No sabía bien qué significaba la palabra perplejidad hasta que Dios me hizo esta pregunta: ¿te gustaría saberlo todo?
Me hizo un gran honor, pues a fin de cuentas y, según la teología cristiana, a Luzbel no le dio esa oportunidad. Fue Luzbel quien, por su cuenta y riesgo, se midió a Él...
Balbuceé, un poco avergonzado pero rápidamente como el niño al que el maestro está cogiendo en un renuncio y en la prontitud de su respuesta ve la salvación, que no.
Me hizo un gran honor, pues a fin de cuentas y, según la teología cristiana, a Luzbel no le dio esa oportunidad. Fue Luzbel quien, por su cuenta y riesgo, se midió a Él...
Balbuceé, un poco avergonzado pero rápidamente como el niño al que el maestro está cogiendo en un renuncio y en la prontitud de su respuesta ve la salvación, que no.
Desde luego he vivido hasta ahora sobre dos pilares que creía inamovibles, en una sociedad que va justo en otra dirección distinta de la mía. Uno es el no desear ser absolutamente nada en la competición social; primero por profesar -al principio ignorante y luego conocedor- la renuncia apriorística a todo aquello inasequible, inasible o incompatible con mi carácter. El otro, es el esforzarme en ignorarlo todo, ya que no sólo es imposible saberlo todo sino que, siendo el saber un poco sólo útil para sobrevivir, también me entorpece el ser feliz. Pues dudar de todo lo filosóficamente cognoscible, que es mi actitud introspectiva regular, equivale a ignorar lo que uno considera incognoscible.
La cuna de mi vida la mecen, por un lado la ignorancia de todo y por el otro la “impresión” que me produce todo. De ahí no paso, y desde ahí escribo. Me muevo, me desgañito, me rebelo, arremeto, acuso y pienso, en todo, a través de la "impresión". Todo es para mí doxa, opinión. La episteme, ciencia, curiosidad ¿verificable? y sana en los antiguos griegos por el conocimiento, se ha transformado hace mucho en insufrible petulancia, antropocentrismo e instrumento de dominio entre sus herederos de la sociedad occidental. Y así nos va.
Me gustaría saberlo todo, sí, pero no para ser feliz, sino para convencer a esa porción del mundo desquiciado que lo infecta todo, que debiera tratar de regresar al paraíso perdido. Sólo para eso. Porque si Dios -sea el creacionista sea el evolucionista- me diera la oportunidad de renacer, esta vez con propia voluntad con la realidad que actualmente vivimos, me negaría aprender a leer y posiblemente a hablar. Sólo querría aprender a interpretar las partituras musicales.
Si hay algo interesante en los textos sagrados de la cristiandad, es eso del Eclesiastés de "cuanto más saber, más aflicción"; de lo que, al igual que de tantos otros principios de sabiduría de su cosecha y de la ajena la propia cristiandad se ha burlado siempre en su afán de acapararlo, acrecentando con ello la infelicidad del hombre de Occidente. Pues, viéndose éste fuera del paraíso y creyendo imposible regresar a él, se ha negado a intentarlo y, por lo que vemos, elige constantemente el abismo o los abismos.
La cuna de mi vida la mecen, por un lado la ignorancia de todo y por el otro la “impresión” que me produce todo. De ahí no paso, y desde ahí escribo. Me muevo, me desgañito, me rebelo, arremeto, acuso y pienso, en todo, a través de la "impresión". Todo es para mí doxa, opinión. La episteme, ciencia, curiosidad ¿verificable? y sana en los antiguos griegos por el conocimiento, se ha transformado hace mucho en insufrible petulancia, antropocentrismo e instrumento de dominio entre sus herederos de la sociedad occidental. Y así nos va.
Me gustaría saberlo todo, sí, pero no para ser feliz, sino para convencer a esa porción del mundo desquiciado que lo infecta todo, que debiera tratar de regresar al paraíso perdido. Sólo para eso. Porque si Dios -sea el creacionista sea el evolucionista- me diera la oportunidad de renacer, esta vez con propia voluntad con la realidad que actualmente vivimos, me negaría aprender a leer y posiblemente a hablar. Sólo querría aprender a interpretar las partituras musicales.
Si hay algo interesante en los textos sagrados de la cristiandad, es eso del Eclesiastés de "cuanto más saber, más aflicción"; de lo que, al igual que de tantos otros principios de sabiduría de su cosecha y de la ajena la propia cristiandad se ha burlado siempre en su afán de acapararlo, acrecentando con ello la infelicidad del hombre de Occidente. Pues, viéndose éste fuera del paraíso y creyendo imposible regresar a él, se ha negado a intentarlo y, por lo que vemos, elige constantemente el abismo o los abismos.
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