28 enero 2007

Las costumbres y la conspiración

Se dice, a mi juicio impropiamente, que el hombre es un animal de costumbres. Impropiamente, porque la costumbre también es un rasgo común a los animales aunque la etolo­gía se inclina por denominarlas instinto a secas, segura­mente para, haciéndose cómplice del hombre, procurar que éste se sienta por encima de ellos y también porque supone que el animal no piensa...

Creo que el tópico debiera formularse así precisamente: el hombre es un animal de costumbres cambiantes, y cam­biantes sin motivo. Y cambiantes, además hoy día, acelera­damente. Sobre todo en cierto países, como el nuestro donde el mimetismo hacia el modelo yanqui es imparable. Bien. Sea como fuere, siempre en la sociedad humana im­pera la mos, la costumbre, la moral, por cierto bien diferen­tes según la latitud, el clima y el paisaje. Es más, la costum­bre del lugar es una fuente del Derecho, como lo es la ley y los principios generales del derecho empapados en... cos­tumbre.

Pero voy observando a lo largo de mi vida que la moral, la costumbre y la mos son marcos y puntos de referencia que acaban siendo también fuente de conflictos y de represio­nes. Es más, el drama existencial está basado en un altí­simo porcentaje en eso. No sé qué ocurriría si de pronto re­ligiones y fetichismos que las entronizan, y las costumbres mismas desaparecieran. Sin embargo pienso que, evolu­cionado el ser humano hasta ser capaz de vivir en anarquía, no tengo duda de que si eliminase toda costumbre e impro­visase constantemente valoraciones de las conductas y las conductas mismas dejando hacer al pensamiento cínico, desaparecería mucho de lo peor de la condición humana tan apegada a la moral para burlarla. Si extirpara toda costum­bre y fiase a la improvisación todo cuanto hace, excluyendo de ella el comportamiento que cause muerte o daño físico, dejaría de haber infidelidades, traiciones, deslealtades y fraudes, madres de sufrimientos y lapidaciones físicas pero también morales. Pero sobre todo, se haría imposible la manipulación de quienes tienen a su cargo el control social de colectividades absolutamente farisaicas; sociedades donde cada vez más se acusa que la mejor manera de so­bresalir y progresar es abusando de la buena fe de la in­mensa mayoría que vive con arreglo a la costumbre y a hábitos en la práctica inextirpables...

Somos hijos de las costumbres, las costumbres nos ate­nazan, y quienes se adueñan de las claves del funciona­miento de la sociedad y para conseguir sus fines grupuscu­lares, saben lo que tienen que hacer para obtener réditos de ello: procurar el mantenimiento de unas en ciertos casos, y cambiar las costumbres rápidamente por procedimientos atolondradores, en otros.

Que nadie se extrañe: profeso la doctrina de la conspira­ción permanente que maquinan los buenos conocedores de las costumbres públicas y de los hábitos del pensamiento. La historia, a fin de cuentas y en mi consideración, no es más que la sucesión de éxitos de una conspiración sobre las demás. Y en las conspiraciones hay por definición siem­pre mucha más transguesión de la costumbre que respeto. Es más, el éxito suele depender de su precisa violación.

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