Jeanne-Antoinette Poisson, más tarde marquesa de Pompa­dour, fue la principal favorita del rey de Francia, Luis XV. Esquiaba por las amplias avenidas de París sobre tonela­das de azúcar, mien­tras el pueblo casi se moría de hambre. Años después se hizo la Revolución que conmocionó al mundo. Y aún el genio de Cha­teau­briand, aristócrata, en sus Memorias de Ultra­tumba que estoy le­yendo ahora, no se explica bien por qué...

Vivimos tiempos en que la gente no se muere de hambre ni son probables revoluciones sangrientas, por lo menos a corto plazo. Pero sufre enfermedades hepáticas, ansiedades y frustraciones pro­voca­das por la envidia que culminan en depresiones de diversa factura y gravedad, y que a su vez cada día percuten más la idea del suicidio y su consumación. La incitación, la excitación, la provoca­ción de los reclamos publicitarios es abrumadora. Y la “necesidad” de lo super­fluo se une a la necesidad de lo indispensable: un cobijo digno. Pero el hacer inasequible gran número de los maravillosos productos ofertados y empeñarse en adquirir una vivienda para luego en­tram­parse de por vida o perderla a manos del banco que concedió difi­cultosamente la hipoteca, es el marco en que se sitúa la inmensa mayoría de la población de este país in­mundo y de las so­ciedades montadas sobre las falsea­das socialdemocracias. Y se nota. Se nota porque la crispación asociada a esos estados de ánimo frustrantes y ansiosos imprimen carácter al am­biente general. Se nota por la agresividad, unas veces, y la displicencia otras, en franco aumento en el trato social y aun mercantil. Por la abulia, la indolencia, la in­diferencia, el pasotismo, y también por tantas mue­cas que van reemplazando poco a poco a la risa. La risa va des­apa­reciendo transmutada en convulsiones que la imitan...

España es un país infeliz aunque siga fingiendo bullicio y jarana gracias a un sol que empieza a ser abrasador, porque hay dema­siada gente que compra y vende pisos de 5 millones de euros mien­tras el resto se arrastra cada mañana para conseguir mil euros por mes; la mayoría de las veces teniendo que dar a todas horas las gracias a quien además se los abona a regañadientes.

La relación efecto y causa entre las cosas que ocurrían en el siglo XVIII y XIX en Europa y la que existe hoy entre unas clases y otras, es la misma. Hoy no se dan revoluciones no porque no haya moti­vos, sino porque los pueblos están estrechamente vigilados y sobre todo muy debi­litados por tanto cachivache...

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