"Muy pocos o ninguno de los distinguidos profesores de instituciones de derechas que se alimentan de la política de Washington se van a poner un uniforme” (...) “Y en cuanto a los banqueros, abogados, consultores y especialistas médicos de los barrios lujosos de cualquier ciudad, menos. Su problema es cómo conseguir un nuevo Ferrari antes que el vecino (...) Van 3.500 bajas. A primera vista no parece que entre los muertos haya muchos procedentes de las universidades de Harvard, o de Georgetown, o de la firma Goldman Sachs o de algún instituto de cirugía facial de California".
Este es análisis de Paul Kennedy, director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional, Universidad de Yale.
Desde que se me inflamaron el hígado y el corazón en marzo de 2003 con ocasión de la invasión de Irak, ya resentidos en 2001 tras la perplejidad por la de Afganistán -ambas porque sí-, no me ha sido posible leer en los periódicos mundiales de mayor difusión reflexiones de esta índole.
En muchas ocasiones he dicho que los medios son cómplices muy significados de las imposturas e infames acciones de los gobernantes estadounidenses en el mundo y desde hace un lustro en Oriente Medio... por omisión.
He aquí una prueba caliente. ¿Por qué cosas similares a las que se vierten en este artículo titulado ¿Quién es el que debe mantener el rumbo? no se han publicado hasta ahora?
Indudablemente, lo mismo que infinidad de ciudadanos del mundo venimos pensando desde entonces, han de pensarlo los talentudos escritores, catedráticos y columnistas. Pero ¿cuándo, no ya en titulares de primera plana sino en artículos de fondo u opinión se ha estampado en cualquier periódico influyente denuncias como ésta de Kennedy? Os lo voy a decir: nunca. He estado atento a la cuestión.
Los medios dosifican, calculan, calibran su participación en las fechorías imperiales no en función de la ética internacional o universal, ésa que no admite contestación, sino en función de las veleidades económicas, financieras y psicológicas de los canallas que a lo que hacen le llaman política.
Si la guerra es el fracaso de la política o el ejercicio de la política por otros medios, como decía Clemenceau, los actuales mandatarios yanquis -todos ellos- son cualquier cosa menos políticos. "América", la de promisión, desde que la rigieron los primeros presidentes con el espíritu e inteligencia de los grandes hombres, sólo alumbra, uno tras otro, pésimos soldados de paisano pertenecientes a levas facciosas. Militares tardíos de la peor clase de tropa, que incluso han escamoteado cobardemente el servicio militar.
Si Kennedy, Nirbaum, Naím, Stiglitz, Rifkin, Chomsky y tantos otros antibelicistas hubieran ocupado las páginas de los periódicos norteamericanos a partir del 2001, el infame estado de cosas en el planeta hubiera adquirido otro sesgo. Porque los periódicos no se limitan a dar fe de la realidad, también influyen decisivamente, o aspiran a ello, en los acontecimientos. No pronunciarse en los momentos críticos, cuando debieron hacerlo -me refiero a acciones ominosas y mentirosas como las de Irak y Afganistán-, es colaborar con el canallismo y fabricar canallismo. En la doble moral, ésa que tanto nos repugna a todos, es experto el periodismo al uso. Cuando le conviene, en los casos más graves dice que su misión es informar y no empieza a expresarse con letra gruesa hasta que pasó el peligro, como el caso que nos ocupa hoy, y en los casos veniales, los de política interior, los periodistas se pasan todo el día opinando cuando debieran callar y limitarse a consultar al pueblo para saber qué opina.
Este es análisis de Paul Kennedy, director del Instituto de Estudios sobre Seguridad Internacional, Universidad de Yale.
Desde que se me inflamaron el hígado y el corazón en marzo de 2003 con ocasión de la invasión de Irak, ya resentidos en 2001 tras la perplejidad por la de Afganistán -ambas porque sí-, no me ha sido posible leer en los periódicos mundiales de mayor difusión reflexiones de esta índole.
En muchas ocasiones he dicho que los medios son cómplices muy significados de las imposturas e infames acciones de los gobernantes estadounidenses en el mundo y desde hace un lustro en Oriente Medio... por omisión.
He aquí una prueba caliente. ¿Por qué cosas similares a las que se vierten en este artículo titulado ¿Quién es el que debe mantener el rumbo? no se han publicado hasta ahora?
Indudablemente, lo mismo que infinidad de ciudadanos del mundo venimos pensando desde entonces, han de pensarlo los talentudos escritores, catedráticos y columnistas. Pero ¿cuándo, no ya en titulares de primera plana sino en artículos de fondo u opinión se ha estampado en cualquier periódico influyente denuncias como ésta de Kennedy? Os lo voy a decir: nunca. He estado atento a la cuestión.
Los medios dosifican, calculan, calibran su participación en las fechorías imperiales no en función de la ética internacional o universal, ésa que no admite contestación, sino en función de las veleidades económicas, financieras y psicológicas de los canallas que a lo que hacen le llaman política.
Si la guerra es el fracaso de la política o el ejercicio de la política por otros medios, como decía Clemenceau, los actuales mandatarios yanquis -todos ellos- son cualquier cosa menos políticos. "América", la de promisión, desde que la rigieron los primeros presidentes con el espíritu e inteligencia de los grandes hombres, sólo alumbra, uno tras otro, pésimos soldados de paisano pertenecientes a levas facciosas. Militares tardíos de la peor clase de tropa, que incluso han escamoteado cobardemente el servicio militar.
Si Kennedy, Nirbaum, Naím, Stiglitz, Rifkin, Chomsky y tantos otros antibelicistas hubieran ocupado las páginas de los periódicos norteamericanos a partir del 2001, el infame estado de cosas en el planeta hubiera adquirido otro sesgo. Porque los periódicos no se limitan a dar fe de la realidad, también influyen decisivamente, o aspiran a ello, en los acontecimientos. No pronunciarse en los momentos críticos, cuando debieron hacerlo -me refiero a acciones ominosas y mentirosas como las de Irak y Afganistán-, es colaborar con el canallismo y fabricar canallismo. En la doble moral, ésa que tanto nos repugna a todos, es experto el periodismo al uso. Cuando le conviene, en los casos más graves dice que su misión es informar y no empieza a expresarse con letra gruesa hasta que pasó el peligro, como el caso que nos ocupa hoy, y en los casos veniales, los de política interior, los periodistas se pasan todo el día opinando cuando debieran callar y limitarse a consultar al pueblo para saber qué opina.
¡Peste de periodismo, padre, hoy, de todas las batallas!
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