06 enero 2007

Sensacionalismo

La fotografía de la madre de una de las víctimas de la ex­plosión de hace unos días en el Aeropuerto de Barajas, so­bre el féretro de su hijo, es todo un poema. Pero un poema de sensacionalismo repulsivo que pareció prometerse el Li­bro de Estilo de ese periódico (y se supone que el de cada uno) no cometer. Pero amigo, ¡menudo golpe de efecto! ¿Quién renunciará a él?

Se habla hasta la ronquera de avances, de procesos civili­zatorios, de parsimonioso alejamiento de lo primitivo y del magnetismo de la casquería, de evitar la seducción por la elementalidad, por la simpleza, por la simplificación y por el reduccionismo baratos que además tanto daño hacen. Se hizo el firme propósito (el Defensor del Lector lo dijo) de aplicar inexcusablemente en la informaciónn la presunción de inocencia. ¡Todo al carajo! Pues aparte de las fotografías y titulares sensacionalistas cada vez más en aumento, la rotundidad se enseñorea de los periódicos, que ora nos dan la noticia de que esto o aquello se va a investigar cuando está más claro que el agua, ora se asevera, sin concesión alguna al titubeo, un avatar humano o social preñado de os­curos detalles y se lo convierte de un día para otro en dogma por mor de un informe policiaco, de agencia o mi­nisterial...

"Detenidos 40 yihadistas" (los detienen como hacen las redes de arrastre). "El arzobispo de Varsovia colaboró con el régimen comunista". Cuatro páginas enteras dedicadas a "La ofensiva terrorista" con sus correspondientes detalles lacrimógenos de revistas del corazón, más bien genitales... son los ejemplos que me vienen hoy a la mano.

¿Han tocado fondo, en materia informativa, de honestidad y de estilo, los periódicos? Me temo que no, que van de mal en peor. Cuando creía yo que así era, cada día amanezco relativamente sorprendido por un paso de tuerca más. Esta de la foto de hoy es puro folletín que no aporta nada que no esté precalculado...

Cualquier noticia categoriza la adscripción, a lo que sea, de una persona. No hay presunciones. Hoy se alegan y ma­ñana se pisotean. Forma también parte del potpurri mediá­tico. Ya está todo juzgado, atado y bien atado cuando sale la noticia...

Etarra y yihadista son hoy día dos etiquetas que pueden hundir a una familia o muchas con un chasquido de dedos. Como ciertas castas, etnias y condenados llevan el estigma a la vista de todos, sean o no culpables... de nada.

Y todo esto sucede pese haber perdido el norte sobre lo bueno y lo malo, sobre lo divino y lo humano; sin saber ya qué es honesto y qué deshonesto, qué lealtad y qué des­lealtad, qué eficaz y qué imbécil, qué listeza y qué inteligen­cia, qué agnóstico y qué indiferente, qué rebelde y qué apologista, qué correcto y qué insumiso, qué es el bien y qué es el mal. Nietzsche resucitado... juzgando a vivos y muertos, a periodistas y periodismo, a políticos y esbirros, en una nueva pero vieja dimensión del pensamiento sin pensamiento, de la pontificación y de los alineamientos por las buenas porque la sociedad mundial (por fin lo han con­seguido) está ya dividida en dos, pues las demás fragmen­taciones no cuentan.

Ir al bulto y la delectación por el no discriminar, es lo que se lleva. ¿Saben esos que blasfeman a fuerza de mal gusto, cuántas vueltas damos a la exposición de nuestras ideas in­dignadas, para no hacer daño gratuito a nadie o para no caer en la procacidad? Pero ellos ¿para qué molestarse en averiguar si las fuentes de información son solventes, apolí­ticas, objetivas? ¿Para qué revolver Roma con Santiago para desentrañar lo que debían a empezar por desentrañar? ¿Para qué ahondar en el enigma de la catadura moral de los canallas que zarandean a ya todas las sociedades de la Tierra?

Para qué cuestionarse nada, si ya sabemos que los bue­nos son los que no comparecen, no saben no contestan, vi­ven recluidos en su mismidad o se enardecen al grito de ¡a por ellos! o gimotean ante el hecho luctuoso de ayer pasado mil veces por las pantallas de televisión... ¡Para qué indagar más!

Está claro quiénes son los buenos y quiénes los malos. Los buenos son los sumisos y los adictos a la droga del po­der aunque de él sólo respiren sus vapores. Los malos so­mos los que, valientemente, salimos al exterior y nos hace­mos ver. Y unas veces callamos, otras nos quejamos, otras protestamos y otras acusamos, ejerciendo nuestro derecho a pensar y a juzgar; un derecho que no ha de reconocernos ley alguna que no sea natural... Nosotros, los que, para que todo cuadre en esta convulsa y frenopática sociedad -espe­cialmente la estadounidense y la española contaminada-, estamos al borde del abismo expuestos en todo momento a ser tenidos por etarras o yihadistas en cuanto el policía de turno se fije en nosotros y diga que le hemos mirado mal. Estemos seguros de que a partir de ahí, la prensa estará con él y con su impecable informe.

Esto es lo que hace cada día el periódico con cada una de las impactantes noticias que nos endilga... para que todo, absolutamente, encaje en la famosa división del Bien y del Mal.

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