24 enero 2007

La opinión, en los periódicos

"Muy pocos o ninguno de los distinguidos profesores de ins­tituciones de derechas que se alimentan de la política de Was­hington se van a poner un uniforme” (...) “Y en cuanto a los banqueros, abogados, consultores y especialistas médi­cos de los barrios lujosos de cualquier ciudad, menos. Su pro­blema es cómo conseguir un nuevo Ferrari antes que el ve­cino (...) Van 3.500 bajas. A primera vista no parece que en­tre los muertos haya muchos procedentes de las universi­dades de Harvard, o de Georgetown, o de la firma Gold­man Sachs o de algún ins­tituto de cirugía facial de Califor­nia".

Este es análisis de Paul Kennedy, director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional, Universidad de Yale.

Desde que se me inflamaron el hígado y el corazón en marzo de 2003 con ocasión de la invasión de Irak, ya resen­ti­dos en 2001 tras la perplejidad por la de Afganistán -am­bas porque sí-, no me ha sido posible leer en los periódicos mun­diales de mayor difusión reflexiones de esta índole.

En muchas ocasiones he dicho que los medios son cóm­pli­ces muy significados de las imposturas e infames accio­nes de los gobernantes estadounidenses en el mundo y desde hace un lustro en Oriente Medio... por omisión.

He aquí una prueba caliente. ¿Por qué cosas similares a las que se vierten en este artículo titulado ¿Quién es el que debe mantener el rumbo? no se han publicado hasta ahora?

Indudablemente, lo mismo que infinidad de ciudadanos del mundo venimos pensando desde entonces, han de pensarlo los talentudos escritores, catedráticos y columnistas. Pero ¿cuándo, no ya en titulares de primera plana sino en artí­cu­los de fondo u opinión se ha estampado en cualquier perió­dico in­fluyente denuncias como ésta de Ken­nedy? Os lo voy a de­cir: nunca. He estado atento a la cues­tión.

Los medios dosifican, calculan, calibran su participación en las fechorías imperiales no en función de la ética interna­cio­nal o universal, ésa que no admite contestación, sino en fun­ción de las veleidades económicas, financieras y psico­lógicas de los canallas que a lo que hacen le llaman política.

Si la guerra es el fracaso de la política o el ejercicio de la po­lítica por otros medios, como decía Clemenceau, los ac­tuales mandatarios yanquis -todos ellos- son cualquier cosa menos políticos. "América", la de promisión, desde que la ri­gieron los primeros presidentes con el espíritu e inteligencia de los gran­des hombres, sólo alumbra, uno tras otro, pési­mos soldados de paisano pertenecientes a levas facciosas. Milita­res tardíos de la peor clase de tropa, que incluso han esca­moteado co­bardemente el servicio militar.

Si Kennedy, Nirbaum, Naím, Stiglitz, Rifkin, Chomsky y tan­tos otros antibelicistas hubieran ocupado las páginas de los pe­riódicos norteamericanos a partir del 2001, el infame estado de cosas en el planeta hubiera adquirido otro sesgo. Porque los periódicos no se limitan a dar fe de la realidad, también influyen decisivamente, o aspiran a ello, en los aconteci­mientos. No pronunciarse en los momentos crí­ticos, cuando debieron hacerlo -me refiero a acciones omino­sas y men­tirosas como las de Irak y Afganistán-, es cola­bo­rar con el cana­llismo y fabri­car canallismo. En la doble moral, ésa que tanto nos repugna a todos, es experto el perio­dismo al uso. Cuando le conviene, en los casos más graves dice que su misión es informar y no em­pieza a expresarse con letra gruesa hasta que pasó el peligro, como el caso que nos ocupa hoy, y en los casos veniales, los de política interior, los periodistas se pasan todo el día opi­nando cuando debi­eran callar y limitarse a consultar al pueblo para saber qué opina.
¡Peste de periodismo, padre, hoy, de todas las batallas!

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