¿Saben vds. cómo deberíamos decidir la configuración de nuestra sociedad por mayorías demoledoras?, ¿cómo modelar nuestro destino político, nuestra organización social? Pues en primer lugar desarmando al Estado de todas sus instituciones coercitivas; suprimiendo ejércitos y policías y toda clase de agentes de seguridad. Seguirían cometiéndose delitos, pero infinitamente menos que los que la mera existencia de toda esa gente armada provoca. La sociedad no volvería por ello a la caverna: ya está madura. Dejando a la población de cada país que expresara en las urnas su voluntad sin presiones, sin coacciones ni amenazas de la fuerza bruta, expresas o latentes, lograría una franca aproximación al ideal de Estado y de sociedad. Esto, por un lado. Por otro, suprimiendo la publicidad, los aguijonazos de la falacia y del sofisma que discurren en riadas por las cabezas calenturientas unas veces y anestesiadas otras, que tanto distorsionan la realidad a secas sustituida por la realidad prefabricada.
Sí, ya sé, ya sé que es una utopía. Más aún, que es absurdo. Más aún todavía, una estupidez; como todo lo irrealizable. Pero no acostumbro a hablar tanto de las cosas como son, como de lo que debieran ser. Y mientras estemos cubiertos por el manto de la tergiversación, de la presión publicitaria, de la fascinación audiovisual de los micrófonos, de las telepantallas, de la asechanza de las policías y de los activistas supercharlatanes que influyen e impactan en nuestra vida cotidiana si les prestamos atención, nadie puede decir sin autoengañarse que en estas sociedades hay libertad y que respiramos en libertad. La com-presión ejercida a través de la vigilancia se hace sentir de manera mucho más acentuada que la de-presión del sentimiento "libre".
No cito a los utopistas, deliberadamente. Ni a Moro, ni a Platón, ni a Huxley... Para qué. Hoy se trataría de otra cosa, pues no en balde han llovido trillones de ideas y de experiencias al alcance de todos, mientras que aquéllos concebían las cosas desde la dimensión de un mundo de esclavos o siervos, inconscientes de que lo eran...
Sí, ya sé, ya sé que es una utopía. Más aún, que es absurdo. Más aún todavía, una estupidez; como todo lo irrealizable. Pero no acostumbro a hablar tanto de las cosas como son, como de lo que debieran ser. Y mientras estemos cubiertos por el manto de la tergiversación, de la presión publicitaria, de la fascinación audiovisual de los micrófonos, de las telepantallas, de la asechanza de las policías y de los activistas supercharlatanes que influyen e impactan en nuestra vida cotidiana si les prestamos atención, nadie puede decir sin autoengañarse que en estas sociedades hay libertad y que respiramos en libertad. La com-presión ejercida a través de la vigilancia se hace sentir de manera mucho más acentuada que la de-presión del sentimiento "libre".
No cito a los utopistas, deliberadamente. Ni a Moro, ni a Platón, ni a Huxley... Para qué. Hoy se trataría de otra cosa, pues no en balde han llovido trillones de ideas y de experiencias al alcance de todos, mientras que aquéllos concebían las cosas desde la dimensión de un mundo de esclavos o siervos, inconscientes de que lo eran...
Son cosas, éstas, que todo pensante, todo individuo mínimamente despierto sabe y con esa permanente impresión vive aunque no lo diga y hasta procure olvidarlo. Pero el sistema ha encontrado, sobre todo desde el último tercio del siglo pasado, la fórmula mágica para ejercer el control social de una manera suave, casi atractiva.
La fórmula está basada en un ingrediente principal: el aturdimiento. Si vd. es abogado, político, comercial, clérigo o médico atonte vd. a su cliente, paciente, votante o feligrés, y tendrá garantizado el éxito. Atúrdale a conciencia diciendo cosas absurdas y contradictorias, pues para eso es vd. un experto que obtuvo uno o varios títulos académicos por su facilidad para atontar; su cliente, su paciente, su votante o su feligrés no tiene ni puñetera idea de lo que vd. conoce a fondo. Y si eso fallase, si sus amplísimos conocimientos no surtieran los efectos persuasivos presumibles cuente vd., especialista, con el aparato del Estado que le sacará del atolladero. Tiene a su disposición leyes, normas de todas clases, legiones de policías, servicios de seguridad, comisiones de deontología, jueces y tribunales para convencerse vd aún más de que “el otro”, el sujeto pasivo de su servicio, es un cretino, que no está preparado en esa materia, que no sabe lo que se pesca y que deberá aguantar carros y carretas para no enfermar de los nervios. No importará que "el otro" aunque no se sepa de memoria ni un artículo del código civil comprenda perfectamente de qué va la justicia. No importará que conozca su propio organismo y lo que pide al médico sólo es un parecer o una receta, no una sentencia, porque de otro modo no puede obtener el medicamento que precisa. No importará que sepa bien cómo le gustaría que se organizase la sociedad, su sociedad aunque no hubieres estudiado ciencia política. Ni que sepa cuáles son sus demandas espirituales, psicológicas, emocionales. Ellos, abogados, políticos, médicos y párrocos dirán siempre a “el otro” qué ha de hacer, qué ha de pensar y hasta qué punto es siempre alguien que sabe bien lo que quiere -como los periodistas nos recuerdan a menudo-, pero carece de opinión y de criterio, y es un necio redomado...
El aturdimiento siempre fue un arma poderosa en la sociedad dividida entre los que lo fabrican y los que lo padecen. Pero jamás tuvieron los fabricantes las cajas de resonancia de que disponen hoy. El aturdimiento está tan extendido y redoblado, que si la inmensa mayoría en el mundo vivió antaño sumida en la ignorancia y en la necedad erasmista, hoy vive centrifugado por él.
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