Se dice, a mi juicio impropiamente, que el hombre es un animal de costumbres. Impropiamente, porque la costumbre también es un rasgo común a los animales aunque la etología se inclina por denominarlas instinto a secas, seguramente para, haciéndose cómplice del hombre, procurar que éste se sienta por encima de ellos y también porque supone que el animal no piensa...
Creo que el tópico debiera formularse así precisamente: el hombre es un animal de costumbres cambiantes, y cambiantes sin motivo. Y cambiantes, además hoy día, aceleradamente. Sobre todo en cierto países, como el nuestro donde el mimetismo hacia el modelo yanqui es imparable. Bien. Sea como fuere, siempre en la sociedad humana impera la mos, la costumbre, la moral, por cierto bien diferentes según la latitud, el clima y el paisaje. Es más, la costumbre del lugar es una fuente del Derecho, como lo es la ley y los principios generales del derecho empapados en... costumbre.
Pero voy observando a lo largo de mi vida que la moral, la costumbre y la mos son marcos y puntos de referencia que acaban siendo también fuente de conflictos y de represiones. Es más, el drama existencial está basado en un altísimo porcentaje en eso. No sé qué ocurriría si de pronto religiones y fetichismos que las entronizan, y las costumbres mismas desaparecieran. Sin embargo pienso que, evolucionado el ser humano hasta ser capaz de vivir en anarquía, no tengo duda de que si eliminase toda costumbre e improvisase constantemente valoraciones de las conductas y las conductas mismas dejando hacer al pensamiento cínico, desaparecería mucho de lo peor de la condición humana tan apegada a la moral para burlarla. Si extirpara toda costumbre y fiase a la improvisación todo cuanto hace, excluyendo de ella el comportamiento que cause muerte o daño físico, dejaría de haber infidelidades, traiciones, deslealtades y fraudes, madres de sufrimientos y lapidaciones físicas pero también morales. Pero sobre todo, se haría imposible la manipulación de quienes tienen a su cargo el control social de colectividades absolutamente farisaicas; sociedades donde cada vez más se acusa que la mejor manera de sobresalir y progresar es abusando de la buena fe de la inmensa mayoría que vive con arreglo a la costumbre y a hábitos en la práctica inextirpables...
Somos hijos de las costumbres, las costumbres nos atenazan, y quienes se adueñan de las claves del funcionamiento de la sociedad y para conseguir sus fines grupusculares, saben lo que tienen que hacer para obtener réditos de ello: procurar el mantenimiento de unas en ciertos casos, y cambiar las costumbres rápidamente por procedimientos atolondradores, en otros.
Que nadie se extrañe: profeso la doctrina de la conspiración permanente que maquinan los buenos conocedores de las costumbres públicas y de los hábitos del pensamiento. La historia, a fin de cuentas y en mi consideración, no es más que la sucesión de éxitos de una conspiración sobre las demás. Y en las conspiraciones hay por definición siempre mucha más transguesión de la costumbre que respeto. Es más, el éxito suele depender de su precisa violación.
Creo que el tópico debiera formularse así precisamente: el hombre es un animal de costumbres cambiantes, y cambiantes sin motivo. Y cambiantes, además hoy día, aceleradamente. Sobre todo en cierto países, como el nuestro donde el mimetismo hacia el modelo yanqui es imparable. Bien. Sea como fuere, siempre en la sociedad humana impera la mos, la costumbre, la moral, por cierto bien diferentes según la latitud, el clima y el paisaje. Es más, la costumbre del lugar es una fuente del Derecho, como lo es la ley y los principios generales del derecho empapados en... costumbre.
Pero voy observando a lo largo de mi vida que la moral, la costumbre y la mos son marcos y puntos de referencia que acaban siendo también fuente de conflictos y de represiones. Es más, el drama existencial está basado en un altísimo porcentaje en eso. No sé qué ocurriría si de pronto religiones y fetichismos que las entronizan, y las costumbres mismas desaparecieran. Sin embargo pienso que, evolucionado el ser humano hasta ser capaz de vivir en anarquía, no tengo duda de que si eliminase toda costumbre e improvisase constantemente valoraciones de las conductas y las conductas mismas dejando hacer al pensamiento cínico, desaparecería mucho de lo peor de la condición humana tan apegada a la moral para burlarla. Si extirpara toda costumbre y fiase a la improvisación todo cuanto hace, excluyendo de ella el comportamiento que cause muerte o daño físico, dejaría de haber infidelidades, traiciones, deslealtades y fraudes, madres de sufrimientos y lapidaciones físicas pero también morales. Pero sobre todo, se haría imposible la manipulación de quienes tienen a su cargo el control social de colectividades absolutamente farisaicas; sociedades donde cada vez más se acusa que la mejor manera de sobresalir y progresar es abusando de la buena fe de la inmensa mayoría que vive con arreglo a la costumbre y a hábitos en la práctica inextirpables...
Somos hijos de las costumbres, las costumbres nos atenazan, y quienes se adueñan de las claves del funcionamiento de la sociedad y para conseguir sus fines grupusculares, saben lo que tienen que hacer para obtener réditos de ello: procurar el mantenimiento de unas en ciertos casos, y cambiar las costumbres rápidamente por procedimientos atolondradores, en otros.
Que nadie se extrañe: profeso la doctrina de la conspiración permanente que maquinan los buenos conocedores de las costumbres públicas y de los hábitos del pensamiento. La historia, a fin de cuentas y en mi consideración, no es más que la sucesión de éxitos de una conspiración sobre las demás. Y en las conspiraciones hay por definición siempre mucha más transguesión de la costumbre que respeto. Es más, el éxito suele depender de su precisa violación.
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