13 enero 2007

Sobre la mujer

Me arriesgaré a un incontenible temporal, pues puedo arrojar sobre mí aproximadamente a media so­ciedad española encima.

Pero no puedo evitar mis dudas. Fijaos bien, dudas, de que la mujer se haya desarrollado en “una estruc­tura que desde hace siglos la ha esclavizado, la ha ri­diculi­zado, la ha minusvalorado y la ha demoni­zado”. No es por llevar a nadie la contraria, pues se di­ría que la con­tra­ria me la llevan a mí los venda­vales de opi­nión en este asunto...

Me parece demasiado recurrente y fluida la intención general y también tópico en España de que la mujer ha de estar fuera del hogar para “realizarse”. Es demasiado re­currente como para no ser analizado el asunto con mayor rigor. Ni afirmo ni niego. Es una ley, el escepti­cismo positivo, de mi estructura mental.

Veamos. Simplemente me cuestiono si la mujer, la hembra que pare, que educa, que tuvo siempre tan cerca a la prole de la que en general el macho se des­entendía, no fue, no ha sido más veloz hasta llegar aquí porque no pudo o porque no quiso. Ca­zar, hacer la guerra, esfor­zarse y enfrentarse a los trámites que exige siempre la vida material y la manutención en las sociedades que no se limitaron a sobrevivir, era pro­piamente cosa del macho como propia de la hembra, de su deli­ca­deza, de su mimo y de los latires de su co­razón era la misión protectora de la fragilidad del vástago. Creo; más, estoy seguro de que si la hembra hubiera prefe­rido dirigir el mundo lo hubiera conse­guido en décadas, no en milenios. A mí, me parece mucho más im­portante influir que gobernar. Entre otras ventajas, los riesgos de errar son mucho meno­res. Y eso es lo que ha hecho la mujer cuando no era una esclava no del macho sino de la sociedad, como esclavo era todo aquel ser humano que a su vez no los tenía...

Pero todo tiende al cambio. Y en estos tiempos, cuando por ejemplo en Europa nadie habla en la cla­ve de indignación empleada aquí por esa historia del visto como esclavismo femenino; cuando en los marxismos evolucionados ya está superado ese complejo, en Es­paña siguen erre que erre los movimientos de mujeres resentidas domi­nando el lenguaje que atenaza esa cuestión: que “el macho ha esclavizado, ridiculizado, minusvalo­rado y demonizado a la mujer” ¿No creéis que eso, de todos mo­dos depende también en buena medida de la educación y de la cultura familiar y per­sonal? ¿Creéis que una mujer –no hablo de la que tra­bajaba para sacar adelante a sus hijos porque fue abando­nada, sino la mujer que tocando el piano, le­yendo, es­cribiendo, pa­seando... era sólo objeto de de­seo y no de respeto y de amor por parte del macho? ¿Creéis que hoy la mayoría de las mujeres que traba­jan “fuera de casa” se “realizan” personalmente en una Caja registradora, en un teclado de ordenador, ven­diendo, seduciendo o quizá engañando para vender productos que no son siquiera solicitados, importu­nando ca­sas para ofrecer atosigantemente productos y servi­cios por encargo de sus jefes? ¿Creéis que son más feli­ces y hacen más felices a quienes les rodean: a sus hijos, a su pareja, que cuando, si podían permitír­selo, como las madres de clase media de antaño, se dedicaban a recoger los frutos del huerto y a contaros cuentos mientras vuestros padres traba­jaban de lunes a vier­nes? ¡No!

Todo es un mito. En Europa, en Holanda, en Bélgica, en Suecia, incluso ya en Italia las mujeres están re­tornando al “hogar” y se realizan personalmente en el hogar. La cuestión de la liberación femenina llegado a este punto no está en trabajar inexcusablemente fuera de casa, sino en saber cultivarse y en que el Estado considere los trabajos del hogar como los más excelsos de la sociedad y los retribuya generosamente... Es el modelo neoliberal el que impide que esta propuesta avance y se instale en el ánimo de todos, de hombres y mujeres...

España es una jaula de grillos y la unidad vital humana –no la llamemos familia por­que en efecto la composición de todo cambia- no es que evolucione, es que se descompone sin ton ni son, sin orden ni con­cierto; se está desestructu­rando, di­solviendo a pasos agigantados. Y además, en perjuicio de las siguientes generaciones. Como en otras muchas cuestiones edu­cacionales, medioambientales, etc. En todo. Y todo por esa moda, por esa manía de creer que se “crece” mejor como persona tra­bajando para terceros -en la mayoría de los casos- y de­pendiendo de jefes o empresarios que no valoran el trabajo sino por el arqueo contable al fi­nal del día. Y eso, cuando no le basta y busca las oportunidades sexuales que pueda brindarle la tra­ba­jadora de turno.

De todos modos no quiero estropear la idea de nadie sobre esta cuestión. La edad no debe prevalecer, ni tampoco es un argumento. Afortunadamente desapa­reció de la teología al uso el de “autoridad”. Ni en un sentido ni en otro. Pero es inevitable la óptica de las cosas según la trayectoria, la experiencia y la ciencia... Por consiguiente, no me empeño en tener razón.

No os dejéis impresionar por tanta memez en tal sentido. Si la mujer hubiera querido, salvo en las cla­ses desfavorecidas que siempre trabajaron penosa­mente, se hubiera alzado sobre el varón y su hege­mo­nía hubiera sido total y radical. Es indudable que a mí me hubiera gustado, pues tengo mucha mejor im­pre­sión y confianza -a pesar de sus proverbiales velei­da­des- en una mujer que en un hombre, generalmente siempre manejado desde lejos, como un títere, por... una mujer. He vi­vido lo suficiente en distintos am­bientes laborales, profesio­nales y socia­les como para poder acreditarlo.

No se trata, pues de defender el “marujeo” o de que la mujer que lo desee no pueda aspirar a trabajar fuera del hogar. Estaría yo loco. Se trata de que la que elija como empresa su hogar, sea tan respetada como la que más o si se me apura aún más. Por respeto a su elección y por el bien de la familia cuando ha contribuido a crearla.

Y repito, cuando en Eu­ropa –no en Francia donde esto está zanjado desde la Revolución, como en Rusia desde la suya- están dando marcha atrás, en España, siempre con el paso cam­biado, las mujeres de rompe y rasga no dejan títere con cabeza, en lugar de culti­varse –las que podrían-, en lu­gar de criar amorosa­mente a los hijos por lo menos hasta que se basten a sí mismos. Y no sólo no se calman sino que no dejan que las que optan por ello se organicen dignamente así. Todo el día estresadas, todo el día an­siosas, mu­chas amargadas y hastiadas... ¿Qué opinan vuestras madres? ¿Qué opinan vuestros padres?

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