24 enero 2007

El vértigo y la doble moral

Tener noticia y por tanto conocimiento de tantas cosas que se suceden vertiginosamente con la velocidad de la luz en todos los planos de la realidad; cosas que se atropellan unas a otras y nos sobrepasan, es atosigante. No hay espa­cio ni tiempo para asimilarlas. Cuando aún no hemos salido de la perplejidad, otra nos rebasa por el carril izquierdo. Y rara no es como criatura que llega decrépita en el mismo momento de nacer... Las engullimos, no nos da tiempo a masticarlas; nos abotargan y asfixian el gaznate. Esta so­ciedad, que va en todo a galope ten­dido, desconoce la mo­deración y el término medio. Imprime tal ritmo a los hechos y su difusión, que reina en unos ámbitos la sobreexcitación y en otros la abulia, la indolencia o el pasotismo como me­canismos de autodefensa. Es imposible seguir a ese tren corriendo a la pata coja tras él. Los fenómenos sociales se superponen a la noticia rebuscada de los mismos. No lo que sucede, que también, sino lo que se provoca que suceda para poder contarlo es una constante en tiempos en que los medios están necesitados de carnaza, como el vampiro humano de Bram Stoker, sangre. ¿Cómo, si no, mantener el fuego sagrado en el templo de la televisión las 24 horas el día, año tras año, lustro tras lustro, siglo tras siglo?

Todo se aprovecha y poco se recicla en comparación con lo que se desecha. De ahí el máximo aprovechamiento tam­bién de la doble moral. Diríase que otro de los secretos del buen funcionamiento de esta sociedad postindustrial está en el juego de la doblez, que desde luego siempre existió pero el pueblo o no se percataba o lo sufría con resignación hasta que hacía la revolución... Una de las manifestaciones de la doble moral, que además rige oficialmente es esa exi­gencia a todos, bajo pena de cár­cel, lo que los principales, los patricios, como antes la aristocracia y la realeza, no hacen sino todo lo contrario. Y todo, bajo el nauseabundo principio de que to­dos somos iguales ante la ley pero la ley no es igual para todos. Y, por si fuera poco, se hace por un lado una política a la vista de todos y otra que hace añicos a aquélla pero se oculta...

Me refiero ahora, por ejemplo, al círculo cerrado en el que la depredación y la filantropía caminan de la mano de una manera aberrante en el modelo occidental. Todo el arte po­lítico, toda la retórica constitucional, las libertades formales y el modelo sociopolítico en conjunto se reducen a saber en­cubrir la miserable política que se hace por dentro con la que se hace a la ojos vista y se pregona cada día.

Como nos informa el escritor Rafael Argullol: "el Ministerio de Industria fabrica bombas de racimo que compra en parte el Ministerio de Defensa, el cual envía una misión de paz al Líbano cuyos integrantes, como la entera población civil, pueden verse afectados por los proyectiles exportados por fabricantes de armas cobijadas en nuestras leyes".

Pero, como se puede comprender, esto no es sólo cosa de nuestro país. El truco o trucaje de fabricar pañuelos para las lágrimas provocadas a conciencia, es tan viejo como las so­ciedades cristianas con todas su variantes que coadyuva­ban a los intereses materiales de los pecadores civiles. Los ingleses iban a Africa sembrando -más bien inoculando- el pudor, para dar salida a los paños de Manchester. Los es­pañoles iban a cristianizar América mientras los tercios ge­nocidas se apropiaban del oro y de las ge­mas. Los es­paño­les iban a cristianizar América mientras los tercios ge­noci­das se apropiaban del oro y de las ge­mas. Recientemente, hace dos años, en Madrid, mientras arrasaban ellos mismos la milenaria Babilonia, los convocantes cele­braban una Conferencia de Países Donantes para la reconstrucción de Irak ...

Toda la vida se la pasa este orden contradictorio de cosas en Occidente engañando y engañándose a sí mismo. Lo mismo da que esté el gobierno de un signo que otro. En esto todos son iguales. Y el día (que nunca llegará y por eso pueden presumir de integridad) en que los eurocomunistas lleguen al poder, harán tres cuarto de lo mismo.

En esta sociedad maldita occidental; maldita por lo que hace y por lo que predica y engaña, todo es así. Lo mejor que puede uno hacer es olvidarse de la moral, de la ética y de la bondad, y pasar a ser la fiera que nos proponen ser. Debiéramos simplemente enseñar a nuestros hijos cómo sortear el Código Penal -el mínimum del mínimo moral-, aunque sólo sea para no soportar la aplopejía que el anda­miaje de nuestra contracultura nos infiere. Eso es lo que hacen "ellos", los poderosos que no tienen escudos de no­bleza, como antes los tenía la aristocracia, y se emboscan en el anonimato. Y hacen bien, pues saben que millones y millones de seres humanos tienen noticia de su rapacidad, de sus engaños, de sus fraudes y de su crueldad, auxiliados por todo el sistema al completo hasta que el sistema salte por los aires...



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