Salvador Pániker ha publicado un artículo muy interesante en el plano individual titulado "Sociedad laica y trascendencia". Como siempre todo lo suyo, magnífico. Pero aunque el marco de referencia puede considerarse universal, pertenece a un contexto burgués. La tesis de este artículo, dice él mismo inmediatamente, es sencilla: "en la actualidad, donde mejor puede prosperar el sentido de la trascendencia es en una sociedad plenamente secularizada".
Lo malo son las condiciones objetivas asociadas a la laicidad que propicia el librepensamiento. Pues la racionalidad, la mística y la trascendencia que provienen de la conciencia propia, "donde cada cual sea dueño de su castillo y el autor de su propia música, a escala" tropieza con un medio -la sociedad ultracapitalista- sumamente hostil a facilitar el dominio del yo, el autocontrol y la mínima independencia mental y espiritual. Las fuerzas dominadoras de ese medio procuran precisamente todo lo contrario: que la gente no piense, que no haya yoes, que no haya autocontrol, que no tenga independencia económica en sentido estricto. Pues en eso radica el éxito del modelo. Y el dominio del yo, que empieza por la autarquía, por la independencia material a menos que el individuo abrace la ascesis, no es posible salvo que la sociedad misma fabrique constantemente héroes espirituales.
¿Podemos imaginar una sinergia de los explotadores orientada a hacer una sociedad de ciudadanos independientes masivamente cuando lo que precisamente bancos, instituciones, medios, estructura comercial, publicitaria, mercantil y económica en pleno es lo que tratan de evitar para ejercer su predominio? ¿Imaginamos una sociedad como ésta donde la gente no consumiese, se bastase a sí misma y no quisiese saber nada de televisión de consumo, prensa de consumo, cachivaches de consumo? Esta sociedad quiere ciudadanos atados a una amortización, a una sujeción laboral, a empleos que no confieran jamás al individuo confianza en sí mismo: sólo la que dependa de la liberalidad de su empresario. Y para eso esta sociedad laica “trabaja”. Levantada sobre la anulación de ese yo que reemplaza con sus propios iconos, sus propios objeto de deseo, sus mitos y sus planes de largo alcance en provecho de minorías a las que el resto sirve lo que menos le interesa son los místicos y los que aspiran a la trascendencia.
"Digo que una sociedad secularizada y laica, es ya la única en la que puede brotar íntimamente, sin estorbos, la trascendencia", afirma Pániker en otro lugar.
Insisto: esta sociedad secularizada y laica no está compuesta de individuos libres. Y en esas condiciones la trascendencia íntima puede ser hasta una cursilada. No es lo mismo ser libre que creer serlo. Y el occidental no es libre en la medida que es la pieza de un engranaje que chirria a toda hora y está adscrito a la hipoteca y a la dependencia de terceros. Son pocos, muy pocos los que gozan de absoluta autonomía para poder digerir la mística que Pániker y yo recomendamos a los libres y manumitidos. Y a los que la disfrutan no les hable vd. de mística, pues ni siquieran habrán leido su artículo.
La televisión, los medios y el aturdimiento en cuanto a que el silencio necesario para la conciencia mística no existe más que en la Alpujarra o en la alta montaña donde no hay remonte, impiden toda conciencia de la trascendencia. Lo mejor que puede hacer el individuo común que sobrevive a trancas y barrancas e intuye la necesidad de un poco de sosiego, es apuntarse a una parroquia, a un coro, a un sociedad artística, a la cienciología, a una secta cualquiera o a un club de alterne que calmen su pánico al vacío y su cósmica soledad. Y el que no es común, tampoco es amigo de recomendaciones ni recetas de diseño...
La sociedad occidental ha optado por introducir el ruido como una droga que complemente las demás. La gente no se entera apenas de que existe y los neomísticos no contamos para nada más que en el plano interpersonal. Aunque la religiosidad tradicional ya no consuela tampoco a quienes se aferran a ella porque su fe se desvencija por momentos, la laicidad no propicia el pensamiento libre en condiciones en las que el individuo no es materialmente libre. Ni, a pesar de que la laicidad hace posible el sentido de la trascendencia, como dice Pániker, sus soluciones generales van por ahí; más bien encaminadas hacia el suicidio colectivo y hacia la negación de la identidad, por inmersión en la estolidez y en el atolondramiento.
Quiero decir con esto, que el discurso de Pániker lamentablemente sólo sirve para quienes en realidad no lo necesitamos; para quienes leemos para solazarnos, para recrearnos y para valorar el alto sentido de la responsabilidad moral y total que infunden al lector artículos como el suyo. Como siempre, la experiencia personal, sea de la mística, de la religiosidad, de la trascendencia y de la propia cultura empieza inexorablemente por no tener que enfrentarse a jefes, por tener un trabajo estable y por no temer a toda hora perderlo; por ser en definitiva cada cual dueño de sí mismo. Algo que sólo está hoy día, pese a la laicidad reinante, al alcance de los opulentos, de los que se afanan en serlo sin escrúpulos y a quienes la trascendencia les importa un pito. También al alcance de los que contamos con una segura paga del Estado.
Dice Pániker que los cristianos hablan de gracia, los sufíes de fana, los hindúes de prajña, los budistas de bodhi. Los chinos nombran a la naturaleza con la palabra ch'i lan, que significa aquello que sucede por sí mismo y no por mandato o control de entidad exterior. Los taoístas enseñan que el bien sólo se propaga espontáneamente -en chino: tzu-jan.
Pero fijémonos bien la enorme diferencia que existe en el tejido social, entre esas sociedades y la cristiana emponzoñada milenariamente por la envidia, que hoy llaman competitividad, y por la soberbia que hoy llaman mérito y que el modelo no hace más que potenciarlas. Porque ni la envidia ni la soberbia, ni la competitividad, ni el mérito, sino todo lo contrario, empapan a las sociedades sufí, hindú, budista, china. Mientras que la gracia, la mística y el sentido de la trascendencia predicadas en la sociedad laica cristiana tiene que verse las caras cada mañana a la hora de levantarse con una fuerza inusitada de quienes ejercen el control social, económico, politico y mediático, que procuran corromper al humilde, al sencillo y al sobrio poniéndole en ridículo por su humildad. Y esto es demasiado. Esto es mucha tela para seres insignificantes por mucho que quieran crecer por dentro, ya que no pueden crecer por fuera. La mística y la trascendencia son preocupaciones aristócratas del espíritu, pero en cierta medida también aristócratas del dinero.
Lo malo son las condiciones objetivas asociadas a la laicidad que propicia el librepensamiento. Pues la racionalidad, la mística y la trascendencia que provienen de la conciencia propia, "donde cada cual sea dueño de su castillo y el autor de su propia música, a escala" tropieza con un medio -la sociedad ultracapitalista- sumamente hostil a facilitar el dominio del yo, el autocontrol y la mínima independencia mental y espiritual. Las fuerzas dominadoras de ese medio procuran precisamente todo lo contrario: que la gente no piense, que no haya yoes, que no haya autocontrol, que no tenga independencia económica en sentido estricto. Pues en eso radica el éxito del modelo. Y el dominio del yo, que empieza por la autarquía, por la independencia material a menos que el individuo abrace la ascesis, no es posible salvo que la sociedad misma fabrique constantemente héroes espirituales.
¿Podemos imaginar una sinergia de los explotadores orientada a hacer una sociedad de ciudadanos independientes masivamente cuando lo que precisamente bancos, instituciones, medios, estructura comercial, publicitaria, mercantil y económica en pleno es lo que tratan de evitar para ejercer su predominio? ¿Imaginamos una sociedad como ésta donde la gente no consumiese, se bastase a sí misma y no quisiese saber nada de televisión de consumo, prensa de consumo, cachivaches de consumo? Esta sociedad quiere ciudadanos atados a una amortización, a una sujeción laboral, a empleos que no confieran jamás al individuo confianza en sí mismo: sólo la que dependa de la liberalidad de su empresario. Y para eso esta sociedad laica “trabaja”. Levantada sobre la anulación de ese yo que reemplaza con sus propios iconos, sus propios objeto de deseo, sus mitos y sus planes de largo alcance en provecho de minorías a las que el resto sirve lo que menos le interesa son los místicos y los que aspiran a la trascendencia.
"Digo que una sociedad secularizada y laica, es ya la única en la que puede brotar íntimamente, sin estorbos, la trascendencia", afirma Pániker en otro lugar.
Insisto: esta sociedad secularizada y laica no está compuesta de individuos libres. Y en esas condiciones la trascendencia íntima puede ser hasta una cursilada. No es lo mismo ser libre que creer serlo. Y el occidental no es libre en la medida que es la pieza de un engranaje que chirria a toda hora y está adscrito a la hipoteca y a la dependencia de terceros. Son pocos, muy pocos los que gozan de absoluta autonomía para poder digerir la mística que Pániker y yo recomendamos a los libres y manumitidos. Y a los que la disfrutan no les hable vd. de mística, pues ni siquieran habrán leido su artículo.
La televisión, los medios y el aturdimiento en cuanto a que el silencio necesario para la conciencia mística no existe más que en la Alpujarra o en la alta montaña donde no hay remonte, impiden toda conciencia de la trascendencia. Lo mejor que puede hacer el individuo común que sobrevive a trancas y barrancas e intuye la necesidad de un poco de sosiego, es apuntarse a una parroquia, a un coro, a un sociedad artística, a la cienciología, a una secta cualquiera o a un club de alterne que calmen su pánico al vacío y su cósmica soledad. Y el que no es común, tampoco es amigo de recomendaciones ni recetas de diseño...
La sociedad occidental ha optado por introducir el ruido como una droga que complemente las demás. La gente no se entera apenas de que existe y los neomísticos no contamos para nada más que en el plano interpersonal. Aunque la religiosidad tradicional ya no consuela tampoco a quienes se aferran a ella porque su fe se desvencija por momentos, la laicidad no propicia el pensamiento libre en condiciones en las que el individuo no es materialmente libre. Ni, a pesar de que la laicidad hace posible el sentido de la trascendencia, como dice Pániker, sus soluciones generales van por ahí; más bien encaminadas hacia el suicidio colectivo y hacia la negación de la identidad, por inmersión en la estolidez y en el atolondramiento.
Quiero decir con esto, que el discurso de Pániker lamentablemente sólo sirve para quienes en realidad no lo necesitamos; para quienes leemos para solazarnos, para recrearnos y para valorar el alto sentido de la responsabilidad moral y total que infunden al lector artículos como el suyo. Como siempre, la experiencia personal, sea de la mística, de la religiosidad, de la trascendencia y de la propia cultura empieza inexorablemente por no tener que enfrentarse a jefes, por tener un trabajo estable y por no temer a toda hora perderlo; por ser en definitiva cada cual dueño de sí mismo. Algo que sólo está hoy día, pese a la laicidad reinante, al alcance de los opulentos, de los que se afanan en serlo sin escrúpulos y a quienes la trascendencia les importa un pito. También al alcance de los que contamos con una segura paga del Estado.
Dice Pániker que los cristianos hablan de gracia, los sufíes de fana, los hindúes de prajña, los budistas de bodhi. Los chinos nombran a la naturaleza con la palabra ch'i lan, que significa aquello que sucede por sí mismo y no por mandato o control de entidad exterior. Los taoístas enseñan que el bien sólo se propaga espontáneamente -en chino: tzu-jan.
Pero fijémonos bien la enorme diferencia que existe en el tejido social, entre esas sociedades y la cristiana emponzoñada milenariamente por la envidia, que hoy llaman competitividad, y por la soberbia que hoy llaman mérito y que el modelo no hace más que potenciarlas. Porque ni la envidia ni la soberbia, ni la competitividad, ni el mérito, sino todo lo contrario, empapan a las sociedades sufí, hindú, budista, china. Mientras que la gracia, la mística y el sentido de la trascendencia predicadas en la sociedad laica cristiana tiene que verse las caras cada mañana a la hora de levantarse con una fuerza inusitada de quienes ejercen el control social, económico, politico y mediático, que procuran corromper al humilde, al sencillo y al sobrio poniéndole en ridículo por su humildad. Y esto es demasiado. Esto es mucha tela para seres insignificantes por mucho que quieran crecer por dentro, ya que no pueden crecer por fuera. La mística y la trascendencia son preocupaciones aristócratas del espíritu, pero en cierta medida también aristócratas del dinero.
Por eso esta apología de la mística y de la trascendencia en la sociedad laica, de Salvador Pániker, tan bello y tan bien construido, me parece dirigido a las élites. Pues fuera de ellas y mientras el individuo no tenga asegurada una vida digna e indepediente, estas predicaciones son literalmente papel mojado. Quiero decir que ensayar la mística y experimentar la trascendencia, sólo está al alcance de los acomodados. Y si no, es un consuelo que simplemente suple a la antigua resignación cristiana a la que a su vez precedió la actitud estoica y senequista frente a la vida miserable.
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