12 enero 2007

Saberlo todo


No sabía bien qué significaba la palabra perplejidad hasta que Dios me hizo esta pregunta: ¿te gustaría saberlo todo?

Me hizo un gran honor, pues a fin de cuentas y, según la teología cristiana, a Luzbel no le dio esa oportunidad. Fue Luzbel quien, por su cuenta y riesgo, se midió a Él...

Balbuceé, un poco avergonzado pero rápidamente como el niño al que el maestro está cogiendo en un renuncio y en la prontitud de su respuesta ve la sal­va­ción, que no.

Desde luego he vivido hasta ahora sobre dos pilares que creía inamovibles, en una sociedad que va justo en otra di­rección distinta de la mía. Uno es el no desear ser absolu­tamente nada en la competición social; primero por profesar -al principio ignorante y luego conocedor- la renuncia aprio­rística a todo aquello inasequible, inasible o incompatible con mi carácter. El otro, es el esforzarme en ignorarlo todo, ya que no sólo es imposible saberlo todo sino que, siendo el saber un poco sólo útil para sobrevivir, también me entor­pece el ser feliz. Pues dudar de todo lo filosóficamente cog­nos­cible, que es mi actitud introspectiva regular, equivale a ignorar lo que uno considera incog­noscible.

La cuna de mi vida la mecen, por un lado la ignorancia de todo y por el otro la “impresión” que me produce todo. De ahí no paso, y desde ahí escribo. Me muevo, me desga­ñito, me rebelo, arremeto, acuso y pienso, en todo, a través de la "impresión". Todo es para mí doxa, opinión. La episteme, ciencia, curio­sidad ¿verificable? y sana en los antiguos grie­gos por el conocimiento, se ha transformado hace mu­cho en insufrible petulancia, antro­pocentrismo e instrumento de dominio entre sus herederos de la sociedad occidental. Y así nos va.

Me gustaría saberlo todo, sí, pero no para ser feliz, sino para convencer a esa por­ción del mundo desquiciado que lo infecta todo, que debiera tratar de regresar al paraíso per­dido. Sólo para eso. Porque si Dios -sea el creacionista sea el evolucionista- me diera la oportunidad de renacer, esta vez con propia voluntad con la realidad que actualmente vi­vimos, me negaría aprender a leer y posible­mente a hablar. Sólo que­rría aprender a interpretar las par­tituras musicales.

Si hay algo interesante en los textos sagrados de la cris­tiandad, es eso del Eclesiastés de "cuanto más saber, más aflicción"; de lo que, al igual que de tantos otros principios de sabiduría de su cosecha y de la ajena la propia cristian­dad se ha burlado siempre en su afán de acapararlo, acre­centando con ello la infelicidad del hombre de Occidente. Pues, viéndose éste fuera del paraíso y creyendo imposible regresar a él, se ha ne­gado a intentarlo y, por lo que vemos, elige constantemente el abismo o los abismos.

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